Luisa Domínguez
Las lenguas indígenas como contenido curricular: Samuel Lafone Quevedo y los programas de Arqueología americana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1899-1920)
Durante la primera mitad del siglo XX, el estudio de las lenguas indígenas desde los centros académicos argentinos fue abordado, principalmente, por especialistas en ciencias antropológicas. Esto explica el hecho de que la asignatura Arqueología americana dictada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (FFyL-UBA en adelante) haya sido el único espacio curricular que dio lugar a la enseñanza de las lenguas indígenas entre 1899 y 1920, mientras el americanista Samuel Lafone Quevedo (1835-1920) fue el profesor a cargo. Durante estas dos décadas, los programas que diseña dan cuenta de la importancia que para él tenían estas lenguas, temática que llegó a ser, en varias ocasiones, el eje de la asignatura.
Con este trabajo buscamos aportar a la historización acerca de la forma en que se construye un conocimiento (el de las lenguas indígenas) que, en principio, no fue estrictamente considerado propio de las ciencias del lenguaje; antes bien, esta adscripción disciplinar será bastante posterior en el desarrollo de los estudios lingüísticos del país (véase Domínguez 2020). De acuerdo con esto, desde la propuesta historiográfica de Schlieben-Lange (2019 [1983]), analizaremos la obra de Lafone Quevedo y el espacio curricular a su cargo, en tanto constituyen una de las principales y primeras instancias de conformación de unos patrones de argumentación que definirán el universo discursivo sobre las lenguas indígenas dentro del ámbito de la antropología local durante la primera mitad del siglo XX.
En primer lugar, examinaremos la trayectoria académica del Lafone Quevedo con especial atención a sus principales aportes al estudio de estas lenguas. Posteriormente, analizaremos los programas de Arqueología americana durante los años en que la asignatura estuvo a su cargo, con los objetivos específicos de contribuir, por un lado, a la reconstrucción del proceso de institucionalización (Schlieben-Lange 2019 [1983]) de este conocimiento y, por el otro, a la sistematización de un insumo epihistoriográfico (Swiggers 2009) escasamente conocido en las investigaciones actuales.
1. El aporte de Lafone Quevedo al estudio de las lenguas indígenas
Samuel Lafone Quevedo, nacido en Montevideo en 1835, de joven fue enviado a Inglaterra, donde se formó en el área de las Humanidades. A inicios de 1860, retorna a América y se instala en Catamarca, provincia argentina, para hacerse cargo del negocio familiar, un ingenio minero. Interesado en la historia americana, combinaba sus labores como administrador del establecimiento con distintas lecturas sobre ese tema. Su privilegiada posición económica y social lo llevó a relacionarse con una red de estudiosos aficionados en el vasto mundo del americanismo[1]. Tempranamente trabó amistad con Vicente Fidel López —según él mismo relata en una de sus obras más difundidas, Londres y Catamarca (1888)—, como así también con Bartolomé Mitre. De hecho, fue este último quien, como director del diario La Nación, publicó las distintas cartas que, compiladas, dieron lugar a dicha obra. En las primeras de ellas reconstruye cómo surge su interés por las temáticas americanas y cuál había sido su derrotero de lecturas. En esa síntesis, informa que la publicación (debida a Andrés Lamas) de la obra del Padre Lozano, referida a la historia de las provincias del Río de la Plata y de la antigua Gobernación del Tucumán, fue el antecedente que lo llevó a iniciar un estudio sistemático sobre la historia de la región.
En 1892, la Revista del Museo de La Plata publica las "Instrucciones para colectores de vocabularios indígenas"[2] (Lafone Quevedo 1892a). Este trabajo constituye una de las primeras tareas de Lafone como director de la sección de Filología de ese Museo, posiblemente el primer espacio institucional ideado específicamente para el estudio de las lenguas indígenas. Un año después, el director del Museo, Francisco Pascasio Moreno, le ofrece dirigir una biblioteca de lingüística, un proyecto también pionero en el ámbito local que pretendía seguir el modelo de la Bibliothèque linguistique américaine a cargo de Lucien Adam[3] (Farro 2013).
La Biblioteca tuvo como resultado un único trabajo sobre la lengua mocoví, a cargo de Lafone, en el que realiza una compulsa de distintos documentos sobre lenguas chaqueñas que habían ido cediéndole, de sus colecciones privadas, algunos de los actores más relevantes del americanismo local, como Lamas, Mitre y Juan Pelleschi[4], con el objetivo de exponer las principales características de aquella lengua y arriesgar posibles filiaciones (Lafone Quevedo 1893a). La publicación cuenta, además, con una segunda parte consistente en la transcripción de un tratado de enseñanza de dicha lengua, seguida de un vocabulario de mediados del siglo XIX, a cargo del padre Fray Francisco Tavolini. Esta obra da cuenta de su inserción en la comunidad de la americanística moderna (Crespo 2008), que comparte como método el trabajo de gabinete a partir del intercambio de materiales desconocidos o inéditos, y su posterior análisis, organización, comentario y puesta en circulación; lo que sería, en el ámbito de la lingüística indígena, el caso por antonomasia de lo que hemos dado en llamar arqueología lingüística (véase Domínguez 2020). De hecho, gran parte de las publicaciones realizadas por Lafone, que se concentran en la última década del siglo XIX, consisten en una serie de estudios basados en manuscritos (albergados, en su mayoría, en la biblioteca de Mitre, una de las más extensas de América del Sud[5]) producidos por misioneros de distintas órdenes o por otros aficionados a las lenguas indígenas, con el principal objetivo de establecer una cartografía sobre las lenguas americanas y, más específicamente, argentinas. No obstante, también realizó documentaciones del toba (Lafone Quevedo 1893b) y de lenguas patagónicas (Malvestitti y Orden 2020).
A su vez, el trabajo sobre el mocoví representa el inicio de su interés por las lenguas de la región del Gran Chaco, que se sostendrá a lo largo de toda su trayectoria, como se verá a continuación. En un estudio posterior, hace explícitas sus motivaciones por el estudio de estas lenguas: por sus particularidades fonético-fonológicas y gramaticales y por constituir, hasta entonces, un área de vacancia dentro de los estudios americanistas.
Mucha falta nos hace un estudio de las naciones del Chaco bajo el punto de vista antropológico; porque las diferencias de lengua no creo que en todos los casos correspondan á las de raza. Una vez bien establecidas la geografía de las lenguas, la craneología de las razas, y la agrupacion de los idiomas en las grandes familias subfijadoras, prefijadoras y mistas, recien podremos empezar á vislumbrar el origen de nuestros Indios (Lafone Quevedo 1895a, 41).
El último segmento de la cita, referido a la clasificación lingüística, permite, a su vez, anticipar otra recurrencia en la producción de Lafone: el establecimiento y aplicación de dos criterios lingüísticos con el fin de diseñar hipótesis filiatorias, a partir de las cuales reconstruyó "eslabonamientos" de lenguas (término que utiliza con frecuencia) y así ofrecer una particular organización racial de los grupos indígenas de la América meridional, asunto en el que nos detendremos a continuación.
A su vez, cuenta con otros trabajos de lingüística que se distinguen de los anteriores por su temática u objeto. Uno de ellos es "El verbo. Estudio filológico-gramático" (1892b), donde plantea su hipótesis acerca del origen teutónico del español a partir del estudio comparado de los verbos. El otro es Tesoro de catamarqueñismos (1898), en el que se encarga, por un lado, de reconstruir el cacán, extinta lengua de los diaguitas, escasamente presente en las fuentes coloniales y mayormente fijada en topónimos y antropónimos encontrados en empadronamientos de indios y títulos de propiedad, que sometió a comparación para derivar en la conclusión de que el cacán era una lengua distinta del quechua, observación que lo que lo condujo a confrontar con la principal hipótesis sostenida hasta entonces, incluso previamente por él mismo (véase el "Prefacio" en Lafone Quevedo 1898). Pero la verdadera particularidad de esta obra radica en que se expone un registro etnográfico propio, complementado con vocablos extraídos de distintos documentos, lo que le permite organizar un "tesoro" de la variedad del español catamarqueño, caracterizado por la presencia de distintos elementos de lenguas indígenas: principalmente quechua y cacán.
La gran producción de trabajos sobre lenguas indígenas, mayormente concentrados en la última década del siglo XIX, como así también la originalidad de sus planteos, que se encontraban en pleno diálogo con el discurso de la lingüística americana del periodo, lo condujeron a ser considerado uno de los primeros y más relevantes lingüistas de la Argentina. Tal es el caso, por ejemplo, de las caracterizaciones acerca de su labor que realizan los antropólogos José Imbelloni (1936) y Dick Ibarra Grasso (1958) y la lingüista Herminia Martín (1985), por mencionar solo algunos.
A partir de 1910, disminuyen considerablemente sus publicaciones, posiblemente debido a sus nuevas obligaciones de gestión y enseñanza en las universidades del Río de la Plata, cargos que sostiene hasta su fallecimiento en 1920. En 1899 había sido contratado por la FFyL-UBA como docente de la materia Arqueología americana y, dos años después, había comenzado a desempeñarse como director interino del Museo de La Plata, cargo que se regulariza en 1906.
1.1 La crítica a Brinton
Las hipótesis de Lafone Quevedo se hacen conocidas a partir del "Estudio crítico" (Lafone Quevedo 1893c) que realiza a The American Race (1891), del antropólogo y lingüista estadounidense Daniel Garrison Brinton. El planteo que allí introduce será la primera formulación de todas sus propuestas posteriores y, a su vez, el modelo rector del programa de Arqueología americana, que examinaremos más adelante. Brinton sostenía la procedencia común desde Europa Occidental de todos los pueblos indígenas americanos y propuso una clasificación racial que dividió entre grupos del Atlántico septentrional, del Pacífico septentrional, de la zona central, del Pacífico austral y del Atlántico austral. Lafone hipotetizaba, en cambio, que el origen no podía haber sido común en todos los casos, lo que explicaba a partir de las diferencias lingüísticas y complementaba con datos de tipo antropológicos (físicos y culturales). Para nuestro autor, el error de Brinton radicaba en que este había planteado su hipótesis filiatoria sobre la base de información escasa, por la falta de investigaciones en América del Sur. Y, si bien declaraba no sentirse del todo preparado para fundamentar su "disidencia" (1893c, 504), en el trabajo en cuestión presentó información que, al revelar las particularidades de las distintas culturas americanas, le permitió fundamentar su hipótesis acerca de las procedencias múltiples. Así, reorganizó los dos últimos grupos de la clasificación de Brinton (los de la región austral), con especial atención a los asentados en el territorio argentino:
En el litoral del Paraná prevalecía la lengua Guaraní, que incluye la de los Chiriguanos y Guarayos, etc. Hacia el Sud daba con naciones que hablaban el Pampa ó Araucano, y estas se extendían hasta más allá de los Andes, inclusive Chile. Al norte damos con las razas quichuizantes, que parecen haberse poblado en todas las serranías al norte de las provincias de San Luis y Mendoza.
Hacia la parte del norte, entre las naciones quichuizantes y guaranizantes, se interponen numerosas tribus que ocupan, las cuencas de los ríos Pilcomayo, Bermejo, Saldo y Dulce, las que dividiré en dos grandes grupos, naciones Guaycurúes y naciones que no lo son.
Para concluir daré algunos apuntes acerca del Cacan, Lule del Padre Techo, Sanavirona, ó sea dialectos de Córdoba, Tehuelche y Fueguino. El idioma Atacama ahora se habla solo en Chile y no me consta que jamás se hablára en la Argentina (Lafone Quevedo 1893c, 509).
En cuanto a los criterios que él mismo diseñó para establecer las diferencias lingüísticas entre los pueblos americanos, estos fueron dos: uno gramatical y otro léxico. El primero de ellos consistió en el análisis del sistema de colocación de los afijos pronominales y posesivos, por ser un dato de escasa variación en la diacronía. Este criterio derivó en la distinción entre lenguas prefijadoras, las "del Atlántico" o del "Grupo Brasilense", y las lenguas sufijadoras, las "del Pacífico" o del "Grupo Andino"; habría, además, algunos casos de lenguas que combinarían los dos fenómenos, las del "grupo del medio", y los "arrinconamientos lingüísticos", lenguas sin filiación aparente.
Ahora resulta del examen, que una gran familia de idiomas prefija sus partículas pronominales, y que otra las subfija; por ejemplo, algunos dicen — mi libro —otros— libro mío. Como lo podríamos preever, las naciones que viven entre las dos, mezclan ambos métodos hasta confundirlos, y así, en vez de decir --tu libro— abriendo el posesivo ingieren el nombre y hacen tu-libro-yo (Lafone Quevedo 1893c, 501).
El otro criterio partió de la identificación del término para designar "agua": "La raíz oc=occo=co —agua— es una pista que la encontramos por todas partes en nuestra América, y que unida á estudios craneológicos podrá explicar muchas mezclas y anomalías" (Lafone Quevedo 1893a, 99). Es importante destacar que, si bien este criterio es fundamentalmente léxico, Lafone era consciente de los problemas que podía acarrear el hecho de basar clasificaciones lingüísticas en otro tipo de lexemas, asunto que será una constante en los debates del siglo XX (véase Domínguez 2019a, 2019b): "Yo por ahora prescindo de las analogías léxicas, porque son falaces aunque muy seductoras; pero estoy dispuesto á recibirlas tan luego como se ofrezcan pruebas gramaticales fundadas en leyes fonológicas bien establecidas" (Lafone Quevedo 1893a, 6).
1.2 Gran Chaco
Como ya anticipamos, una de las regiones de mayor interés para Lafone Quevedo fue la del Gran Chaco, que comprende un segmento del Centro-Norte argentino, gran parte del Centro-Este de Bolivia, un importante fragmento del Centro-Oeste de Paraguay y una pequeña porción del Sur de Brasil. Anteriormente mencionamos algunos trabajos referidos a las lenguas y grupos indígenas de esta región, a los que se le suman los que siguen. Así, además de su trabajo sobre el mocoví (1893a), ese mismo año publica, también en los talleres del Museo de La Plata, un tratado que comprende un arte y un vocabulario sobre la lengua toba (mencionado más arriba), basado en los manuscritos del padre Alonso Bárcena, con el complemento de la documentación del padre Tavolini, además de otros materiales facilitados por Ángel Carranza[6] y Pelleschi y sus propios registros a partir de la consulta al "indio López" (Lafone Quevedo 1893b). En 1894, pone en circulación un "calepino" lule-castellano del padre Antonio Machoni (Lafone Quevedo 1894) y, un año después, un tratado sobre el vilela basado en los aportes de Hervás y Panduro, Adelung y nuevamente de Pelleschi (Lafone Quevedo 1895a). Entre 1895 y 1896, publica numerosos trabajos sobre las lenguas del Chaco, con los que pretende reconstruir de modo cabal los vínculos genéticos entre estas lenguas.
El mapa étnico-lingüístico que propone, específicamente en lo relativo a los grupos de esta región, es, en principio, el siguiente: por un lado, los "no guaycurúes", que comprende a lules y vilelas, de lenguas sufijadoras, estudiados en los trabajos anteriormente mencionados; y, por el otro, a los guaycurú, que integra las lenguas de los matacos, tobas y mbayas, de lenguas prefijadoras, que estudiará en los años sucesivos.
Algunos de los trabajos que publica sobre las lenguas de este último grupo son los documentos del padre Massei sobre el "dialecto nocten" (1895b); un vocabulario compilado por D'Orbigny sobre el "dialecto vejoz" del grupo mataco-mataguayo (1896b); otro vocabulario basado en manuscritos del padre Joaquín Remedi (1896c) y otro facilitado por Pelleschi sobre el grupo mataco en general (1896-1897). Ese año, además, publica un tratado sobre el "idioma mbaya" (1896d) y otro artículo —referido anteriormente— sobre el abipón, basado en Dobrizhoffer (1896a). Con este último, da por "completa la terna de los tres grandes idiomas que orlados por las lenguas del grupo Mataco-Mataguayo, se disputaban el predominio en el Chaco Argentino" (Lafone Quevedo 1896a, 5).
En el trabajo sobre el dialecto vejoz plantea una nueva hipótesis filiatoria, que revela la inestabilidad de sus postulados, en permanente reformulación a medida que analizaba nuevos datos lingüísticos. Esta hipótesis consiste en ubicar a las lenguas del grupo guaycurú en el grupo del medio, es decir, "que se valen de ambos recursos gramaticales" (Lafone Quevedo 1896b, 1).
Entre 1902 y 1906, prepara cuatro trabajos más sobre lenguas del Chaco boliviano. Luego, entre 1910 y 1912, publica otros también sobre lenguas de esa misma región. Uno de ellos, presentado en el Congreso Internacional de Americanistas celebrado en Buenos Aires en 1910, posiblemente sea el que mejor sintetiza su propuesta filiatoria, ya que en muchos casos desdice o contradice lo formulado en publicaciones inmediatamente anteriores; vacilaciones esperables y entendibles en una instancia de formulación de hipótesis.
En el trabajo en cuestión (Lafone Quevedo 1912a), somete a comparación las lenguas de la familia guaycurú y la chiquitana sobre la base de una serie de criterios que incluyen los ya clásicos basados en el sistema de pronominalización y la forma que adquiere agua en cada lengua, a los que suma nuevos factores como la existencia de un habla masculina y una femenina (que se materializa tanto en el vocabulario como en el sistema pronominal)[7] y las formas de pluralización de
la primera persona (inclusivo, "todos nosotros", o exclusivo, "nosotros pero no ustedes"), con prescindencia absoluta de análisis del léxico que, según el autor, había conducido a confusiones en cuanto a los posibles parentescos.
1.3 El Río de la Plata
Además de sus aportes a las lenguas de la región del Gran Chaco, también se encarga, aunque en menor medida, de estudiar las de la zona del Río de la Plata y alrededores, con el objetivo de completar el mapa etnolingüístico del país. En 1897 publica "Los indios chanases y su lengua. Con apuntes sobre los querandíes, yaros, boanes, güenoas o minuanes y un mapa étnico", donde ofrece una descripción de cada etnia y, al igual que en los otros casos, hipótesis filiatorias con las que busca reformular las relaciones genéticas entre estos grupos, también sobre la base de distinto tipo de documentación de órdenes religiosas y de viajeros. En cada caso pone en diálogo estas clasificaciones con la suya propia, que tiene como eje la distinción entre "guaycurúes" y "no guaycurúes", como ya vimos. La confusión, por lo general, y según él mismo advierte, está dada por los etnónimos asignados, que, en muchos casos, provenían de las designaciones que daba un grupo a otro. El trabajo concluye con un manuscrito del padre Dámaso Larrañaga sobre la lengua chaná y un mapa étnico —tal como anticipa en el título de este trabajo— con una descripción anexa en la que consigna la ubicación geográfica y breves datos sobre las características étnicas y lingüísticas de los grupos de la zona sur del Litoral (Lafone Quevedo 1897, 148-151).
En 1900 publica un estudio sobre las razas pampeana y guaraní con el que intenta clarificar el panorama acerca de los etnónimos al estabilizar algunas designaciones correspondientes a su propia clasificación, sobre la base del análisis de una serie de documentos del periodo de la conquista. A su vez, discute una idea ampliamente consensuada por los historiadores, quienes "se han limitado á reconocer sólo dos estirpes de naturales, que, según ellos, tenían que ser ó guaraníes ó araucanos" (Lafone Quevedo 1900, 28). En cambio, plantea que la tendencia guaranizante (como así también la quichuizante) tenía que ver con la gran extensión de esas lenguas durante el periodo de conquista y colonización.
Luego de presentar las confusiones anteriormente referidas, introduce su interpretación acerca de los grupos indígenas ubicados en la zona del Río de la Plata al momento de la conquista y establece que los españoles encontraron dos "razas diferentes: la una Guaraní, la otra non-Guaraní" (Lafone Quevedo 1900, 88). En cuanto a los guaraníes, plantea la "homogeneidad de raza y lengua"; y, respecto del grupo no guaraní, sostiene que había entre ellos "variedad de idiomas" que no permiten dar cuenta cabal de su procedencia debido a la "mezcla", "pero, salvada la excepción de la lengua, parece que las más, sino todas estas naciones descendían de una raza con los caracteres étnico-físicos de la llamada Pampeana por d'Orbigny" (Lafone Quevedo 1900, 89). Por otra parte, introduce la posibilidad de que los guaraníes no fueran originarios de la zona de Corrientes, distinta de la idea generalizada en la época (Lafone Quevedo 1900, 91). Finalmente, sostiene que "las razas Guaraní, Chaco-Guaycurú, Pampa-Patagona y Pampa-Araucana son intrusas en el Río de La Plata, y que tal vez lo sea también, del todo ó en parte, la raza Pampa-Litoral (Chanás, Timbúes, Mbeguáes, etc.)" (Lafone Quevedo 1900, 94).
Además de sus hipótesis de poblamiento, interesan particularmente los análisis lingüísticos que allí realiza. En primer lugar, plantea que, cuando los españoles llegaron al Río de la Plata, solo entraron en contacto con cuatro lenguas: guaraní, "guaycurú-mayas o caduveo" y "payaguáes o chanáses"; mientras que "De las demás naciones, sabemos, en tesis general (porque así nos lo aseguran los escritores primitivos), que sus lenguas eran diferentes" (Lafone Quevedo 1900, 99). En cuanto al modo de colocación de los afijos, retoma la hipótesis que tempranamente introdujera en el "Estudio crítico" a Brinton. En este caso, además de los pronombres pronominales y posesivos, añade las desinencias verbales. Plantea, entonces, que el "peruano" (quechua), sería una lengua sufijadora, mientras que las prefijadoras serían el guaraní, el aymara, el "araucano" (mapudungun), el allentiak, el lule, el vilela-chulupí, el chibcha, el caribe, el mojo-maypure, el mataco-mataguayo (wichí), el chiquito, el "chaco-guaycurú", el chaná y el "patagón" (aonek'o ajen o "tehuelche"). Habría otras lenguas que presentarían una forma combinada, tal es el caso del "mocoví" (moqoit), que diría "tu-cabeza-ya" (Lafone Quevedo 1900, 100); en este caso, el pronombre posesivo correspondiente a "tuya" aparece discontinuo, un morfema se antepone al sustantivo y el otro se pospone.
Añade, además, otro sistema de clasificación, según grupos "uniformes y multiformes". El uniforme tendría una "sola serie de pronombres personales y de posesivación: ex. gr.: mi casa, tu casa, etc."; allí incluye las siguientes lenguas: "Quichua, Aymará, Araucana, Allentiak, Atacameña, Tehuelche, Puelche, Yahgan, Chaná, Mataca (?), Caingangue, Guaná-Kinikinao, Lule de Machoni, Vilela-Chulupi, Guaraní en todas sus ramas" (Lafone Quevedo 1900, 101). En cuanto al grupo "multiforme" plantea que es "rico y variado en series de articulaciones pronominales, é incluye todas las lenguas de tipo Chaco-Guaycurú"; y estas serían el "Toba, Mocoví, Abipón, Mataco (?), Payaguá, Mbayá-Guaycurú, etc., Caingangue (?)" (Lafone Quevedo 1900, 101). Esta diferenciación lo conduce a una conclusión en la que se involucran los conceptos lenguas y razas. Afirma: "El mero hecho de que estas lenguas sean multiformes en medio de otras en que resalta la uniformidad, es en sí un argumento en favor de la diferencia de la raza y lengua; y yo me inclino á creer que esta complicación gramatical resulta de la mezcla ó hibridación" (Lafone Quevedo 1900, 102); de lo que se interpreta que, según su perspectiva, a partir de procesos de contacto estas lenguas, que eran originalmente uniformes, se convirtieron en multiformes.
Como se verá a continuación, en los programas de Arqueología americana a su cargo, los contenidos de lingüística indígena serán medulares. De hecho, gran parte de las temáticas abordadas en sus trabajos aparecerán en sus clases: desde el valor de la lengua para la cartografía étnica, hasta los criterios aplicados a la clasificación lingüística y el interés por las lenguas de la franja norte del país en detrimento de las patagónicas. La inclusión de temas y análisis propios constituye, según nuestra lectura, una estrategia de autolegitimación de su trabajo, que lo habilita, a su vez, a instalar, en un espacio académico inaugural, ciertos patrones de argumentación (Schlieben-Lange 2019 [1983]) respecto de lo que se debe decir y cómo corresponde que se haga. Por otra parte, estos programas presentan considerables diferencias respecto de los cursos a cargo del profesor suplente de Arqueología, Juan Bautista Ambrosetti, abocados al tratamiento de temáticas estrechamente relacionadas con sus expediciones por los valles Calchaquíes. Lo mismo sucede con los programas posteriores de Salvador Debenedetti (quien sucede a Lafone en la titularidad de la materia), que siguen la línea de los de Ambrosetti. La ausencia de límites disciplinares parecía contribuir a esta amplitud temática que habilitaba al docente a imprimirle a su materia una mirada atravesada por sus inquietudes personales. Esta situación se irá estabilizando con el tiempo, lo que conducirá al desplazamiento de las temáticas lingüísticas de la asignatura Arqueología y al dictado de otras que se vuelven impostergables.
2. La lingüística indígena en los programas de Arqueología americana (1899-1920)
El primer programa de Arqueología americana data de noviembre de 1899, cuando se modifica el primer plan de estudios de la FFyL-UBA, vigente desde su creación en 1896. Este primer plan establecía cuatro años de cursada; los tres primeros, dedicados a la obtención del título de licenciado en Filosofía y Letras; el cuarto, a la del doctorado. Los contenidos curriculares se organizaban entre cursos regulares y libres; y una serie de asignaturas regulares: Filosofía, Historia, Literatura, Geografía, Ciencia de la Educación y Sociología (Buchbinder 1997, 34). Las reformulaciones aplicadas en 1899 comprendieron una reorganización de los cursos en generales o especiales y la extensión de la cursada en un año más para incluir dos cursos generales nuevos, uno sobre lenguas clásicas y otro de arqueología (Buchbinder 1997, 34), del que Lafone será el encargado.
Durante los años en que esta asignatura estuvo a su cargo, los programas sufrieron escasas modificaciones, como se verá, ya que, al disminuir considerablemente su producción, las temáticas tratadas en sus clases se corresponden con sus investigaciones anteriores. Por su parte, la enseñanza de distintos asuntos relacionados con las lenguas indígenas argentinas estuvo siempre presente. A continuación, con particular atención al tratamiento de estos asuntos, revisaremos los sucesivos programas que él diseñó, con el objetivo de identificar los principales contenidos objeto de enseñanza, la introducción de sus análisis filiatorios expuestos en el apartado anterior, aquellos temas discontinuados y la bibliografía utilizada (cuando está explicitada), entre otras cuestiones que nos permitirán comprender el lugar otorgado a las lenguas indígenas en el modelo arqueológico de Lafone y, en un marco más amplio, al proceso de institucionalización (Schlieben-Lange 2019 [1983]) de este conocimiento en el ámbito de la FFyL-UBA.
Los primeros programas, que se inician en 1899, hasta el de 1910, se encuentran albergados en el Archivo General de la FFyL-UBA; mientras que los posteriores integraron las publicaciones anuales de la Facultad dedicadas exclusivamente a la circulación de los programas de todas las asignaturas. En términos generales, se organizan por unidades, como se verá en lo que sigue, y en algunos casos, que se indicarán oportunamente, se acompañan con una bibliografía específica. A continuación, nos detendremos puntualmente en algunos de ellos y, más específicamente, en algunas unidades que, por su temática, ofrecen mayor significatividad desde el punto de vista de esta investigación.
El primer programa de la asignatura atiende, principalmente, a cuestiones de arqueología y antropología física. Con todo, es posible identificar la filtración de cuestiones lingüísticas en relación con temáticas de folklore, como se ve en los contenidos de la unidad VI: "Folk-lore de las razas indígenas. Lengua sagrada representada en el simbolismo del arte argentino-peruano" (AGFFyL, B-2-7, 34); vinculación que también puede apreciarse en el Tesoro de catamarqueñismos (1898) que había publicado recientemente.
En 1901, incorpora el estudio de las razas en relación con la distribución lingüística: "Distribución de la raza americana por naciones y lenguas en la República Argentina" (AGFFyL, B-2-7, 36); lo que revela la centralidad otorgada al estudio de las lenguas indígenas para las clasificaciones étnicas, perspectiva que también sostiene, aunque con algunas reservas, tal como había planteado en su "Estudio Crítico" (1893c).
Con el programa de 1903, mucho más detallado en cuanto al desarrollo de cada unidad y uno de los pocos que incluye una bibliografía, Lafone buscaba hacer ganar "en interés y utilidad el Curso, desde que en esta forma puede servir como de Introducción al estudio intensivo de los orígenes de la República Argentina" (AGFFyL, B-2-7, 67), tal como expresaba en una nota dirigida al decano a modo de presentación. En ese mismo documento, mencionaba nuevos hallazgos documentales que motivaron la reformulación del programa: "La documentación que sucesivamente se va desenterrando en los archivos de la Madre Patria y en partes varias de la América Latina nos obliga á abrir nuevos rumbos en el modo de tratar los albores del suelo argentino" (AGFFyL, B-2-7, 67).
En cuanto a los contenidos, este programa contaba con 14 secciones. La primera de ellas contenía cuestiones generales acerca de la antigüedad del hombre americano y análisis raciales (descripción de elementos constitutivos, hipótesis sobre los orígenes, etc.). La segunda consistía en el estudio de las "zonas étnicas de la República Argentina", distribuidas en tres: la Oriental o Guaranítica; la Central o Pampeana; y la Andina o Quichuizante. En el estudio de cada una de ellas, se proponía el análisis de las distintas "naciones" que las integraban, a partir del estudio de las características físicas, costumbres, lenguas y temas de arqueología y folklore, con el objetivo de arribar a la "clasificación étnica de cada pueblo". La sección VI se abocaba al estudio de las migraciones y "colonizaciones" de los pueblos indígenas, que provocaban confusiones etnonímicas y toponímicas: "Confusiones introducidas en la etnografía y clasificación de los indios, á causa de estos desplazamientos étnicos. Ejemplos de nombres geográficos convertidos en nombres gentílicos". El problema de las denominaciones de los distintos grupos era una de las principales preocupaciones de Lafone Quevedo (lo hemos visto antes en Lafone Quevedo [1900]), quien incurría en la tendencia de asignar a una zona geográfica la extensión de una etnia que, a su vez, podía incluir muchas "naciones" que tampoco resistían al desorden nominal.
Luego, en la séptima sección de este programa introduce más detalladamente que en años anteriores la temática de las lenguas indígenas. Específicamente, propone el estudio de cuestiones clasificatorias lingüísticas y geográficas, como puede verse a continuación:
1. Carácter general de las Lenguas Argentinas.
2. Lenguas del Viejo Mundo que más se parecen á las de América.
3. Lenguas de las Zonas Argentinas.
4. Agrupación de las mismas por familias, ó con excepciones, cuando sean ellas irreductibles á grupos conocidos.
5. Relación que existe (1) entre la generalidad de una lengua y la cultura de las naciones que la hablan, y (2) entre esa generalidad y la antigüedad de la lengua.
6. Probabilidad de que las lenguas irreductibles de los grupos conocidos, correspondan a arrinconamientos de las naciones vencidas (AGFFyL, B-2-7, 67).
La bibliografía de la sección comprendía, por su parte, las siguientes lecturas: por un lado, el relato de viaje de Antonio Pigafetta de inicios del siglo XVI, publicado en 1800, como así también el trabajo del abate Lorenzo Hervás y Panduro, Catálogo de las lenguas (1800-1805). A estas les sumaba otra serie de lecturas un poco más contemporáneas, la mayoría de fines del siglo XIX, como la ya mencionada obra de Brinton, The American Race (que posiblemente haya formado parte de la bibliografía obligatoria de todos los años en que Lafone Quevedo estuvo a cargo de Arqueología); el tratado de lingüística comparativa y tipológica, La Linguistique (1877), de Abel Hovelacque[8], y los trabajos del mencionado americanista francés Lucien Adam. A esta bibliografía, mayormente europea, le sumaba sus propios trabajos, que posiblemente refiera a varios de los analizados en el apartado anterior.
Las últimas unidades de este programa comprendían varios temas de arqueología y "antropofagia", asunto de interés para Lafone (véase, por ejemplo, Lafone Quevedo [1897]).
La incorporación de otros colegas a la Facultad y la existencia de programas de asignaturas con temas congruentes posiblemente lo motivaron a realizar algunos cambios en el diseño de los contenidos de la materia. Así, cuando en 1903 Roberto Lehmann-Nitsche comienza a dictar su curso de Antropología, los programas en cuestión abandonan algunas temáticas abordadas anteriormente, tales como el tratamiento de las edades de Piedra Paleolítica y Neolítica y su correspondencia con la clasificación del "Hombre Americano" (AGFFyL, B-2-7, 67). Lo mismo sucede cuando Ambrosetti, en calidad de profesor suplente de Arqueología desde 1903, comienza a dictar un curso complementario de la materia en 1905. Los contenidos de este programa (AGFFyL, B-2-8, 40) tratan sobre arqueología de la región calchaquí, lo que conduce a Lafone a eliminar esas temáticas en su asignatura.
En cuanto a las innovaciones, este año Lafone añade el siguiente posible tema para las tesis que optaran por esta orientación: "Las lenguas de la familia guaicurú, su ubicación geográfica y su comparación con las inmediatas de otros tipos" (AGFFyL, B-2-8, s/n), lo que se corresponde, como vimos, con uno de los principales grupos indígenas a partir de los cuales organizó su propia hipótesis clasificatoria.
En el programa de 1906 (AGFFyL, B-2-8, 55) mantiene la organización de los anteriores, aunque suprime algunas unidades relativas a descubrimientos arqueológicos, posiblemente por la misma razón esgrimida anteriormente de evitar superposiciones con los cursos de Lehmann-Nitsche y Ambrosetti. Otra diferencia, estrictamente formal, es que ya no introduce los nombres de todos los grupos indígenas, mientras que la organización areal permanece (es decir, zona oriental de la cuenca del Río de la Plata, zona occidental o de los Andes, zona central o de los Chacos y Pampa). Una innovación la constituye la ampliación a las lenguas americanas, ya que en el programa anterior solo focalizaba en las lenguas argentinas; el resto permanece prácticamente inalterado. Aquella ampliación coincide con los avances que había realizado por entonces para el caso de las lenguas del Chaco boliviano, tal como vimos en el apartado anterior.
Entre los temas asignados para el examen final, ese año aparece una problemática lingüística: "El grupo de lenguas con mecanismo gramatical más complejo que existe en la República Argentina, con indicación de sus complicaciones" (AGFFyL, B-2-8, 55), que muy posiblemente se refiera a las lenguas guaycurúes, que poseían un sistema pronominal multiforme según su propio análisis (Lafone Quevedo 1900) que examinamos anteriormente. Por último, entre los temas para tesis, el primero de ellos es sobre lingüística indígena: "La tradición etnográfico-lingüística del Río de La Plata en el siglo XIX comparada con las noticias consignadas por escritores contemporáneos en la época de la conquista, y con los resultados de investigaciones en los últimos 30 años" (AGFFyL, B-2-8, 55). Este último se presenta en clara continuidad con su propia práctica de arqueología documental que expone en "La raza pampeana y la raza guaraní" (1900), trabajo que enseña en sus clases.
El programa de 1907 presenta una nueva distribución temática, al dividirse únicamente en tres secciones: "A. La Raza Americana", "B. Etnografía de la Argentina y Repúblicas Limítrofes", "C. Elementos para la clasificación acertada de las Naciones Indígenas" (AGFFyL, B-2-9, 17). Si bien no hay otras incorporaciones novedosas, en este caso el asunto de las lenguas aparece ahora en la tercera sección, es decir, aquella relativa a los elementos para la clasificación, junto con otras temáticas ("migraciones y arrinconamientos", "mestizaje", "restos arqueológicos", "antropofagia" y "demás usos y costumbres" [AGFFyL, B-2-9, 17]); hecho que refrenda, nuevamente, el valor de las lenguas para su organización cartográfica.
En 1908, aparece por primera vez una sección titulada "Lingüística", que incluye las temáticas relacionadas con las lenguas indígenas que venía enseñando hasta entonces. En la nota que eleva al decano como presentación del programa, plantea que este "será desarrollado en todas sus partes, pero intensamente sólo en lo que se refiere á las regiones del Río de la Plata, Chacos y Pampa, por contarse con MSS y documentos recientemente sacados á luz" (AGFFyL, B-2-9, 42), materiales que él mismo venía trabajando en profundidad, como vimos anteriormente, lo que marca, una vez más, una clara continuidad con su propia práctica de investigación fundamentalmente de gabinete.
En 1909, la sección sobre lenguas indígenas (en este caso, la segunda, luego de la sección preliminar) vuelve a denominarse "Lengua de los Aborígenes" (Lafone Quevedo 1909, 53-54), dejando de lado el nombre de la disciplina, como vimos en el programa anterior, mientras que las temáticas abordadas no presentan variaciones destacables. La mayor innovación consiste en la introducción de un trabajo práctico de lingüística comparada entre lenguas de distintas familias y entre variedades de una misma lengua. La tercera sección es sobre "Etnología de los Indígenas" y el primer tema a abordar consiste en la distribución de "familias de indios que hablan las lenguas de que se trata en la sección II", de lo que se deriva, nuevamente, la importancia del dato lingüístico para el establecimiento de agrupaciones étnicas.
En 1910, el apartado de nuestro interés ahora vuelve a denominarse "Lingüística" y, si bien sigue globalmente las temáticas de 1908, hay algunas incorporaciones de relevancia: por un lado, una idea que también expone en el Primer Congreso Científico Internacional Americano celebrado ese mismo año en Buenos Aires (PCCIA 1910), la de "provincias lingüísticas", que, en el caso del programa de 1908, puede relacionarse con la intención de distinguir los mapas lingüísticos de los mapas etnográficos. Es decir, la reconstrucción de la historia de la extensión territorial de una lengua no necesariamente se corresponde con la extensión de la etnia (que puede haber hablado más de una lengua o variedad según su ubicación). Otra de las novedades es la incorporación de la nueva denominación de su sistema clasificatorio según la colocación de los afijos, el "Sistema 'Lafone Quevedo'" (Lafone Quevedo 1910, 52). Finalmente, en la sección siguiente, "Geografía", introduce la temática de los mapas étnico-lingüísticos, primero uno de 1550 y luego otro de 1800. De la unidad "Lingüística", la bibliografía consiste en "varias publicaciones" del propio Lafone Quevedo sobre el tema (sin especificaciones) y "Los indios caingangue" de Ambrosetti (1894), "Los Indios Matacos" de Pelleschi (publicado por Lafone, como ya vimos) y, nuevamente, el Catálogo de Hervás (1800) (Lafone Quevedo 1910, 53), mientras que se encuentran ausentes lecturas más contemporáneas anteriormente sí incorporadas, como las de Brinton, Adam y Hovelacque. La referencia a Pelleschi y Ambrosetti también demuestra, por otra parte, que su interés seguía centrado en la franja norte del país (como es el caso del grupo mataco-mataguayo, perteneciente al Gran Chaco, y el grupo caingang, perteneciente a la Amazonía y Litoral norte argentino).
El programa de 1911, por su parte, está compuesto por seis unidades. La última es la directamente referida a las lenguas indígenas y se distingue de la propuesta del programa anterior por no mencionar explícitamente el "sistema Lafone Quevedo", que, sin embargo, posiblemente sea el "modo fácil" al que refiere en relación con la clasificación de lenguas (Lafone Quevedo 1911, 59-60). Entre la bibliografía cita documentos del siglo XVII y XVIII, además de muchos trabajos antes ausentes (en los casos en que aparecía la bibliografía consignada) a cargo de colegas locales, aunque no consigna referencias específicas. Es posible pensar que estas incorporaciones respondan al intercambio con otros especialistas durante el ya mencionado Primer Congreso Científico Internacional Americano y el de Americanistas, ambos celebrados en Buenos Aires un año antes con motivos de los festejos del centenario de la Revolución de Mayo.
En 1912, el plan de estudios se modifica y la oferta curricular de la Facultad queda organizada en tres secciones: Filosofía, Letras e Historia (Buchbinder 1997, 49). La materia a cargo de Lafone pasa a formar parte del tercer año de la última sección. Si bien el Consejo Directivo aprueba el cambio de denominación de la materia al suprimirse el adjetivo "americana" (RUBA 1913, 91-96), finalmente en el programa conserva su nombre original. Es importante mencionar, por otra parte, que las únicas materias específicas sobre ciencias del lenguaje que se incorporan este año son Gramática histórica y Filología, correspondientes al tercero y cuarto año, respectivamente, de la Sección de Letras; las que, sin embargo, comenzaron a dictarse tiempo después[9]. Hasta entonces, no había materias particulares sobre el tema, excepto las de lenguas clásicas. Así, las temáticas relacionadas con las ciencias del lenguaje se encontraban atomizadas en distintas materias tales como Psicología, Antropología y Estética, además de Arqueología americana.
En este año, el programa de la asignatura que estamos analizando sufre algunas nuevas modificaciones: posiblemente debido a esta reubicación en la sección de Historia, se encuentra más centrada en temas propiamente arqueológicos, mientras que contiene menos referencias a la geografía étnica y lingüística. Solo en el capítulo noveno aborda algunas cuestiones de lingüística indígena, a saber: "IX. Las mismas relaciones [entre las culturas peruano-bolivianas y argentinas] examinadas á la luz de las últimas investigaciones lingüísticas: a) entre el idioma Quichua y las lenguas de tipo Mojo-Maipure y Guaycurú; b) Comparación entre las lenguas argentinas que tienen los índices I ó Y y N de primera persona". Este último consiste en un criterio de distinción que ese mismo año también recupera en "Las lenguas Guaycurú y Chiquito comparadas" (1912b) y que refiere a la forma que presentan los pronombres de primera persona[10]. Otra incorporación novedosa es el tratamiento en el programa del "Estado social del indio americano" (Lafone Quevedo 1912b, 64-66), una temática que preocupaba tanto a Lafone como a sus colegas y que llega a ser uno principales objetos de debate durante Congreso Científico Internacional Americano[11].
El programa de 1913 se mantiene prácticamente inalterado respecto del de 1912. Recién en 1914 la asignatura cambia finalmente de nombre, al eliminarse el adjetivo "americana". El nuevo programa de Arqueología (a secas) sufre, además, algunas modificaciones significativas. Así, en este caso, las distintas temáticas que se propone abordar abarcan toda la realidad sudamericana desde la Conquista y el periodo colonial, con el objetivo de analizar estados culturales al momento de contacto con el europeo y las influencias de las grandes civilizaciones americanas a lo largo del continente durante estos periodos; particularmente refiere a la región de la Guayana (en singular) y de los Andes. Si bien hay referencias a las lenguas indígenas, esta temática se encuentra considerablemente disminuida respecto de los anteriores programas.
En el programa de 1915 menciona a dos "estirpes máximas" del continente sin mayores especificaciones (AGFFyL, B-2-13, 14). Sin embargo, es sencillo deducir que se refiere a la aruaca y caríbica (mencionadas en otros documentos que acompañan al expediente del programa)[12] por su enorme extensión desde el Caribe hasta Argentina, y de las cuales deriva su sistema de clasificación lingüística que distingue entre grupo "Andino" o "del Pacífico" y grupo "Brasilense" o "del Atlántico", respectivamente correspondientes a cada una de una de esas estirpes. Las últimas dos unidades parecen separarse un poco del resto del programa, ya que abordan temas muy específicos que no se relacionan directamente con la lógica de las demás temáticas. Así, la unidad VII refiere a "Los indios 'Diaguito-Calchaquí' —su ubicación geográfica— su cultura social y artística, las lenguas que hablaron", lo que posiblemente se corresponda con el valor que habían adquirido luego de las expediciones de Ambrosetti (véase Pegoraro 2009, Domínguez 2020), además de ser un tema de particular interés para Lafone Quevedo (véase Lafone Quevedo 1898a). Finalmente, la unidad VIII hace referencia a un tema de historia colonial, lo que es coherente con la nueva sección a la que pertenece la materia.
El programa de 1916 nuevamente retoma la estructura que divide a los pueblos del Atlántico y los del Pacífico. En este caso, a las dos "estirpes máximas" del programa anterior les añade una tercera, la guaraní. Por otra parte, retoma las problemáticas lingüísticas con mucha mayor atención. Así, la quinta unidad se refiere a lo siguiente:
Lenguas que hablaron las tres grandes estirpes del Atlántico. Cómo se comparan entre sí los tres respectivos idiomas. Cuál es la característica especial que todos los tres tienen en común. Modo de establecer el interparentesco étnico-lingüístico de estas tres famosas estirpes en la región marítimo-fluvial del Atlántico, sin entrar en las minuciosidades de esas intrincadas lenguas (Lafone Quevedo 1916, 48).
Por su parte, en la sexta propone el estudio de las siguientes temáticas: "Razones por qué son de especial importancia (1) los nombres de parentesco; (2) los esquemas pronominales; (3) los apelativos étnico-personales y como corroborantes, los restos del arte indígena que, sucesivamente, se van descubriendo" (Lafone Quevedo 1916, 48). La octava incluye el tratamiento de los siguientes puntos: "Eslabones que ponen de manifiesto el interparentesco que existe entre el Guaraní, el Caraíbe y el Mojo-achané [correspondiente a la familia aruaca], contenidos en los nombres de parentesco propios de todas tres estirpes" (Lafone Quevedo 1916, 49). Finalmente, la unidad catorceava implica el estudio de las "Analogías artísticas comprobadas con otras de género lingüístico y de nomenclatura regional" (Lafone Quevedo 1916, 50).
El programa de 1917 no presenta grandes variaciones respecto del anterior. Mantiene la temática de las dos estirpes, arauaca y caraíbe; las estirpes del Atlántico sur, que distingue entre guaraní y no guaranís, y las estirpes de la costa del Pacífico. El de 1918, si bien sigue el modelo del anterior, introduce dos nuevas "estirpes" que se suman al listado arauaco, caraíbe y guaraní/no guaraní que vimos hasta aquí; las incorporaciones son la "peruana" (posiblemente quechua y aymara) y la "chilena" (posiblemente mapuche). En la sección de lingüística, nuevamente la temática son los criterios ya vistos que permitirían corroborar agrupaciones previas (Lafone Quevedo 1918, 52). Este año, además, explicita la bibliografía utilizada. En el listado relativo a la sección de lingüística aparecen referencias a documentos coloniales a los que se le suman, además del ya referido en programas anteriores, Adam, nuevas lecturas de especialistas europeos, como las de von den Steinen y Ehrenreich; y locales, como las de él mismo, Luis María Torres y Félix Faustino Outes (de los que no se indican mayores especificaciones), entre otros, además de la mención de ámbitos científicos y editoriales más generales: "y otros en las Revistas de las Universidades de Buenos Aires, La Plata y otras, en la Sociedad Científica Argentina e Instituto Geográfico Argentino, etc., etc." (Lafone Quevedo 1919, 55). Esta última referencia a espacios de publicación relativamente específicos pone en evidencia un avance considerable en el desarrollo local de este tipo de conocimiento.
El programa de 1918 es el último original de Lafone Quevedo, ya que el de 1919 es casi exactamente igual. En 1920 abandona el dictado de la materia. El 17 de marzo este año solicita una licencia y expresa al Decano su voluntad de retirarse definitivamente. Cuatro meses después, el 18 de julio, fallece (RUBA 1920, 912), y queda a cargo el profesor suplente, Salvador Debenedetti. Al asumir Debenedetti, cambia el programa, que ahora se centra completamente en temáticas de arqueología (por ejemplo, análisis de materiales arqueológicos, técnicas de excavación, etc.). Después de la materia a cargo de Lafone Quevedo, son realmente escasas las apariciones de ítems relacionados con la enseñanza de algún aspecto de las lenguas indígenas en las distintas asignaturas de la Facultad. Sin embargo, hemos identificado y recuperado inclusiones erráticas y esporádicas que hemos analizado en otra ocasión (Domínguez 2020).
3. Conclusiones
En este artículo revisamos, en primer lugar, la producción de Lafone Quevedo sobre lenguas indígenas ya que fue fundante del desarrollo de la lingüística indígena argentina, hasta llegar a ser considerado "el más grande y quizás el único lingüista que hemos tenido" (Ibarra Grasso 1958, 22). Así, tal como esperamos haber demostrado, ocupó una posición central en la comunidad de americanistas del periodo, inauguró uno de los primeros espacios institucionales dedicados específicamente al estudio de las lenguas indígenas en Argentina (como fue el caso de la Sección de Filología del Museo de La Plata), además de insertarse en debates sobre distintos temas americanistas de relevancia internacional (como lo fue la crítica a Brinton para el caso específico de las lenguas indígenas). A su vez, logró organizar el panorama lingüístico de la región del Gran Chaco, contribuyó con información relevante acerca de los grupos indígenas del Río de la Plata y llegó a aportar importantes lecturas acerca de la situación lingüística en la Patagonia. Fue así que, a partir de un dedicado análisis de gramáticas coloniales, vocabularios, toponimias y etnonimias, propuso una clasificación particular derivada de tres grupos de lenguas: las lenguas de la familia quichua, las guaycurúes y las guaraníticas, que fue recurrentemente abordada y discutida.
El análisis de su producción, además, nos permitió reconstruir la base a partir de la cual diseñó, a posteriori, los sucesivos programas de Arqueología americana, la única materia del periodo en que se prestó especial atención a la temática de las lenguas indígenas. En los sucesivos cursos a su cargo, tal como analizamos en la segunda parte de este artículo, las cuestiones lingüísticas estuvieron notablemente representadas, sobre todo lo relativo a la cartografía étnico-lingüística, que constituyó una de sus principales preocupaciones. A su vez, puso a circular una considerable cantidad de documentación lingüística hasta el momento desconocida e introdujo gran parte de las lecturas que conformaban el corpus internacional sobre lingüística y, más específicamente, sobre lingüística indígena.
Finalmente, esperamos, con este artículo, haber aportado no solo con un insumo epihistoriográfico (Swiggers 2009) acerca de la enseñanza sobre lenguas indígenas en uno de los centros académicos más importantes de Argentina, como lo es la Universidad de Buenos Aires, sino también, y desde una perspectiva más amplia, con el estudio de ciertos mecanismos a través de los cuales tuvo lugar una de las primeras inclusiones institucionales de un objeto de investigación de gran relevancia para el desarrollo de la lingüística.
Referencias bibliográficas
Fuentes primarias
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[1] A partir de una contundente indagación en el archivo de Lafone Quevedo albergado en el Museo de La Plata, Farro (2013, 2014) analiza con detalle su trayectoria académica.
[2] Las "Instrucciones" se articulan con toda una serie de instrumentos de recolección de vocabularios que circulaban en la época (Farro 2013).
[3] Adam discutió la idea planteada por Peter Stephen Du Ponceau y continuada por Daniel Garrison Brinton acerca del vínculo genético de todas las lenguas indígenas americanas (Campbell 1997). En la misma línea que Adam, Lafone intentó rebatir esta propuesta.
[4] Ingeniero de origen italiano, en 1877, Pelleschi fue enviado en una expedición a la región del Chaco con el objetivo de explorar el río Bermejo y zonas aledañas.
[5] Entre las distintas secciones de la biblioteca de Mitre, destaca una específicamente referida a las lenguas indígenas de todo el continente, que devino en una obra de referencia para los estudios sobre lingüística americana, el Catálogo Razonado de la Sección de Lenguas Americanas, publicado póstumamente entre 1909 y 1910 (para más información, véase De Mauro 2018).
[6] Carranza fue un militar enviado a la región del Chaco durante las campañas de conquista. Fue, asimismo, fundador de la Junta de Historia y Numismática Americana junto con Mitre en el año 1893 e introdujo a Lafone en la Junta (véase Farro 2013).
[7] La distinción de dos variantes de habla en función del género fue un fenómeno identificado en el siglo XVIII por los jesuitas, precisamente en el análisis del chiquitano (Falkinger 2002).
[8] El modelo de Hovelacque, que partía de una perspectiva biologicista de las lenguas, buscaba reconstruir los vínculos genéticos entre ellas, propósito también perseguido por Lafone como vimos anteriormente. De los análisis de Hovelacque se destaca el planteo acerca del problema de las hipótesis genéticas basadas en comparaciones etimológicas (Campbell y Poser 2008), asunto en el que Lafone también repara y que intenta superar al proponer su criterio de clasificación visto más arriba.
[9] Gramática histórica comenzó a dictarse en 1913, a cargo de Miguel de Toro y Gómez, y Filología lo hizo solo después de la creación del Instituto de Filología, en 1924, con otra denominación: "Lingüística romance". Este programa tiene mínimas menciones a las lenguas indígenas, pero hay algunas referencias posiblemente en consonancia con el plan original con el que fue creado el Instituto (Domínguez 2020).
[10] En este tratado plantea: "Tiempo hace que establecí una regla muy sencilla para determinar la clasificación de los infinitos dialectos correspondientes á la gran familia Moxo-Maipure, llamada por los etnógrafos alemanes Nu-Aruaca, á ella corresponde todo idioma en que la partícula n es prefijo pronominal de primera persona y p de segunda, en singular, y la n raíz de voz que dice 'agua'. En las lenguas de tipo Guaycurú este procedimiento no sería eficaz, porque aun si substituímos una I ó Y en lugar de la n, como prefijo de primera persona en las posesivaciones y conjugaciones, y observamos íntima semejanza en los otros afijos de segunda y tercera, no ocurre tal semejanza en las voces que dicen 'agua'. Resulta, pues, que los diferentes dialectos de una gran familia pueden estar muy cerca en cuanto á su articulación pronominal, pero muy lejos unos de otros por lo que respecta á la voz 'agua', y aun al vocabulario general" (Lafone Quevedo 1912, 9).
[11] Sobre este debate véase Dávila Da Rosa 2015.
[12] Uno de estos documentos es un "Proyecto de tema para el curso de Arqueología americana", donde plantea como tema: "La influencia Aruaca y Caríbica en el Continente Sud-Americano desde las Antillas hasta el Río de la Plata y desde el Pacífico hasta el Atlántico" (AGFFyL, B-2-13, 14). Se trata de un documento único, no hemos hallado otros similares para los otros años.
Las lenguas indígenas como contenido curricular: Samuel Lafone Quevedo y los programas de Arqueología americana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1899-1920)
Durante la primera mitad del siglo XX, el estudio de las lenguas indígenas desde los centros académicos argentinos fue abordado, principalmente, por especialistas en ciencias antropológicas. Esto explica el hecho de que la asignatura Arqueología americana dictada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (FFyL-UBA en adelante) haya sido el único espacio curricular que dio lugar a la enseñanza de las lenguas indígenas entre 1899 y 1920, mientras el americanista Samuel Lafone Quevedo (1835-1920) fue el profesor a cargo. Durante estas dos décadas, los programas que diseña dan cuenta de la importancia que para él tenían estas lenguas, temática que llegó a ser, en varias ocasiones, el eje de la asignatura.
Con este trabajo buscamos aportar a la historización acerca de la forma en que se construye un conocimiento (el de las lenguas indígenas) que, en principio, no fue estrictamente considerado propio de las ciencias del lenguaje; antes bien, esta adscripción disciplinar será bastante posterior en el desarrollo de los estudios lingüísticos del país (véase Domínguez 2020). De acuerdo con esto, desde la propuesta historiográfica de Schlieben-Lange (2019 [1983]), analizaremos la obra de Lafone Quevedo y el espacio curricular a su cargo, en tanto constituyen una de las principales y primeras instancias de conformación de unos patrones de argumentación que definirán el universo discursivo sobre las lenguas indígenas dentro del ámbito de la antropología local durante la primera mitad del siglo XX.
En primer lugar, examinaremos la trayectoria académica del Lafone Quevedo con especial atención a sus principales aportes al estudio de estas lenguas. Posteriormente, analizaremos los programas de Arqueología americana durante los años en que la asignatura estuvo a su cargo, con los objetivos específicos de contribuir, por un lado, a la reconstrucción del proceso de institucionalización (Schlieben-Lange 2019 [1983]) de este conocimiento y, por el otro, a la sistematización de un insumo epihistoriográfico (Swiggers 2009) escasamente conocido en las investigaciones actuales.
1. El aporte de Lafone Quevedo al estudio de las lenguas indígenas
Samuel Lafone Quevedo, nacido en Montevideo en 1835, de joven fue enviado a Inglaterra, donde se formó en el área de las Humanidades. A inicios de 1860, retorna a América y se instala en Catamarca, provincia argentina, para hacerse cargo del negocio familiar, un ingenio minero. Interesado en la historia americana, combinaba sus labores como administrador del establecimiento con distintas lecturas sobre ese tema. Su privilegiada posición económica y social lo llevó a relacionarse con una red de estudiosos aficionados en el vasto mundo del americanismo[1]. Tempranamente trabó amistad con Vicente Fidel López —según él mismo relata en una de sus obras más difundidas, Londres y Catamarca (1888)—, como así también con Bartolomé Mitre. De hecho, fue este último quien, como director del diario La Nación, publicó las distintas cartas que, compiladas, dieron lugar a dicha obra. En las primeras de ellas reconstruye cómo surge su interés por las temáticas americanas y cuál había sido su derrotero de lecturas. En esa síntesis, informa que la publicación (debida a Andrés Lamas) de la obra del Padre Lozano, referida a la historia de las provincias del Río de la Plata y de la antigua Gobernación del Tucumán, fue el antecedente que lo llevó a iniciar un estudio sistemático sobre la historia de la región.
En 1892, la Revista del Museo de La Plata publica las "Instrucciones para colectores de vocabularios indígenas"[2] (Lafone Quevedo 1892a). Este trabajo constituye una de las primeras tareas de Lafone como director de la sección de Filología de ese Museo, posiblemente el primer espacio institucional ideado específicamente para el estudio de las lenguas indígenas. Un año después, el director del Museo, Francisco Pascasio Moreno, le ofrece dirigir una biblioteca de lingüística, un proyecto también pionero en el ámbito local que pretendía seguir el modelo de la Bibliothèque linguistique américaine a cargo de Lucien Adam[3] (Farro 2013).
La Biblioteca tuvo como resultado un único trabajo sobre la lengua mocoví, a cargo de Lafone, en el que realiza una compulsa de distintos documentos sobre lenguas chaqueñas que habían ido cediéndole, de sus colecciones privadas, algunos de los actores más relevantes del americanismo local, como Lamas, Mitre y Juan Pelleschi[4], con el objetivo de exponer las principales características de aquella lengua y arriesgar posibles filiaciones (Lafone Quevedo 1893a). La publicación cuenta, además, con una segunda parte consistente en la transcripción de un tratado de enseñanza de dicha lengua, seguida de un vocabulario de mediados del siglo XIX, a cargo del padre Fray Francisco Tavolini. Esta obra da cuenta de su inserción en la comunidad de la americanística moderna (Crespo 2008), que comparte como método el trabajo de gabinete a partir del intercambio de materiales desconocidos o inéditos, y su posterior análisis, organización, comentario y puesta en circulación; lo que sería, en el ámbito de la lingüística indígena, el caso por antonomasia de lo que hemos dado en llamar arqueología lingüística (véase Domínguez 2020). De hecho, gran parte de las publicaciones realizadas por Lafone, que se concentran en la última década del siglo XIX, consisten en una serie de estudios basados en manuscritos (albergados, en su mayoría, en la biblioteca de Mitre, una de las más extensas de América del Sud[5]) producidos por misioneros de distintas órdenes o por otros aficionados a las lenguas indígenas, con el principal objetivo de establecer una cartografía sobre las lenguas americanas y, más específicamente, argentinas. No obstante, también realizó documentaciones del toba (Lafone Quevedo 1893b) y de lenguas patagónicas (Malvestitti y Orden 2020).
A su vez, el trabajo sobre el mocoví representa el inicio de su interés por las lenguas de la región del Gran Chaco, que se sostendrá a lo largo de toda su trayectoria, como se verá a continuación. En un estudio posterior, hace explícitas sus motivaciones por el estudio de estas lenguas: por sus particularidades fonético-fonológicas y gramaticales y por constituir, hasta entonces, un área de vacancia dentro de los estudios americanistas.
Mucha falta nos hace un estudio de las naciones del Chaco bajo el punto de vista antropológico; porque las diferencias de lengua no creo que en todos los casos correspondan á las de raza. Una vez bien establecidas la geografía de las lenguas, la craneología de las razas, y la agrupacion de los idiomas en las grandes familias subfijadoras, prefijadoras y mistas, recien podremos empezar á vislumbrar el origen de nuestros Indios (Lafone Quevedo 1895a, 41).
El último segmento de la cita, referido a la clasificación lingüística, permite, a su vez, anticipar otra recurrencia en la producción de Lafone: el establecimiento y aplicación de dos criterios lingüísticos con el fin de diseñar hipótesis filiatorias, a partir de las cuales reconstruyó "eslabonamientos" de lenguas (término que utiliza con frecuencia) y así ofrecer una particular organización racial de los grupos indígenas de la América meridional, asunto en el que nos detendremos a continuación.
A su vez, cuenta con otros trabajos de lingüística que se distinguen de los anteriores por su temática u objeto. Uno de ellos es "El verbo. Estudio filológico-gramático" (1892b), donde plantea su hipótesis acerca del origen teutónico del español a partir del estudio comparado de los verbos. El otro es Tesoro de catamarqueñismos (1898), en el que se encarga, por un lado, de reconstruir el cacán, extinta lengua de los diaguitas, escasamente presente en las fuentes coloniales y mayormente fijada en topónimos y antropónimos encontrados en empadronamientos de indios y títulos de propiedad, que sometió a comparación para derivar en la conclusión de que el cacán era una lengua distinta del quechua, observación que lo que lo condujo a confrontar con la principal hipótesis sostenida hasta entonces, incluso previamente por él mismo (véase el "Prefacio" en Lafone Quevedo 1898). Pero la verdadera particularidad de esta obra radica en que se expone un registro etnográfico propio, complementado con vocablos extraídos de distintos documentos, lo que le permite organizar un "tesoro" de la variedad del español catamarqueño, caracterizado por la presencia de distintos elementos de lenguas indígenas: principalmente quechua y cacán.
La gran producción de trabajos sobre lenguas indígenas, mayormente concentrados en la última década del siglo XIX, como así también la originalidad de sus planteos, que se encontraban en pleno diálogo con el discurso de la lingüística americana del periodo, lo condujeron a ser considerado uno de los primeros y más relevantes lingüistas de la Argentina. Tal es el caso, por ejemplo, de las caracterizaciones acerca de su labor que realizan los antropólogos José Imbelloni (1936) y Dick Ibarra Grasso (1958) y la lingüista Herminia Martín (1985), por mencionar solo algunos.
A partir de 1910, disminuyen considerablemente sus publicaciones, posiblemente debido a sus nuevas obligaciones de gestión y enseñanza en las universidades del Río de la Plata, cargos que sostiene hasta su fallecimiento en 1920. En 1899 había sido contratado por la FFyL-UBA como docente de la materia Arqueología americana y, dos años después, había comenzado a desempeñarse como director interino del Museo de La Plata, cargo que se regulariza en 1906.
1.1 La crítica a Brinton
Las hipótesis de Lafone Quevedo se hacen conocidas a partir del "Estudio crítico" (Lafone Quevedo 1893c) que realiza a The American Race (1891), del antropólogo y lingüista estadounidense Daniel Garrison Brinton. El planteo que allí introduce será la primera formulación de todas sus propuestas posteriores y, a su vez, el modelo rector del programa de Arqueología americana, que examinaremos más adelante. Brinton sostenía la procedencia común desde Europa Occidental de todos los pueblos indígenas americanos y propuso una clasificación racial que dividió entre grupos del Atlántico septentrional, del Pacífico septentrional, de la zona central, del Pacífico austral y del Atlántico austral. Lafone hipotetizaba, en cambio, que el origen no podía haber sido común en todos los casos, lo que explicaba a partir de las diferencias lingüísticas y complementaba con datos de tipo antropológicos (físicos y culturales). Para nuestro autor, el error de Brinton radicaba en que este había planteado su hipótesis filiatoria sobre la base de información escasa, por la falta de investigaciones en América del Sur. Y, si bien declaraba no sentirse del todo preparado para fundamentar su "disidencia" (1893c, 504), en el trabajo en cuestión presentó información que, al revelar las particularidades de las distintas culturas americanas, le permitió fundamentar su hipótesis acerca de las procedencias múltiples. Así, reorganizó los dos últimos grupos de la clasificación de Brinton (los de la región austral), con especial atención a los asentados en el territorio argentino:
En el litoral del Paraná prevalecía la lengua Guaraní, que incluye la de los Chiriguanos y Guarayos, etc. Hacia el Sud daba con naciones que hablaban el Pampa ó Araucano, y estas se extendían hasta más allá de los Andes, inclusive Chile. Al norte damos con las razas quichuizantes, que parecen haberse poblado en todas las serranías al norte de las provincias de San Luis y Mendoza.
Hacia la parte del norte, entre las naciones quichuizantes y guaranizantes, se interponen numerosas tribus que ocupan, las cuencas de los ríos Pilcomayo, Bermejo, Saldo y Dulce, las que dividiré en dos grandes grupos, naciones Guaycurúes y naciones que no lo son.
Para concluir daré algunos apuntes acerca del Cacan, Lule del Padre Techo, Sanavirona, ó sea dialectos de Córdoba, Tehuelche y Fueguino. El idioma Atacama ahora se habla solo en Chile y no me consta que jamás se hablára en la Argentina (Lafone Quevedo 1893c, 509).
En cuanto a los criterios que él mismo diseñó para establecer las diferencias lingüísticas entre los pueblos americanos, estos fueron dos: uno gramatical y otro léxico. El primero de ellos consistió en el análisis del sistema de colocación de los afijos pronominales y posesivos, por ser un dato de escasa variación en la diacronía. Este criterio derivó en la distinción entre lenguas prefijadoras, las "del Atlántico" o del "Grupo Brasilense", y las lenguas sufijadoras, las "del Pacífico" o del "Grupo Andino"; habría, además, algunos casos de lenguas que combinarían los dos fenómenos, las del "grupo del medio", y los "arrinconamientos lingüísticos", lenguas sin filiación aparente.
Ahora resulta del examen, que una gran familia de idiomas prefija sus partículas pronominales, y que otra las subfija; por ejemplo, algunos dicen — mi libro —otros— libro mío. Como lo podríamos preever, las naciones que viven entre las dos, mezclan ambos métodos hasta confundirlos, y así, en vez de decir --tu libro— abriendo el posesivo ingieren el nombre y hacen tu-libro-yo (Lafone Quevedo 1893c, 501).
El otro criterio partió de la identificación del término para designar "agua": "La raíz oc=occo=co —agua— es una pista que la encontramos por todas partes en nuestra América, y que unida á estudios craneológicos podrá explicar muchas mezclas y anomalías" (Lafone Quevedo 1893a, 99). Es importante destacar que, si bien este criterio es fundamentalmente léxico, Lafone era consciente de los problemas que podía acarrear el hecho de basar clasificaciones lingüísticas en otro tipo de lexemas, asunto que será una constante en los debates del siglo XX (véase Domínguez 2019a, 2019b): "Yo por ahora prescindo de las analogías léxicas, porque son falaces aunque muy seductoras; pero estoy dispuesto á recibirlas tan luego como se ofrezcan pruebas gramaticales fundadas en leyes fonológicas bien establecidas" (Lafone Quevedo 1893a, 6).
1.2 Gran Chaco
Como ya anticipamos, una de las regiones de mayor interés para Lafone Quevedo fue la del Gran Chaco, que comprende un segmento del Centro-Norte argentino, gran parte del Centro-Este de Bolivia, un importante fragmento del Centro-Oeste de Paraguay y una pequeña porción del Sur de Brasil. Anteriormente mencionamos algunos trabajos referidos a las lenguas y grupos indígenas de esta región, a los que se le suman los que siguen. Así, además de su trabajo sobre el mocoví (1893a), ese mismo año publica, también en los talleres del Museo de La Plata, un tratado que comprende un arte y un vocabulario sobre la lengua toba (mencionado más arriba), basado en los manuscritos del padre Alonso Bárcena, con el complemento de la documentación del padre Tavolini, además de otros materiales facilitados por Ángel Carranza[6] y Pelleschi y sus propios registros a partir de la consulta al "indio López" (Lafone Quevedo 1893b). En 1894, pone en circulación un "calepino" lule-castellano del padre Antonio Machoni (Lafone Quevedo 1894) y, un año después, un tratado sobre el vilela basado en los aportes de Hervás y Panduro, Adelung y nuevamente de Pelleschi (Lafone Quevedo 1895a). Entre 1895 y 1896, publica numerosos trabajos sobre las lenguas del Chaco, con los que pretende reconstruir de modo cabal los vínculos genéticos entre estas lenguas.
El mapa étnico-lingüístico que propone, específicamente en lo relativo a los grupos de esta región, es, en principio, el siguiente: por un lado, los "no guaycurúes", que comprende a lules y vilelas, de lenguas sufijadoras, estudiados en los trabajos anteriormente mencionados; y, por el otro, a los guaycurú, que integra las lenguas de los matacos, tobas y mbayas, de lenguas prefijadoras, que estudiará en los años sucesivos.
Algunos de los trabajos que publica sobre las lenguas de este último grupo son los documentos del padre Massei sobre el "dialecto nocten" (1895b); un vocabulario compilado por D'Orbigny sobre el "dialecto vejoz" del grupo mataco-mataguayo (1896b); otro vocabulario basado en manuscritos del padre Joaquín Remedi (1896c) y otro facilitado por Pelleschi sobre el grupo mataco en general (1896-1897). Ese año, además, publica un tratado sobre el "idioma mbaya" (1896d) y otro artículo —referido anteriormente— sobre el abipón, basado en Dobrizhoffer (1896a). Con este último, da por "completa la terna de los tres grandes idiomas que orlados por las lenguas del grupo Mataco-Mataguayo, se disputaban el predominio en el Chaco Argentino" (Lafone Quevedo 1896a, 5).
En el trabajo sobre el dialecto vejoz plantea una nueva hipótesis filiatoria, que revela la inestabilidad de sus postulados, en permanente reformulación a medida que analizaba nuevos datos lingüísticos. Esta hipótesis consiste en ubicar a las lenguas del grupo guaycurú en el grupo del medio, es decir, "que se valen de ambos recursos gramaticales" (Lafone Quevedo 1896b, 1).
Entre 1902 y 1906, prepara cuatro trabajos más sobre lenguas del Chaco boliviano. Luego, entre 1910 y 1912, publica otros también sobre lenguas de esa misma región. Uno de ellos, presentado en el Congreso Internacional de Americanistas celebrado en Buenos Aires en 1910, posiblemente sea el que mejor sintetiza su propuesta filiatoria, ya que en muchos casos desdice o contradice lo formulado en publicaciones inmediatamente anteriores; vacilaciones esperables y entendibles en una instancia de formulación de hipótesis.
En el trabajo en cuestión (Lafone Quevedo 1912a), somete a comparación las lenguas de la familia guaycurú y la chiquitana sobre la base de una serie de criterios que incluyen los ya clásicos basados en el sistema de pronominalización y la forma que adquiere agua en cada lengua, a los que suma nuevos factores como la existencia de un habla masculina y una femenina (que se materializa tanto en el vocabulario como en el sistema pronominal)[7] y las formas de pluralización de
la primera persona (inclusivo, "todos nosotros", o exclusivo, "nosotros pero no ustedes"), con prescindencia absoluta de análisis del léxico que, según el autor, había conducido a confusiones en cuanto a los posibles parentescos.
1.3 El Río de la Plata
Además de sus aportes a las lenguas de la región del Gran Chaco, también se encarga, aunque en menor medida, de estudiar las de la zona del Río de la Plata y alrededores, con el objetivo de completar el mapa etnolingüístico del país. En 1897 publica "Los indios chanases y su lengua. Con apuntes sobre los querandíes, yaros, boanes, güenoas o minuanes y un mapa étnico", donde ofrece una descripción de cada etnia y, al igual que en los otros casos, hipótesis filiatorias con las que busca reformular las relaciones genéticas entre estos grupos, también sobre la base de distinto tipo de documentación de órdenes religiosas y de viajeros. En cada caso pone en diálogo estas clasificaciones con la suya propia, que tiene como eje la distinción entre "guaycurúes" y "no guaycurúes", como ya vimos. La confusión, por lo general, y según él mismo advierte, está dada por los etnónimos asignados, que, en muchos casos, provenían de las designaciones que daba un grupo a otro. El trabajo concluye con un manuscrito del padre Dámaso Larrañaga sobre la lengua chaná y un mapa étnico —tal como anticipa en el título de este trabajo— con una descripción anexa en la que consigna la ubicación geográfica y breves datos sobre las características étnicas y lingüísticas de los grupos de la zona sur del Litoral (Lafone Quevedo 1897, 148-151).
En 1900 publica un estudio sobre las razas pampeana y guaraní con el que intenta clarificar el panorama acerca de los etnónimos al estabilizar algunas designaciones correspondientes a su propia clasificación, sobre la base del análisis de una serie de documentos del periodo de la conquista. A su vez, discute una idea ampliamente consensuada por los historiadores, quienes "se han limitado á reconocer sólo dos estirpes de naturales, que, según ellos, tenían que ser ó guaraníes ó araucanos" (Lafone Quevedo 1900, 28). En cambio, plantea que la tendencia guaranizante (como así también la quichuizante) tenía que ver con la gran extensión de esas lenguas durante el periodo de conquista y colonización.
Luego de presentar las confusiones anteriormente referidas, introduce su interpretación acerca de los grupos indígenas ubicados en la zona del Río de la Plata al momento de la conquista y establece que los españoles encontraron dos "razas diferentes: la una Guaraní, la otra non-Guaraní" (Lafone Quevedo 1900, 88). En cuanto a los guaraníes, plantea la "homogeneidad de raza y lengua"; y, respecto del grupo no guaraní, sostiene que había entre ellos "variedad de idiomas" que no permiten dar cuenta cabal de su procedencia debido a la "mezcla", "pero, salvada la excepción de la lengua, parece que las más, sino todas estas naciones descendían de una raza con los caracteres étnico-físicos de la llamada Pampeana por d'Orbigny" (Lafone Quevedo 1900, 89). Por otra parte, introduce la posibilidad de que los guaraníes no fueran originarios de la zona de Corrientes, distinta de la idea generalizada en la época (Lafone Quevedo 1900, 91). Finalmente, sostiene que "las razas Guaraní, Chaco-Guaycurú, Pampa-Patagona y Pampa-Araucana son intrusas en el Río de La Plata, y que tal vez lo sea también, del todo ó en parte, la raza Pampa-Litoral (Chanás, Timbúes, Mbeguáes, etc.)" (Lafone Quevedo 1900, 94).
Además de sus hipótesis de poblamiento, interesan particularmente los análisis lingüísticos que allí realiza. En primer lugar, plantea que, cuando los españoles llegaron al Río de la Plata, solo entraron en contacto con cuatro lenguas: guaraní, "guaycurú-mayas o caduveo" y "payaguáes o chanáses"; mientras que "De las demás naciones, sabemos, en tesis general (porque así nos lo aseguran los escritores primitivos), que sus lenguas eran diferentes" (Lafone Quevedo 1900, 99). En cuanto al modo de colocación de los afijos, retoma la hipótesis que tempranamente introdujera en el "Estudio crítico" a Brinton. En este caso, además de los pronombres pronominales y posesivos, añade las desinencias verbales. Plantea, entonces, que el "peruano" (quechua), sería una lengua sufijadora, mientras que las prefijadoras serían el guaraní, el aymara, el "araucano" (mapudungun), el allentiak, el lule, el vilela-chulupí, el chibcha, el caribe, el mojo-maypure, el mataco-mataguayo (wichí), el chiquito, el "chaco-guaycurú", el chaná y el "patagón" (aonek'o ajen o "tehuelche"). Habría otras lenguas que presentarían una forma combinada, tal es el caso del "mocoví" (moqoit), que diría "tu-cabeza-ya" (Lafone Quevedo 1900, 100); en este caso, el pronombre posesivo correspondiente a "tuya" aparece discontinuo, un morfema se antepone al sustantivo y el otro se pospone.
Añade, además, otro sistema de clasificación, según grupos "uniformes y multiformes". El uniforme tendría una "sola serie de pronombres personales y de posesivación: ex. gr.: mi casa, tu casa, etc."; allí incluye las siguientes lenguas: "Quichua, Aymará, Araucana, Allentiak, Atacameña, Tehuelche, Puelche, Yahgan, Chaná, Mataca (?), Caingangue, Guaná-Kinikinao, Lule de Machoni, Vilela-Chulupi, Guaraní en todas sus ramas" (Lafone Quevedo 1900, 101). En cuanto al grupo "multiforme" plantea que es "rico y variado en series de articulaciones pronominales, é incluye todas las lenguas de tipo Chaco-Guaycurú"; y estas serían el "Toba, Mocoví, Abipón, Mataco (?), Payaguá, Mbayá-Guaycurú, etc., Caingangue (?)" (Lafone Quevedo 1900, 101). Esta diferenciación lo conduce a una conclusión en la que se involucran los conceptos lenguas y razas. Afirma: "El mero hecho de que estas lenguas sean multiformes en medio de otras en que resalta la uniformidad, es en sí un argumento en favor de la diferencia de la raza y lengua; y yo me inclino á creer que esta complicación gramatical resulta de la mezcla ó hibridación" (Lafone Quevedo 1900, 102); de lo que se interpreta que, según su perspectiva, a partir de procesos de contacto estas lenguas, que eran originalmente uniformes, se convirtieron en multiformes.
Como se verá a continuación, en los programas de Arqueología americana a su cargo, los contenidos de lingüística indígena serán medulares. De hecho, gran parte de las temáticas abordadas en sus trabajos aparecerán en sus clases: desde el valor de la lengua para la cartografía étnica, hasta los criterios aplicados a la clasificación lingüística y el interés por las lenguas de la franja norte del país en detrimento de las patagónicas. La inclusión de temas y análisis propios constituye, según nuestra lectura, una estrategia de autolegitimación de su trabajo, que lo habilita, a su vez, a instalar, en un espacio académico inaugural, ciertos patrones de argumentación (Schlieben-Lange 2019 [1983]) respecto de lo que se debe decir y cómo corresponde que se haga. Por otra parte, estos programas presentan considerables diferencias respecto de los cursos a cargo del profesor suplente de Arqueología, Juan Bautista Ambrosetti, abocados al tratamiento de temáticas estrechamente relacionadas con sus expediciones por los valles Calchaquíes. Lo mismo sucede con los programas posteriores de Salvador Debenedetti (quien sucede a Lafone en la titularidad de la materia), que siguen la línea de los de Ambrosetti. La ausencia de límites disciplinares parecía contribuir a esta amplitud temática que habilitaba al docente a imprimirle a su materia una mirada atravesada por sus inquietudes personales. Esta situación se irá estabilizando con el tiempo, lo que conducirá al desplazamiento de las temáticas lingüísticas de la asignatura Arqueología y al dictado de otras que se vuelven impostergables.
2. La lingüística indígena en los programas de Arqueología americana (1899-1920)
El primer programa de Arqueología americana data de noviembre de 1899, cuando se modifica el primer plan de estudios de la FFyL-UBA, vigente desde su creación en 1896. Este primer plan establecía cuatro años de cursada; los tres primeros, dedicados a la obtención del título de licenciado en Filosofía y Letras; el cuarto, a la del doctorado. Los contenidos curriculares se organizaban entre cursos regulares y libres; y una serie de asignaturas regulares: Filosofía, Historia, Literatura, Geografía, Ciencia de la Educación y Sociología (Buchbinder 1997, 34). Las reformulaciones aplicadas en 1899 comprendieron una reorganización de los cursos en generales o especiales y la extensión de la cursada en un año más para incluir dos cursos generales nuevos, uno sobre lenguas clásicas y otro de arqueología (Buchbinder 1997, 34), del que Lafone será el encargado.
Durante los años en que esta asignatura estuvo a su cargo, los programas sufrieron escasas modificaciones, como se verá, ya que, al disminuir considerablemente su producción, las temáticas tratadas en sus clases se corresponden con sus investigaciones anteriores. Por su parte, la enseñanza de distintos asuntos relacionados con las lenguas indígenas argentinas estuvo siempre presente. A continuación, con particular atención al tratamiento de estos asuntos, revisaremos los sucesivos programas que él diseñó, con el objetivo de identificar los principales contenidos objeto de enseñanza, la introducción de sus análisis filiatorios expuestos en el apartado anterior, aquellos temas discontinuados y la bibliografía utilizada (cuando está explicitada), entre otras cuestiones que nos permitirán comprender el lugar otorgado a las lenguas indígenas en el modelo arqueológico de Lafone y, en un marco más amplio, al proceso de institucionalización (Schlieben-Lange 2019 [1983]) de este conocimiento en el ámbito de la FFyL-UBA.
Los primeros programas, que se inician en 1899, hasta el de 1910, se encuentran albergados en el Archivo General de la FFyL-UBA; mientras que los posteriores integraron las publicaciones anuales de la Facultad dedicadas exclusivamente a la circulación de los programas de todas las asignaturas. En términos generales, se organizan por unidades, como se verá en lo que sigue, y en algunos casos, que se indicarán oportunamente, se acompañan con una bibliografía específica. A continuación, nos detendremos puntualmente en algunos de ellos y, más específicamente, en algunas unidades que, por su temática, ofrecen mayor significatividad desde el punto de vista de esta investigación.
El primer programa de la asignatura atiende, principalmente, a cuestiones de arqueología y antropología física. Con todo, es posible identificar la filtración de cuestiones lingüísticas en relación con temáticas de folklore, como se ve en los contenidos de la unidad VI: "Folk-lore de las razas indígenas. Lengua sagrada representada en el simbolismo del arte argentino-peruano" (AGFFyL, B-2-7, 34); vinculación que también puede apreciarse en el Tesoro de catamarqueñismos (1898) que había publicado recientemente.
En 1901, incorpora el estudio de las razas en relación con la distribución lingüística: "Distribución de la raza americana por naciones y lenguas en la República Argentina" (AGFFyL, B-2-7, 36); lo que revela la centralidad otorgada al estudio de las lenguas indígenas para las clasificaciones étnicas, perspectiva que también sostiene, aunque con algunas reservas, tal como había planteado en su "Estudio Crítico" (1893c).
Con el programa de 1903, mucho más detallado en cuanto al desarrollo de cada unidad y uno de los pocos que incluye una bibliografía, Lafone buscaba hacer ganar "en interés y utilidad el Curso, desde que en esta forma puede servir como de Introducción al estudio intensivo de los orígenes de la República Argentina" (AGFFyL, B-2-7, 67), tal como expresaba en una nota dirigida al decano a modo de presentación. En ese mismo documento, mencionaba nuevos hallazgos documentales que motivaron la reformulación del programa: "La documentación que sucesivamente se va desenterrando en los archivos de la Madre Patria y en partes varias de la América Latina nos obliga á abrir nuevos rumbos en el modo de tratar los albores del suelo argentino" (AGFFyL, B-2-7, 67).
En cuanto a los contenidos, este programa contaba con 14 secciones. La primera de ellas contenía cuestiones generales acerca de la antigüedad del hombre americano y análisis raciales (descripción de elementos constitutivos, hipótesis sobre los orígenes, etc.). La segunda consistía en el estudio de las "zonas étnicas de la República Argentina", distribuidas en tres: la Oriental o Guaranítica; la Central o Pampeana; y la Andina o Quichuizante. En el estudio de cada una de ellas, se proponía el análisis de las distintas "naciones" que las integraban, a partir del estudio de las características físicas, costumbres, lenguas y temas de arqueología y folklore, con el objetivo de arribar a la "clasificación étnica de cada pueblo". La sección VI se abocaba al estudio de las migraciones y "colonizaciones" de los pueblos indígenas, que provocaban confusiones etnonímicas y toponímicas: "Confusiones introducidas en la etnografía y clasificación de los indios, á causa de estos desplazamientos étnicos. Ejemplos de nombres geográficos convertidos en nombres gentílicos". El problema de las denominaciones de los distintos grupos era una de las principales preocupaciones de Lafone Quevedo (lo hemos visto antes en Lafone Quevedo [1900]), quien incurría en la tendencia de asignar a una zona geográfica la extensión de una etnia que, a su vez, podía incluir muchas "naciones" que tampoco resistían al desorden nominal.
Luego, en la séptima sección de este programa introduce más detalladamente que en años anteriores la temática de las lenguas indígenas. Específicamente, propone el estudio de cuestiones clasificatorias lingüísticas y geográficas, como puede verse a continuación:
1. Carácter general de las Lenguas Argentinas.
2. Lenguas del Viejo Mundo que más se parecen á las de América.
3. Lenguas de las Zonas Argentinas.
4. Agrupación de las mismas por familias, ó con excepciones, cuando sean ellas irreductibles á grupos conocidos.
5. Relación que existe (1) entre la generalidad de una lengua y la cultura de las naciones que la hablan, y (2) entre esa generalidad y la antigüedad de la lengua.
6. Probabilidad de que las lenguas irreductibles de los grupos conocidos, correspondan a arrinconamientos de las naciones vencidas (AGFFyL, B-2-7, 67).
La bibliografía de la sección comprendía, por su parte, las siguientes lecturas: por un lado, el relato de viaje de Antonio Pigafetta de inicios del siglo XVI, publicado en 1800, como así también el trabajo del abate Lorenzo Hervás y Panduro, Catálogo de las lenguas (1800-1805). A estas les sumaba otra serie de lecturas un poco más contemporáneas, la mayoría de fines del siglo XIX, como la ya mencionada obra de Brinton, The American Race (que posiblemente haya formado parte de la bibliografía obligatoria de todos los años en que Lafone Quevedo estuvo a cargo de Arqueología); el tratado de lingüística comparativa y tipológica, La Linguistique (1877), de Abel Hovelacque[8], y los trabajos del mencionado americanista francés Lucien Adam. A esta bibliografía, mayormente europea, le sumaba sus propios trabajos, que posiblemente refiera a varios de los analizados en el apartado anterior.
Las últimas unidades de este programa comprendían varios temas de arqueología y "antropofagia", asunto de interés para Lafone (véase, por ejemplo, Lafone Quevedo [1897]).
La incorporación de otros colegas a la Facultad y la existencia de programas de asignaturas con temas congruentes posiblemente lo motivaron a realizar algunos cambios en el diseño de los contenidos de la materia. Así, cuando en 1903 Roberto Lehmann-Nitsche comienza a dictar su curso de Antropología, los programas en cuestión abandonan algunas temáticas abordadas anteriormente, tales como el tratamiento de las edades de Piedra Paleolítica y Neolítica y su correspondencia con la clasificación del "Hombre Americano" (AGFFyL, B-2-7, 67). Lo mismo sucede cuando Ambrosetti, en calidad de profesor suplente de Arqueología desde 1903, comienza a dictar un curso complementario de la materia en 1905. Los contenidos de este programa (AGFFyL, B-2-8, 40) tratan sobre arqueología de la región calchaquí, lo que conduce a Lafone a eliminar esas temáticas en su asignatura.
En cuanto a las innovaciones, este año Lafone añade el siguiente posible tema para las tesis que optaran por esta orientación: "Las lenguas de la familia guaicurú, su ubicación geográfica y su comparación con las inmediatas de otros tipos" (AGFFyL, B-2-8, s/n), lo que se corresponde, como vimos, con uno de los principales grupos indígenas a partir de los cuales organizó su propia hipótesis clasificatoria.
En el programa de 1906 (AGFFyL, B-2-8, 55) mantiene la organización de los anteriores, aunque suprime algunas unidades relativas a descubrimientos arqueológicos, posiblemente por la misma razón esgrimida anteriormente de evitar superposiciones con los cursos de Lehmann-Nitsche y Ambrosetti. Otra diferencia, estrictamente formal, es que ya no introduce los nombres de todos los grupos indígenas, mientras que la organización areal permanece (es decir, zona oriental de la cuenca del Río de la Plata, zona occidental o de los Andes, zona central o de los Chacos y Pampa). Una innovación la constituye la ampliación a las lenguas americanas, ya que en el programa anterior solo focalizaba en las lenguas argentinas; el resto permanece prácticamente inalterado. Aquella ampliación coincide con los avances que había realizado por entonces para el caso de las lenguas del Chaco boliviano, tal como vimos en el apartado anterior.
Entre los temas asignados para el examen final, ese año aparece una problemática lingüística: "El grupo de lenguas con mecanismo gramatical más complejo que existe en la República Argentina, con indicación de sus complicaciones" (AGFFyL, B-2-8, 55), que muy posiblemente se refiera a las lenguas guaycurúes, que poseían un sistema pronominal multiforme según su propio análisis (Lafone Quevedo 1900) que examinamos anteriormente. Por último, entre los temas para tesis, el primero de ellos es sobre lingüística indígena: "La tradición etnográfico-lingüística del Río de La Plata en el siglo XIX comparada con las noticias consignadas por escritores contemporáneos en la época de la conquista, y con los resultados de investigaciones en los últimos 30 años" (AGFFyL, B-2-8, 55). Este último se presenta en clara continuidad con su propia práctica de arqueología documental que expone en "La raza pampeana y la raza guaraní" (1900), trabajo que enseña en sus clases.
El programa de 1907 presenta una nueva distribución temática, al dividirse únicamente en tres secciones: "A. La Raza Americana", "B. Etnografía de la Argentina y Repúblicas Limítrofes", "C. Elementos para la clasificación acertada de las Naciones Indígenas" (AGFFyL, B-2-9, 17). Si bien no hay otras incorporaciones novedosas, en este caso el asunto de las lenguas aparece ahora en la tercera sección, es decir, aquella relativa a los elementos para la clasificación, junto con otras temáticas ("migraciones y arrinconamientos", "mestizaje", "restos arqueológicos", "antropofagia" y "demás usos y costumbres" [AGFFyL, B-2-9, 17]); hecho que refrenda, nuevamente, el valor de las lenguas para su organización cartográfica.
En 1908, aparece por primera vez una sección titulada "Lingüística", que incluye las temáticas relacionadas con las lenguas indígenas que venía enseñando hasta entonces. En la nota que eleva al decano como presentación del programa, plantea que este "será desarrollado en todas sus partes, pero intensamente sólo en lo que se refiere á las regiones del Río de la Plata, Chacos y Pampa, por contarse con MSS y documentos recientemente sacados á luz" (AGFFyL, B-2-9, 42), materiales que él mismo venía trabajando en profundidad, como vimos anteriormente, lo que marca, una vez más, una clara continuidad con su propia práctica de investigación fundamentalmente de gabinete.
En 1909, la sección sobre lenguas indígenas (en este caso, la segunda, luego de la sección preliminar) vuelve a denominarse "Lengua de los Aborígenes" (Lafone Quevedo 1909, 53-54), dejando de lado el nombre de la disciplina, como vimos en el programa anterior, mientras que las temáticas abordadas no presentan variaciones destacables. La mayor innovación consiste en la introducción de un trabajo práctico de lingüística comparada entre lenguas de distintas familias y entre variedades de una misma lengua. La tercera sección es sobre "Etnología de los Indígenas" y el primer tema a abordar consiste en la distribución de "familias de indios que hablan las lenguas de que se trata en la sección II", de lo que se deriva, nuevamente, la importancia del dato lingüístico para el establecimiento de agrupaciones étnicas.
En 1910, el apartado de nuestro interés ahora vuelve a denominarse "Lingüística" y, si bien sigue globalmente las temáticas de 1908, hay algunas incorporaciones de relevancia: por un lado, una idea que también expone en el Primer Congreso Científico Internacional Americano celebrado ese mismo año en Buenos Aires (PCCIA 1910), la de "provincias lingüísticas", que, en el caso del programa de 1908, puede relacionarse con la intención de distinguir los mapas lingüísticos de los mapas etnográficos. Es decir, la reconstrucción de la historia de la extensión territorial de una lengua no necesariamente se corresponde con la extensión de la etnia (que puede haber hablado más de una lengua o variedad según su ubicación). Otra de las novedades es la incorporación de la nueva denominación de su sistema clasificatorio según la colocación de los afijos, el "Sistema 'Lafone Quevedo'" (Lafone Quevedo 1910, 52). Finalmente, en la sección siguiente, "Geografía", introduce la temática de los mapas étnico-lingüísticos, primero uno de 1550 y luego otro de 1800. De la unidad "Lingüística", la bibliografía consiste en "varias publicaciones" del propio Lafone Quevedo sobre el tema (sin especificaciones) y "Los indios caingangue" de Ambrosetti (1894), "Los Indios Matacos" de Pelleschi (publicado por Lafone, como ya vimos) y, nuevamente, el Catálogo de Hervás (1800) (Lafone Quevedo 1910, 53), mientras que se encuentran ausentes lecturas más contemporáneas anteriormente sí incorporadas, como las de Brinton, Adam y Hovelacque. La referencia a Pelleschi y Ambrosetti también demuestra, por otra parte, que su interés seguía centrado en la franja norte del país (como es el caso del grupo mataco-mataguayo, perteneciente al Gran Chaco, y el grupo caingang, perteneciente a la Amazonía y Litoral norte argentino).
El programa de 1911, por su parte, está compuesto por seis unidades. La última es la directamente referida a las lenguas indígenas y se distingue de la propuesta del programa anterior por no mencionar explícitamente el "sistema Lafone Quevedo", que, sin embargo, posiblemente sea el "modo fácil" al que refiere en relación con la clasificación de lenguas (Lafone Quevedo 1911, 59-60). Entre la bibliografía cita documentos del siglo XVII y XVIII, además de muchos trabajos antes ausentes (en los casos en que aparecía la bibliografía consignada) a cargo de colegas locales, aunque no consigna referencias específicas. Es posible pensar que estas incorporaciones respondan al intercambio con otros especialistas durante el ya mencionado Primer Congreso Científico Internacional Americano y el de Americanistas, ambos celebrados en Buenos Aires un año antes con motivos de los festejos del centenario de la Revolución de Mayo.
En 1912, el plan de estudios se modifica y la oferta curricular de la Facultad queda organizada en tres secciones: Filosofía, Letras e Historia (Buchbinder 1997, 49). La materia a cargo de Lafone pasa a formar parte del tercer año de la última sección. Si bien el Consejo Directivo aprueba el cambio de denominación de la materia al suprimirse el adjetivo "americana" (RUBA 1913, 91-96), finalmente en el programa conserva su nombre original. Es importante mencionar, por otra parte, que las únicas materias específicas sobre ciencias del lenguaje que se incorporan este año son Gramática histórica y Filología, correspondientes al tercero y cuarto año, respectivamente, de la Sección de Letras; las que, sin embargo, comenzaron a dictarse tiempo después[9]. Hasta entonces, no había materias particulares sobre el tema, excepto las de lenguas clásicas. Así, las temáticas relacionadas con las ciencias del lenguaje se encontraban atomizadas en distintas materias tales como Psicología, Antropología y Estética, además de Arqueología americana.
En este año, el programa de la asignatura que estamos analizando sufre algunas nuevas modificaciones: posiblemente debido a esta reubicación en la sección de Historia, se encuentra más centrada en temas propiamente arqueológicos, mientras que contiene menos referencias a la geografía étnica y lingüística. Solo en el capítulo noveno aborda algunas cuestiones de lingüística indígena, a saber: "IX. Las mismas relaciones [entre las culturas peruano-bolivianas y argentinas] examinadas á la luz de las últimas investigaciones lingüísticas: a) entre el idioma Quichua y las lenguas de tipo Mojo-Maipure y Guaycurú; b) Comparación entre las lenguas argentinas que tienen los índices I ó Y y N de primera persona". Este último consiste en un criterio de distinción que ese mismo año también recupera en "Las lenguas Guaycurú y Chiquito comparadas" (1912b) y que refiere a la forma que presentan los pronombres de primera persona[10]. Otra incorporación novedosa es el tratamiento en el programa del "Estado social del indio americano" (Lafone Quevedo 1912b, 64-66), una temática que preocupaba tanto a Lafone como a sus colegas y que llega a ser uno principales objetos de debate durante Congreso Científico Internacional Americano[11].
El programa de 1913 se mantiene prácticamente inalterado respecto del de 1912. Recién en 1914 la asignatura cambia finalmente de nombre, al eliminarse el adjetivo "americana". El nuevo programa de Arqueología (a secas) sufre, además, algunas modificaciones significativas. Así, en este caso, las distintas temáticas que se propone abordar abarcan toda la realidad sudamericana desde la Conquista y el periodo colonial, con el objetivo de analizar estados culturales al momento de contacto con el europeo y las influencias de las grandes civilizaciones americanas a lo largo del continente durante estos periodos; particularmente refiere a la región de la Guayana (en singular) y de los Andes. Si bien hay referencias a las lenguas indígenas, esta temática se encuentra considerablemente disminuida respecto de los anteriores programas.
En el programa de 1915 menciona a dos "estirpes máximas" del continente sin mayores especificaciones (AGFFyL, B-2-13, 14). Sin embargo, es sencillo deducir que se refiere a la aruaca y caríbica (mencionadas en otros documentos que acompañan al expediente del programa)[12] por su enorme extensión desde el Caribe hasta Argentina, y de las cuales deriva su sistema de clasificación lingüística que distingue entre grupo "Andino" o "del Pacífico" y grupo "Brasilense" o "del Atlántico", respectivamente correspondientes a cada una de una de esas estirpes. Las últimas dos unidades parecen separarse un poco del resto del programa, ya que abordan temas muy específicos que no se relacionan directamente con la lógica de las demás temáticas. Así, la unidad VII refiere a "Los indios 'Diaguito-Calchaquí' —su ubicación geográfica— su cultura social y artística, las lenguas que hablaron", lo que posiblemente se corresponda con el valor que habían adquirido luego de las expediciones de Ambrosetti (véase Pegoraro 2009, Domínguez 2020), además de ser un tema de particular interés para Lafone Quevedo (véase Lafone Quevedo 1898a). Finalmente, la unidad VIII hace referencia a un tema de historia colonial, lo que es coherente con la nueva sección a la que pertenece la materia.
El programa de 1916 nuevamente retoma la estructura que divide a los pueblos del Atlántico y los del Pacífico. En este caso, a las dos "estirpes máximas" del programa anterior les añade una tercera, la guaraní. Por otra parte, retoma las problemáticas lingüísticas con mucha mayor atención. Así, la quinta unidad se refiere a lo siguiente:
Lenguas que hablaron las tres grandes estirpes del Atlántico. Cómo se comparan entre sí los tres respectivos idiomas. Cuál es la característica especial que todos los tres tienen en común. Modo de establecer el interparentesco étnico-lingüístico de estas tres famosas estirpes en la región marítimo-fluvial del Atlántico, sin entrar en las minuciosidades de esas intrincadas lenguas (Lafone Quevedo 1916, 48).
Por su parte, en la sexta propone el estudio de las siguientes temáticas: "Razones por qué son de especial importancia (1) los nombres de parentesco; (2) los esquemas pronominales; (3) los apelativos étnico-personales y como corroborantes, los restos del arte indígena que, sucesivamente, se van descubriendo" (Lafone Quevedo 1916, 48). La octava incluye el tratamiento de los siguientes puntos: "Eslabones que ponen de manifiesto el interparentesco que existe entre el Guaraní, el Caraíbe y el Mojo-achané [correspondiente a la familia aruaca], contenidos en los nombres de parentesco propios de todas tres estirpes" (Lafone Quevedo 1916, 49). Finalmente, la unidad catorceava implica el estudio de las "Analogías artísticas comprobadas con otras de género lingüístico y de nomenclatura regional" (Lafone Quevedo 1916, 50).
El programa de 1917 no presenta grandes variaciones respecto del anterior. Mantiene la temática de las dos estirpes, arauaca y caraíbe; las estirpes del Atlántico sur, que distingue entre guaraní y no guaranís, y las estirpes de la costa del Pacífico. El de 1918, si bien sigue el modelo del anterior, introduce dos nuevas "estirpes" que se suman al listado arauaco, caraíbe y guaraní/no guaraní que vimos hasta aquí; las incorporaciones son la "peruana" (posiblemente quechua y aymara) y la "chilena" (posiblemente mapuche). En la sección de lingüística, nuevamente la temática son los criterios ya vistos que permitirían corroborar agrupaciones previas (Lafone Quevedo 1918, 52). Este año, además, explicita la bibliografía utilizada. En el listado relativo a la sección de lingüística aparecen referencias a documentos coloniales a los que se le suman, además del ya referido en programas anteriores, Adam, nuevas lecturas de especialistas europeos, como las de von den Steinen y Ehrenreich; y locales, como las de él mismo, Luis María Torres y Félix Faustino Outes (de los que no se indican mayores especificaciones), entre otros, además de la mención de ámbitos científicos y editoriales más generales: "y otros en las Revistas de las Universidades de Buenos Aires, La Plata y otras, en la Sociedad Científica Argentina e Instituto Geográfico Argentino, etc., etc." (Lafone Quevedo 1919, 55). Esta última referencia a espacios de publicación relativamente específicos pone en evidencia un avance considerable en el desarrollo local de este tipo de conocimiento.
El programa de 1918 es el último original de Lafone Quevedo, ya que el de 1919 es casi exactamente igual. En 1920 abandona el dictado de la materia. El 17 de marzo este año solicita una licencia y expresa al Decano su voluntad de retirarse definitivamente. Cuatro meses después, el 18 de julio, fallece (RUBA 1920, 912), y queda a cargo el profesor suplente, Salvador Debenedetti. Al asumir Debenedetti, cambia el programa, que ahora se centra completamente en temáticas de arqueología (por ejemplo, análisis de materiales arqueológicos, técnicas de excavación, etc.). Después de la materia a cargo de Lafone Quevedo, son realmente escasas las apariciones de ítems relacionados con la enseñanza de algún aspecto de las lenguas indígenas en las distintas asignaturas de la Facultad. Sin embargo, hemos identificado y recuperado inclusiones erráticas y esporádicas que hemos analizado en otra ocasión (Domínguez 2020).
3. Conclusiones
En este artículo revisamos, en primer lugar, la producción de Lafone Quevedo sobre lenguas indígenas ya que fue fundante del desarrollo de la lingüística indígena argentina, hasta llegar a ser considerado "el más grande y quizás el único lingüista que hemos tenido" (Ibarra Grasso 1958, 22). Así, tal como esperamos haber demostrado, ocupó una posición central en la comunidad de americanistas del periodo, inauguró uno de los primeros espacios institucionales dedicados específicamente al estudio de las lenguas indígenas en Argentina (como fue el caso de la Sección de Filología del Museo de La Plata), además de insertarse en debates sobre distintos temas americanistas de relevancia internacional (como lo fue la crítica a Brinton para el caso específico de las lenguas indígenas). A su vez, logró organizar el panorama lingüístico de la región del Gran Chaco, contribuyó con información relevante acerca de los grupos indígenas del Río de la Plata y llegó a aportar importantes lecturas acerca de la situación lingüística en la Patagonia. Fue así que, a partir de un dedicado análisis de gramáticas coloniales, vocabularios, toponimias y etnonimias, propuso una clasificación particular derivada de tres grupos de lenguas: las lenguas de la familia quichua, las guaycurúes y las guaraníticas, que fue recurrentemente abordada y discutida.
El análisis de su producción, además, nos permitió reconstruir la base a partir de la cual diseñó, a posteriori, los sucesivos programas de Arqueología americana, la única materia del periodo en que se prestó especial atención a la temática de las lenguas indígenas. En los sucesivos cursos a su cargo, tal como analizamos en la segunda parte de este artículo, las cuestiones lingüísticas estuvieron notablemente representadas, sobre todo lo relativo a la cartografía étnico-lingüística, que constituyó una de sus principales preocupaciones. A su vez, puso a circular una considerable cantidad de documentación lingüística hasta el momento desconocida e introdujo gran parte de las lecturas que conformaban el corpus internacional sobre lingüística y, más específicamente, sobre lingüística indígena.
Finalmente, esperamos, con este artículo, haber aportado no solo con un insumo epihistoriográfico (Swiggers 2009) acerca de la enseñanza sobre lenguas indígenas en uno de los centros académicos más importantes de Argentina, como lo es la Universidad de Buenos Aires, sino también, y desde una perspectiva más amplia, con el estudio de ciertos mecanismos a través de los cuales tuvo lugar una de las primeras inclusiones institucionales de un objeto de investigación de gran relevancia para el desarrollo de la lingüística.
Referencias bibliográficas
Fuentes primarias
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[1] A partir de una contundente indagación en el archivo de Lafone Quevedo albergado en el Museo de La Plata, Farro (2013, 2014) analiza con detalle su trayectoria académica.
[2] Las "Instrucciones" se articulan con toda una serie de instrumentos de recolección de vocabularios que circulaban en la época (Farro 2013).
[3] Adam discutió la idea planteada por Peter Stephen Du Ponceau y continuada por Daniel Garrison Brinton acerca del vínculo genético de todas las lenguas indígenas americanas (Campbell 1997). En la misma línea que Adam, Lafone intentó rebatir esta propuesta.
[4] Ingeniero de origen italiano, en 1877, Pelleschi fue enviado en una expedición a la región del Chaco con el objetivo de explorar el río Bermejo y zonas aledañas.
[5] Entre las distintas secciones de la biblioteca de Mitre, destaca una específicamente referida a las lenguas indígenas de todo el continente, que devino en una obra de referencia para los estudios sobre lingüística americana, el Catálogo Razonado de la Sección de Lenguas Americanas, publicado póstumamente entre 1909 y 1910 (para más información, véase De Mauro 2018).
[6] Carranza fue un militar enviado a la región del Chaco durante las campañas de conquista. Fue, asimismo, fundador de la Junta de Historia y Numismática Americana junto con Mitre en el año 1893 e introdujo a Lafone en la Junta (véase Farro 2013).
[7] La distinción de dos variantes de habla en función del género fue un fenómeno identificado en el siglo XVIII por los jesuitas, precisamente en el análisis del chiquitano (Falkinger 2002).
[8] El modelo de Hovelacque, que partía de una perspectiva biologicista de las lenguas, buscaba reconstruir los vínculos genéticos entre ellas, propósito también perseguido por Lafone como vimos anteriormente. De los análisis de Hovelacque se destaca el planteo acerca del problema de las hipótesis genéticas basadas en comparaciones etimológicas (Campbell y Poser 2008), asunto en el que Lafone también repara y que intenta superar al proponer su criterio de clasificación visto más arriba.
[9] Gramática histórica comenzó a dictarse en 1913, a cargo de Miguel de Toro y Gómez, y Filología lo hizo solo después de la creación del Instituto de Filología, en 1924, con otra denominación: "Lingüística romance". Este programa tiene mínimas menciones a las lenguas indígenas, pero hay algunas referencias posiblemente en consonancia con el plan original con el que fue creado el Instituto (Domínguez 2020).
[10] En este tratado plantea: "Tiempo hace que establecí una regla muy sencilla para determinar la clasificación de los infinitos dialectos correspondientes á la gran familia Moxo-Maipure, llamada por los etnógrafos alemanes Nu-Aruaca, á ella corresponde todo idioma en que la partícula n es prefijo pronominal de primera persona y p de segunda, en singular, y la n raíz de voz que dice 'agua'. En las lenguas de tipo Guaycurú este procedimiento no sería eficaz, porque aun si substituímos una I ó Y en lugar de la n, como prefijo de primera persona en las posesivaciones y conjugaciones, y observamos íntima semejanza en los otros afijos de segunda y tercera, no ocurre tal semejanza en las voces que dicen 'agua'. Resulta, pues, que los diferentes dialectos de una gran familia pueden estar muy cerca en cuanto á su articulación pronominal, pero muy lejos unos de otros por lo que respecta á la voz 'agua', y aun al vocabulario general" (Lafone Quevedo 1912, 9).
[11] Sobre este debate véase Dávila Da Rosa 2015.
[12] Uno de estos documentos es un "Proyecto de tema para el curso de Arqueología americana", donde plantea como tema: "La influencia Aruaca y Caríbica en el Continente Sud-Americano desde las Antillas hasta el Río de la Plata y desde el Pacífico hasta el Atlántico" (AGFFyL, B-2-13, 14). Se trata de un documento único, no hemos hallado otros similares para los otros años.