Selena Simonatti
Psamético y las ideas sobre la lengua humana original en España: recorrido por los siglos XV-XVII
1. Frigio y hebreo: dos candidatos para los orígenes
El silencio del Génesis sobre la lengua en la que se expresó Adán no pudo menos que desencadenar un debate exegético que se arrastró hasta los albores de la edad moderna de la lingüística[1], cuando la tesis teológica clásica del hebreo
como "madre y matriz" de las demás lenguas se había convertido en un auténtico artículo de fe[2]. Dante, piedra angular para la reflexión que se produjo en el Renacimiento sobre la convencionalidad del signo lingüístico, había defendido en el De Vulgari Eloquentia (I, vi, 4-7) el origen divino de un idioma incorruptible que había sido preservado hasta después de la confusión babélica, sobreviviendo intacto en la lengua de los hebreos. Cuando, hacia el final de su viaje ultramundano, se le depara la posibilidad de interrogar al primer hombre de la humanidad, se muestra dispuesto a replantearse la cuestión. Adán, testigo presencial de cuanto había ocurrido, después de dar cuenta de la extinción de su lengua primigenia antes de la confusión de Babel (tutta spenta), le descubre al peregrino que no existen lenguas inalterables, naturales o innatas y que solo es "obra natural" —o efecto de la naturaleza— el hecho de que "l'uomo favella", a saber, la disposición humana al lenguaje (Par. XXVI, vv. 124-132). Así que Dante se rectificó a sí mismo negando implícitamente el planteamiento tradicional del origen divino del hebreo, lo cual no dejará de producir cierta desorientación en algunos de sus lectores del siglo XVI (v. Varchi, L'Hercolano, Intr., cdvi-cdviii).
Antes de que el hebreo fuera reducido a rango de dialecto del tronco semítico y su prestigio desacralizado, la fascinación de los humanistas por una lengua planetaria, que constituyese una respuesta tranquilizadora a la pluralidad lingüística, llenó de sentido las primeras investigaciones sobre el origen del lenguaje. Y aunque no todos los Padres de la Iglesia defendieron a capa y espada este dogma, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo, San Agustín, y San Isidoro eran autoridades suficientemente señaladas como para asegurar su vigencia por largo tiempo. Fueron ellos quienes asentaron las bases de la teoría del hebreo como lengua única y universal hasta el desastre de Babel, del que consiguió salvarse "la casa de Heber, en la que permaneció la que antaño había sido única lengua de todos", por no haber participado, esta tribu, en el escándalo de la construcción de la torre" (La Ciudad de Dios XVI, 11, p. 255). Así reflexionaba San Agustín sobre "la primitiva lengua humana […] que se llamó luego hebrea" (La Ciudad de Dios XVI, 11, p. 254); y después de él, Isidoro volvió a asegurar que antes del acto de soberbia de la torre, existía tan solo una lengua para todas las naciones, en la que se habían expresado patriarcas y profetas (Etym. IX, I, 1). Esta lengua primitiva, "cuando era única", "se llamaba lengua humana o lenguaje humano, y en ella hablaban todos los hombres" (La Ciudad de Dios XVI, 11, p. 255). Coincidía con la facultad del lenguaje.
Si la referencia a San Agustín es canónica en el marco de la exploración del apasionado debate acerca de la búsqueda de la lengua natural que se originó en la Europa moderna, la remisión a Dante es igualmente obligatoria para considerar cómo su cambio de perspectiva se dio igualmente, dos siglos después, en el marco de una época y en varias y determinadas circunstancias culturales. También son necesarias para definir el papel que desempeñó España en la prehistoria de las doctrinas lingüísticas de Occidente y poder sopesar los matices de las posturas intelectuales que adoptaron los humanistas españoles al abordar, esporádica o detenidamente, una reflexión sobre la lengua primigenia de la humanidad.
Mi intención es centrarme en un aspecto aislado de esta reflexión, que concierne un argumento poco conocido de este debate, y profundizar en las razones de su orientación cultural y de su parcial metamorfosis. Empezaré por enlazar el testimonio de San Agustín al comentario en latín que Juan Luis Vives, bajo petición de Erasmo, dedicó a los veintidós libros del De Civitate Dei. Se publicó en Lovaina, en 1522, prologado por Erasmo y con una dedicatoria al monarca Enrique VIII de Inglaterra, al servicio del cual se encontraba entonces el humanista valenciano. Al glosar el citado pasaje de La Ciudad de Dios (XVI, 11), Vives trae a colación un argumento contrario a la tesis del hebreo lengua madre y se sirve de él para refrendarla:
Se mantuvo, no obstante, la casa de Héber... Creen algunos que en ésta persistió la lengua de los primeros hombres gracias a que no fue cómplice de la conjuración para edificar la torre. Heródoto 77 [sic] escribe que Psamético, rey de Egipto, ordenó que dos hijos suyos se criaran en los bosques, donde no pudieran oír voz humana alguna: la lengua que empezaran a hablar por su propia iniciativa, sin maestro, la consideraría el rey la primera de la raza humana. Tres años después fueron llevados ante él y profirieron varias veces la palabra bec. Dado que en la lengua frigia bec era pan, se falló que era ésta la lengua original y que los frigios fueron los primeros hombres. Pero no es nada sorprendente que dijeran bec y no articularan ninguna otra voz unos niños que habían crecido entre cabras. (ed. Cabrera Petit 2000, 1573-1574)
Cuenta Heródoto que fue bajo el reinado de Psamético que la Antigüedad descubrió que la primera y más antigua lengua de la humanidad era el frigio y no el egipcio. Vives resumió el "ardid" de Psamético con ligeras variantes con respecto al original, donde los niños son entregados a un pastor que los alimenta con la leche de unas cabras, tardan dos años, y no tres, en pronunciar la fatídica palabra bec, y no lo hacen en presencia del faraón sino de su protector, hacia el cual tienden sus manos con muestras de estar pidiendo de comer[3]. Además, el fragmento citado no es una muestra de la labor del comentarista objetivo que Vives pretende ser en las glosas al De Civitate, donde es infrecuente que se deje llevar por el tono digresivo, exhortativo o admonitorio del pedagogo. Afirma haberlo reducido para complacerse "en deleitar al lector más que en instruirle" (ed. Cabrera Petit, Prefacio, § 25, XI) y "presentar casi con exclusividad opiniones ajenas" (ibid., § 24, p. VIII). Al contrario, en el fragmento que nos ocupa, cede a la urgencia de expresar la suya, y de forma perentoria: el experimento no merece ninguna admiración, sino solo incredulidad e irónico escepticismo.
La idea de vaciar la palabra bec de todo valor semántico y reducirla a mero significante onomatopéyico procede de un comentario lexicográfico de Suidas, que al anotar la expresión becceselenus —neologismo acuñado por Aristófanes (Nubes, 398) para mofarse de toda presunción de antigüedad— no deja de mencionar el experimento del faraón:
Hoc autem ideo Psammitichus fecit, quod scire vellet, quam vocem infantes, ubi fari incepissent, primum edituri essent, Rex quendam ex amicissis conclave illud tacite ingredi jussit. Illo igitur fores apariente, infantibus manibus porrectis beccus (in greco) dixerunt; quam vocem Phrygum lingua panem significare ajunt. Sic igitur Psammetichum deprehendisse & credidisse ferunt, Phryges omnium esse antiquissimos. At si verum est id, quod priore loco diximus, infantes a capris, non autem muliere nutritos fuisse; mirum non est illos, cum capram balantem saepe audissent, voce, illius imitatos fuisse, causaque quodam accidisse, ut aedem voce & Phryges uterentur (Suidae Lexicon, Graece & Latine, s.v. becceselenus, 428b; cito por la edición de 1705; énfasis mío).
Erasmo confirmó el tono burlesco del Lexicon Grece et Latine, y al glosar el adagio Becceselenus hizo suya la manera con la que se había desacreditado a Heródoto: "quod pueri, qui nullam vocem hominis audierant, beccum sonarent. Suidas hoc loco iocans negat mirum videri debere, si caprarum vocem imitati sunt, qui fuerunt a capra nutriti" (Add. III, IV, 51). Siguiéndoles los pasos a Suidas y Erasmo, Vives niega el significado de bec con una alusión a la teoría de la convencionalidad lingüística: los niños no estarían hablando frigio sino imitando unas cabras. Heródoto había sido evocado solo para ser confutado[4].
La leyenda del faraón Psamético tuvo cierta repercusión europea en las teorías renacentistas sobre el origen del lenguaje y la búsqueda de la primera lengua de la humanidad. Normalmente se prestó, como aquí, a ser un buen contraejemplo de la primacía del hebreo como lengua original del hombre. Por otro lado, la lengua tiene, en la anécdota, un valor puramente instrumental: la disputa de antigüedad lingüística entre egipcios y frigios es la prueba fehaciente de la búsqueda de una superioridad política, tal como ha subrayado Demonet-Launay al rastrear su empleo en algunos textos clave del humanismo francés del siglo XVI: "La quête de la langue originelle est donc le désir de légitimer la domination politique par un consensus qui sérait lié à la première langue, et donc à un premier peuple (Demonet-Launay 1980, 401).
La anécdota también se incorporó, de distintas formas, a la reflexión lingüística que brotó en la España de los Siglos de Oro, no ajena al prestigio europeo que se le fue otorgando a la lengua del pueblo elegido ya desde finales de la Edad Media, cuando empezó a circular la idea de una lengua no ya original sino universal. El testimonio de Vives es un caso de incorporación "ortodoxa": el experimento del faraón rivaliza abiertamente con el Génesis y Heródoto se contrapone a San Agustín. En definitiva, ambos habían ofrecido, desde perspectivas diferentes e irreconciliables, una raíz lingüística primigenia. Es este el marco conceptual en el que se inscriben las referencias a Psamético que se rastrean en la Península: una abierta confrontación con las fábulas de los gentiles, la cual incluso se busca en contextos en los que parece prevalecer una actitud más informativa, como en el Diálogo em louvor da nossa linguagem (1531) de João de Barros, donde el autor pasa reseña de las distintas teorías clásicas sobre el nacimiento del lenguaje solo para desacreditarlas, incluyendo a la de "Piersammiético, rey de Egipto", al respecto del cual amonesta a su hijo de la siguiente manera: "Tu, leixadas todas estas opiniões da gentilidades, chega-te à verdade da nossa fé que estes nam tiveram: donde se causou esta e otras contendas de mayores errores, dos quaes nos Deos libre e leixe seguir o verdadeiro camino em que estamos" (ed. Stegagno Picchio 1959, 71-72).
La displicencia de Vives no quedó aislada en España, donde la anécdota, candidata a competir con la superioridad del hebreo como lengua natural del hombre, acabó por observarse con cierto rechazo. También es cierto que no faltaron posturas más neutrales, es decir, meramente informativas, como las que se defienden en las traducciones que se sucedieron a lo largo del siglo XVI del De rerum inventoribus libri octo (Venecia, 1499) del humanista italiano Polidoro Virgilio: la de 1550, a cargo de Francisco de Támara, y la de 1599, que llevó a cabo Vicente de Millis Godínez. Ambas recogen el episodio sin comentarlo. Simplemente relatan la historia de los dos niños recién nacidos que "el rey Sanmetico", al que "le vino grande cobdicia de saber a la clara, quales auian sido los primeros hombres del mundo", entregó a un pastor para que los criase "entre los ganados […] porque no aprendiesen lenguaje alguno", hasta que los niños "començaron a decir Beco, Beco, la qual palabra es cierto que entre los de Phrigia, quiere decir pan"; así que "se vino a saber, que los de Phrigia auian sido los primeros hombres del mundo"; finalmente, la acotación al margen confirma la adhesión del relato a su fuente clásica, y elogia el acierto de Psamético: "experiencia excelente para saber los primeros hombres" (Támara 1550, 6r-6v)[5]. En casos como estos, el relato de los niños que hablaron frigio de forma espontánea circuló sin adoptar un valor netamente ideológico. Fue sin embargo una tendencia minoritaria, posiblemente circunscrita a recopilaciones o misceláneas donde prevalecía una curiosidad enciclopédica y no el interés por indagaciones de naturaleza teológica, histórica o lingüística. De hecho, salta a la vista la preeminencia de un uso instrumental de la anécdota, que atañe máxime a la fabricación de un significado relacionado con el valor probatorio —casi siempre desmentido— de la presunción de antigüedad lingüística por parte de un pueblo determinado.
2. Lengua natural y lengua común (Visión deleitable I, 3 y Arcadia V, 41-43)
Las palabras de Antonio en el Diálogo de las lenguas (1579) de Damasio de Frías constituyen un ejemplo más de la función probatoria de la fábula del faraón. Cuando su interlocutor, Damasio, proyección del autor histórico, le insta a una reflexión sobre la venerable antigüedad de toda nación, Antonio rememora la historia de los dos niños alejados de la comunidad:
Ant. […] Ansí, pues, entended que se les llega mucha estimación y autoridad, a cualquiera nación y gente, de la larga observancia de sus costumbres antiguas, de sus trajes, y más que desto todo, si yo no me engaño, de las lenguas, siendo a mi parecer éste el más cierto y averiguado testimonio de la antigüedad de cada una gente, y la cosa de que más se precian, cuantas por alguna vía se han podido alçar con ellas, o por lo menos lo han pretendido, en competencia unas de otras, arguyendo las ciudades, reinos y gentes, así también como los particulares, su mayor nobleza de su mayor antigüedad; y todos veréis que, en competencia éstos de aquéllos, luego acuden a valerse de las lenguas para en prueba y averiguación de semejante contienda. Sabéis ya la historia de los dos niños, criados tan solos que hasta que ya de cuatro años no vieron persona ni la oyeron, los cuales, según cuenta el author de aquesta historia, lo primero que pidieron fue pan en lengua caldea.
Dam.— O sea o no ello, importa poco la verdad o mentira desa historia a nuestro propósito, aunque ya sabéis que es tenida por fabulosa, afirmando gravísimos philósophos que cuando así se criasen los tales niños, o que no hablarían, o si hablasen sería una lengua confusa, bestial y no entendida de otros que de los niños mismos. (Diálogo de las lenguas, fols. 127v-128r; énfasis mío).
Fijémonos en la mayor innovación que se produce: los niños ya no piden pan en frigio sino en "lengua caldea". Los rasgos temáticos de la fuente clásica se han fosilizado: se suprime toda referencia a su circunstancia histórico-ambiental, que se da por conocida, y se omite cualquier alusión al vocablo incriminado bec
—que el autor no ignora, como se descubre en los intersticios del Diálogo. Esta condensación refleja cierta tendencia a elevar la anécdota al rango de demostración emblemática. Pero en la respuesta de Damasio, la idea de una lengua original muestra abiertamente su incompatibilidad con la tesis de la convencionalidad del lenguaje[6]. El caldeo no es una lengua cualquiera sino un ejemplo admisible para cuestionar la existencia fundada y justificable de una lengua natural. El innatismo lingüístico es un rasgo distintivo del hombre: si naciera aislado no hablaría ninguna lengua en concreto, sino que se esforzaría por emitir sonidos incomprensibles bajo el impulso natural de comunicar con su entorno.
Es lo que también implican las palabras que la Gramática pronuncia en el quinto libro de la Arcadia (1598) para describir la lengua primordial del ser humano. Por ocupar su acostumbrado lugar de "pórtico" de todas las ciencias, esta "hermosa doncella, enseñando a gran variedad de jóvenes que atentamente la escuchaban", es la primera de las siete artes liberales del Trivium y del Quadrivium que toma la palabra. Después de ilustrar, desde una alta cátedra, la función del "arte de escribir", la invención de las letras y su configuración, y antes de caracterizar la lengua latina y algunas de sus derivaciones específicas (italiano y español), pasa a afirmar lo siguiente:
Toda lengua es común al hombre y sólo
no hablaría cual dicen el caldeo
de todas cuantas hay de polo a polo.
(V, vv. 41-43)
Gracias a Crawford (1915), sabemos que las largas tiradas de las artes liberales "are copied almost textually" de los primeros seis capítulos de la Visión deleitable de Alfonso de la Torre (redactada entre 1445 y finales de 1453), que Lope compendia y versifica[7]. Morby y Sánchez Jiménez, editores de La Arcadia, precisan que el Fénix no traspuso fielmente su fuente sino que la malinterpretó: "Alfonso de la Torre no dice que no fuese lengua hablada el caldeo. Sí niega que el hombre, dejado solo desde su creación, hablaría esa lengua" (Morby 1975, 408, n. 77; así también en Sánchez Jiménez 2012, 617, n. 1004). Ambos advierten que Lope entendió que 'el caldeo no fuese una de las lenguas habladas en el mundo' y por lo tanto le atribuyen la idea de que el hombre, entre todas las lenguas que le son comunes, 'tan solo el caldeo no hablaría', es decir, hablaría todas menos esa: "[Torre] nunca afirma lo que entiende el Fénix, que el caldeo no fuera una lengua hablada", aclara Sánchez Jiménez (619, n. 1010). ¿Pero es realmente lo que entiendió el Fénix?
Es preciso volver al texto subyacente de la Visión deleitable para comprobar que Torre niega la existencia de una lengua natural y solo reconoce como innata la inclinación del hombre al lenguaje:
Una lengua no es al omne más natural que otra, e por tanto yerran los que dizen que dexando al omne solo desde la creaçión suya que fablaría caldeo; e esto non es verdad, ca lo contrario vemos en las bárbaras naçiones. Verdad sea que la naturaleza instiga al omne buscar manera de entenderse con otro o por señales o gritos o sylbos o palabras, pero estas maneras todas son en el mundo. Yten, notorio es que la lengua caldayca es lenguaje perfecto e çierto es que la naturaleza del omne comiença por aquello que es más ynperfecto e más confuso; pues, ¿cómo pueden ellos dezir que una lengua sea más natural que otra? (Visión delectable I, 3; 1991, I: 112).
Por su parte, Lope condensa en pocos sintagmas las dos argumentaciones que Torre despliega en las líneas citadas, a saber: las naciones bárbaras —paradigma del aislamiento de la sociedad educada en el uso de las lenguas convencionales conocidas— no hablan la "lengua caldayca"; su perfección la situaría en la cumbre de un trayecto de aprendizaje que arranca forzosamente de lo más imperfecto. En esta sección de la Visión deleitable, donde Gramática alecciona a Entendimiento sobre el origen de las lenguas y su diversidad, Torre revisa algunas teorías de sus fuentes principales —el Anticlaudianus y las Etimologías (Crawford 1913)— inspirándose en la Guía de los Perplejos de Maimónides, que consigue conjugar con el pensamiento escolástico[8].
La referencia al caldeo no ha dejado de extrañar por su supuesta incoherencia (ya que Torre afirma a continuación que Adán habló en lengua hebrea), y aunque aparezca en Isidoro, no es propiamente de allí que debió de sacarlo[9]. A mi modo de ver, se ha de adscribir por completo al mismo Torre, que al impugnar la 'prueba del aislamiento' (dexando al omne solo desde la creaçión) quiere distanciar la verdad de la humanidad de la de la Biblia, esto es, la experiencia del hombre común de la del primer hombre. El argumento venía al caso, en efecto, con la tercera quaestio que Entendimiento le había dirigido a Gramática: ¿cómo pudo Adán aprender a hablar un idioma en ausencia de otros hombres? Y la digresión exegética de Gramática presenta aquí un obstáculo infranqueable, ya que le sugiere al Entendimiento que no busque ninguna demostración empírica y se contente con la fe:
El Entendimiento preguntó: "Veamos, ¿en el paraýso avían fablado?".
La donzella dixo que sý, e el Entendimyento le dixo que quién le avýa mostrado esta fabla como non oviese avido partiçipaçión de otra gente de quien oviese deprendido, e, sy él la falló, por qué más esta lengua que otra, e sy ge la mostró Dios; es la misma qüistión.
La donzella dixo: "Demanda[s] causas de la voluntad de Dios e de sus secretos e non perteneçe a mi declarar; después que subieres en el monte serás digno de resçebir e saber estos secretos. Basta que la Sacra Escritura tyene que Dios fabló e maravillóse quando dixo "Fiat lux" e otras cosas senblantes que en la creaçión del mundo fabló en qué lengua lo dixo, como non oviese lengua, [e] por qué Adam escogiese más esta lengua que otra natural mente.
(Visión delectable I, 3; 1991, I: 111)
Lo que de buenas a primeras podría parecer incoherente, se inserta plenamente en el proyecto de adaptación del aristotelismo radical a la doctrina cristiana que el Bachiller persigue en la Visión deleitable[10]. En realidad, Gramática no "proceeds to illustrate —a point not raised by Isidore— the conventionality of language in general and 'Chaldean' in particular", como arguye Girón-Negrón (2000, 88); más bien deberíamos afirmar que desmiente el innatismo lingüístico mediante la refutación del experimento 'adaptado' de Psamético, pero sin llegar a firmar que el empirismo es incompatible con la verdad de la Escritura.
En una de las primeras páginas de sus Confesiones, San Agustín plantea la misma oposición entre disposición innata al lenguaje y adquisición lingüística, pero remarca que la más auténtica fuente de aprendizaje no es la lengua que el niño escucha a su alrededor, sino la que tiene en su mente:
Y de dónde había aprendido a hablar lo he comprendido después. En realidad, quienes me enseñaban no eran las personas adultas, ofreciéndome palabras en alguna secuencia pedagógica, como después las letras, sino que fui yo mismo, con la mente que me has dado, Dios mío, al querer expresar todos los sentimientos de mi corazón con gemidos y voces varias y variados movimientos de mi cuerpo para que mi voluntad fuese obedecida, al no ser capaz de expresarme ni en todo lo que quería ni a todos los que quería. Según aquéllos nombraban alguna cosa, la iba grabando en la memoria; y cuando, según aquella palabra, movían su cuerpo hacia algún objeto, lo veía y retenía que aquel objeto era designado por ellos mediante el sonido que pronunciaban cuando lo querían mostrar […]. De este modo, poco a poco iba deduciendo de qué cosas eran signo las palabras colocadas dentro de frases distintas en su debido lugar y oídas muchas veces; y a través de ellas iba ya enunciando mis deseos con una boca instruida en esos signos. (Confesiones I, 8, 13; 2010, 130-131; énfasis mío).
Las correlaciones con la interpretación convencionalista de la fábula de Psamético son más que evidentes: el aprendizaje de la lengua nativa se realiza dentro de los dominios de cualquier aspirante a hablar y el lenguaje se presenta, ab initio, como respuesta a un estímulo o a un deseo, y se desarrolla apoyándose en la imitación. Este enfoque prevaleció durante largo tiempo, sobreviviendo en las teorías del aprendizaje conductista y del asociacionismo empirista: el sujeto del aprendizaje aprende imitando la actuación de un 'modelo'. Bruner (1986, 32-35) sitúa su punto de arranque precisamente en San Agustín y discute su fracaso con la emergencia del nativismo de Noam Chomsky[11]. Pero la perspectiva de San Agustín no se limita al empirismo. El fragmento citado parte claramente de un enfoque 'nativista', de marca teológica por supuesto: 'nadie le enseñó a hablar' sino Dios, habiéndole infundido en la mente una estructura innata. Una especie de patrimonio genético a lo divino y, parafraseando a Chomsky, la idea de que "la competencia lingüística estaba allí desde el comienzo, lista para expresarse cuando las limitaciones de la realización se ampliaran por el crecimiento de las habilidades que se requerían" (Bruner 1986, 35).
Volvamos ahora a la supuesta equivocación de Lope, la cual, según todo parece indicar, procede de una errónea fijación del texto de la Arcadia. Sánchez Jiménez, que basa su edición en la princeps de 1598, "que el propio Lope debió de preparar para la imprenta" (Sánchez Jiménez, 2012, 101)[12], transcribe sólo en línea de continuidad con Morby, que adopta el acento diacrítico como otros editores (v., por ejemplo, Guarner 1935, I, 269 y McGrady 1997, I, 319). Sin embargo, la función adverbial no satisface aquí la coherencia de sentido, que recobraría valor semántico si reintegráramos la función predicativa de solo, con el significado de "aislado, apartado", precisamente como los niños del experimento 'faraónico' cuando profirieron sus primeras palabras. Resultaría también más clara la correspondencia entre filogénesis y ontogénesis, reflejo de la creencia de que la infancia de cada ser humano recrea la infancia de la especie, de que "tout homme naît Adan" (Dubois 1970, 57).
La voz de la Gramática sufraga con el sello de la autoridad el ataque al mito de una lengua primigenia: ella es un testigo tan inatacable como Adán en el Paraíso de Dante.
No es difícil deducir que en la razón por la cual se produjo ese error de fijación textual repercutió el desconocimiento de un trasfondo cultural donde se escuchan los ecos de Psamético y se mezclan interrogantes lingüísticas y respuestas ideológicas. Y aunque la reelaboración de Frías no llegó hasta la concisión de Lope ni recuperó la conciliación de Torre, los tres van por un mismo camino: ya no les hace falta el nombre de Heródoto puesto que enfrentar la tradición pagana a la cristiana debió de parecerles ya poco funcional, infructuoso o agotado. Huelga notar, en efecto, que en el espacio que media entre la prosa de Torre y los versos de Lope, asistimos a una sustitución léxica de cierta relevancia, la del adjetivo común por natural:
Una lengua no es al omne más natural que otra, e por tanto yerran los que dizen que dexando al omne solo desde la creaçión suya que fablaría caldeo […] (Visión Deleytable)
Toda lengua es común al hombre y solo no hablaría cual dicen el caldeo [...] (Arcadia)
Ese cambio confuta una categorización lingüística que situó en la cúspide jerárquica lo primigenio (natural), como hace Torre, y coloca en su base lo que se vino reconociendo como equivalente y paralelo (común), como mantiene Lope. La horizontalidad del adjetivo común consigue reequilibrar los prestigios, llegando a borrar toda jerarquía entre las lenguas. No solo inferimos que no existe una lengua innata (natural), sino que cualquiera de ellas le puede ser 'común' al hombre, porque todas le son propias. Es una aseveración que se formula desde el prisma de la convencionalidad: ya no venía al caso perder el tiempo en molestar a Heródoto. Aun así, la mención del caldeo no deja de ser curiosa.
3. Hebreo y caldeo: huellas de una competencia ilustre (al margen de Nebrija)
Para explorar las razones de la supresión del frigio y su sustitución por el caldeo en el marco de una anécdota que fue fosilizándose y perdiendo su valor original de contraargumento implausible del mito del hebreo, debemos exhumar otra tesela del mosaico de textos donde aparece la referencia a Psamético. Hacia la mitad del siglo XVI, Pedro Mexía, que le dedica al experimento unas cuantas líneas en su Silva de varia lección, expone prudencialmente sus perplejidades acerca de la existencia de una lengua original y sin embargo no duda en defender el origen monogenético, disculpando a quienes, en virtud de la analogía con el hebreo (Isidoro docebat), afirmaban "aver sido la primera <lengua> del mundo la caldea" (Silva I, 25) No se detalla quiénes fueron sus partidarios, como para desacreditar aún más una tesis tan estrafalaria (sobre este debate, v. Dubois 1970, 83-92; Hymes 1974, 241-251, y Droixhe, 1978, 53-60 y 118-126). Vale la pena reproducir íntegramente el fragmento aludido:
Pues volviendo al propósito de las lenguas, es cuestión digna de ser inquirida y sabida, qué lengua es aquella en que los hombres todos hablaban antes de la confusión y división dellas. Sant Augustín [...] determina ser la lengua primera la [h]ebrea [...]. De manera que la lengua hebrea fue la primera en que habló Adam y los de la primera edad; y ésta se guardó en Heber y sus sucesores [...]. Y esto es de tener por más cierto, que no lo que algunos afirman: aver sido la primera <lengua> del mundo la caldea; los cuales se pueden desculpar, porque estas dos lenguas son muy afines y cercanas, y conforman en los carateres de las letras y en muchas cosas otras.
Suélese también, en este propósito, dubdar qué sería si dos niños o más fuessen criados desde su nascimiento donde nadie hablase, qué lengua es de creer que hablaría; algunos tienen que sería en la que avemos dicho que fue la primera; otros, que en la caldea. Erodoto, en su libro segundo, escribe aver sido esta experiencia ya hecha; donde cuenta la hystoria desta manera: que, competiendo los Egypcios con los de Frigia, porque ambas gentes pretendían preceder en antigüedad y aver sido ellos los primeros pobladores, se concertaron y vinieron en dezir que se criassen dos niños en la manera ya dicha, en lugar do nunca oyessen palabra; y que la lengua en que ellos después naturalmente hablassen fuese tenida por la primera, y assí, la gente que la hablava, por más antigua [...].
Y, si ello pasó assí, pudo ser que aquellos niños oyeron aquella voz, Bec, a algunas vacas o bezerros en el campo, y allí lo aprendieron; porque mi opinión sería que, si assí se criassen niños, que ellos hablarían la lengua que primero se habló en el mundo, que paresce que es la natural, que como he dicho es la hebrea. Y aun más me osaría determinar: que ellos, entre sí, hablarían lengua y pornían nombres estraños a las cosas, como se entendiessen, que no fuesse en lengua ninguna de las que vemos; y aun assí, vemos que los niños chequitos naturalmente ponen nombres a algunas cosas, y las piden, que paresce que naturaleza se esfuerça a hazer lengua antes que ellos aprendan las de sus padres. En esto la experiencia nos podría sacar de dubda, si alguno muy curioso lo quisiesse hazer; en tanto, tendrá cada uno la opinión que quisiere, pues va en ello muy poco. (Silva de varia lección I, 25; énfasis mío).
Como se aprecia, Mexía concuerda con la apropriación tradicional —el experimento es tan "curioso" como vano— y lo trae a colación con objeto de desacreditarlo. Sin embargo, da un paso más: sin negar la existencia de una lengua original y afirmar la primacía del hebreo sobre el caldeo, formula una teoría favorable a la arbitrariedad del signo lingüístico, que parece entrar en conflicto con el monogenetismo de la visión bíblica: niños criados sin ningún patrón lingüístico hablarían una jerigonza o "protolengua" inaudita —lo que hoy sería, en la terminología científica al uso, un típico fenómeno de lalación, indicio de un instinto natural a la comunicación verbal que nada tiene que ver con la lengua de los padres carnales ni mucho menos con el idioma de Adán. Así que, Mexía reafirma la primacía del hebreo y, por el otro, cuela la prudencial "osadía" de que no existe una lengua original. La audacia consiste, con toda evidencia, en borrar toda jerarquía entre las lenguas, pero sin negarle expresamente al hebreo su lugar de honor consueto. Mexía ponía el dedo en la llaga, pero con precaución, invitando a alguien "muy curioso" —tan curioso como Psamético— a que disipara sus dudas. Tal vez no llegara a sus oídos que a principios del siglo XVI repitieron el experimento tres imitadores del faraón egipcio: Carlos IV de Francia, Jacobo IV de Escocia (1488-1513) y el emperador mogol Akbar Khan, descendiente de Gengis Khan, y que solo el segundo confirmó que los niños "hablaban muy bien el hebreo" (Vélez 2006, 233; v. también Waterman 2006, 15). De todos modos, sus deducciones estaban lejos de la perentoriedad de un Lope.
Para que la tesis de la convencionalidad del lenguaje mostrara más abiertamente su incompatibilidad con el dictado de la Escritura habrá que esperar por lo menos la segunda mitad del siglo XVI, cuando rastreamos ejemplos de posturas más asertivas, como la de Damasio de Frías. Ya vimos que en su Diálogo de las lenguas rechaza por improbable el experimento de Psamético, y sin hacer ninguna mención del hebreo, invoca la auctoritas de "gravísimos filósofos", cuyos nombres sin embargo pasa por alto (v. infra, p. 4). Por lo que atañe a la verosimilitud del relato, Antonio y Damasio concuerdan en considerar que la verdad del experimento no constituye un problema inherente al tema de su conversación, y sus palabras recuerdan la indiferencia de Mexía hacia el mismo problema lingüístico: "en tanto, tendrá cada uno la opinión que quisiere, pues va en ello muy poco" (Silva I, 25). Pero el caso es que Damasio personaje, portavoz del pensamiento del autor histórico, parece negar la existencia fundada y demostrable de una lengua natural, con independencia de que esta fuera frigia, hebrea o caldea. Deja a sus defensores sin identidad manifiesta pero suficientemente insinuada como para suscitar, en la respuesta de su interlocutor, Antonio, la reivindicación de la autoridad de otros "grandes philósophos", "tan graves, y no sé si más doctos", que defendieron lo contrario (Diálogo de las lenguas, f. 128r). Frías sigue dando cuenta de la "depaganización" a la que estuvo sometida la leyenda de Psámetico: frigio y egipcio fueron oportunamente sustituidos por carecer del prestigio que solo podían gozar lenguas que pertenecían a la tradición bíblica[13].
Ahora bien, dentro de la relación igualitaria que se fue estableciendo entre las lenguas orientales involucradas en la transmisión textual de la Biblia —el hebreo, el árabe y el caldeo, el copto, el etíope y el persa (Demonet-Launay 1992, 25 y 64)—, la equiparación de hebreo y caldeo dio lugar a una disputa de superioridad que Antonio recuerda como sigue:
Esta misma competencia hubo siempre entre hebreos y caldeos, y entre ellos ningunas historias o memorias antiguas otras eran de tanto momento en el juizio desta contienda cuanto la antigüedad que cada una destas gentes allegaba de su lengua. (Diálogo de las lenguas, f. 130v)
Lenguas tan afines no solo podían ser confundidas, sino que estaban destinadas a disputarse la primogenitura lingüística. Isidoro no llegó a plantearla, aun admitiendo el parentesco de hebreo y caldeo (Etym. IX, i, 9)[14], que confirmaron los principales representantes de la cultura judía medieval, como Abraham Ibn Ezra, Juda ha-Levi o Maimónides. A finales del siglo XV, Egidio de Viterbo, Reuchlin y Elias Levita subrayaron la importancia del vínculo y de las comparaciones entre las lenguas de la familia semítica y fue precisamente en el marco de estos estudios comparativos que empezó a cuestionarse la supremacía del hebreo. Ya a partir de la segunda mitad del siglo XVI, poco después de la defensa de Mexía, su reputación empezó a vacilar[15]. Torre, por lo visto, se había adelantado bastante en atenuarla. Hasta en Nebrija se ha vislumbrado cierta resistencia a acoger pasivamente la superioridad del hebreo, cuando, en su Gramática, al trazar la parábola de la historia lingüística de los judíos, asegura que "es cosa verdadera o mui cerca de la verdad" que los patriarcas "hablarían en aquella lengua que traxo Abraham de tierra de los caldeos hasta que descendieron en Egipto, i que allí perderían algo de aquélla i mezclarían algo de la egipcia" (Gramática sobre la lengua castellana, Prólogo, 4). Es lo que sugiere Stegagno Picchio (1959, 25), cuando afirma que Nebrija "aveva rifiutato di seguire supinamente la comune opinione, di procedenza patristica, che ravvisava nell'ebraico la lingua di Adamo e dei patriarchi e pertanto la prima lingua parlata dall'uomo". Lo mismo defiende Perea Siller (2010, 759-760) que habla incluso de un precoz intento desacralizador de la lengua hebrea. Al contrario, para Carmen Lozano (2011, 5, n. 9 y 493), estaría simplemente considerando que hebreo y caldeo eran una misma lengua, con el respaldo de San Isidoro. Pero él mismo se preocupó por mostrar la incoherencia de esta opinión en Etym. IX, i, 9: "Hay quienes opinan que la lengua hebrea es la misma que la caldea, porque Abrahán fue de origen caldeo. Pero, admitida esta teoría, ¿cómo es posible explicar que, en el libro de Daniel, los jóvenes hebreos se vieran en la necesidad de aprender una lengua que no conocían? (Dan 1,4)".
Lo que sí es cierto es que Nebrija no habla del hebreo a secas:
I llamo io agora su primera niñez todo aquel tiempo que los judíos estuvieron en tierra de Egipto, por que es cosa verdadera o mui cerca de la verdad que los patriarcas hablarían en aquella lengua que traxo Abraham de tierra delos caldeos hasta que descendieron en Egipto, i que allí perderían algo de aquélla i mezclarían algo de la egipcia. Mas, después que salieron de Egipto i començaron a hazer por sí mesmos cuerpo de gente, poco a poco apartarían su lengua [de la] cogida, cuanto io pienso, de la caldea i de la egipcia i dela que ellos ternían comunicada entre sí, por ser apartados en religión delos bárbaros en cuia tierra moravan. (Gramática sobre la lengua castellana, Prólogo, 4-5)
A mi modo de ver, Nebrija no entró deliberadamente en la cuestión de la superioridad de la lengua hebrea porque se sirvió de las teorías que objetaban su primacía para corroborar la tesis de la corrupción de una lengua a falta de un imperio y una unidad territorial sólidos. Al afirmar que la lengua hebrea, traída de tierra de los caldeos, transcurrió su niñez en Egipto, no data su uso en los albores de la humanidad ni en el tiempo de la destrucción de la torre, como lo esperaríamos: ni Adán ni Heber aparecen como protagonistas de esa 'infancia' tumultuosa. Era una malicia exegética que Nebrija pudo aprender de los Padres de la Iglesia disidentes con el mito del hebreo, y que dataron su uso solo a partir del éxodo de Egipto, como lo hace "d'un point de vue plutôt rationaliste" San Gregorio de Nisa (v. Droixhe 1978, 35). En el siglo V, Teodoreto de Ciro, uno de los últimos teólogos de la escuela de Antioquia, se alzaba contra el 'prejuicio' del hebreo y defendía la antigüedad de los caldeos con un argumento muy parecido al que trae la Gramática: Abrahán, exiliado en Babilonia, vio su lengua corromperse por la interferencia de la de sus dominadores. Era cuando menos una prueba de la contemporaneidad de hebreo y caldeo, y fomentó ampliamente su rivalidad[16]. Los que le adjudicaban la primacía al caldeo —cuyo nombre alterna con el de su más importante dialecto, el arameo— sufragan su antigüedad mediante la prueba etimológica, ya que relacionan su historia lingüística con las figuras de Abrahán y de Arán[17]. Así lo testifican San Agustín y San Isidoro, a partir de Génesis 11, 28[18]. El primero aclara que la región de los caldeos pertenecía al reino asirio, donde "prevalecían también las impías supersticiones", y la única familia "en la cual había permanecido el culto de un solo Dios verdadero" era la de Taré, de la cual nació Abrahán, "y probablemente en ella sola se había conservado la lengua hebrea" (La Ciudad de Dios XVI, 12). Después de pasar a Mesopotamia e instalarse en Jarán, Taré y los suyos sufrieron persecución por los caldeos, por no querer adorar a los dioses de sus antepasados, y Dios les prometió la tierra de Canaán (La Ciudad de Dios XVI, 13-21). Pero antes habrían de sufrir el cautiverio de Egipto.
¿De qué forma, pues, se había conservado su lengua? Esta es la pregunta a la que intenta responder Nebrija cuando averigua "ligeramente" que el hebreo "a penas pudo hablar" en su 'niñez', remontando esta a circunstancias anteriores a la estancia del pueblo elegido en Egipto.
Todo parece indicar que la lengua que "traxo Abraham de tierra de los caldeos"[19] no era propiamente el hebreo ni el hebreo bajo nombre de caldeo. No era sino hebreo 'corrompido' y mezclado con el caldeo. Consiguió algo depurarse (perderían algo de aquélla) al abandonar Babilonia, para luego pasar a sufrir el dominio del egipcio (mezclarían algo de la egipcia), del que se liberó cuando los judíos dejaron las tierras extranjeras y asentaron su identidad de pueblo (començaron a hazer por sí mesmos cuerpo de gente). Estas 'contaminaciones' darían fe de su lento deterioro, antes de su depuración y restauración definitivas. Es lo que también se comprueba por los verbos perder, mezclar y apartar, que describen el proceso por el cual pasó el hebreo[20].
Resumiendo, es muy posible que Nebrija se inspirara en varias teorías que nacieron en contra de la tendencia mayoritaria —y ortodoxa— del hebreo como lengua primordial incorrupta, pero no con la intención manifiesta de debilitarlas, sino con el objeto de garantizarse una prueba más para revalidar su concepción organicista, que veía en la 'niñez' de un idioma un estado de imperfección e inestabilidad también política. No creo que quisiera respaldar la teoría del caldeo primitivo o equiparar caldeo y hebreo, sino aprovechar los argumentos esgrimidos a favor de la antigüedad del caldeo (en sus distintas denominaciones) para hacer hincapié en el proceso de corrupción que al hebreo le tocó padecer antes de asentar su autonomía y emprender su camino de esplendor bajo Salomón y David.
El caldeo no era una lengua cualquiera. No solo se acreditó como idioma capaz de rivalizar con el hebreo en cuestiones de antigüedad lingüística, sino que también estuvo involucrado en la dignificación de la lengua primitiva de la Península. Me refiero al mito del origen caldeo de Túbal, a saber, a la matriz caldea del español primitivo y a la moda arameizante que había implantado Annio de Viterbo[21]. Frente a la hipótesis del euskera, la del caldeo podía gozar de una reputación más prestigiada, al hilo de una antigüedad fundamentada en la transmisión textual de la Biblia. Por eso no faltó quien defendió la procedencia del euskera del caldeo, como lo hace el autor anónimo de la Gramática de la lengua vulgar (Lovaina, Bartholomé Gravio, 1559)[22].
Así que el caldeo compitió por el trono de lengua más antigua, se elevó a rango de lengua primitiva de España, y se consideró una pieza clave para que la leyenda de Psamético pasara a formar parte del debate sobre arbitrariedad y convencionalidad lingüística. Menos inatacable que el hebreo, más maleable porque más difuminadas su identidad y su historia, el caldeo sirvió para cuestionar, más allá de la primogenitura del hebreo, el carácter motivado de la lengua primitiva (no podía cuestionarse a partir del hebreo) y tal vez, de manera encubierta, la misma hipótesis monogenética. Cuando menos gararantizó que la validez de esos factores quedara restringida al primer hombre, y certificó que nadie pudiera replicar aquella experiencia. El prestigio del caldeo debió verse reforzado cuando el debate sobre la lengua original de la humanidad, que estaba perdiendo interés, corrió pareja con el que se originó acerca de la individuación de la primitiva lengua nacional y, con las reflexiones sobre la convencionalidad del lenguaje. Sería este el terreno de referencia en el que buscar la razón de la 'acomodación hispánica' de la leyenda de Psamético.
4. Naturaleza y convencionalidad lingüística: una conciliación posible
La línea aparentemente 'ambigua' sostenida por Mexía siguió siendo el amparo de los que no se enfrentaron abiertamente a la hipótesis de una lengua original o a la primogenitura del hebreo, sin renunciar a levantar sus dudas al respecto de su infalibilidad. Muchos sostuvieron al mismo tiempo la arbitrariedad del signo lingüístico, la impronta convencional de las lenguas, y el carácter motivado y natural del hebreo (v. Perea Siller 2004). Fue también la postura de Covarrubias, que en su Tesoro atribuyó al experimento del "rey Sanmenito" una debilidad científica imperdonable, pero igualmente insuficiente para desacreditar la tesis de una lengua original. Covarrubias traía otro argumento a favor: el valor bisémico del vocablo bec. Por ser también una lexía francesa con el significado de pico, venía abajo su exclusiva vinculación con el frigio. Indiferente al matiz anacrónico de su razonamiento, invalidaba el experimento con la prueba de dos significantes semánticamente distintos:
Lengua, se toma muchas veces por el lenguaje con que cada nación habla, como lengua latina, lengua griega, lengua castellana, etc. Y en esta sinificación no hay lengua que se pueda llamar natural; pero la razón tiene fuerza en el hombre de formarla a su beneplácito. Si diéramos caso que los que se criasen o fuesen mudos o no le hablasen ninguna palabra, formaría él su lenguaje propio. Esta experiencia quiso hacer el rey Sanmenito, hijo de Amasis, rey de Egipto, según Heródoto y Suidas, y lo refiere el padre Pineda en su Monarquía, libro cuarto, capítulo 27, § 2 y por haber oído los niños el balido de las ovejas, pronunciaron esta palabra bec, que en lengua frigia vale tanto como pan; y con esto se persuadieron que los de Frigia eran los más antiguos del mundo, cosa vana y ridícula, pues también en lengua francesa bec quiere decir el pico de ave. Aristóteles atribuye esta curiosidad al rey Amasis, su padre. Lo cierto y sin contradicción es que la primera lengua que se habló en el mundo fue la lengua hebrea, infundida por Dios a nuestro primero padre; con esta puso nombre Adán a todos los animales de la tierra y las aves del cielo, y el nombre que a cada uno puso era el propio suyo, según su calidad y naturaleza; como consta del Génesis, capítulo segundo […]. Por manera que si alcanzáramos la pureza desta lengua y su verdadera etimología, no se ignorara tanto como se ignora de las cosas. Duró esta lengua (sin que hubiese otra) hasta después del diluvio […]. Desta confusión resultaron las setenta y dos lenguas en que se dividieron, y fue ocasión de que siguiendo cada uno la que le fue infundida o confundida, se dividieron a poblar diversas provincias; y no es de maravillar que en lenguas muy extrañas se hallen algunas palabras que tiren a las hebreas, pues desgajándose della, como de su madre, llevasen algún rastro de su primer origen. (Tesoro, s.v. lengua; énfasis mío).
Como tal "curiosidad" arqueológica, la fuente de Heródoto puede figurar en su versión original, sin cambios ni ajustes ni omisiones. No constituye un argumento en contra del monogenetismo lingüístico y es evidente su valor demostrativo a favor de la convencionalidad, con excepción del hebreo. La perfección de la lengua adámica, primitiva y motivada se armoniza con el topos del arbitrio humano como fragua de la lengua, y de la razón como dispositivo de creación y cambio lingüísticos. Semejante ósmosis ideológica conseguía quitar al problema muchas de sus espinas y llevar la arbitrariedad a una confluencia forzada con el innatismo y la motivación. No será ocioso recordar que esta tesis lucía un antecedente ilustre: el beneplácito al que se refiere Covarrubias no es sino el arbitrio o gusto humano al que Dante apelaba como único 'molde' del lenguaje, después de que la primigenia lengua muriera (Par. XXVI, 124-132)[23].
Sigamos la indicación del Tesoro y naveguemos por los treinta libros de la Monarquía Eclesiástica o Historia Universal del Mundo desde su Creación de fray Juan de Pineda en búsqueda de Sammenito, corrupción de Psamético, que encontramos en el capítulo 27 del IV libro:
De este rey Sammenito dizen Herodoto y Suydas que fue curioso en aueriguar que gente ouiessse sido la primera del mundo y que dio dos niños pequeñitos a un pastor para que en el campo los criasse con leche de sus cabras, mandando le so graues pena que ni el ni otro alguno hablasse delante de ellos: porque creia que si los niños dixessen alguna palabra en lengua de alguna gente, que aquella gente seria la primera del mundo. Quando los niños passauan ya de dos años acontecio que llegando vna vez el pastor a la puerta de su cabaña, ellos estendian las manezillas hazia el, y dezian becus, con lo qual los lleuo al rey que tambien vio que pronunicauan becus; y como se aueriguasse que en la lengua de los de Phrigia quería dezir pan, creyeron que los de Phrigia eran los mas antiguos del mundo, como su lengua se mostraua la mas natural al hombre, y con esto dieron la ventaja de la antigüedad a los Phrigios, con los quales dize Pausanias que tuuieron hasta entonces grandes competencias sobre la tal antigüedad: mas yo con S. Augustin y con Celio Rodigino creo sin duda que ninguna manera de hablar es natural al hombre, sino que si muchos hombres desde niños como aquellos se criassen sin oir algún lenguage, ellos inuentarian cada qual su manera de darse a entender, y creo que nunca dos concertarían en las palabras o siluos o derriados con que exprimiessen sus conceptos. Y de lo del becus de los niños me parece deuer se decir que llorauan de hambre, y que hazian pucherillos (como dizen) o si quereys que oyendo el bec de las cabras le ayan deprendido, sea ansi, quanto mas que Suetonio dize que en Francia solia significar Becus pico de gallo. Aristoteles al rey Amasis aplica todo esto que dezimos de Sanmenito [Rhet. 19, e li 2] y no lleua poca razon, pues entre Amasis y Cambyses no pone algún rey Eusebio: y Clemente Alexandrino dize que los de Phrigia llamauan Bedy al agua lo qual es en fauor del becus, y Clemente Romano fauorece mi razon diciendo que la lengua Hebrea que fue la primera del mundo, no fue inuentata por los hombres, sino infusa por Dios: como la otra Sibyla fauorece lo de la mayor antiguedad de los de Phrigia diciendo que alli começaron las aguas del diluuio a dexar descubierta la tierra: lo qual concederíamos por verdad, si nos prouassen que es la mas alta tierra del mundo, mas bien sabemos que no lo es.[24]
La anécdota de Heródoto, que mantiene intacta su estructura narrativa, tiene aquí la función de abordar una reflexión sobre la posible existencia de una lengua natural; sin embargo, el franciscano cierra el párrafo con una acotación al margen que declara que "ninguna lengua es natural al hombre", y menciona la hipótesis del hebreo como lengua primigenia, con la que concuerda. Luego hace hincapié en la propiedad de los nombres impuestos por Adán, que "entendio las naturalezas de todos ellos" y "fue el mas sabio del mundo" (Pineda 1588, 23r), y defiende la motivación lingüística de la lengua hebrea, como Covarrubias (v. Perea Siller 2006, 234). En su intento conciliador, no le hacía falta mencionar el caldeo.
Es de notar que el episodio de Psamético vuelve a aparecer en el Tesoro, y a una premisa abiertamente antiinnativista le sigue una exposición que se presta a demostrar la disposición innata al lenguaje:
[…] presupuesto que el hablar no es cosa natural, porque si lo fuera todos habláramos una lengua; y así han sido necios los que con impertinente curiosidad han criado niños en soledad, esperando que ellos hablasen de suyo. Y aconteció a uno, criado en el monte, que de haber oído balar unas ovejas solo pronunciaba la dicción beg o bag, que en hebreo vale cibus, pan o otro manjar que sustente, בַּג bag, cibus, y de bag, beg, que lo uno y lo otro parece pronunciar la oveja cuando bala. Este tal niño, sin haber oído balar las ovejas de su natural formara voces, y las primeras fueran las más fáciles de pronunciar, como es el ba, be y el pa, pe, con solo apretar los labios más o menos; y por eso las amas les enseñan a que digan baba al agua y papa al pan y vianda. (Tesoro, s.v. infante; énfasis mío)
Nótense tres núcleos argumentativos: la palabra que pronuncia el niño aislado la reproducen las cabras cuando balan; también significa 'alimento' (en hebreo); el niño la pronuncia "de su natural", esto es, "sin haber oído balar a las ovejas". De suerte que beg (o bag) es al mismo tiempo un sonido onomatopéyico, una palabra con significado propio, y la expresión manifiesta de una facultad innata, en tanto que resultado de un esfuerzo articulatorio mínimo que todos los niños saben hacer cuando empiezan a hablar. Y lo más importante: los niños criados "en soledad" no hablan ni frigio ni cladeo, sino hebreo. Con el fin de 'fabricar' una 'etimología sacra' que se acercara lo más posible a la voz bec de la fábula de Heródoto, Covarrubias manipula la palabra hebrea פַתְבַּג (patbag) —que aparece atestada en Daniel (I, 5, 8, 13, 15, 16 y XI, 26) con el significado de 'manjar selecto' o 'comida del rey' (Holliday 1971, 300)— y la reduce a una lexía inexistente (bag).
La presuposición del inicio, pues, no contradice las conclusiones: el niño oye y no oye balar unas ovejas; las lenguas no son naturales y lo son. Hemos vuelto a Dante, y siempre a través de Psamético. Lo cual parece indicar que a lo largo de la centuria se cumplieron los auspicios de Mexía, que invitaba a disipar las dudas con la experiencia —"si alguno muy curioso lo [el experimento del faraón] quisiesse hazer" (Silva, I, 25). Pero recrear las condiciones en las que habló el primer hombre es una curiosidad que Covarrubias censura como impertinente: ella no viene nada al caso, ya que, aun sin oír ovejas y sin estar aislado, cualquier niño pronunciaría esa 'fatídica' palabra. En esto enlazan el dogma cristiano y la observación empírica.
5. Conclusiones parciales
La incorporación de la fábula de Psamético a la especulación sobre la lengua original de la humanidad descartó al frigio para hacerla compatible con el dogma monogenético hebreo —los niños no hablarían caldeo—, confirmándose así su primogenitura, como en la Silva de Mexía; contextualmente, sirvió para debilitar ese mismo dogma y el carácter motivado de la lengua —inclusive, y con mucha precaución, de la primera, como en la última cita de Covarrubias. De hecho, la estilización de la anécdota corre pareja con el uso instrumental de la misma a favor de la teoría de la convencionalidad lingüística. Cuando esta aún no había triunfado, se negó la existencia de una lengua original sin renunciar a admitir que el hebreo fuera tal. De ahí se explicaría la sustitución del frigio y del egipcio, no involucrados en las teorías lingüísticas del momento, y blancos demasiado débiles contra los cuales arrojar el dardo de la arbitrariedad del signo. Se habló en general de caldeo y no de hebreo tal vez con el fin de atenuar el impacto de una teoría convencionalista, puesto que la mención del caldeo no entraba abiertamente en conflicto con la exégesis bíblica sobre este tema. Raras veces se propone una confrontación tan abierta y radical como la que despliega Francisco de Vallés en 1587, que desmistifica expresamente al carácter natural del hebreo:
Falsum enim ac ridiculum, quod sibi quidam philosophiae ignari persuaserunt, siquis ab infantia nullum omnino docerutur sermonem, futurum ut loqueretur Hebraice, sermone scilicet, innatum hominibus […]. Hoc autem aut illo sermone uti, studio ac doctrina evenit, & ipsa quidem idiomata, usu ac tacita consensione hominum, nata sunt: praeter septuaginta illa, quae ad turrim babel, in divisione linguarum orta sunt, quorum Deus ipse voluit esse auctor & doctor, non quod illa potius, quam quae deinceps usu extiterunt, cognationem ullam haberent cum natura, sed quod ad brevem & expeditam distributionem gentium, expediret esse multilingues.[25]
En su defensa de la convención lingüística, Vallés iba directamente al objetivo final: al carácter motivado de la lengua hebrea —e indirectamente al mito de la lengua hebrea como primigenia de la humanidad. Pero en general, la desmistificación del experimento, prueba de una lengua original inscrita en el patrimonio genético del hombre, no parece llegar nunca a esos extremos. Mientras tanto, los partidarios del cratilismo, como el personaje de Antonio en el Diálogo de las lenguas de Frías, siguieron defendiendo la doctrina lingüística dominante, que ya empezaba a acomodarse con las exigencias del empirismo.
Otra cuestión, que aquí solo se ha visto de pasada, es que la hipótesis monogénetica y su relación con las posturas naturalistas o convencionalistas debió de entroncar con el intenso debate acerca de la búsqueda de la lengua primitiva de la Península. Creo muy posible que es este el terreno de referencia donde buscar la razón del recurso al caldeo. Baste traer a colación el testimonio de Esteban de Garibay que, en aras de defender la primogenitura del euskera, se detiene en una 'versión vasca' de la fábula de Psamético:
De grande consideración y misterio es esta lengua, ver, que a lo menos en España, todos los niños desde su natiuidad, traen esta lengua y misterio, porque las primeras palabras que hablan son tayta, que assi llaman al padre, y mama, que así llaman a la madre: nombres por cierto de la lengua de Cantabria, en la qual el padre llama Ayta y a la madre Ama. (cit. en Zubiaur Bilbao 1990, 125)
Era una demonstración más de que el vasco fuera una de las setenta y dos lenguas que se originaron en la confusio babélica.
Creo que acierta Zubiaur Bilbao (1990, 31) cuando, apoyándose en Demonet-Launay (1980), afirma que "el vivo interés de los lingüistas renacentistas por la fábula puede situarse —de modo un tanto paradójico— en un clima de progresivo distanciamiento del mito de la primacía del Hebreo". Pero no se hubiera podido confirmar su intuición sin una mirada detenida a los textos, que por cierto matizan esa sensación de 'paradoja' que se podría llevar el que los lea por separados. Por lo visto, la "sterile quanto rituale diatriba sull'origine del linguaggio", como la definió Stegagno Picchio (1959, 24), puede resultar estéril y ritual tan solo si se observan los resultados de tal especulación, y no tanto si se exploran las razones y los cambios culturales que la motivaron.
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[1] Así Waterman (1963, 14) define el siglo XVI.
[2] V. Tavoni 1990, que apunta al carácter mítico-religioso de la lengua prebabélica como a uno de los aspectos más debatidos por la lingüística del Renacimiento.
[3] "Entregó a un pastor dos niños recién nacidos, de padres vulgares, para que los criase en sus apriscos de la manera siguiente: mandole que nadie delante de ellos pronunciase palabra alguna, que yaciesen solos en una cabaña solitaria, que a su hora les llevase unas cabras, y después de hartarles de leche les diese los demás cuidados. Esto hacía y en cargaba Psamético, deseoso de oír la primera palabra en que los dos niños prorrumpirían, al cesar en sus gritos inarticulados. Y así sucedió. Hacía dos años que el pastor procedía de tal modo, cuando al abrir la puerta y entrar, cayeron a sus pies los dos niños, y tendiéndole las manos, pronunciaron la palabra becos. La primera vez que la oyó el pastor, guardó silencio, pero como muchas veces al irlos a ver y cuidar, repetían esa palabra, dio aviso a su amo, por cuya orden condujo los niños a su presencia. Al oírlos a su vez el mismo Psamético, indagó qué hombres usan el nombre becos, e indagando halló que así llaman al pan los frigios. De tal modo, y razonando por tal experiencia, admitieron los egipcios que los frigios eran más antiguos que ellos" (Historias II, 2).
[4] Su fama de historiador fue decreciendo a lo largo del Renacimiento y entre sus detractores encontramos al mismo Vives, como subraya Lama de la Cruz en su edición de los Nueve libros de la Historia (1984, 31).
[5] Así también en la traducción de Millis, con cierta modernización lingüística: la más interesante entre todas, el cambio de "lenguaje alguno" a "ninguna lengua".
[6] Para una descripción de la postura lingüística de Frías en el Diálogo de las lenguas, remito a mi edición del diálogo (en prensa).
[7] No se trata, por lo tanto, de una refundición de "los versos que recitan las doncellas de la Visión Delectable de Alfonso de la Torre", como anota Sánchez Jiménez (2012, 617, n. 1004) en su edición de la Arcadia, sino de la versificación de un fragmento en prosa.
[8] Es notoria la influencia de Maimónides en la Visión Deleitable, que recapitula Salinas Espinosa 1997, 33-49; por lo que atañe a las ideas lingüísticas, la subraya por primera vez Girón-Negrón 2000, 89: "De la Torre's departure from Isidorian source on the status of Adam's tongue seems to reflect Maimonides' defense of the conventionality of all languages, and Hebrew in particular, in his exegesis of Gen 2, 20 in MN 2, 30". Sobre la atención de la gramática en la Visión Deleitable, v. Salinas Espinosa 1997, 87-92.
[9] "De la Torre's mention of Chaldean should be noted. In Etym 9, 1, 9 Isidore offer a Biblical prooftext to show that Chaldean and Hebrew are not the same language. Some of De la Torre's comments suggests that he was aware of their difference. However, he later affirms that Adam spoke Hebrew, not Chaldean, which is inconsistent" (Girón-Negrón 2000, 88).
[10] Salinas Espinosa (1997, 83) recuerda que semejante adaptación responde a la petición hecha por el Príncipe de Viana en su Carta exhortatoria a los valientes letrados de España, que ella misma estudia (1999). Las ideas convencionalistas de Maimónides se describen en Septimus 1994.
[11] Bruner (1978) observa las transformaciones del enfoque de San Agustín en "la moderna vestimenta de imitación y refuerzo" (1986, 33).
[12] Esta errata vendría a sumarse a los pocos descuidos insustanciales que Serralta (2014) registra en su reseña a la labor editorial de Sánchez Jiménez, y que desde luego no perjudican su global juicio elogioso. Es sin duda otro ejemplo de cómo las operaciones y herramientas de fijación de los textos se construyen a base de una estrecha colaboración con la indagación hermenéutica, tanto histórica e lingüística como cultural y filosófica.
[13] No se sabe hasta qué punto se diferenciase el caldeo de sus distintos dialectos (el asirio-babilonés, el arameo bíblico, el de las traducciones de la Biblia o Targum, el arameo talmúdico y el sirio, en que había hablado Cristo), con los cuales a menudo quedó asimilado o alternó en la nomenclatura, a pesar de la publicación de la gramática caldea de Matthieu Aurogalle (1525) y del Dictionarium Chaldaicum de Sebastian Münster (1527). Arameo y sirio eran sinónimos aproximativos de caldeo y denominaciones intercambiables para indicar una misma lengua o una misma familia de lenguas.
[14] Al que alude también Girón-Negrón (infra, nota 8): "Syrus et Chaldaeus vicinus Hebraeo est in sermone, consonans in plerisque et litterarum sono" ['El sirio y el caldeo se asemejan mucho a la lengua hebrea, muy similar en la mayoría de sus aspectos, así como em el sonido de las letras']; cito por la traducción de BAC (2004, 731).
[15] "On peut donc considérer que, dans la seconde moitié du XVIe siècle, de nombreux éléments sont en place pur la reconnaissance européenne d'una relative unité sémitique fondée sur une conception largement démystifiée —quand ce n'est pas franchement contestataire— de l'hébreu", anota Droixhe (1978, 36). Sobre España, v. Perea Siller (2010), que adelanta al nombre de Nebrija la erosión del mito del hebreo.
[16] Droixhe (1978, 35-36), que ilustra como Teodoreto recupere la teoría nacionalista de Efrén de Siria (s. IV), que mantiene la superioridad lingüística de su lengua; ésta, como se ha visto, pertenece al tronco de la lengua caldea.
[17] Recapitulan este debate Droixhe (1979, 35-36) y Demonet (1992, 25-30); v. también Borst (1957, I: 258-275). La creencia de que todas las lenguas procederían de una promordial "harmonized well with etimology as practised in the West, which envisaged the bulk of vocabulary of any language as generated from phonetic distorsion and portmanteau combinations based on a core of primeval onomatopoetic words" (Keith Percival 1986, 62).
[18] "Sicut ergo Scriptura sancta indicante didicimus, in regione Chaldaeorum natus est Abraham: quae terra ad regnum pertinebat Assyriorum" (La Ciudad de Dios, XVI, 12); "Abraham de Chaldaeis fuit" (Etym. IX, i, 9).
[19] Plinio relaciona dos veces el antiguo territorio de Caldea, cuya capital era Babilonia, con una región que se solía identificar con la Baja Mesopotamia (Nat. Hist., V, xxvi, 90 y VI, xxx, 124). Aclara allí que Babilón, "antigua capital de Caldea" o "de las naciones caldaicas, consiguió una gran celebridad entre las ciudades del mundo entero, a causa de lo cual el resto de Mesopotamia y Asiria recibió el nombre de Babilonia". Sobre la localización de la región, v. también la traducción española de Fontán et alii (1998, 232, n. 317). El gentilicio caldaico "procede de la tribu aramea de los haldu, que se estableció en Babilonia y que en su día se apoderó del reino por obra de Nabopolasar, que participó en la toma de Nínive y en la destrucción del imperio asirio (612-611 a.C.)" (367, n. 440). Mexía habla de Mesopotamia a secas (Silva, 1, 25) .
[20] Nebrija no establece, pues, una relación de procedencia —como se afirma en Perea Siller (2010, 762)— sino de contacto lingüístico. Más tarde, en el escrito In Reuchlinum et Erasmum (1522), volverá sobre la cuestión del caldeo llamando la atención sobre quienes, "dotados de espíritu curioso", afirmaron que "tanto nuestro Salvador como los apóstoles y evangelistas no hablaron en hebreo, sino más bien en caldeo"; y precisa: "pero no en la vieja lengua caldaica que Abraham trajo de Ur de los caldeos en tiempos de su venida, por orden de Dios, a la tierra de Canaán, sino en la nueva lengua caldea, que en el tiempo de la predicación del Evangelio era la más usada entre los judíos" (Gilly 1998, 274); v. también Valle Rodríguez 2000, 20.
[21] De ella da ampliamente cuenta Perea Siller (2005, especialmente en las páginas 42-47 y 56-80), que estudia la tesis del caldeo primitivo y su relación con el mito de Túbal. Florían de Ocampo, cronista de Carlos V desde 1539, fue el primero en defender, hacia 1543, el origen caldeo de Túbal y la raíz caldea del español primitivo.
[22] V. Perea Siller 2005, 102-104, donde se apunta también a la relación entre el euskera y la hipótesis arameizante.
[23] "La lingua ch'io parlai fu tutta spenta/ innanzi che a l'ovra inconsummabile/fosse la gente de Nembròt attenta:/ché nullo effetto mai razïonabile,/ per lo piacere uman che rinovella/ seguendo il cielo, sempre fu durabile./ Opera naturale è che l'uom favella;/ ma così o così, natura lascia/ poi fare a voi secondo che v'abbella".
[24] Pineda 1588, 285r. La primera parte de la Monarquía se publica en Zaragoza en 1576; hubo varias reediciones (1588, 1594, 1606, 1620); el capítulo que nos ocupa se titula "De cómo Cambises gano al reyno de Egypto prendiendo al Rey Sammenito y de cómo hizo grandes desatinos allende de casarse con sus hermanas y matarlas y de su muerte en pago de auer muerto al Dios Apis de los Aegipcios".
[25] Vallés 1587, 69-70 ['Es falso y ridículo lo que algunos filósofos han pretendido: que si a un niño no se le enseña lengua alguna hablaría el hebreo, por ser la lengua innata de los hombres, el cual desaparece cuando se aprende otra (....). De lo cual se deduce que sólo es común a los hombres la facultad de hablar por constitución especial de su lengua, y el saber tal o cual lengua es fruto de un serio estudio. Los idiomas proceden de un convenio tácito; nacieron además setenta y dos lenguas con motivo de la torre de Babel, cuya división es obra de Dios, sin que intervinieran los hombres; por tanto, convino que su distribución por el mundo fuere en variedad de lenguas'], trad. mía. V. Eco 1993, 56-57 y Perea Siller 2010, 765-766, donde se comentan otros fragmentos del De sacra philosophia a favor de la consuetudo lingüística.
Psamético y las ideas sobre la lengua humana original en España: recorrido por los siglos XV-XVII
1. Frigio y hebreo: dos candidatos para los orígenes
El silencio del Génesis sobre la lengua en la que se expresó Adán no pudo menos que desencadenar un debate exegético que se arrastró hasta los albores de la edad moderna de la lingüística[1], cuando la tesis teológica clásica del hebreo
como "madre y matriz" de las demás lenguas se había convertido en un auténtico artículo de fe[2]. Dante, piedra angular para la reflexión que se produjo en el Renacimiento sobre la convencionalidad del signo lingüístico, había defendido en el De Vulgari Eloquentia (I, vi, 4-7) el origen divino de un idioma incorruptible que había sido preservado hasta después de la confusión babélica, sobreviviendo intacto en la lengua de los hebreos. Cuando, hacia el final de su viaje ultramundano, se le depara la posibilidad de interrogar al primer hombre de la humanidad, se muestra dispuesto a replantearse la cuestión. Adán, testigo presencial de cuanto había ocurrido, después de dar cuenta de la extinción de su lengua primigenia antes de la confusión de Babel (tutta spenta), le descubre al peregrino que no existen lenguas inalterables, naturales o innatas y que solo es "obra natural" —o efecto de la naturaleza— el hecho de que "l'uomo favella", a saber, la disposición humana al lenguaje (Par. XXVI, vv. 124-132). Así que Dante se rectificó a sí mismo negando implícitamente el planteamiento tradicional del origen divino del hebreo, lo cual no dejará de producir cierta desorientación en algunos de sus lectores del siglo XVI (v. Varchi, L'Hercolano, Intr., cdvi-cdviii).
Antes de que el hebreo fuera reducido a rango de dialecto del tronco semítico y su prestigio desacralizado, la fascinación de los humanistas por una lengua planetaria, que constituyese una respuesta tranquilizadora a la pluralidad lingüística, llenó de sentido las primeras investigaciones sobre el origen del lenguaje. Y aunque no todos los Padres de la Iglesia defendieron a capa y espada este dogma, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo, San Agustín, y San Isidoro eran autoridades suficientemente señaladas como para asegurar su vigencia por largo tiempo. Fueron ellos quienes asentaron las bases de la teoría del hebreo como lengua única y universal hasta el desastre de Babel, del que consiguió salvarse "la casa de Heber, en la que permaneció la que antaño había sido única lengua de todos", por no haber participado, esta tribu, en el escándalo de la construcción de la torre" (La Ciudad de Dios XVI, 11, p. 255). Así reflexionaba San Agustín sobre "la primitiva lengua humana […] que se llamó luego hebrea" (La Ciudad de Dios XVI, 11, p. 254); y después de él, Isidoro volvió a asegurar que antes del acto de soberbia de la torre, existía tan solo una lengua para todas las naciones, en la que se habían expresado patriarcas y profetas (Etym. IX, I, 1). Esta lengua primitiva, "cuando era única", "se llamaba lengua humana o lenguaje humano, y en ella hablaban todos los hombres" (La Ciudad de Dios XVI, 11, p. 255). Coincidía con la facultad del lenguaje.
Si la referencia a San Agustín es canónica en el marco de la exploración del apasionado debate acerca de la búsqueda de la lengua natural que se originó en la Europa moderna, la remisión a Dante es igualmente obligatoria para considerar cómo su cambio de perspectiva se dio igualmente, dos siglos después, en el marco de una época y en varias y determinadas circunstancias culturales. También son necesarias para definir el papel que desempeñó España en la prehistoria de las doctrinas lingüísticas de Occidente y poder sopesar los matices de las posturas intelectuales que adoptaron los humanistas españoles al abordar, esporádica o detenidamente, una reflexión sobre la lengua primigenia de la humanidad.
Mi intención es centrarme en un aspecto aislado de esta reflexión, que concierne un argumento poco conocido de este debate, y profundizar en las razones de su orientación cultural y de su parcial metamorfosis. Empezaré por enlazar el testimonio de San Agustín al comentario en latín que Juan Luis Vives, bajo petición de Erasmo, dedicó a los veintidós libros del De Civitate Dei. Se publicó en Lovaina, en 1522, prologado por Erasmo y con una dedicatoria al monarca Enrique VIII de Inglaterra, al servicio del cual se encontraba entonces el humanista valenciano. Al glosar el citado pasaje de La Ciudad de Dios (XVI, 11), Vives trae a colación un argumento contrario a la tesis del hebreo lengua madre y se sirve de él para refrendarla:
Se mantuvo, no obstante, la casa de Héber... Creen algunos que en ésta persistió la lengua de los primeros hombres gracias a que no fue cómplice de la conjuración para edificar la torre. Heródoto 77 [sic] escribe que Psamético, rey de Egipto, ordenó que dos hijos suyos se criaran en los bosques, donde no pudieran oír voz humana alguna: la lengua que empezaran a hablar por su propia iniciativa, sin maestro, la consideraría el rey la primera de la raza humana. Tres años después fueron llevados ante él y profirieron varias veces la palabra bec. Dado que en la lengua frigia bec era pan, se falló que era ésta la lengua original y que los frigios fueron los primeros hombres. Pero no es nada sorprendente que dijeran bec y no articularan ninguna otra voz unos niños que habían crecido entre cabras. (ed. Cabrera Petit 2000, 1573-1574)
Cuenta Heródoto que fue bajo el reinado de Psamético que la Antigüedad descubrió que la primera y más antigua lengua de la humanidad era el frigio y no el egipcio. Vives resumió el "ardid" de Psamético con ligeras variantes con respecto al original, donde los niños son entregados a un pastor que los alimenta con la leche de unas cabras, tardan dos años, y no tres, en pronunciar la fatídica palabra bec, y no lo hacen en presencia del faraón sino de su protector, hacia el cual tienden sus manos con muestras de estar pidiendo de comer[3]. Además, el fragmento citado no es una muestra de la labor del comentarista objetivo que Vives pretende ser en las glosas al De Civitate, donde es infrecuente que se deje llevar por el tono digresivo, exhortativo o admonitorio del pedagogo. Afirma haberlo reducido para complacerse "en deleitar al lector más que en instruirle" (ed. Cabrera Petit, Prefacio, § 25, XI) y "presentar casi con exclusividad opiniones ajenas" (ibid., § 24, p. VIII). Al contrario, en el fragmento que nos ocupa, cede a la urgencia de expresar la suya, y de forma perentoria: el experimento no merece ninguna admiración, sino solo incredulidad e irónico escepticismo.
La idea de vaciar la palabra bec de todo valor semántico y reducirla a mero significante onomatopéyico procede de un comentario lexicográfico de Suidas, que al anotar la expresión becceselenus —neologismo acuñado por Aristófanes (Nubes, 398) para mofarse de toda presunción de antigüedad— no deja de mencionar el experimento del faraón:
Hoc autem ideo Psammitichus fecit, quod scire vellet, quam vocem infantes, ubi fari incepissent, primum edituri essent, Rex quendam ex amicissis conclave illud tacite ingredi jussit. Illo igitur fores apariente, infantibus manibus porrectis beccus (in greco) dixerunt; quam vocem Phrygum lingua panem significare ajunt. Sic igitur Psammetichum deprehendisse & credidisse ferunt, Phryges omnium esse antiquissimos. At si verum est id, quod priore loco diximus, infantes a capris, non autem muliere nutritos fuisse; mirum non est illos, cum capram balantem saepe audissent, voce, illius imitatos fuisse, causaque quodam accidisse, ut aedem voce & Phryges uterentur (Suidae Lexicon, Graece & Latine, s.v. becceselenus, 428b; cito por la edición de 1705; énfasis mío).
Erasmo confirmó el tono burlesco del Lexicon Grece et Latine, y al glosar el adagio Becceselenus hizo suya la manera con la que se había desacreditado a Heródoto: "quod pueri, qui nullam vocem hominis audierant, beccum sonarent. Suidas hoc loco iocans negat mirum videri debere, si caprarum vocem imitati sunt, qui fuerunt a capra nutriti" (Add. III, IV, 51). Siguiéndoles los pasos a Suidas y Erasmo, Vives niega el significado de bec con una alusión a la teoría de la convencionalidad lingüística: los niños no estarían hablando frigio sino imitando unas cabras. Heródoto había sido evocado solo para ser confutado[4].
La leyenda del faraón Psamético tuvo cierta repercusión europea en las teorías renacentistas sobre el origen del lenguaje y la búsqueda de la primera lengua de la humanidad. Normalmente se prestó, como aquí, a ser un buen contraejemplo de la primacía del hebreo como lengua original del hombre. Por otro lado, la lengua tiene, en la anécdota, un valor puramente instrumental: la disputa de antigüedad lingüística entre egipcios y frigios es la prueba fehaciente de la búsqueda de una superioridad política, tal como ha subrayado Demonet-Launay al rastrear su empleo en algunos textos clave del humanismo francés del siglo XVI: "La quête de la langue originelle est donc le désir de légitimer la domination politique par un consensus qui sérait lié à la première langue, et donc à un premier peuple (Demonet-Launay 1980, 401).
La anécdota también se incorporó, de distintas formas, a la reflexión lingüística que brotó en la España de los Siglos de Oro, no ajena al prestigio europeo que se le fue otorgando a la lengua del pueblo elegido ya desde finales de la Edad Media, cuando empezó a circular la idea de una lengua no ya original sino universal. El testimonio de Vives es un caso de incorporación "ortodoxa": el experimento del faraón rivaliza abiertamente con el Génesis y Heródoto se contrapone a San Agustín. En definitiva, ambos habían ofrecido, desde perspectivas diferentes e irreconciliables, una raíz lingüística primigenia. Es este el marco conceptual en el que se inscriben las referencias a Psamético que se rastrean en la Península: una abierta confrontación con las fábulas de los gentiles, la cual incluso se busca en contextos en los que parece prevalecer una actitud más informativa, como en el Diálogo em louvor da nossa linguagem (1531) de João de Barros, donde el autor pasa reseña de las distintas teorías clásicas sobre el nacimiento del lenguaje solo para desacreditarlas, incluyendo a la de "Piersammiético, rey de Egipto", al respecto del cual amonesta a su hijo de la siguiente manera: "Tu, leixadas todas estas opiniões da gentilidades, chega-te à verdade da nossa fé que estes nam tiveram: donde se causou esta e otras contendas de mayores errores, dos quaes nos Deos libre e leixe seguir o verdadeiro camino em que estamos" (ed. Stegagno Picchio 1959, 71-72).
La displicencia de Vives no quedó aislada en España, donde la anécdota, candidata a competir con la superioridad del hebreo como lengua natural del hombre, acabó por observarse con cierto rechazo. También es cierto que no faltaron posturas más neutrales, es decir, meramente informativas, como las que se defienden en las traducciones que se sucedieron a lo largo del siglo XVI del De rerum inventoribus libri octo (Venecia, 1499) del humanista italiano Polidoro Virgilio: la de 1550, a cargo de Francisco de Támara, y la de 1599, que llevó a cabo Vicente de Millis Godínez. Ambas recogen el episodio sin comentarlo. Simplemente relatan la historia de los dos niños recién nacidos que "el rey Sanmetico", al que "le vino grande cobdicia de saber a la clara, quales auian sido los primeros hombres del mundo", entregó a un pastor para que los criase "entre los ganados […] porque no aprendiesen lenguaje alguno", hasta que los niños "començaron a decir Beco, Beco, la qual palabra es cierto que entre los de Phrigia, quiere decir pan"; así que "se vino a saber, que los de Phrigia auian sido los primeros hombres del mundo"; finalmente, la acotación al margen confirma la adhesión del relato a su fuente clásica, y elogia el acierto de Psamético: "experiencia excelente para saber los primeros hombres" (Támara 1550, 6r-6v)[5]. En casos como estos, el relato de los niños que hablaron frigio de forma espontánea circuló sin adoptar un valor netamente ideológico. Fue sin embargo una tendencia minoritaria, posiblemente circunscrita a recopilaciones o misceláneas donde prevalecía una curiosidad enciclopédica y no el interés por indagaciones de naturaleza teológica, histórica o lingüística. De hecho, salta a la vista la preeminencia de un uso instrumental de la anécdota, que atañe máxime a la fabricación de un significado relacionado con el valor probatorio —casi siempre desmentido— de la presunción de antigüedad lingüística por parte de un pueblo determinado.
2. Lengua natural y lengua común (Visión deleitable I, 3 y Arcadia V, 41-43)
Las palabras de Antonio en el Diálogo de las lenguas (1579) de Damasio de Frías constituyen un ejemplo más de la función probatoria de la fábula del faraón. Cuando su interlocutor, Damasio, proyección del autor histórico, le insta a una reflexión sobre la venerable antigüedad de toda nación, Antonio rememora la historia de los dos niños alejados de la comunidad:
Ant. […] Ansí, pues, entended que se les llega mucha estimación y autoridad, a cualquiera nación y gente, de la larga observancia de sus costumbres antiguas, de sus trajes, y más que desto todo, si yo no me engaño, de las lenguas, siendo a mi parecer éste el más cierto y averiguado testimonio de la antigüedad de cada una gente, y la cosa de que más se precian, cuantas por alguna vía se han podido alçar con ellas, o por lo menos lo han pretendido, en competencia unas de otras, arguyendo las ciudades, reinos y gentes, así también como los particulares, su mayor nobleza de su mayor antigüedad; y todos veréis que, en competencia éstos de aquéllos, luego acuden a valerse de las lenguas para en prueba y averiguación de semejante contienda. Sabéis ya la historia de los dos niños, criados tan solos que hasta que ya de cuatro años no vieron persona ni la oyeron, los cuales, según cuenta el author de aquesta historia, lo primero que pidieron fue pan en lengua caldea.
Dam.— O sea o no ello, importa poco la verdad o mentira desa historia a nuestro propósito, aunque ya sabéis que es tenida por fabulosa, afirmando gravísimos philósophos que cuando así se criasen los tales niños, o que no hablarían, o si hablasen sería una lengua confusa, bestial y no entendida de otros que de los niños mismos. (Diálogo de las lenguas, fols. 127v-128r; énfasis mío).
Fijémonos en la mayor innovación que se produce: los niños ya no piden pan en frigio sino en "lengua caldea". Los rasgos temáticos de la fuente clásica se han fosilizado: se suprime toda referencia a su circunstancia histórico-ambiental, que se da por conocida, y se omite cualquier alusión al vocablo incriminado bec
—que el autor no ignora, como se descubre en los intersticios del Diálogo. Esta condensación refleja cierta tendencia a elevar la anécdota al rango de demostración emblemática. Pero en la respuesta de Damasio, la idea de una lengua original muestra abiertamente su incompatibilidad con la tesis de la convencionalidad del lenguaje[6]. El caldeo no es una lengua cualquiera sino un ejemplo admisible para cuestionar la existencia fundada y justificable de una lengua natural. El innatismo lingüístico es un rasgo distintivo del hombre: si naciera aislado no hablaría ninguna lengua en concreto, sino que se esforzaría por emitir sonidos incomprensibles bajo el impulso natural de comunicar con su entorno.
Es lo que también implican las palabras que la Gramática pronuncia en el quinto libro de la Arcadia (1598) para describir la lengua primordial del ser humano. Por ocupar su acostumbrado lugar de "pórtico" de todas las ciencias, esta "hermosa doncella, enseñando a gran variedad de jóvenes que atentamente la escuchaban", es la primera de las siete artes liberales del Trivium y del Quadrivium que toma la palabra. Después de ilustrar, desde una alta cátedra, la función del "arte de escribir", la invención de las letras y su configuración, y antes de caracterizar la lengua latina y algunas de sus derivaciones específicas (italiano y español), pasa a afirmar lo siguiente:
Toda lengua es común al hombre y sólo
no hablaría cual dicen el caldeo
de todas cuantas hay de polo a polo.
(V, vv. 41-43)
Gracias a Crawford (1915), sabemos que las largas tiradas de las artes liberales "are copied almost textually" de los primeros seis capítulos de la Visión deleitable de Alfonso de la Torre (redactada entre 1445 y finales de 1453), que Lope compendia y versifica[7]. Morby y Sánchez Jiménez, editores de La Arcadia, precisan que el Fénix no traspuso fielmente su fuente sino que la malinterpretó: "Alfonso de la Torre no dice que no fuese lengua hablada el caldeo. Sí niega que el hombre, dejado solo desde su creación, hablaría esa lengua" (Morby 1975, 408, n. 77; así también en Sánchez Jiménez 2012, 617, n. 1004). Ambos advierten que Lope entendió que 'el caldeo no fuese una de las lenguas habladas en el mundo' y por lo tanto le atribuyen la idea de que el hombre, entre todas las lenguas que le son comunes, 'tan solo el caldeo no hablaría', es decir, hablaría todas menos esa: "[Torre] nunca afirma lo que entiende el Fénix, que el caldeo no fuera una lengua hablada", aclara Sánchez Jiménez (619, n. 1010). ¿Pero es realmente lo que entiendió el Fénix?
Es preciso volver al texto subyacente de la Visión deleitable para comprobar que Torre niega la existencia de una lengua natural y solo reconoce como innata la inclinación del hombre al lenguaje:
Una lengua no es al omne más natural que otra, e por tanto yerran los que dizen que dexando al omne solo desde la creaçión suya que fablaría caldeo; e esto non es verdad, ca lo contrario vemos en las bárbaras naçiones. Verdad sea que la naturaleza instiga al omne buscar manera de entenderse con otro o por señales o gritos o sylbos o palabras, pero estas maneras todas son en el mundo. Yten, notorio es que la lengua caldayca es lenguaje perfecto e çierto es que la naturaleza del omne comiença por aquello que es más ynperfecto e más confuso; pues, ¿cómo pueden ellos dezir que una lengua sea más natural que otra? (Visión delectable I, 3; 1991, I: 112).
Por su parte, Lope condensa en pocos sintagmas las dos argumentaciones que Torre despliega en las líneas citadas, a saber: las naciones bárbaras —paradigma del aislamiento de la sociedad educada en el uso de las lenguas convencionales conocidas— no hablan la "lengua caldayca"; su perfección la situaría en la cumbre de un trayecto de aprendizaje que arranca forzosamente de lo más imperfecto. En esta sección de la Visión deleitable, donde Gramática alecciona a Entendimiento sobre el origen de las lenguas y su diversidad, Torre revisa algunas teorías de sus fuentes principales —el Anticlaudianus y las Etimologías (Crawford 1913)— inspirándose en la Guía de los Perplejos de Maimónides, que consigue conjugar con el pensamiento escolástico[8].
La referencia al caldeo no ha dejado de extrañar por su supuesta incoherencia (ya que Torre afirma a continuación que Adán habló en lengua hebrea), y aunque aparezca en Isidoro, no es propiamente de allí que debió de sacarlo[9]. A mi modo de ver, se ha de adscribir por completo al mismo Torre, que al impugnar la 'prueba del aislamiento' (dexando al omne solo desde la creaçión) quiere distanciar la verdad de la humanidad de la de la Biblia, esto es, la experiencia del hombre común de la del primer hombre. El argumento venía al caso, en efecto, con la tercera quaestio que Entendimiento le había dirigido a Gramática: ¿cómo pudo Adán aprender a hablar un idioma en ausencia de otros hombres? Y la digresión exegética de Gramática presenta aquí un obstáculo infranqueable, ya que le sugiere al Entendimiento que no busque ninguna demostración empírica y se contente con la fe:
El Entendimiento preguntó: "Veamos, ¿en el paraýso avían fablado?".
La donzella dixo que sý, e el Entendimyento le dixo que quién le avýa mostrado esta fabla como non oviese avido partiçipaçión de otra gente de quien oviese deprendido, e, sy él la falló, por qué más esta lengua que otra, e sy ge la mostró Dios; es la misma qüistión.
La donzella dixo: "Demanda[s] causas de la voluntad de Dios e de sus secretos e non perteneçe a mi declarar; después que subieres en el monte serás digno de resçebir e saber estos secretos. Basta que la Sacra Escritura tyene que Dios fabló e maravillóse quando dixo "Fiat lux" e otras cosas senblantes que en la creaçión del mundo fabló en qué lengua lo dixo, como non oviese lengua, [e] por qué Adam escogiese más esta lengua que otra natural mente.
(Visión delectable I, 3; 1991, I: 111)
Lo que de buenas a primeras podría parecer incoherente, se inserta plenamente en el proyecto de adaptación del aristotelismo radical a la doctrina cristiana que el Bachiller persigue en la Visión deleitable[10]. En realidad, Gramática no "proceeds to illustrate —a point not raised by Isidore— the conventionality of language in general and 'Chaldean' in particular", como arguye Girón-Negrón (2000, 88); más bien deberíamos afirmar que desmiente el innatismo lingüístico mediante la refutación del experimento 'adaptado' de Psamético, pero sin llegar a firmar que el empirismo es incompatible con la verdad de la Escritura.
En una de las primeras páginas de sus Confesiones, San Agustín plantea la misma oposición entre disposición innata al lenguaje y adquisición lingüística, pero remarca que la más auténtica fuente de aprendizaje no es la lengua que el niño escucha a su alrededor, sino la que tiene en su mente:
Y de dónde había aprendido a hablar lo he comprendido después. En realidad, quienes me enseñaban no eran las personas adultas, ofreciéndome palabras en alguna secuencia pedagógica, como después las letras, sino que fui yo mismo, con la mente que me has dado, Dios mío, al querer expresar todos los sentimientos de mi corazón con gemidos y voces varias y variados movimientos de mi cuerpo para que mi voluntad fuese obedecida, al no ser capaz de expresarme ni en todo lo que quería ni a todos los que quería. Según aquéllos nombraban alguna cosa, la iba grabando en la memoria; y cuando, según aquella palabra, movían su cuerpo hacia algún objeto, lo veía y retenía que aquel objeto era designado por ellos mediante el sonido que pronunciaban cuando lo querían mostrar […]. De este modo, poco a poco iba deduciendo de qué cosas eran signo las palabras colocadas dentro de frases distintas en su debido lugar y oídas muchas veces; y a través de ellas iba ya enunciando mis deseos con una boca instruida en esos signos. (Confesiones I, 8, 13; 2010, 130-131; énfasis mío).
Las correlaciones con la interpretación convencionalista de la fábula de Psamético son más que evidentes: el aprendizaje de la lengua nativa se realiza dentro de los dominios de cualquier aspirante a hablar y el lenguaje se presenta, ab initio, como respuesta a un estímulo o a un deseo, y se desarrolla apoyándose en la imitación. Este enfoque prevaleció durante largo tiempo, sobreviviendo en las teorías del aprendizaje conductista y del asociacionismo empirista: el sujeto del aprendizaje aprende imitando la actuación de un 'modelo'. Bruner (1986, 32-35) sitúa su punto de arranque precisamente en San Agustín y discute su fracaso con la emergencia del nativismo de Noam Chomsky[11]. Pero la perspectiva de San Agustín no se limita al empirismo. El fragmento citado parte claramente de un enfoque 'nativista', de marca teológica por supuesto: 'nadie le enseñó a hablar' sino Dios, habiéndole infundido en la mente una estructura innata. Una especie de patrimonio genético a lo divino y, parafraseando a Chomsky, la idea de que "la competencia lingüística estaba allí desde el comienzo, lista para expresarse cuando las limitaciones de la realización se ampliaran por el crecimiento de las habilidades que se requerían" (Bruner 1986, 35).
Volvamos ahora a la supuesta equivocación de Lope, la cual, según todo parece indicar, procede de una errónea fijación del texto de la Arcadia. Sánchez Jiménez, que basa su edición en la princeps de 1598, "que el propio Lope debió de preparar para la imprenta" (Sánchez Jiménez, 2012, 101)[12], transcribe sólo en línea de continuidad con Morby, que adopta el acento diacrítico como otros editores (v., por ejemplo, Guarner 1935, I, 269 y McGrady 1997, I, 319). Sin embargo, la función adverbial no satisface aquí la coherencia de sentido, que recobraría valor semántico si reintegráramos la función predicativa de solo, con el significado de "aislado, apartado", precisamente como los niños del experimento 'faraónico' cuando profirieron sus primeras palabras. Resultaría también más clara la correspondencia entre filogénesis y ontogénesis, reflejo de la creencia de que la infancia de cada ser humano recrea la infancia de la especie, de que "tout homme naît Adan" (Dubois 1970, 57).
La voz de la Gramática sufraga con el sello de la autoridad el ataque al mito de una lengua primigenia: ella es un testigo tan inatacable como Adán en el Paraíso de Dante.
No es difícil deducir que en la razón por la cual se produjo ese error de fijación textual repercutió el desconocimiento de un trasfondo cultural donde se escuchan los ecos de Psamético y se mezclan interrogantes lingüísticas y respuestas ideológicas. Y aunque la reelaboración de Frías no llegó hasta la concisión de Lope ni recuperó la conciliación de Torre, los tres van por un mismo camino: ya no les hace falta el nombre de Heródoto puesto que enfrentar la tradición pagana a la cristiana debió de parecerles ya poco funcional, infructuoso o agotado. Huelga notar, en efecto, que en el espacio que media entre la prosa de Torre y los versos de Lope, asistimos a una sustitución léxica de cierta relevancia, la del adjetivo común por natural:
Una lengua no es al omne más natural que otra, e por tanto yerran los que dizen que dexando al omne solo desde la creaçión suya que fablaría caldeo […] (Visión Deleytable)
Toda lengua es común al hombre y solo no hablaría cual dicen el caldeo [...] (Arcadia)
Ese cambio confuta una categorización lingüística que situó en la cúspide jerárquica lo primigenio (natural), como hace Torre, y coloca en su base lo que se vino reconociendo como equivalente y paralelo (común), como mantiene Lope. La horizontalidad del adjetivo común consigue reequilibrar los prestigios, llegando a borrar toda jerarquía entre las lenguas. No solo inferimos que no existe una lengua innata (natural), sino que cualquiera de ellas le puede ser 'común' al hombre, porque todas le son propias. Es una aseveración que se formula desde el prisma de la convencionalidad: ya no venía al caso perder el tiempo en molestar a Heródoto. Aun así, la mención del caldeo no deja de ser curiosa.
3. Hebreo y caldeo: huellas de una competencia ilustre (al margen de Nebrija)
Para explorar las razones de la supresión del frigio y su sustitución por el caldeo en el marco de una anécdota que fue fosilizándose y perdiendo su valor original de contraargumento implausible del mito del hebreo, debemos exhumar otra tesela del mosaico de textos donde aparece la referencia a Psamético. Hacia la mitad del siglo XVI, Pedro Mexía, que le dedica al experimento unas cuantas líneas en su Silva de varia lección, expone prudencialmente sus perplejidades acerca de la existencia de una lengua original y sin embargo no duda en defender el origen monogenético, disculpando a quienes, en virtud de la analogía con el hebreo (Isidoro docebat), afirmaban "aver sido la primera <lengua> del mundo la caldea" (Silva I, 25) No se detalla quiénes fueron sus partidarios, como para desacreditar aún más una tesis tan estrafalaria (sobre este debate, v. Dubois 1970, 83-92; Hymes 1974, 241-251, y Droixhe, 1978, 53-60 y 118-126). Vale la pena reproducir íntegramente el fragmento aludido:
Pues volviendo al propósito de las lenguas, es cuestión digna de ser inquirida y sabida, qué lengua es aquella en que los hombres todos hablaban antes de la confusión y división dellas. Sant Augustín [...] determina ser la lengua primera la [h]ebrea [...]. De manera que la lengua hebrea fue la primera en que habló Adam y los de la primera edad; y ésta se guardó en Heber y sus sucesores [...]. Y esto es de tener por más cierto, que no lo que algunos afirman: aver sido la primera <lengua> del mundo la caldea; los cuales se pueden desculpar, porque estas dos lenguas son muy afines y cercanas, y conforman en los carateres de las letras y en muchas cosas otras.
Suélese también, en este propósito, dubdar qué sería si dos niños o más fuessen criados desde su nascimiento donde nadie hablase, qué lengua es de creer que hablaría; algunos tienen que sería en la que avemos dicho que fue la primera; otros, que en la caldea. Erodoto, en su libro segundo, escribe aver sido esta experiencia ya hecha; donde cuenta la hystoria desta manera: que, competiendo los Egypcios con los de Frigia, porque ambas gentes pretendían preceder en antigüedad y aver sido ellos los primeros pobladores, se concertaron y vinieron en dezir que se criassen dos niños en la manera ya dicha, en lugar do nunca oyessen palabra; y que la lengua en que ellos después naturalmente hablassen fuese tenida por la primera, y assí, la gente que la hablava, por más antigua [...].
Y, si ello pasó assí, pudo ser que aquellos niños oyeron aquella voz, Bec, a algunas vacas o bezerros en el campo, y allí lo aprendieron; porque mi opinión sería que, si assí se criassen niños, que ellos hablarían la lengua que primero se habló en el mundo, que paresce que es la natural, que como he dicho es la hebrea. Y aun más me osaría determinar: que ellos, entre sí, hablarían lengua y pornían nombres estraños a las cosas, como se entendiessen, que no fuesse en lengua ninguna de las que vemos; y aun assí, vemos que los niños chequitos naturalmente ponen nombres a algunas cosas, y las piden, que paresce que naturaleza se esfuerça a hazer lengua antes que ellos aprendan las de sus padres. En esto la experiencia nos podría sacar de dubda, si alguno muy curioso lo quisiesse hazer; en tanto, tendrá cada uno la opinión que quisiere, pues va en ello muy poco. (Silva de varia lección I, 25; énfasis mío).
Como se aprecia, Mexía concuerda con la apropriación tradicional —el experimento es tan "curioso" como vano— y lo trae a colación con objeto de desacreditarlo. Sin embargo, da un paso más: sin negar la existencia de una lengua original y afirmar la primacía del hebreo sobre el caldeo, formula una teoría favorable a la arbitrariedad del signo lingüístico, que parece entrar en conflicto con el monogenetismo de la visión bíblica: niños criados sin ningún patrón lingüístico hablarían una jerigonza o "protolengua" inaudita —lo que hoy sería, en la terminología científica al uso, un típico fenómeno de lalación, indicio de un instinto natural a la comunicación verbal que nada tiene que ver con la lengua de los padres carnales ni mucho menos con el idioma de Adán. Así que, Mexía reafirma la primacía del hebreo y, por el otro, cuela la prudencial "osadía" de que no existe una lengua original. La audacia consiste, con toda evidencia, en borrar toda jerarquía entre las lenguas, pero sin negarle expresamente al hebreo su lugar de honor consueto. Mexía ponía el dedo en la llaga, pero con precaución, invitando a alguien "muy curioso" —tan curioso como Psamético— a que disipara sus dudas. Tal vez no llegara a sus oídos que a principios del siglo XVI repitieron el experimento tres imitadores del faraón egipcio: Carlos IV de Francia, Jacobo IV de Escocia (1488-1513) y el emperador mogol Akbar Khan, descendiente de Gengis Khan, y que solo el segundo confirmó que los niños "hablaban muy bien el hebreo" (Vélez 2006, 233; v. también Waterman 2006, 15). De todos modos, sus deducciones estaban lejos de la perentoriedad de un Lope.
Para que la tesis de la convencionalidad del lenguaje mostrara más abiertamente su incompatibilidad con el dictado de la Escritura habrá que esperar por lo menos la segunda mitad del siglo XVI, cuando rastreamos ejemplos de posturas más asertivas, como la de Damasio de Frías. Ya vimos que en su Diálogo de las lenguas rechaza por improbable el experimento de Psamético, y sin hacer ninguna mención del hebreo, invoca la auctoritas de "gravísimos filósofos", cuyos nombres sin embargo pasa por alto (v. infra, p. 4). Por lo que atañe a la verosimilitud del relato, Antonio y Damasio concuerdan en considerar que la verdad del experimento no constituye un problema inherente al tema de su conversación, y sus palabras recuerdan la indiferencia de Mexía hacia el mismo problema lingüístico: "en tanto, tendrá cada uno la opinión que quisiere, pues va en ello muy poco" (Silva I, 25). Pero el caso es que Damasio personaje, portavoz del pensamiento del autor histórico, parece negar la existencia fundada y demostrable de una lengua natural, con independencia de que esta fuera frigia, hebrea o caldea. Deja a sus defensores sin identidad manifiesta pero suficientemente insinuada como para suscitar, en la respuesta de su interlocutor, Antonio, la reivindicación de la autoridad de otros "grandes philósophos", "tan graves, y no sé si más doctos", que defendieron lo contrario (Diálogo de las lenguas, f. 128r). Frías sigue dando cuenta de la "depaganización" a la que estuvo sometida la leyenda de Psámetico: frigio y egipcio fueron oportunamente sustituidos por carecer del prestigio que solo podían gozar lenguas que pertenecían a la tradición bíblica[13].
Ahora bien, dentro de la relación igualitaria que se fue estableciendo entre las lenguas orientales involucradas en la transmisión textual de la Biblia —el hebreo, el árabe y el caldeo, el copto, el etíope y el persa (Demonet-Launay 1992, 25 y 64)—, la equiparación de hebreo y caldeo dio lugar a una disputa de superioridad que Antonio recuerda como sigue:
Esta misma competencia hubo siempre entre hebreos y caldeos, y entre ellos ningunas historias o memorias antiguas otras eran de tanto momento en el juizio desta contienda cuanto la antigüedad que cada una destas gentes allegaba de su lengua. (Diálogo de las lenguas, f. 130v)
Lenguas tan afines no solo podían ser confundidas, sino que estaban destinadas a disputarse la primogenitura lingüística. Isidoro no llegó a plantearla, aun admitiendo el parentesco de hebreo y caldeo (Etym. IX, i, 9)[14], que confirmaron los principales representantes de la cultura judía medieval, como Abraham Ibn Ezra, Juda ha-Levi o Maimónides. A finales del siglo XV, Egidio de Viterbo, Reuchlin y Elias Levita subrayaron la importancia del vínculo y de las comparaciones entre las lenguas de la familia semítica y fue precisamente en el marco de estos estudios comparativos que empezó a cuestionarse la supremacía del hebreo. Ya a partir de la segunda mitad del siglo XVI, poco después de la defensa de Mexía, su reputación empezó a vacilar[15]. Torre, por lo visto, se había adelantado bastante en atenuarla. Hasta en Nebrija se ha vislumbrado cierta resistencia a acoger pasivamente la superioridad del hebreo, cuando, en su Gramática, al trazar la parábola de la historia lingüística de los judíos, asegura que "es cosa verdadera o mui cerca de la verdad" que los patriarcas "hablarían en aquella lengua que traxo Abraham de tierra de los caldeos hasta que descendieron en Egipto, i que allí perderían algo de aquélla i mezclarían algo de la egipcia" (Gramática sobre la lengua castellana, Prólogo, 4). Es lo que sugiere Stegagno Picchio (1959, 25), cuando afirma que Nebrija "aveva rifiutato di seguire supinamente la comune opinione, di procedenza patristica, che ravvisava nell'ebraico la lingua di Adamo e dei patriarchi e pertanto la prima lingua parlata dall'uomo". Lo mismo defiende Perea Siller (2010, 759-760) que habla incluso de un precoz intento desacralizador de la lengua hebrea. Al contrario, para Carmen Lozano (2011, 5, n. 9 y 493), estaría simplemente considerando que hebreo y caldeo eran una misma lengua, con el respaldo de San Isidoro. Pero él mismo se preocupó por mostrar la incoherencia de esta opinión en Etym. IX, i, 9: "Hay quienes opinan que la lengua hebrea es la misma que la caldea, porque Abrahán fue de origen caldeo. Pero, admitida esta teoría, ¿cómo es posible explicar que, en el libro de Daniel, los jóvenes hebreos se vieran en la necesidad de aprender una lengua que no conocían? (Dan 1,4)".
Lo que sí es cierto es que Nebrija no habla del hebreo a secas:
I llamo io agora su primera niñez todo aquel tiempo que los judíos estuvieron en tierra de Egipto, por que es cosa verdadera o mui cerca de la verdad que los patriarcas hablarían en aquella lengua que traxo Abraham de tierra delos caldeos hasta que descendieron en Egipto, i que allí perderían algo de aquélla i mezclarían algo de la egipcia. Mas, después que salieron de Egipto i començaron a hazer por sí mesmos cuerpo de gente, poco a poco apartarían su lengua [de la] cogida, cuanto io pienso, de la caldea i de la egipcia i dela que ellos ternían comunicada entre sí, por ser apartados en religión delos bárbaros en cuia tierra moravan. (Gramática sobre la lengua castellana, Prólogo, 4-5)
A mi modo de ver, Nebrija no entró deliberadamente en la cuestión de la superioridad de la lengua hebrea porque se sirvió de las teorías que objetaban su primacía para corroborar la tesis de la corrupción de una lengua a falta de un imperio y una unidad territorial sólidos. Al afirmar que la lengua hebrea, traída de tierra de los caldeos, transcurrió su niñez en Egipto, no data su uso en los albores de la humanidad ni en el tiempo de la destrucción de la torre, como lo esperaríamos: ni Adán ni Heber aparecen como protagonistas de esa 'infancia' tumultuosa. Era una malicia exegética que Nebrija pudo aprender de los Padres de la Iglesia disidentes con el mito del hebreo, y que dataron su uso solo a partir del éxodo de Egipto, como lo hace "d'un point de vue plutôt rationaliste" San Gregorio de Nisa (v. Droixhe 1978, 35). En el siglo V, Teodoreto de Ciro, uno de los últimos teólogos de la escuela de Antioquia, se alzaba contra el 'prejuicio' del hebreo y defendía la antigüedad de los caldeos con un argumento muy parecido al que trae la Gramática: Abrahán, exiliado en Babilonia, vio su lengua corromperse por la interferencia de la de sus dominadores. Era cuando menos una prueba de la contemporaneidad de hebreo y caldeo, y fomentó ampliamente su rivalidad[16]. Los que le adjudicaban la primacía al caldeo —cuyo nombre alterna con el de su más importante dialecto, el arameo— sufragan su antigüedad mediante la prueba etimológica, ya que relacionan su historia lingüística con las figuras de Abrahán y de Arán[17]. Así lo testifican San Agustín y San Isidoro, a partir de Génesis 11, 28[18]. El primero aclara que la región de los caldeos pertenecía al reino asirio, donde "prevalecían también las impías supersticiones", y la única familia "en la cual había permanecido el culto de un solo Dios verdadero" era la de Taré, de la cual nació Abrahán, "y probablemente en ella sola se había conservado la lengua hebrea" (La Ciudad de Dios XVI, 12). Después de pasar a Mesopotamia e instalarse en Jarán, Taré y los suyos sufrieron persecución por los caldeos, por no querer adorar a los dioses de sus antepasados, y Dios les prometió la tierra de Canaán (La Ciudad de Dios XVI, 13-21). Pero antes habrían de sufrir el cautiverio de Egipto.
¿De qué forma, pues, se había conservado su lengua? Esta es la pregunta a la que intenta responder Nebrija cuando averigua "ligeramente" que el hebreo "a penas pudo hablar" en su 'niñez', remontando esta a circunstancias anteriores a la estancia del pueblo elegido en Egipto.
Todo parece indicar que la lengua que "traxo Abraham de tierra de los caldeos"[19] no era propiamente el hebreo ni el hebreo bajo nombre de caldeo. No era sino hebreo 'corrompido' y mezclado con el caldeo. Consiguió algo depurarse (perderían algo de aquélla) al abandonar Babilonia, para luego pasar a sufrir el dominio del egipcio (mezclarían algo de la egipcia), del que se liberó cuando los judíos dejaron las tierras extranjeras y asentaron su identidad de pueblo (començaron a hazer por sí mesmos cuerpo de gente). Estas 'contaminaciones' darían fe de su lento deterioro, antes de su depuración y restauración definitivas. Es lo que también se comprueba por los verbos perder, mezclar y apartar, que describen el proceso por el cual pasó el hebreo[20].
Resumiendo, es muy posible que Nebrija se inspirara en varias teorías que nacieron en contra de la tendencia mayoritaria —y ortodoxa— del hebreo como lengua primordial incorrupta, pero no con la intención manifiesta de debilitarlas, sino con el objeto de garantizarse una prueba más para revalidar su concepción organicista, que veía en la 'niñez' de un idioma un estado de imperfección e inestabilidad también política. No creo que quisiera respaldar la teoría del caldeo primitivo o equiparar caldeo y hebreo, sino aprovechar los argumentos esgrimidos a favor de la antigüedad del caldeo (en sus distintas denominaciones) para hacer hincapié en el proceso de corrupción que al hebreo le tocó padecer antes de asentar su autonomía y emprender su camino de esplendor bajo Salomón y David.
El caldeo no era una lengua cualquiera. No solo se acreditó como idioma capaz de rivalizar con el hebreo en cuestiones de antigüedad lingüística, sino que también estuvo involucrado en la dignificación de la lengua primitiva de la Península. Me refiero al mito del origen caldeo de Túbal, a saber, a la matriz caldea del español primitivo y a la moda arameizante que había implantado Annio de Viterbo[21]. Frente a la hipótesis del euskera, la del caldeo podía gozar de una reputación más prestigiada, al hilo de una antigüedad fundamentada en la transmisión textual de la Biblia. Por eso no faltó quien defendió la procedencia del euskera del caldeo, como lo hace el autor anónimo de la Gramática de la lengua vulgar (Lovaina, Bartholomé Gravio, 1559)[22].
Así que el caldeo compitió por el trono de lengua más antigua, se elevó a rango de lengua primitiva de España, y se consideró una pieza clave para que la leyenda de Psamético pasara a formar parte del debate sobre arbitrariedad y convencionalidad lingüística. Menos inatacable que el hebreo, más maleable porque más difuminadas su identidad y su historia, el caldeo sirvió para cuestionar, más allá de la primogenitura del hebreo, el carácter motivado de la lengua primitiva (no podía cuestionarse a partir del hebreo) y tal vez, de manera encubierta, la misma hipótesis monogenética. Cuando menos gararantizó que la validez de esos factores quedara restringida al primer hombre, y certificó que nadie pudiera replicar aquella experiencia. El prestigio del caldeo debió verse reforzado cuando el debate sobre la lengua original de la humanidad, que estaba perdiendo interés, corrió pareja con el que se originó acerca de la individuación de la primitiva lengua nacional y, con las reflexiones sobre la convencionalidad del lenguaje. Sería este el terreno de referencia en el que buscar la razón de la 'acomodación hispánica' de la leyenda de Psamético.
4. Naturaleza y convencionalidad lingüística: una conciliación posible
La línea aparentemente 'ambigua' sostenida por Mexía siguió siendo el amparo de los que no se enfrentaron abiertamente a la hipótesis de una lengua original o a la primogenitura del hebreo, sin renunciar a levantar sus dudas al respecto de su infalibilidad. Muchos sostuvieron al mismo tiempo la arbitrariedad del signo lingüístico, la impronta convencional de las lenguas, y el carácter motivado y natural del hebreo (v. Perea Siller 2004). Fue también la postura de Covarrubias, que en su Tesoro atribuyó al experimento del "rey Sanmenito" una debilidad científica imperdonable, pero igualmente insuficiente para desacreditar la tesis de una lengua original. Covarrubias traía otro argumento a favor: el valor bisémico del vocablo bec. Por ser también una lexía francesa con el significado de pico, venía abajo su exclusiva vinculación con el frigio. Indiferente al matiz anacrónico de su razonamiento, invalidaba el experimento con la prueba de dos significantes semánticamente distintos:
Lengua, se toma muchas veces por el lenguaje con que cada nación habla, como lengua latina, lengua griega, lengua castellana, etc. Y en esta sinificación no hay lengua que se pueda llamar natural; pero la razón tiene fuerza en el hombre de formarla a su beneplácito. Si diéramos caso que los que se criasen o fuesen mudos o no le hablasen ninguna palabra, formaría él su lenguaje propio. Esta experiencia quiso hacer el rey Sanmenito, hijo de Amasis, rey de Egipto, según Heródoto y Suidas, y lo refiere el padre Pineda en su Monarquía, libro cuarto, capítulo 27, § 2 y por haber oído los niños el balido de las ovejas, pronunciaron esta palabra bec, que en lengua frigia vale tanto como pan; y con esto se persuadieron que los de Frigia eran los más antiguos del mundo, cosa vana y ridícula, pues también en lengua francesa bec quiere decir el pico de ave. Aristóteles atribuye esta curiosidad al rey Amasis, su padre. Lo cierto y sin contradicción es que la primera lengua que se habló en el mundo fue la lengua hebrea, infundida por Dios a nuestro primero padre; con esta puso nombre Adán a todos los animales de la tierra y las aves del cielo, y el nombre que a cada uno puso era el propio suyo, según su calidad y naturaleza; como consta del Génesis, capítulo segundo […]. Por manera que si alcanzáramos la pureza desta lengua y su verdadera etimología, no se ignorara tanto como se ignora de las cosas. Duró esta lengua (sin que hubiese otra) hasta después del diluvio […]. Desta confusión resultaron las setenta y dos lenguas en que se dividieron, y fue ocasión de que siguiendo cada uno la que le fue infundida o confundida, se dividieron a poblar diversas provincias; y no es de maravillar que en lenguas muy extrañas se hallen algunas palabras que tiren a las hebreas, pues desgajándose della, como de su madre, llevasen algún rastro de su primer origen. (Tesoro, s.v. lengua; énfasis mío).
Como tal "curiosidad" arqueológica, la fuente de Heródoto puede figurar en su versión original, sin cambios ni ajustes ni omisiones. No constituye un argumento en contra del monogenetismo lingüístico y es evidente su valor demostrativo a favor de la convencionalidad, con excepción del hebreo. La perfección de la lengua adámica, primitiva y motivada se armoniza con el topos del arbitrio humano como fragua de la lengua, y de la razón como dispositivo de creación y cambio lingüísticos. Semejante ósmosis ideológica conseguía quitar al problema muchas de sus espinas y llevar la arbitrariedad a una confluencia forzada con el innatismo y la motivación. No será ocioso recordar que esta tesis lucía un antecedente ilustre: el beneplácito al que se refiere Covarrubias no es sino el arbitrio o gusto humano al que Dante apelaba como único 'molde' del lenguaje, después de que la primigenia lengua muriera (Par. XXVI, 124-132)[23].
Sigamos la indicación del Tesoro y naveguemos por los treinta libros de la Monarquía Eclesiástica o Historia Universal del Mundo desde su Creación de fray Juan de Pineda en búsqueda de Sammenito, corrupción de Psamético, que encontramos en el capítulo 27 del IV libro:
De este rey Sammenito dizen Herodoto y Suydas que fue curioso en aueriguar que gente ouiessse sido la primera del mundo y que dio dos niños pequeñitos a un pastor para que en el campo los criasse con leche de sus cabras, mandando le so graues pena que ni el ni otro alguno hablasse delante de ellos: porque creia que si los niños dixessen alguna palabra en lengua de alguna gente, que aquella gente seria la primera del mundo. Quando los niños passauan ya de dos años acontecio que llegando vna vez el pastor a la puerta de su cabaña, ellos estendian las manezillas hazia el, y dezian becus, con lo qual los lleuo al rey que tambien vio que pronunicauan becus; y como se aueriguasse que en la lengua de los de Phrigia quería dezir pan, creyeron que los de Phrigia eran los mas antiguos del mundo, como su lengua se mostraua la mas natural al hombre, y con esto dieron la ventaja de la antigüedad a los Phrigios, con los quales dize Pausanias que tuuieron hasta entonces grandes competencias sobre la tal antigüedad: mas yo con S. Augustin y con Celio Rodigino creo sin duda que ninguna manera de hablar es natural al hombre, sino que si muchos hombres desde niños como aquellos se criassen sin oir algún lenguage, ellos inuentarian cada qual su manera de darse a entender, y creo que nunca dos concertarían en las palabras o siluos o derriados con que exprimiessen sus conceptos. Y de lo del becus de los niños me parece deuer se decir que llorauan de hambre, y que hazian pucherillos (como dizen) o si quereys que oyendo el bec de las cabras le ayan deprendido, sea ansi, quanto mas que Suetonio dize que en Francia solia significar Becus pico de gallo. Aristoteles al rey Amasis aplica todo esto que dezimos de Sanmenito [Rhet. 19, e li 2] y no lleua poca razon, pues entre Amasis y Cambyses no pone algún rey Eusebio: y Clemente Alexandrino dize que los de Phrigia llamauan Bedy al agua lo qual es en fauor del becus, y Clemente Romano fauorece mi razon diciendo que la lengua Hebrea que fue la primera del mundo, no fue inuentata por los hombres, sino infusa por Dios: como la otra Sibyla fauorece lo de la mayor antiguedad de los de Phrigia diciendo que alli começaron las aguas del diluuio a dexar descubierta la tierra: lo qual concederíamos por verdad, si nos prouassen que es la mas alta tierra del mundo, mas bien sabemos que no lo es.[24]
La anécdota de Heródoto, que mantiene intacta su estructura narrativa, tiene aquí la función de abordar una reflexión sobre la posible existencia de una lengua natural; sin embargo, el franciscano cierra el párrafo con una acotación al margen que declara que "ninguna lengua es natural al hombre", y menciona la hipótesis del hebreo como lengua primigenia, con la que concuerda. Luego hace hincapié en la propiedad de los nombres impuestos por Adán, que "entendio las naturalezas de todos ellos" y "fue el mas sabio del mundo" (Pineda 1588, 23r), y defiende la motivación lingüística de la lengua hebrea, como Covarrubias (v. Perea Siller 2006, 234). En su intento conciliador, no le hacía falta mencionar el caldeo.
Es de notar que el episodio de Psamético vuelve a aparecer en el Tesoro, y a una premisa abiertamente antiinnativista le sigue una exposición que se presta a demostrar la disposición innata al lenguaje:
[…] presupuesto que el hablar no es cosa natural, porque si lo fuera todos habláramos una lengua; y así han sido necios los que con impertinente curiosidad han criado niños en soledad, esperando que ellos hablasen de suyo. Y aconteció a uno, criado en el monte, que de haber oído balar unas ovejas solo pronunciaba la dicción beg o bag, que en hebreo vale cibus, pan o otro manjar que sustente, בַּג bag, cibus, y de bag, beg, que lo uno y lo otro parece pronunciar la oveja cuando bala. Este tal niño, sin haber oído balar las ovejas de su natural formara voces, y las primeras fueran las más fáciles de pronunciar, como es el ba, be y el pa, pe, con solo apretar los labios más o menos; y por eso las amas les enseñan a que digan baba al agua y papa al pan y vianda. (Tesoro, s.v. infante; énfasis mío)
Nótense tres núcleos argumentativos: la palabra que pronuncia el niño aislado la reproducen las cabras cuando balan; también significa 'alimento' (en hebreo); el niño la pronuncia "de su natural", esto es, "sin haber oído balar a las ovejas". De suerte que beg (o bag) es al mismo tiempo un sonido onomatopéyico, una palabra con significado propio, y la expresión manifiesta de una facultad innata, en tanto que resultado de un esfuerzo articulatorio mínimo que todos los niños saben hacer cuando empiezan a hablar. Y lo más importante: los niños criados "en soledad" no hablan ni frigio ni cladeo, sino hebreo. Con el fin de 'fabricar' una 'etimología sacra' que se acercara lo más posible a la voz bec de la fábula de Heródoto, Covarrubias manipula la palabra hebrea פַתְבַּג (patbag) —que aparece atestada en Daniel (I, 5, 8, 13, 15, 16 y XI, 26) con el significado de 'manjar selecto' o 'comida del rey' (Holliday 1971, 300)— y la reduce a una lexía inexistente (bag).
La presuposición del inicio, pues, no contradice las conclusiones: el niño oye y no oye balar unas ovejas; las lenguas no son naturales y lo son. Hemos vuelto a Dante, y siempre a través de Psamético. Lo cual parece indicar que a lo largo de la centuria se cumplieron los auspicios de Mexía, que invitaba a disipar las dudas con la experiencia —"si alguno muy curioso lo [el experimento del faraón] quisiesse hazer" (Silva, I, 25). Pero recrear las condiciones en las que habló el primer hombre es una curiosidad que Covarrubias censura como impertinente: ella no viene nada al caso, ya que, aun sin oír ovejas y sin estar aislado, cualquier niño pronunciaría esa 'fatídica' palabra. En esto enlazan el dogma cristiano y la observación empírica.
5. Conclusiones parciales
La incorporación de la fábula de Psamético a la especulación sobre la lengua original de la humanidad descartó al frigio para hacerla compatible con el dogma monogenético hebreo —los niños no hablarían caldeo—, confirmándose así su primogenitura, como en la Silva de Mexía; contextualmente, sirvió para debilitar ese mismo dogma y el carácter motivado de la lengua —inclusive, y con mucha precaución, de la primera, como en la última cita de Covarrubias. De hecho, la estilización de la anécdota corre pareja con el uso instrumental de la misma a favor de la teoría de la convencionalidad lingüística. Cuando esta aún no había triunfado, se negó la existencia de una lengua original sin renunciar a admitir que el hebreo fuera tal. De ahí se explicaría la sustitución del frigio y del egipcio, no involucrados en las teorías lingüísticas del momento, y blancos demasiado débiles contra los cuales arrojar el dardo de la arbitrariedad del signo. Se habló en general de caldeo y no de hebreo tal vez con el fin de atenuar el impacto de una teoría convencionalista, puesto que la mención del caldeo no entraba abiertamente en conflicto con la exégesis bíblica sobre este tema. Raras veces se propone una confrontación tan abierta y radical como la que despliega Francisco de Vallés en 1587, que desmistifica expresamente al carácter natural del hebreo:
Falsum enim ac ridiculum, quod sibi quidam philosophiae ignari persuaserunt, siquis ab infantia nullum omnino docerutur sermonem, futurum ut loqueretur Hebraice, sermone scilicet, innatum hominibus […]. Hoc autem aut illo sermone uti, studio ac doctrina evenit, & ipsa quidem idiomata, usu ac tacita consensione hominum, nata sunt: praeter septuaginta illa, quae ad turrim babel, in divisione linguarum orta sunt, quorum Deus ipse voluit esse auctor & doctor, non quod illa potius, quam quae deinceps usu extiterunt, cognationem ullam haberent cum natura, sed quod ad brevem & expeditam distributionem gentium, expediret esse multilingues.[25]
En su defensa de la convención lingüística, Vallés iba directamente al objetivo final: al carácter motivado de la lengua hebrea —e indirectamente al mito de la lengua hebrea como primigenia de la humanidad. Pero en general, la desmistificación del experimento, prueba de una lengua original inscrita en el patrimonio genético del hombre, no parece llegar nunca a esos extremos. Mientras tanto, los partidarios del cratilismo, como el personaje de Antonio en el Diálogo de las lenguas de Frías, siguieron defendiendo la doctrina lingüística dominante, que ya empezaba a acomodarse con las exigencias del empirismo.
Otra cuestión, que aquí solo se ha visto de pasada, es que la hipótesis monogénetica y su relación con las posturas naturalistas o convencionalistas debió de entroncar con el intenso debate acerca de la búsqueda de la lengua primitiva de la Península. Creo muy posible que es este el terreno de referencia donde buscar la razón del recurso al caldeo. Baste traer a colación el testimonio de Esteban de Garibay que, en aras de defender la primogenitura del euskera, se detiene en una 'versión vasca' de la fábula de Psamético:
De grande consideración y misterio es esta lengua, ver, que a lo menos en España, todos los niños desde su natiuidad, traen esta lengua y misterio, porque las primeras palabras que hablan son tayta, que assi llaman al padre, y mama, que así llaman a la madre: nombres por cierto de la lengua de Cantabria, en la qual el padre llama Ayta y a la madre Ama. (cit. en Zubiaur Bilbao 1990, 125)
Era una demonstración más de que el vasco fuera una de las setenta y dos lenguas que se originaron en la confusio babélica.
Creo que acierta Zubiaur Bilbao (1990, 31) cuando, apoyándose en Demonet-Launay (1980), afirma que "el vivo interés de los lingüistas renacentistas por la fábula puede situarse —de modo un tanto paradójico— en un clima de progresivo distanciamiento del mito de la primacía del Hebreo". Pero no se hubiera podido confirmar su intuición sin una mirada detenida a los textos, que por cierto matizan esa sensación de 'paradoja' que se podría llevar el que los lea por separados. Por lo visto, la "sterile quanto rituale diatriba sull'origine del linguaggio", como la definió Stegagno Picchio (1959, 24), puede resultar estéril y ritual tan solo si se observan los resultados de tal especulación, y no tanto si se exploran las razones y los cambios culturales que la motivaron.
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[1] Así Waterman (1963, 14) define el siglo XVI.
[2] V. Tavoni 1990, que apunta al carácter mítico-religioso de la lengua prebabélica como a uno de los aspectos más debatidos por la lingüística del Renacimiento.
[3] "Entregó a un pastor dos niños recién nacidos, de padres vulgares, para que los criase en sus apriscos de la manera siguiente: mandole que nadie delante de ellos pronunciase palabra alguna, que yaciesen solos en una cabaña solitaria, que a su hora les llevase unas cabras, y después de hartarles de leche les diese los demás cuidados. Esto hacía y en cargaba Psamético, deseoso de oír la primera palabra en que los dos niños prorrumpirían, al cesar en sus gritos inarticulados. Y así sucedió. Hacía dos años que el pastor procedía de tal modo, cuando al abrir la puerta y entrar, cayeron a sus pies los dos niños, y tendiéndole las manos, pronunciaron la palabra becos. La primera vez que la oyó el pastor, guardó silencio, pero como muchas veces al irlos a ver y cuidar, repetían esa palabra, dio aviso a su amo, por cuya orden condujo los niños a su presencia. Al oírlos a su vez el mismo Psamético, indagó qué hombres usan el nombre becos, e indagando halló que así llaman al pan los frigios. De tal modo, y razonando por tal experiencia, admitieron los egipcios que los frigios eran más antiguos que ellos" (Historias II, 2).
[4] Su fama de historiador fue decreciendo a lo largo del Renacimiento y entre sus detractores encontramos al mismo Vives, como subraya Lama de la Cruz en su edición de los Nueve libros de la Historia (1984, 31).
[5] Así también en la traducción de Millis, con cierta modernización lingüística: la más interesante entre todas, el cambio de "lenguaje alguno" a "ninguna lengua".
[6] Para una descripción de la postura lingüística de Frías en el Diálogo de las lenguas, remito a mi edición del diálogo (en prensa).
[7] No se trata, por lo tanto, de una refundición de "los versos que recitan las doncellas de la Visión Delectable de Alfonso de la Torre", como anota Sánchez Jiménez (2012, 617, n. 1004) en su edición de la Arcadia, sino de la versificación de un fragmento en prosa.
[8] Es notoria la influencia de Maimónides en la Visión Deleitable, que recapitula Salinas Espinosa 1997, 33-49; por lo que atañe a las ideas lingüísticas, la subraya por primera vez Girón-Negrón 2000, 89: "De la Torre's departure from Isidorian source on the status of Adam's tongue seems to reflect Maimonides' defense of the conventionality of all languages, and Hebrew in particular, in his exegesis of Gen 2, 20 in MN 2, 30". Sobre la atención de la gramática en la Visión Deleitable, v. Salinas Espinosa 1997, 87-92.
[9] "De la Torre's mention of Chaldean should be noted. In Etym 9, 1, 9 Isidore offer a Biblical prooftext to show that Chaldean and Hebrew are not the same language. Some of De la Torre's comments suggests that he was aware of their difference. However, he later affirms that Adam spoke Hebrew, not Chaldean, which is inconsistent" (Girón-Negrón 2000, 88).
[10] Salinas Espinosa (1997, 83) recuerda que semejante adaptación responde a la petición hecha por el Príncipe de Viana en su Carta exhortatoria a los valientes letrados de España, que ella misma estudia (1999). Las ideas convencionalistas de Maimónides se describen en Septimus 1994.
[11] Bruner (1978) observa las transformaciones del enfoque de San Agustín en "la moderna vestimenta de imitación y refuerzo" (1986, 33).
[12] Esta errata vendría a sumarse a los pocos descuidos insustanciales que Serralta (2014) registra en su reseña a la labor editorial de Sánchez Jiménez, y que desde luego no perjudican su global juicio elogioso. Es sin duda otro ejemplo de cómo las operaciones y herramientas de fijación de los textos se construyen a base de una estrecha colaboración con la indagación hermenéutica, tanto histórica e lingüística como cultural y filosófica.
[13] No se sabe hasta qué punto se diferenciase el caldeo de sus distintos dialectos (el asirio-babilonés, el arameo bíblico, el de las traducciones de la Biblia o Targum, el arameo talmúdico y el sirio, en que había hablado Cristo), con los cuales a menudo quedó asimilado o alternó en la nomenclatura, a pesar de la publicación de la gramática caldea de Matthieu Aurogalle (1525) y del Dictionarium Chaldaicum de Sebastian Münster (1527). Arameo y sirio eran sinónimos aproximativos de caldeo y denominaciones intercambiables para indicar una misma lengua o una misma familia de lenguas.
[14] Al que alude también Girón-Negrón (infra, nota 8): "Syrus et Chaldaeus vicinus Hebraeo est in sermone, consonans in plerisque et litterarum sono" ['El sirio y el caldeo se asemejan mucho a la lengua hebrea, muy similar en la mayoría de sus aspectos, así como em el sonido de las letras']; cito por la traducción de BAC (2004, 731).
[15] "On peut donc considérer que, dans la seconde moitié du XVIe siècle, de nombreux éléments sont en place pur la reconnaissance européenne d'una relative unité sémitique fondée sur une conception largement démystifiée —quand ce n'est pas franchement contestataire— de l'hébreu", anota Droixhe (1978, 36). Sobre España, v. Perea Siller (2010), que adelanta al nombre de Nebrija la erosión del mito del hebreo.
[16] Droixhe (1978, 35-36), que ilustra como Teodoreto recupere la teoría nacionalista de Efrén de Siria (s. IV), que mantiene la superioridad lingüística de su lengua; ésta, como se ha visto, pertenece al tronco de la lengua caldea.
[17] Recapitulan este debate Droixhe (1979, 35-36) y Demonet (1992, 25-30); v. también Borst (1957, I: 258-275). La creencia de que todas las lenguas procederían de una promordial "harmonized well with etimology as practised in the West, which envisaged the bulk of vocabulary of any language as generated from phonetic distorsion and portmanteau combinations based on a core of primeval onomatopoetic words" (Keith Percival 1986, 62).
[18] "Sicut ergo Scriptura sancta indicante didicimus, in regione Chaldaeorum natus est Abraham: quae terra ad regnum pertinebat Assyriorum" (La Ciudad de Dios, XVI, 12); "Abraham de Chaldaeis fuit" (Etym. IX, i, 9).
[19] Plinio relaciona dos veces el antiguo territorio de Caldea, cuya capital era Babilonia, con una región que se solía identificar con la Baja Mesopotamia (Nat. Hist., V, xxvi, 90 y VI, xxx, 124). Aclara allí que Babilón, "antigua capital de Caldea" o "de las naciones caldaicas, consiguió una gran celebridad entre las ciudades del mundo entero, a causa de lo cual el resto de Mesopotamia y Asiria recibió el nombre de Babilonia". Sobre la localización de la región, v. también la traducción española de Fontán et alii (1998, 232, n. 317). El gentilicio caldaico "procede de la tribu aramea de los haldu, que se estableció en Babilonia y que en su día se apoderó del reino por obra de Nabopolasar, que participó en la toma de Nínive y en la destrucción del imperio asirio (612-611 a.C.)" (367, n. 440). Mexía habla de Mesopotamia a secas (Silva, 1, 25) .
[20] Nebrija no establece, pues, una relación de procedencia —como se afirma en Perea Siller (2010, 762)— sino de contacto lingüístico. Más tarde, en el escrito In Reuchlinum et Erasmum (1522), volverá sobre la cuestión del caldeo llamando la atención sobre quienes, "dotados de espíritu curioso", afirmaron que "tanto nuestro Salvador como los apóstoles y evangelistas no hablaron en hebreo, sino más bien en caldeo"; y precisa: "pero no en la vieja lengua caldaica que Abraham trajo de Ur de los caldeos en tiempos de su venida, por orden de Dios, a la tierra de Canaán, sino en la nueva lengua caldea, que en el tiempo de la predicación del Evangelio era la más usada entre los judíos" (Gilly 1998, 274); v. también Valle Rodríguez 2000, 20.
[21] De ella da ampliamente cuenta Perea Siller (2005, especialmente en las páginas 42-47 y 56-80), que estudia la tesis del caldeo primitivo y su relación con el mito de Túbal. Florían de Ocampo, cronista de Carlos V desde 1539, fue el primero en defender, hacia 1543, el origen caldeo de Túbal y la raíz caldea del español primitivo.
[22] V. Perea Siller 2005, 102-104, donde se apunta también a la relación entre el euskera y la hipótesis arameizante.
[23] "La lingua ch'io parlai fu tutta spenta/ innanzi che a l'ovra inconsummabile/fosse la gente de Nembròt attenta:/ché nullo effetto mai razïonabile,/ per lo piacere uman che rinovella/ seguendo il cielo, sempre fu durabile./ Opera naturale è che l'uom favella;/ ma così o così, natura lascia/ poi fare a voi secondo che v'abbella".
[24] Pineda 1588, 285r. La primera parte de la Monarquía se publica en Zaragoza en 1576; hubo varias reediciones (1588, 1594, 1606, 1620); el capítulo que nos ocupa se titula "De cómo Cambises gano al reyno de Egypto prendiendo al Rey Sammenito y de cómo hizo grandes desatinos allende de casarse con sus hermanas y matarlas y de su muerte en pago de auer muerto al Dios Apis de los Aegipcios".
[25] Vallés 1587, 69-70 ['Es falso y ridículo lo que algunos filósofos han pretendido: que si a un niño no se le enseña lengua alguna hablaría el hebreo, por ser la lengua innata de los hombres, el cual desaparece cuando se aprende otra (....). De lo cual se deduce que sólo es común a los hombres la facultad de hablar por constitución especial de su lengua, y el saber tal o cual lengua es fruto de un serio estudio. Los idiomas proceden de un convenio tácito; nacieron además setenta y dos lenguas con motivo de la torre de Babel, cuya división es obra de Dios, sin que intervinieran los hombres; por tanto, convino que su distribución por el mundo fuere en variedad de lenguas'], trad. mía. V. Eco 1993, 56-57 y Perea Siller 2010, 765-766, donde se comentan otros fragmentos del De sacra philosophia a favor de la consuetudo lingüística.