Molina, Alonso de. Arte de la lengua mexicana y castellana compuesta por el muy reuerendo padre fray Alonso de Molina de la Orden del Señor Sant Francisco. Reproducción facsimilar del ejemplar conservado en la Colección Cervantina del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Edición crítica, estudio introductorio, transliteración y notas de Ascensión Hernández de León Portilla. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, Fideicomiso Felipe Teixidor y Monserrat Alfau de Teixidor, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, 2014, 303 + 120 pp. (reproducción facsimilar). ISBN: 978-607-02-6075-9.
Esta edición es una obra doblemente bienvenida. En primer lugar, contiene un facsímil y una transliteración del Arte de Alonso de Molina, una piedra angular entre los tratados gramaticales sobre las lenguas originarias de América. Esta obra es la segunda conocida sobre el náhuatl, después del manuscrito de Andrés de Olmos; es el segundo tratado lingüístico que vio las prensas en Nueva España, tras la obra de Maturino Gilberti sobre el purépecha (1558); es también el tercer impreso gramatical sobre una lengua americana, después de los textos de Domingo de Santo Tomás sobre el quechua (1560). En segundo lugar, esta edición contiene un trabajo extenso, profundo y minucioso, tanto acerca del Arte de Molina y aspectos de la vida del autor, como acerca del contexto americano del entonces incipiente proceso de descripción de las lenguas vernáculas. Esta investigación, a cargo de la editora, Ascensión Hernández de León Portilla, ofrece claves de interpretación desde el mundo de la historia, la filología y la gramática, que enriquecen la lectura y la comprensión de la obra de Molina. El libro es el volumen número 10 de la colección Facsímiles de Lingüística y Filología Nahuas, del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. La misma editora, en el año 2002, ha entregado, junto con Miguel León-Portilla, una publicación del Arte de Olmos, con una estructura similar a este. El esfuerzo por elaborar y ofrecer al público esta nueva edición de Molina (1571) se hace patente ya desde los “Agradecimientos”, en cuyas páginas se mencionan personas e instituciones, como los Institutos de Investigaciones Históricas y Filológicas de la UNAM, la Biblioteca Cervantina del Instituto Tecnológico de Monterrey y la Biblioteca Nacional de Francia. Con ello, se da cuenta de la amplia red que se ha debido tejer para que esta publicación sea posible. Además de los agradecimientos y del índice general, el libro consta de cinco partes: “Estudio Introductorio”, “Facsimilar”, “Transliteración”, “Índice analítico” e “Índice de nombres”.
El “Estudio introductorio” merecería una reseña independiente, ya que sus casi ciento veinte páginas representan un abordaje amplio del Arte en clave filológica, tanto por su contenido histórico como por su análisis lingüístico. Este apartado está dividido en dos. En el primer subapartado, titulado “Primera parte: vida y obra de fray Alonso de Molina”, se repasan aspectos biográficos del franciscano, a partir de la evaluación de diversas fuentes, que van desde Gerónimo de Mendieta hasta sus biógrafos más recientes. La investigadora destaca la importancia que la figura de Molina despertó a finales del siglo XIX, cuando su obra comenzó a estudiarse con mayor detalle, debido al interés por los textos nahuas; asimismo, repasa varios trabajos relevantes del siglo XX. El conocimiento y la valoración que hace Hernández (2014) sobre Alonso de Molina, le permiten perfilar su impacto en la orden franciscana y, al mismo tiempo, hacer una lectura historiográfica de sus biografías. La editora analiza varios aspectos en los cuales Molina destacó y aportó al desarrollo de la cultura novohispana y al estudio del mundo nahua. En particular, ella destaca el impacto y el aporte al mundo bibliográfico del siglo XVI de Molina, pues el autor elaboró, tradujo y público varias obras catequéticas y lingüísticas, que son reseñadas en este “Estudio introductorio”. Asimismo, la investigadora señala la actuación de Molina como lexicógrafo, una función en la cual se auxilió del modelo nebrisense, conclusión a la que se llega a través de una comparación de las entradas y las traducciones del Vocabulario de 1555 y del Vocabulario de 1571. Con ello, el Arte se sitúa en la producción de Molina como parte de un amplio programa de enseñanza de lenguas y evangelización.
De particular interés resulta la interpretación del humanismo en el autor, pues la filóloga explica que Alonso de Molina, habiendo actuado como intérprete para los franciscanos desde niño y a diferencia de otros frailes que fueron enviados a abrir sendas de evangelización, permaneció en la Ciudad de México y se formó en Tlatelolco, donde se adentró en las corrientes humanistas del estudio del latín y el hebreo, en un contexto académico que aprovechó a tal punto que se convirtió en “el primer humanista formado en México” (Hernández 2014: 30). Para la editora, el contexto de Tlatelolco, además de permitirle a Molina el contacto con el mundo clásico, facilitó su relación con el mundo indígena. Esta evaluación es posible porque la autora sitúa la escritura de Molina y la actividad de descripción lingüística de Tlatelolco en la historia de persistencias de la tradición gramatical clásica. Con una mirada conciliadora, la investigadora hace una evaluación positiva sobre este humanismo, porque, a su juicio, facilitó la comprensión de la cultura preexistente en el territorio y, como prueba de ello, expone que los franciscanos recogieron historias y creaciones culturales de los nahuas. En este punto, habría que mencionar, también, que el acercamiento del autor y de su Orden al mundo indígena estuvo motivado por las ideas del cristianismo y por intereses coloniales, tanto civiles como eclesiásticos.
El segundo subapartado se titula “Segunda parte: el Arte de la lengua mexicana y castellana. Análisis de la primera edición contrastada con la segunda”. En él se distinguen dos tratamientos del Arte: uno sobre aspectos externos de la obra y otro sobre asuntos de orden interno. Ambos se complementan. El texto manifiesta la profunda comprensión que la editora ha hecho de la figura y de la obra del autor, lo cual le permite reconocer el Arte como “una obra de madurez” (Hernández 2014: 43), no solo porque se editó cuando el autor tenía 61 años, sino también porque el franciscano conocía el náhuatl desde su niñez, se había adentrado en la cultura mexica y había realizado una labor de filólogo y lexicógrafo, apoyándose tanto en la infraestructura textual nahua preexistente, como en el Arte de Olmos. Molina pudo así, con precisión, detectar las particularidades del náhuatl y describir el funcionamiento de esta lengua polisintética e incorporante. Uno de los aportes de este “Estudio introductorio” es que, en él, Hernández (2014) sitúa el Arte en la producción de la lingüística misionera y destaca que autores como Olmos y Molina cimentaron una tradición nueva, al alero de la gramática greco latina. Lo interesante es que la editora busca las novedades programáticas y descriptivas en las artes coloniales, superando así una visión que ve en ellas una mera continuidad del modelo clásico o, en el mejor de los casos, una “prehistoria” de la lingüística. De este modo, se identifica una tradición que retoma categorías y conceptos metalingüísticos de la gramática clásica y que, al mismo tiempo, expone soluciones propias ante las novedades que presentaban las lenguas indígenas a los ojos misioneros.
En el caso de la tradición nahua, por ejemplo, se destaca el concepto ‘composición’ que, propuesto primero por Olmos, fue empleado por casi todos los demás misioneros que describieron esta lengua, suprimiendo el empleo del término ‘sintaxis’, de la gramática griega. En esta línea, la investigadora informa sobre el desarrollo moderno de la historiografía lingüística y de la lingüística misionera, como campos de estudio de estas gramáticas coloniales. Destaca, también, los instrumentos modernos con los cuales se están estudiando dichas obras, como la fonología, aunque también podríamos sumar otros, aportados, por ejemplo, por la pragmática o por el estudio de la cortesía verbal. En definitiva, las posibilidades de indagación de esta clase de obras son múltiples y el trabajo que aquí se reseña contribuye al interés por varias de esas posibilidades, sobre todo, en el ámbito gramatical.
A propósito de los aspectos externos del Arte, la especialista ofrece datos como cantidad de folios, tamaño, papel, encuadernación, entre otros. Además, incluye un estudio sobre las filigranas que se ubican en el ángulo superior de la página y que están cortadas; la editora reconstruye dos de ellas, la de la cruz latina y la del peregrino, las cuales se describen gracias a su aparición en otros textos europeos y novohispanos y con el apoyo de catálogos. Esta descripción permite tener mayores ideas sobre el aspecto físico del libro, más aún cuando este detalle no alcanza a percibirse en el facsímil.
Posteriormente, la editora incorpora el asunto de las dos ediciones del Arte. Así, se refiere a la segunda edición, “corregida, enmendada y añadida, más copiosa y clara que la primera”, impresa por Pedro Balli, en 1576. Hernández (2014) propone que las ediciones de 1571 y 1572 se complementan, pues en la segunda el autor amplía y perfecciona el tratamiento de la materia gramatical, especialmente en relación con el verbo. Sobre este asunto, la investigadora ofrece una alta cuota de didactismo, pues presenta la terminología de la composición verbal, apoyada por el Vocabulario de Molina de 1571, de tal manera que amplía las posibilidades de este “Estudio introductorio” para cualquier interesado en dicha lengua. En la misma línea, la editora repasa la historia de las ediciones posteriores del Arte. Estas se inician con la labor de Francisco del Paso y Troncoso, en 1886, con la reproducción de las artes de Molina de 1571 y 1576, y continúa durante el siglo XX con las ediciones del mismo Del Paso y Luis González (1904), la del Instituto de Cultura Hispánica (1945) y la traducción al inglés de Kenneth Hill (1974). A estas obras se suma este libro de 2014, sobre el cual la misma editora destaca que en él, por primera vez, se ofrecen una edición crítica y un estudio introductorio del Arte de Molina de 1571.
Al iniciar el análisis del Arte, la investigadora no olvida los preliminares, textos relevantes en el mundo editorial colonial, que lamentablemente los estudios modernos no han considerado lo suficiente. Aunque los paratextos legales se resumen en un párrafo, se presta mayor atención a la “Epístola al muy excelente señor don Martín Enríquez Visorey desta Nueua España”, al “Prólogo”, al “Argumento” y a la “División del libro”. Hernández (2014) destaca los contenidos lingüísticos presentes en los preliminares, como la información sobre la fonética nahua que contiene el “Prólogo”. En ese sentido, son relevantes la identificación del modelo de Quintiliano, a propósito de la “ausencia” de letras, y la descripción de la tsade del alfabeto hebreo, pues la explicación de las decisiones de Molina (1571) a la luz de la tradición gramatical europea de su época es posible por los profundos conocimientos que la editora tiene de aquella. La especialista también describe los aportes de los paratextos para la comprensión de los contenidos gramaticales del Arte. En particular, la estructura de esta obra se manifiesta en la “División del libro”, donde queda claro que Molina (1571) pretende presentar la materia desde lo más sencillo hacia lo más complejo: en la “Primera parte”, incluye las ocho partes de la oración reconocidas en la tradición latina, mientras que, en la “Segunda parte”, trata “cosas dificultosas y delicadas” referidas a ortografía, pronunciación y acentuación, es decir, aquellos asuntos que, a su juicio, no están contenidos en aquella tradición y que constituyen desafíos y dificultades para el aprendizaje del náhuatl.
Desde una visión que comprende las continuidades y las novedades de la obra de Molina, Hernández (2014) realiza un cuidadoso análisis filológico y lingüístico, que parte del modelo clásico y, a la vez, describe las precisiones que dieron cuenta del náhuatl. De ese modo, tal como hace 450 años hizo Alonso de Molina, Ascensión Hernández emplea dos tradiciones, la greco latina y la nahua, esta vez no para describir una lengua, sino para el análisis de la obra gramatical de Molina. Según la editora, el franciscano analizó cada parte de la oración desde la morfología y desde la composición, lo que le permitió describir una lengua en la cual las palabras suelen aparecer en estado relacionado con otra u otras palabras para formar frases y oraciones. Además, se destaca que Molina no recurrió al concepto de ‘declinación’, sino que enfatizó en la estructura de la lengua, un hecho que, para la filóloga, contribuyó a la claridad expositiva del Arte.
El “Estudio introductorio” se cierra con la bibliografía. Este componente no se limita a presentar los estudios y las fuentes empleadas o citadas, como suele ocurrir, sino que contiene, además, una actualización bibliográfica sobre la obra de Molina, tanto referida a ediciones como a investigaciones. Hernández (2014) también se ha ocupado de evaluar y comentar las obras, de modo que esta bibliografía constituye un trabajo de gran utilidad, una guía ineludible para quienes deseen estudiar la figura de Alonso de Molina, su obra y el contexto novohispano.
La segunda parte del libro es el facsímil de la primera edición del Arte de Molina. Se trata de una presentación impecable, ya que cada página está absolutamente limpia de las marcas típicas del paso del tiempo o de intervenciones de otra clase. Al tratarse de una obra del siglo XVI, este nivel de detalle le otorga gran legibilidad al impreso y hace que la edición, en sus aspectos materiales, sea atractiva para un público no especializado. Del Arte mismo habría demasiado que decir, pues es un documento indispensable para el estudio de las lenguas de América, en particular, del náhuatl. A propósito del facsímil solo destacaré que, a diferencia de la obra de Olmos, el Arte de Molina llegó a las prensas, lo cual, a mi juicio, es un paso importante en el proceso de gramatización de las lenguas americanas, ya que consolida un trabajo colectivo, el que adquiere, de este modo, visos institucionales, debido al férreo control eclesiástico y civil por el que debían pasar los textos coloniales que se imprimieron.
La tercera parte del volumen contiene la transliteración del Arte de Molina. De acuerdo con lo que indica Hernández (2014: 56), en esta presentación, “se contrasta el texto de la primera [edición] con el de la segunda y se incluyen los párrafos y frases que Molina añadió en la segunda para enriquecer la transcripción de la primera”. Esta información se ofrece en notas al pie, una decisión acertada frente a otras, como podría haber sido la inclusión de datos mediante corchetes o paréntesis, que interrumpirían la lectura y le quitarían fluidez al texto. Otras notas al pie explican y aclaran diversos asuntos editoriales y de contenido filológico, gramatical, léxico y de traducción. Se trata, en suma, de una edición transliterada y anotada, que favorece un acercamiento fácil al texto y que, al mismo tiempo, permite cotejar la edición de 1571 con la de 1576. Según la misma investigadora, el principio fundamental de la transliteración ha sido la conservación de las grafías, tal y como aparecen en el impreso, “con el objeto de preservar el valor fonético de los grafemas” (Hernández 2014: 57). De ese modo, se mantienen la acentuación original y las alternancias u/v, i/y, s/ss, c/q, c/cc, f/ff, c/q. Ahora bien, entre las licencias que se toma la editora, se elimina la ſ (alta) en pro de la s (baja), se desatan las abreviaturas y se completan palabras o frases. En cuanto a la puntuación, se normaliza el uso del punto, de los dos puntos y de la coma, se restringe el empleo de calderones y se sistematizan las mayúsculas. Para lograr una diagramación moderna, se ha cambiado la disposición de los bloques del texto y se han puesto en cursiva las palabras nahuas. El esmerado cuidado por mantener la integridad de la obra y el interés por facilitar una lectura ágil se balancean y dan como resultado una edición que amplía sus posibilidades de llegada, desde un público formado por especialistas e investigadores, hasta uno más diverso, que se inicia en estos asuntos o que simplemente tiene interés en la cultura y en la lengua de los mexicas. En definitiva, la transliteración garantiza una lectura fluida, pero, al mismo tiempo, conserva el valor filológico de una valiosa fuente para el estudio histórico del náhuatl y del español.
Los últimos apartados de esta edición son el “Índice analítico” y el “Índice de nombres”, que están destinados a la manipulación de la edición. De ellos, merece destacarse el “Índice analítico”, pues contiene referencias a conceptos lingüísticos presentes en el Arte, de modo que facilita la consulta de contenidos específicos. Además, la editora se ha preocupado por explicar y definir cada término, con precisión y concisión suficientes para exponer las bases gramaticales de las formas y categorías que participan en la composición nahua, ofreciendo un acercamiento expedito a la lengua.
La edición del Arte de Molina de 1571, que ha elaborado Ascensión Hernández de León Portilla, constituye un aporte para el desarrollo de la historiografía lingüística y, más precisamente, para la lingüística misionera, pues ofrece una fuente en clave filológica que facilita el acceso al documento por parte investigadores y especialistas, gracias a una presentación apegada al original. Además, con el formato más moderno de la transliteración se satisfacen las necesidades de un público más interesado en los contenidos que en la forma. Desde el profundo análisis gramatical, la investigadora entrega al lector una mirada amplia y generosa sobre las tradiciones gramaticales de las que se nutre Molina, así como sobre las novedades del trabajo de gramatización que colegiales y religiosos llevaron a cabo en las dependencias de Tlatelolco. La tarea de interpretación realizada en el siglo XVI se repite en esta edición del siglo XXI, una dinámica de idas y de vueltas que enriquece tanto el conocimiento lingüístico, como la cultura mexicana. Para finalizar, quiero destacar que las decisiones que toma Hernández (2014) hacen que este libro sea, sin lugar a dudas, un modelo de valor incalculable para el rescate bibliográfico de los incunables americanos y, en particular, de las obras misioneras. De este modo, esta edición constituye una obra necesaria, precisa y erudita que no puede más que agradecerse y valorarse como un paradigma para la edición del pasado bibliográfico americano.
Nataly Cancino Cabello
Departamento de Lingüística
Universidad de Playa Ancha
Avenida Playa Ancha 850
Valparaíso, Chile
[email protected]
Esta edición es una obra doblemente bienvenida. En primer lugar, contiene un facsímil y una transliteración del Arte de Alonso de Molina, una piedra angular entre los tratados gramaticales sobre las lenguas originarias de América. Esta obra es la segunda conocida sobre el náhuatl, después del manuscrito de Andrés de Olmos; es el segundo tratado lingüístico que vio las prensas en Nueva España, tras la obra de Maturino Gilberti sobre el purépecha (1558); es también el tercer impreso gramatical sobre una lengua americana, después de los textos de Domingo de Santo Tomás sobre el quechua (1560). En segundo lugar, esta edición contiene un trabajo extenso, profundo y minucioso, tanto acerca del Arte de Molina y aspectos de la vida del autor, como acerca del contexto americano del entonces incipiente proceso de descripción de las lenguas vernáculas. Esta investigación, a cargo de la editora, Ascensión Hernández de León Portilla, ofrece claves de interpretación desde el mundo de la historia, la filología y la gramática, que enriquecen la lectura y la comprensión de la obra de Molina. El libro es el volumen número 10 de la colección Facsímiles de Lingüística y Filología Nahuas, del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. La misma editora, en el año 2002, ha entregado, junto con Miguel León-Portilla, una publicación del Arte de Olmos, con una estructura similar a este. El esfuerzo por elaborar y ofrecer al público esta nueva edición de Molina (1571) se hace patente ya desde los “Agradecimientos”, en cuyas páginas se mencionan personas e instituciones, como los Institutos de Investigaciones Históricas y Filológicas de la UNAM, la Biblioteca Cervantina del Instituto Tecnológico de Monterrey y la Biblioteca Nacional de Francia. Con ello, se da cuenta de la amplia red que se ha debido tejer para que esta publicación sea posible. Además de los agradecimientos y del índice general, el libro consta de cinco partes: “Estudio Introductorio”, “Facsimilar”, “Transliteración”, “Índice analítico” e “Índice de nombres”.
El “Estudio introductorio” merecería una reseña independiente, ya que sus casi ciento veinte páginas representan un abordaje amplio del Arte en clave filológica, tanto por su contenido histórico como por su análisis lingüístico. Este apartado está dividido en dos. En el primer subapartado, titulado “Primera parte: vida y obra de fray Alonso de Molina”, se repasan aspectos biográficos del franciscano, a partir de la evaluación de diversas fuentes, que van desde Gerónimo de Mendieta hasta sus biógrafos más recientes. La investigadora destaca la importancia que la figura de Molina despertó a finales del siglo XIX, cuando su obra comenzó a estudiarse con mayor detalle, debido al interés por los textos nahuas; asimismo, repasa varios trabajos relevantes del siglo XX. El conocimiento y la valoración que hace Hernández (2014) sobre Alonso de Molina, le permiten perfilar su impacto en la orden franciscana y, al mismo tiempo, hacer una lectura historiográfica de sus biografías. La editora analiza varios aspectos en los cuales Molina destacó y aportó al desarrollo de la cultura novohispana y al estudio del mundo nahua. En particular, ella destaca el impacto y el aporte al mundo bibliográfico del siglo XVI de Molina, pues el autor elaboró, tradujo y público varias obras catequéticas y lingüísticas, que son reseñadas en este “Estudio introductorio”. Asimismo, la investigadora señala la actuación de Molina como lexicógrafo, una función en la cual se auxilió del modelo nebrisense, conclusión a la que se llega a través de una comparación de las entradas y las traducciones del Vocabulario de 1555 y del Vocabulario de 1571. Con ello, el Arte se sitúa en la producción de Molina como parte de un amplio programa de enseñanza de lenguas y evangelización.
De particular interés resulta la interpretación del humanismo en el autor, pues la filóloga explica que Alonso de Molina, habiendo actuado como intérprete para los franciscanos desde niño y a diferencia de otros frailes que fueron enviados a abrir sendas de evangelización, permaneció en la Ciudad de México y se formó en Tlatelolco, donde se adentró en las corrientes humanistas del estudio del latín y el hebreo, en un contexto académico que aprovechó a tal punto que se convirtió en “el primer humanista formado en México” (Hernández 2014: 30). Para la editora, el contexto de Tlatelolco, además de permitirle a Molina el contacto con el mundo clásico, facilitó su relación con el mundo indígena. Esta evaluación es posible porque la autora sitúa la escritura de Molina y la actividad de descripción lingüística de Tlatelolco en la historia de persistencias de la tradición gramatical clásica. Con una mirada conciliadora, la investigadora hace una evaluación positiva sobre este humanismo, porque, a su juicio, facilitó la comprensión de la cultura preexistente en el territorio y, como prueba de ello, expone que los franciscanos recogieron historias y creaciones culturales de los nahuas. En este punto, habría que mencionar, también, que el acercamiento del autor y de su Orden al mundo indígena estuvo motivado por las ideas del cristianismo y por intereses coloniales, tanto civiles como eclesiásticos.
El segundo subapartado se titula “Segunda parte: el Arte de la lengua mexicana y castellana. Análisis de la primera edición contrastada con la segunda”. En él se distinguen dos tratamientos del Arte: uno sobre aspectos externos de la obra y otro sobre asuntos de orden interno. Ambos se complementan. El texto manifiesta la profunda comprensión que la editora ha hecho de la figura y de la obra del autor, lo cual le permite reconocer el Arte como “una obra de madurez” (Hernández 2014: 43), no solo porque se editó cuando el autor tenía 61 años, sino también porque el franciscano conocía el náhuatl desde su niñez, se había adentrado en la cultura mexica y había realizado una labor de filólogo y lexicógrafo, apoyándose tanto en la infraestructura textual nahua preexistente, como en el Arte de Olmos. Molina pudo así, con precisión, detectar las particularidades del náhuatl y describir el funcionamiento de esta lengua polisintética e incorporante. Uno de los aportes de este “Estudio introductorio” es que, en él, Hernández (2014) sitúa el Arte en la producción de la lingüística misionera y destaca que autores como Olmos y Molina cimentaron una tradición nueva, al alero de la gramática greco latina. Lo interesante es que la editora busca las novedades programáticas y descriptivas en las artes coloniales, superando así una visión que ve en ellas una mera continuidad del modelo clásico o, en el mejor de los casos, una “prehistoria” de la lingüística. De este modo, se identifica una tradición que retoma categorías y conceptos metalingüísticos de la gramática clásica y que, al mismo tiempo, expone soluciones propias ante las novedades que presentaban las lenguas indígenas a los ojos misioneros.
En el caso de la tradición nahua, por ejemplo, se destaca el concepto ‘composición’ que, propuesto primero por Olmos, fue empleado por casi todos los demás misioneros que describieron esta lengua, suprimiendo el empleo del término ‘sintaxis’, de la gramática griega. En esta línea, la investigadora informa sobre el desarrollo moderno de la historiografía lingüística y de la lingüística misionera, como campos de estudio de estas gramáticas coloniales. Destaca, también, los instrumentos modernos con los cuales se están estudiando dichas obras, como la fonología, aunque también podríamos sumar otros, aportados, por ejemplo, por la pragmática o por el estudio de la cortesía verbal. En definitiva, las posibilidades de indagación de esta clase de obras son múltiples y el trabajo que aquí se reseña contribuye al interés por varias de esas posibilidades, sobre todo, en el ámbito gramatical.
A propósito de los aspectos externos del Arte, la especialista ofrece datos como cantidad de folios, tamaño, papel, encuadernación, entre otros. Además, incluye un estudio sobre las filigranas que se ubican en el ángulo superior de la página y que están cortadas; la editora reconstruye dos de ellas, la de la cruz latina y la del peregrino, las cuales se describen gracias a su aparición en otros textos europeos y novohispanos y con el apoyo de catálogos. Esta descripción permite tener mayores ideas sobre el aspecto físico del libro, más aún cuando este detalle no alcanza a percibirse en el facsímil.
Posteriormente, la editora incorpora el asunto de las dos ediciones del Arte. Así, se refiere a la segunda edición, “corregida, enmendada y añadida, más copiosa y clara que la primera”, impresa por Pedro Balli, en 1576. Hernández (2014) propone que las ediciones de 1571 y 1572 se complementan, pues en la segunda el autor amplía y perfecciona el tratamiento de la materia gramatical, especialmente en relación con el verbo. Sobre este asunto, la investigadora ofrece una alta cuota de didactismo, pues presenta la terminología de la composición verbal, apoyada por el Vocabulario de Molina de 1571, de tal manera que amplía las posibilidades de este “Estudio introductorio” para cualquier interesado en dicha lengua. En la misma línea, la editora repasa la historia de las ediciones posteriores del Arte. Estas se inician con la labor de Francisco del Paso y Troncoso, en 1886, con la reproducción de las artes de Molina de 1571 y 1576, y continúa durante el siglo XX con las ediciones del mismo Del Paso y Luis González (1904), la del Instituto de Cultura Hispánica (1945) y la traducción al inglés de Kenneth Hill (1974). A estas obras se suma este libro de 2014, sobre el cual la misma editora destaca que en él, por primera vez, se ofrecen una edición crítica y un estudio introductorio del Arte de Molina de 1571.
Al iniciar el análisis del Arte, la investigadora no olvida los preliminares, textos relevantes en el mundo editorial colonial, que lamentablemente los estudios modernos no han considerado lo suficiente. Aunque los paratextos legales se resumen en un párrafo, se presta mayor atención a la “Epístola al muy excelente señor don Martín Enríquez Visorey desta Nueua España”, al “Prólogo”, al “Argumento” y a la “División del libro”. Hernández (2014) destaca los contenidos lingüísticos presentes en los preliminares, como la información sobre la fonética nahua que contiene el “Prólogo”. En ese sentido, son relevantes la identificación del modelo de Quintiliano, a propósito de la “ausencia” de letras, y la descripción de la tsade del alfabeto hebreo, pues la explicación de las decisiones de Molina (1571) a la luz de la tradición gramatical europea de su época es posible por los profundos conocimientos que la editora tiene de aquella. La especialista también describe los aportes de los paratextos para la comprensión de los contenidos gramaticales del Arte. En particular, la estructura de esta obra se manifiesta en la “División del libro”, donde queda claro que Molina (1571) pretende presentar la materia desde lo más sencillo hacia lo más complejo: en la “Primera parte”, incluye las ocho partes de la oración reconocidas en la tradición latina, mientras que, en la “Segunda parte”, trata “cosas dificultosas y delicadas” referidas a ortografía, pronunciación y acentuación, es decir, aquellos asuntos que, a su juicio, no están contenidos en aquella tradición y que constituyen desafíos y dificultades para el aprendizaje del náhuatl.
Desde una visión que comprende las continuidades y las novedades de la obra de Molina, Hernández (2014) realiza un cuidadoso análisis filológico y lingüístico, que parte del modelo clásico y, a la vez, describe las precisiones que dieron cuenta del náhuatl. De ese modo, tal como hace 450 años hizo Alonso de Molina, Ascensión Hernández emplea dos tradiciones, la greco latina y la nahua, esta vez no para describir una lengua, sino para el análisis de la obra gramatical de Molina. Según la editora, el franciscano analizó cada parte de la oración desde la morfología y desde la composición, lo que le permitió describir una lengua en la cual las palabras suelen aparecer en estado relacionado con otra u otras palabras para formar frases y oraciones. Además, se destaca que Molina no recurrió al concepto de ‘declinación’, sino que enfatizó en la estructura de la lengua, un hecho que, para la filóloga, contribuyó a la claridad expositiva del Arte.
El “Estudio introductorio” se cierra con la bibliografía. Este componente no se limita a presentar los estudios y las fuentes empleadas o citadas, como suele ocurrir, sino que contiene, además, una actualización bibliográfica sobre la obra de Molina, tanto referida a ediciones como a investigaciones. Hernández (2014) también se ha ocupado de evaluar y comentar las obras, de modo que esta bibliografía constituye un trabajo de gran utilidad, una guía ineludible para quienes deseen estudiar la figura de Alonso de Molina, su obra y el contexto novohispano.
La segunda parte del libro es el facsímil de la primera edición del Arte de Molina. Se trata de una presentación impecable, ya que cada página está absolutamente limpia de las marcas típicas del paso del tiempo o de intervenciones de otra clase. Al tratarse de una obra del siglo XVI, este nivel de detalle le otorga gran legibilidad al impreso y hace que la edición, en sus aspectos materiales, sea atractiva para un público no especializado. Del Arte mismo habría demasiado que decir, pues es un documento indispensable para el estudio de las lenguas de América, en particular, del náhuatl. A propósito del facsímil solo destacaré que, a diferencia de la obra de Olmos, el Arte de Molina llegó a las prensas, lo cual, a mi juicio, es un paso importante en el proceso de gramatización de las lenguas americanas, ya que consolida un trabajo colectivo, el que adquiere, de este modo, visos institucionales, debido al férreo control eclesiástico y civil por el que debían pasar los textos coloniales que se imprimieron.
La tercera parte del volumen contiene la transliteración del Arte de Molina. De acuerdo con lo que indica Hernández (2014: 56), en esta presentación, “se contrasta el texto de la primera [edición] con el de la segunda y se incluyen los párrafos y frases que Molina añadió en la segunda para enriquecer la transcripción de la primera”. Esta información se ofrece en notas al pie, una decisión acertada frente a otras, como podría haber sido la inclusión de datos mediante corchetes o paréntesis, que interrumpirían la lectura y le quitarían fluidez al texto. Otras notas al pie explican y aclaran diversos asuntos editoriales y de contenido filológico, gramatical, léxico y de traducción. Se trata, en suma, de una edición transliterada y anotada, que favorece un acercamiento fácil al texto y que, al mismo tiempo, permite cotejar la edición de 1571 con la de 1576. Según la misma investigadora, el principio fundamental de la transliteración ha sido la conservación de las grafías, tal y como aparecen en el impreso, “con el objeto de preservar el valor fonético de los grafemas” (Hernández 2014: 57). De ese modo, se mantienen la acentuación original y las alternancias u/v, i/y, s/ss, c/q, c/cc, f/ff, c/q. Ahora bien, entre las licencias que se toma la editora, se elimina la ſ (alta) en pro de la s (baja), se desatan las abreviaturas y se completan palabras o frases. En cuanto a la puntuación, se normaliza el uso del punto, de los dos puntos y de la coma, se restringe el empleo de calderones y se sistematizan las mayúsculas. Para lograr una diagramación moderna, se ha cambiado la disposición de los bloques del texto y se han puesto en cursiva las palabras nahuas. El esmerado cuidado por mantener la integridad de la obra y el interés por facilitar una lectura ágil se balancean y dan como resultado una edición que amplía sus posibilidades de llegada, desde un público formado por especialistas e investigadores, hasta uno más diverso, que se inicia en estos asuntos o que simplemente tiene interés en la cultura y en la lengua de los mexicas. En definitiva, la transliteración garantiza una lectura fluida, pero, al mismo tiempo, conserva el valor filológico de una valiosa fuente para el estudio histórico del náhuatl y del español.
Los últimos apartados de esta edición son el “Índice analítico” y el “Índice de nombres”, que están destinados a la manipulación de la edición. De ellos, merece destacarse el “Índice analítico”, pues contiene referencias a conceptos lingüísticos presentes en el Arte, de modo que facilita la consulta de contenidos específicos. Además, la editora se ha preocupado por explicar y definir cada término, con precisión y concisión suficientes para exponer las bases gramaticales de las formas y categorías que participan en la composición nahua, ofreciendo un acercamiento expedito a la lengua.
La edición del Arte de Molina de 1571, que ha elaborado Ascensión Hernández de León Portilla, constituye un aporte para el desarrollo de la historiografía lingüística y, más precisamente, para la lingüística misionera, pues ofrece una fuente en clave filológica que facilita el acceso al documento por parte investigadores y especialistas, gracias a una presentación apegada al original. Además, con el formato más moderno de la transliteración se satisfacen las necesidades de un público más interesado en los contenidos que en la forma. Desde el profundo análisis gramatical, la investigadora entrega al lector una mirada amplia y generosa sobre las tradiciones gramaticales de las que se nutre Molina, así como sobre las novedades del trabajo de gramatización que colegiales y religiosos llevaron a cabo en las dependencias de Tlatelolco. La tarea de interpretación realizada en el siglo XVI se repite en esta edición del siglo XXI, una dinámica de idas y de vueltas que enriquece tanto el conocimiento lingüístico, como la cultura mexicana. Para finalizar, quiero destacar que las decisiones que toma Hernández (2014) hacen que este libro sea, sin lugar a dudas, un modelo de valor incalculable para el rescate bibliográfico de los incunables americanos y, en particular, de las obras misioneras. De este modo, esta edición constituye una obra necesaria, precisa y erudita que no puede más que agradecerse y valorarse como un paradigma para la edición del pasado bibliográfico americano.
Nataly Cancino Cabello
Departamento de Lingüística
Universidad de Playa Ancha
Avenida Playa Ancha 850
Valparaíso, Chile
[email protected]