Carmen Galán Rodríguez
Género, sexo y lenguas artificiales*
1. Introducción
La historia de las ideas lingüísticas ha transcurrido desde sus inicios por un inestable camino de luces y sombras. Al amparo de la extrema ductilidad del lenguaje humano, la razón o el mito ―según la época― han impuesto modelos heurísticos diferentes con los que abordar las zonas más oscuras de las lenguas donde se conjugan opuestos tan potentes como la asimetría y la proporción, la pluralidad de formas y la economía, la perfección regular y las excepciones; en suma, nuevas facetas de la clásica controversia griega entre convención (νόμος) y naturaleza (Φυσις), caos y cosmos, extendida al lenguaje y a la cultura. En este contexto fuertemente ideologizado hay que situar las creaciones de lenguas artificiales más relevantes desde el siglo XVII.
Una lengua artificial es una construcción semiótica diseñada expresamente para satisfacer determinados objetivos que las lenguas naturales, constreñidas histórica y culturalmente, no pueden alcanzar. En un ejercicio de extrema simplificación, voy a reducir estos objetivos a tres:
1. Motivos científicos o filosóficos, tales como el deseo de garantizar la transparencia, racionalidad y univocidad de la comunicación científica mediante nuevos sistemas con proyección universal. Es el caso de las lenguas denominadas filosóficas o a priori que triunfaron en el XVII, aunque los ejemplos llegan incluso a los siglos XIX y XX (Galán 2012). Su apriorismo significa, como se verá a continuación, que se construyen ex nihilo, esto es, sin contar con el esquema estructural de ninguna lengua natural (Calero 2010, 17). Autores representativos fueron Pedro Bermudo (1653), Athanasius Kircher (1660), Georges Dalgarno (1661) y John Wilkins (1668), especialmente estos dos últimos.
2. Motivos pragmáticos, laicos (e incluso filantrópicos, como es el caso del esperanto) que buscan facilitar el comercio y el intercambio de ideas en un espacio internacional sin fronteras, que no será otro que el mundo de la cultura occidental. La mayor parte de las creaciones lingüísticas desde el siglo XIX hasta nuestros días son un ejemplo de esta tendencia; frente al apriorismo de los siglos precedentes, los nuevos diseños toman como referencia las cualidades más positivas y regulares de las lenguas naturales para diseñar lenguas híbridas o sistemas a posteriori que garanticen la facilidad de su aprendizaje y uso[1].
3. Motivos artísticos, utópicos, o puramente ficcionales que, partiendo del postulado de que la perfección de una lengua reside en su capacidad para reflejar especularmente la realidad, pretenden sistemas regulares que sustenten sociedades perfectas y ecuánimes (utopías) en las que las lenguas sean un potente motor del cambio social. Estas lenguas comparten con las lenguas filosóficas idénticas pretensiones de universalidad, si bien en el terreno mítico (inspiradas en la lingua adamica)[2] o en el de la ficción (Galán 2009).
Al margen de las diferencias, en los tres casos subyace una desconfianza y reserva absolutas hacia las lenguas naturales, cuyas imperfecciones y asimetrías solo podían paliarse de manera artificial, esto es, construyendo nuevos sistemas racionales, lógicos, simplificados y regulares que, por vías y procedimientos distintos, garantizaran el objetivo pretendido en cada caso.
En este trabajo voy a centrarme exclusivamente en el análisis de la categoría morfológica del género en tres lenguas artificiales a priori, pues es uno de los aspectos lingüísticos, junto al paradigma verbal, que más irregularidades ofrece. Para ilustrar las diferentes propuestas, tomaré como referencia los dos autores más representativos del siglo XVII (Dalgarno y Wilkins) y un autor del siglo XIX (Sudre), puesto que es singular que se diseñen todavía lenguas a priori en este siglo cuando la tendencia es proponer lenguas cada vez más naturalizadas.
2. El género en las lenguas a priori del siglo XVII: Dalgarno y Wilkins
Las lenguas artificiales a priori son, en realidad, un intento de formalizar una gramática de las ideas con validez universal, pero de uso exclusivo para la élite intelectual. Dicha gramática requería postular una estructura conceptual del mundo, esto es, un conjunto de nociones universales (primitivos semánticos) que posteriormente fueran organizadas en un sistema de categorías del que pudieran derivarse composicionalmente las nociones secundarias. Esta ordenación del mundo se establecía a priori, de ahí que ni el número de nociones ni las categorías que las integran coincidan en ninguna propuesta. Utilizando una metáfora, la categorización de la realidad[3] equivaldría a una especie de "conglomerado molecular" reductible a composiciones de átomos o rasgos semánticos derivados. Una vez diseñada la organización del contenido, se construían Caracteres Reales (signos especiales convencionales, ideográficos o numéricos) que podían ser leídos o verbalizados en cualquier lengua[4]. Por esta razón, Dalgarno afirma que: "el trabajo del filósofo debe preceder al del lingüista" (Eco 1994, 157).
Una vez expuestos los principios organizativos de estas lenguas, ejemplificaré el tratamiento del género gramatical en dos autores británicos, Dalgarno (Ars signorum 1661) y Wilkins (An Essay towards a Real Character and a Philosophical Language 1668), que trabajaron casi al tiempo en la construcción de sus lenguas filosóficas con resultados y reconocimientos no siempre equilibrados[5].
Dalgarno ordena la realidad material de las cosas en diecisiete géneros fundamentales (se escriben con una letra mayúscula) que se articulan en géneros intermedios o especies (se marcan con las mismas letras en minúscula) y en un conjunto de diferencias que permiten reconocer el orden de razonamiento que ocupan. Dalgarno utiliza también tres letras auxiliares cuya función es, en cierto modo, nociogramatical: la V, que hace que se lean como números las letras a las que precede; la L, para indicar el medio entre dos extremos; y la R, que significa ‘oposición’: Pon (‘amor’) / Pron (‘odio’); Gof (‘blanco’) / Grof (‘negro’); en estos ejemplos, la R indica una especie de antonimia gradual en tanto que los términos pueden situarse en una escala con puntos intermedios. De esta misma letra se sirve Dalgarno para marcar el género femenino. Por lo que se deduce de la oscuridad de su escritura, parece que el género femenino podría entenderse en términos lógicos, como un ejemplo de los contrarios aristotélicos; esto es, una relación por oposición de términos que se encuentran dentro del mismo género fundamental, pero que no pueden predicarse al mismo tiempo del mismo sujeto. Así se observa en los siguientes ejemplos: PAg (‘génesis’ y, por extensión, ‘masculino’) / PRAg (‘femenino’); PAgel (‘padre’) / PRAgel (‘madre’); STEf (‘marido’, construido sobre el género STE, que significa ‘Relatio societatis’) / STEfprag (‘mujer’)[6]. Este último par es interesante por la carga ideológica que contiene. Según Dalgarno (1834 [1661], 21), en el género STE se incluyen los siguientes conceptos: STEm (‘familia’); STEn (‘natio’); STEf (‘maritus’); STEb (‘cognatus’); STEd (‘proximus’); STEg (‘hospes’); STEp (familiaris’); STEt (‘amicus’); STEk (‘creditor’). En este mismo género, mediante la inserción de la letra R, se obtienen los siguientes contrarios: STEb (‘cognatus’) / STrEb (‘affinis’); STEd (‘proximus’) / STrEd (‘peregrinus’); STEt (‘amicus’) / STrEt (‘hostis’); STEk (‘creditor’) / STrEk (‘debitor’). Obsérvese que los antónimos de la serie son graduales y se forman insertando la letra R en la "raíz" STE; sin embargo, en el par STEf (‘marido’) / STEfprag (‘mujer’), la marca de oposición es ideológica (como también veremos en Wilkins), pues se inserta en PAg (‘génesis’). El género femenino, por tanto, se obtendría mediante una relación derivativa por contraposición que, en términos cognitivos, implica una antonimia conversa o, lo que es lo mismo, un modo particular de referir susceptible de connotaciones ideológicas[7].
Siete años más tarde, apareció el Essay towards a Real Character and a Philosophical Language[8] de Wilkins, una obra mucho más extensa (cerca de 700 páginas) y minuciosa que el Ars signorum, articulada en cuatro partes. Tras abordar de manera general el lenguaje y sus deficiencias e imperfecciones (Prolegómenos), propone una clasificación del mundo en cuarenta géneros o categorías (Filosofía universal) organizados en tablas siguiendo, como ya hiciera Dalgarno, los esquemas aristotélicos de género, especie y diferencias. Entre las categorías, seis son de naturaleza general, mientras que las treinta y cuatro restantes se agrupan según los cinco predicados aristotélicos (sustancia, cantidad, cualidad, acción y relación). En cada categoría, los conceptos se subdividen en las subcategorías aristotélicas ulteriores de diferencia y de especie, con sus sinónimos y antónimos cuando existan. Una vez organizada conceptualmente la experiencia, Wilkins formula los Caracteres Reales (signos convencionales en el sentido baconiano) cuya combinación permitirá la expresión formal de su lengua filosófica; pero conviene advertir que dichos caracteres no son nombres de cosas, sino que representan tanto las categorías, especies y géneros previamente establecidos, como el orden que ocupan en cada una de las cuarenta tablas. Por tanto, los Caracteres Reales no equivalen a sonidos (aunque pueden leerse en cualquier lengua si se establece una equivalencia, como hará Wilkins), sino que denotan la estructura de las "imágenes mentales" y sus relaciones internas[9]. En este sentido, los signos de las lenguas filosóficas son metódicos (regulares en su representación) y tienen la misma extensión que su definición, pues reflejan (descubren) el orden perfecto y regular de la Naturaleza mediante la composición y orden de los caracteres que integran el signo. Se concluye, pues, que la transparencia del significante es una garantía gnoseológica: "we should, by learning the Characters and the Names of things, be instructed likewise in their Natures" (1668, 289).
Género, sexo y lenguas artificiales*
1. Introducción
La historia de las ideas lingüísticas ha transcurrido desde sus inicios por un inestable camino de luces y sombras. Al amparo de la extrema ductilidad del lenguaje humano, la razón o el mito ―según la época― han impuesto modelos heurísticos diferentes con los que abordar las zonas más oscuras de las lenguas donde se conjugan opuestos tan potentes como la asimetría y la proporción, la pluralidad de formas y la economía, la perfección regular y las excepciones; en suma, nuevas facetas de la clásica controversia griega entre convención (νόμος) y naturaleza (Φυσις), caos y cosmos, extendida al lenguaje y a la cultura. En este contexto fuertemente ideologizado hay que situar las creaciones de lenguas artificiales más relevantes desde el siglo XVII.
Una lengua artificial es una construcción semiótica diseñada expresamente para satisfacer determinados objetivos que las lenguas naturales, constreñidas histórica y culturalmente, no pueden alcanzar. En un ejercicio de extrema simplificación, voy a reducir estos objetivos a tres:
1. Motivos científicos o filosóficos, tales como el deseo de garantizar la transparencia, racionalidad y univocidad de la comunicación científica mediante nuevos sistemas con proyección universal. Es el caso de las lenguas denominadas filosóficas o a priori que triunfaron en el XVII, aunque los ejemplos llegan incluso a los siglos XIX y XX (Galán 2012). Su apriorismo significa, como se verá a continuación, que se construyen ex nihilo, esto es, sin contar con el esquema estructural de ninguna lengua natural (Calero 2010, 17). Autores representativos fueron Pedro Bermudo (1653), Athanasius Kircher (1660), Georges Dalgarno (1661) y John Wilkins (1668), especialmente estos dos últimos.
2. Motivos pragmáticos, laicos (e incluso filantrópicos, como es el caso del esperanto) que buscan facilitar el comercio y el intercambio de ideas en un espacio internacional sin fronteras, que no será otro que el mundo de la cultura occidental. La mayor parte de las creaciones lingüísticas desde el siglo XIX hasta nuestros días son un ejemplo de esta tendencia; frente al apriorismo de los siglos precedentes, los nuevos diseños toman como referencia las cualidades más positivas y regulares de las lenguas naturales para diseñar lenguas híbridas o sistemas a posteriori que garanticen la facilidad de su aprendizaje y uso[1].
3. Motivos artísticos, utópicos, o puramente ficcionales que, partiendo del postulado de que la perfección de una lengua reside en su capacidad para reflejar especularmente la realidad, pretenden sistemas regulares que sustenten sociedades perfectas y ecuánimes (utopías) en las que las lenguas sean un potente motor del cambio social. Estas lenguas comparten con las lenguas filosóficas idénticas pretensiones de universalidad, si bien en el terreno mítico (inspiradas en la lingua adamica)[2] o en el de la ficción (Galán 2009).
Al margen de las diferencias, en los tres casos subyace una desconfianza y reserva absolutas hacia las lenguas naturales, cuyas imperfecciones y asimetrías solo podían paliarse de manera artificial, esto es, construyendo nuevos sistemas racionales, lógicos, simplificados y regulares que, por vías y procedimientos distintos, garantizaran el objetivo pretendido en cada caso.
En este trabajo voy a centrarme exclusivamente en el análisis de la categoría morfológica del género en tres lenguas artificiales a priori, pues es uno de los aspectos lingüísticos, junto al paradigma verbal, que más irregularidades ofrece. Para ilustrar las diferentes propuestas, tomaré como referencia los dos autores más representativos del siglo XVII (Dalgarno y Wilkins) y un autor del siglo XIX (Sudre), puesto que es singular que se diseñen todavía lenguas a priori en este siglo cuando la tendencia es proponer lenguas cada vez más naturalizadas.
2. El género en las lenguas a priori del siglo XVII: Dalgarno y Wilkins
Las lenguas artificiales a priori son, en realidad, un intento de formalizar una gramática de las ideas con validez universal, pero de uso exclusivo para la élite intelectual. Dicha gramática requería postular una estructura conceptual del mundo, esto es, un conjunto de nociones universales (primitivos semánticos) que posteriormente fueran organizadas en un sistema de categorías del que pudieran derivarse composicionalmente las nociones secundarias. Esta ordenación del mundo se establecía a priori, de ahí que ni el número de nociones ni las categorías que las integran coincidan en ninguna propuesta. Utilizando una metáfora, la categorización de la realidad[3] equivaldría a una especie de "conglomerado molecular" reductible a composiciones de átomos o rasgos semánticos derivados. Una vez diseñada la organización del contenido, se construían Caracteres Reales (signos especiales convencionales, ideográficos o numéricos) que podían ser leídos o verbalizados en cualquier lengua[4]. Por esta razón, Dalgarno afirma que: "el trabajo del filósofo debe preceder al del lingüista" (Eco 1994, 157).
Una vez expuestos los principios organizativos de estas lenguas, ejemplificaré el tratamiento del género gramatical en dos autores británicos, Dalgarno (Ars signorum 1661) y Wilkins (An Essay towards a Real Character and a Philosophical Language 1668), que trabajaron casi al tiempo en la construcción de sus lenguas filosóficas con resultados y reconocimientos no siempre equilibrados[5].
Dalgarno ordena la realidad material de las cosas en diecisiete géneros fundamentales (se escriben con una letra mayúscula) que se articulan en géneros intermedios o especies (se marcan con las mismas letras en minúscula) y en un conjunto de diferencias que permiten reconocer el orden de razonamiento que ocupan. Dalgarno utiliza también tres letras auxiliares cuya función es, en cierto modo, nociogramatical: la V, que hace que se lean como números las letras a las que precede; la L, para indicar el medio entre dos extremos; y la R, que significa ‘oposición’: Pon (‘amor’) / Pron (‘odio’); Gof (‘blanco’) / Grof (‘negro’); en estos ejemplos, la R indica una especie de antonimia gradual en tanto que los términos pueden situarse en una escala con puntos intermedios. De esta misma letra se sirve Dalgarno para marcar el género femenino. Por lo que se deduce de la oscuridad de su escritura, parece que el género femenino podría entenderse en términos lógicos, como un ejemplo de los contrarios aristotélicos; esto es, una relación por oposición de términos que se encuentran dentro del mismo género fundamental, pero que no pueden predicarse al mismo tiempo del mismo sujeto. Así se observa en los siguientes ejemplos: PAg (‘génesis’ y, por extensión, ‘masculino’) / PRAg (‘femenino’); PAgel (‘padre’) / PRAgel (‘madre’); STEf (‘marido’, construido sobre el género STE, que significa ‘Relatio societatis’) / STEfprag (‘mujer’)[6]. Este último par es interesante por la carga ideológica que contiene. Según Dalgarno (1834 [1661], 21), en el género STE se incluyen los siguientes conceptos: STEm (‘familia’); STEn (‘natio’); STEf (‘maritus’); STEb (‘cognatus’); STEd (‘proximus’); STEg (‘hospes’); STEp (familiaris’); STEt (‘amicus’); STEk (‘creditor’). En este mismo género, mediante la inserción de la letra R, se obtienen los siguientes contrarios: STEb (‘cognatus’) / STrEb (‘affinis’); STEd (‘proximus’) / STrEd (‘peregrinus’); STEt (‘amicus’) / STrEt (‘hostis’); STEk (‘creditor’) / STrEk (‘debitor’). Obsérvese que los antónimos de la serie son graduales y se forman insertando la letra R en la "raíz" STE; sin embargo, en el par STEf (‘marido’) / STEfprag (‘mujer’), la marca de oposición es ideológica (como también veremos en Wilkins), pues se inserta en PAg (‘génesis’). El género femenino, por tanto, se obtendría mediante una relación derivativa por contraposición que, en términos cognitivos, implica una antonimia conversa o, lo que es lo mismo, un modo particular de referir susceptible de connotaciones ideológicas[7].
Siete años más tarde, apareció el Essay towards a Real Character and a Philosophical Language[8] de Wilkins, una obra mucho más extensa (cerca de 700 páginas) y minuciosa que el Ars signorum, articulada en cuatro partes. Tras abordar de manera general el lenguaje y sus deficiencias e imperfecciones (Prolegómenos), propone una clasificación del mundo en cuarenta géneros o categorías (Filosofía universal) organizados en tablas siguiendo, como ya hiciera Dalgarno, los esquemas aristotélicos de género, especie y diferencias. Entre las categorías, seis son de naturaleza general, mientras que las treinta y cuatro restantes se agrupan según los cinco predicados aristotélicos (sustancia, cantidad, cualidad, acción y relación). En cada categoría, los conceptos se subdividen en las subcategorías aristotélicas ulteriores de diferencia y de especie, con sus sinónimos y antónimos cuando existan. Una vez organizada conceptualmente la experiencia, Wilkins formula los Caracteres Reales (signos convencionales en el sentido baconiano) cuya combinación permitirá la expresión formal de su lengua filosófica; pero conviene advertir que dichos caracteres no son nombres de cosas, sino que representan tanto las categorías, especies y géneros previamente establecidos, como el orden que ocupan en cada una de las cuarenta tablas. Por tanto, los Caracteres Reales no equivalen a sonidos (aunque pueden leerse en cualquier lengua si se establece una equivalencia, como hará Wilkins), sino que denotan la estructura de las "imágenes mentales" y sus relaciones internas[9]. En este sentido, los signos de las lenguas filosóficas son metódicos (regulares en su representación) y tienen la misma extensión que su definición, pues reflejan (descubren) el orden perfecto y regular de la Naturaleza mediante la composición y orden de los caracteres que integran el signo. Se concluye, pues, que la transparencia del significante es una garantía gnoseológica: "we should, by learning the Characters and the Names of things, be instructed likewise in their Natures" (1668, 289).
Fig. 1. Essay: "Concerning a Real Character", pág. 387
En la figura 1 se reproducen los Caracteres (trazos rectos y curvos) que Wilkins asigna a los cuarenta géneros y los signos distintivos para indicar las diferencias (pequeñas barras que forman ángulos en el extremo izquierdo de las líneas horizontales) y las especies (pequeñas barras que forman ángulos en el extremo derecho de la línea horizontal que constituye la base de cada uno de los caracteres). El sistema de Wilkins prevé incluso la pronunciación de los caracteres y de ellos se ocupa en la cuarta parte (Concerning a Philosophical Language, pp. 415 y ss.). Para ello, se fijan sílabas para los géneros, mientras que las diferencias se expresan mediante las consonantes B, D, G, P, T, C, Z, S y N, y las especies, añadiendo una de las siete vocales (más dos diptongos) a la consonante. El objetivo es demostrar que, frente a la lengua latina, esta lengua filosófica es mucho más simple, regular, unívoca y transparente.
En la figura 1 se reproducen los Caracteres (trazos rectos y curvos) que Wilkins asigna a los cuarenta géneros y los signos distintivos para indicar las diferencias (pequeñas barras que forman ángulos en el extremo izquierdo de las líneas horizontales) y las especies (pequeñas barras que forman ángulos en el extremo derecho de la línea horizontal que constituye la base de cada uno de los caracteres). El sistema de Wilkins prevé incluso la pronunciación de los caracteres y de ellos se ocupa en la cuarta parte (Concerning a Philosophical Language, pp. 415 y ss.). Para ello, se fijan sílabas para los géneros, mientras que las diferencias se expresan mediante las consonantes B, D, G, P, T, C, Z, S y N, y las especies, añadiendo una de las siete vocales (más dos diptongos) a la consonante. El objetivo es demostrar que, frente a la lengua latina, esta lengua filosófica es mucho más simple, regular, unívoca y transparente.
Fig. 2. Essay: "Concerning a Philosophical Language", pág. 415
Los Caracteres Reales se corresponden con lo que Wilkins denomina en su parte III, dedicada a la Gramática filosófica, "palabras integrales", pues tienen capacidad para "significar alguna cosa o noción entera" (1668, 46); así las diferencia de las "partículas" o elementos de relación, cuya función es "cosignificar y servir para circunstanciar otras palabras a las que van unidas" (Ibídem, 46); es decir, funcionan como modificadores morfológicos o sintácticos de las palabras integrales y se escriben al comienzo. Son integrales el sustantivo, el adjetivo, el verbo y el adverbio derivado, y su escritura no puede ser superior a tres sílabas. Son partículas (monosilábicas) la preposición, el artículo, el adverbio no derivado y la conjunción. Un tipo especial de partículas son las "trascendentales", que "[…] circunstancian las palabras respecto de alguna noción metafísica, bien mediante la ampliación de sus acepciones a alguna significación más general […], o denotando una relación con algún otro predicamento o ‘genus’ bajo el cual no están originalmente colocadas" (1668, 318). En la clasificación de las partículas trascendentales, Wilkins toma como modelo la lengua latina y distingue dos tipos: los tropos y los sufijos; en ambos casos, las partículas actúan sobre las raíces para producir nuevas formas con nuevos significados y, por tanto, se escriben al final. El género femenino entraría en esta categoría de elemento transcendental, como se verá a continuación.
Como el listado de partículas transcendentales podría ser muy extenso, Wilkins diferencia ocho combinaciones (1668, 320 y ss.), atendiendo a si estas partículas modifican las raíces en términos de esencia (por ejemplo, las metaforas), tamaño, cualidad, relación, cantidad, acción, pasión, etc. Cada una de estas combinaciones contiene, a su vez, otras subdivisiones:
Los Caracteres Reales se corresponden con lo que Wilkins denomina en su parte III, dedicada a la Gramática filosófica, "palabras integrales", pues tienen capacidad para "significar alguna cosa o noción entera" (1668, 46); así las diferencia de las "partículas" o elementos de relación, cuya función es "cosignificar y servir para circunstanciar otras palabras a las que van unidas" (Ibídem, 46); es decir, funcionan como modificadores morfológicos o sintácticos de las palabras integrales y se escriben al comienzo. Son integrales el sustantivo, el adjetivo, el verbo y el adverbio derivado, y su escritura no puede ser superior a tres sílabas. Son partículas (monosilábicas) la preposición, el artículo, el adverbio no derivado y la conjunción. Un tipo especial de partículas son las "trascendentales", que "[…] circunstancian las palabras respecto de alguna noción metafísica, bien mediante la ampliación de sus acepciones a alguna significación más general […], o denotando una relación con algún otro predicamento o ‘genus’ bajo el cual no están originalmente colocadas" (1668, 318). En la clasificación de las partículas trascendentales, Wilkins toma como modelo la lengua latina y distingue dos tipos: los tropos y los sufijos; en ambos casos, las partículas actúan sobre las raíces para producir nuevas formas con nuevos significados y, por tanto, se escriben al final. El género femenino entraría en esta categoría de elemento transcendental, como se verá a continuación.
Como el listado de partículas transcendentales podría ser muy extenso, Wilkins diferencia ocho combinaciones (1668, 320 y ss.), atendiendo a si estas partículas modifican las raíces en términos de esencia (por ejemplo, las metaforas), tamaño, cualidad, relación, cantidad, acción, pasión, etc. Cada una de estas combinaciones contiene, a su vez, otras subdivisiones:
Fig. 3. Essay, pág. 320
La cuestión del género gramatical se trata en la combinación VIII: Affections of Animals ("affection" ha de interpretarse en el sentido de ‘atributo’); y, dentro de ella, en la oposición del segundo grupo de partículas: Male/Female[10]. Las lenguas naturales que tienen marcas de género multiplican las diferencias gramaticales y léxicas para significar entidades y animales sexuados e incluso entidades inanimadas; pero Wilkins, como también harán otros autores que diseñan lenguas a posteriori, considera que tales distinciones son arbitrarias, puesto que, salvo en el caso de los sexos masculino y femenino, no tienen un fundamento natural cuando designan cosas:
Integral words are all capable of Inflexion […] By Gender, in things that are capable of Sex, which are naturally but two, Masculine and Feminine: These being less Intrinsical to the primary notion of the Word, may be more properly expressed by affixes; and then the kind of species of every Animal (abstractedly from the respective Sexes of it) may be signifyed by the Radical Word it self, without any sign of Sex, which will prevent much equivocalness. (1668, 352).
Pero tampoco se justifica un género neutro:
In respect of Genders, which are needlesly multiplyed, there being but two in nature; nothing properly having Gender but what hath Sex. That which is called the Neuter, doth by its very name signifie that it is no Gender; and besides these Genders are irrationally applyed. (1668, 444).
Evidentemente, Wilkins tiene en mente las irregularidades que muestra el latín en el género de los adjetivos, los epicenos e incluso en el de algunos sinónimos que se marcan con morfemas de género diferentes ("very superfluous and improper" (1668, 445)[11], frente a la morfología menos compleja de la lengua inglesa. No obstante, también en su propia lengua (como en otras, y curiosamente en los mismos pares), encontramos opuestos léxicos entre entidades animadas (como Man/Woman, Horse/Mare o Buck/Doe) y, dentro de ellas, opuestos basados en relaciones de parentesco marcadas por el sexo, como Brother/Sister, Nephew/Niece, Husband/Wife, Uncle/Aunt, etc. Por tanto, en pro de la simplificación y racionalidad de su lengua filosófica, Wilkins considera que es más productivo no distinguir entidades ni relaciones que exijan la multiplicación léxica[12]; en lugar de ello, basta con añadir una partícula transcendental que permita derivar de la misma raíz el significado femenino del signo para que pueda leerse, por ejemplo: toro femenino (‘vaca’), padre femenino (‘madre’), hombre femenino (‘mujer’), hermano femenino (‘hermana’), etc.
El signo para la partícula transcendental de género es una semicircunferencia cóncava o convexa (Figura 4) que se coloca encima de los Caracteres Reales y tiene su correspondiente equivalencia silábica (Figura 5):
La cuestión del género gramatical se trata en la combinación VIII: Affections of Animals ("affection" ha de interpretarse en el sentido de ‘atributo’); y, dentro de ella, en la oposición del segundo grupo de partículas: Male/Female[10]. Las lenguas naturales que tienen marcas de género multiplican las diferencias gramaticales y léxicas para significar entidades y animales sexuados e incluso entidades inanimadas; pero Wilkins, como también harán otros autores que diseñan lenguas a posteriori, considera que tales distinciones son arbitrarias, puesto que, salvo en el caso de los sexos masculino y femenino, no tienen un fundamento natural cuando designan cosas:
Integral words are all capable of Inflexion […] By Gender, in things that are capable of Sex, which are naturally but two, Masculine and Feminine: These being less Intrinsical to the primary notion of the Word, may be more properly expressed by affixes; and then the kind of species of every Animal (abstractedly from the respective Sexes of it) may be signifyed by the Radical Word it self, without any sign of Sex, which will prevent much equivocalness. (1668, 352).
Pero tampoco se justifica un género neutro:
In respect of Genders, which are needlesly multiplyed, there being but two in nature; nothing properly having Gender but what hath Sex. That which is called the Neuter, doth by its very name signifie that it is no Gender; and besides these Genders are irrationally applyed. (1668, 444).
Evidentemente, Wilkins tiene en mente las irregularidades que muestra el latín en el género de los adjetivos, los epicenos e incluso en el de algunos sinónimos que se marcan con morfemas de género diferentes ("very superfluous and improper" (1668, 445)[11], frente a la morfología menos compleja de la lengua inglesa. No obstante, también en su propia lengua (como en otras, y curiosamente en los mismos pares), encontramos opuestos léxicos entre entidades animadas (como Man/Woman, Horse/Mare o Buck/Doe) y, dentro de ellas, opuestos basados en relaciones de parentesco marcadas por el sexo, como Brother/Sister, Nephew/Niece, Husband/Wife, Uncle/Aunt, etc. Por tanto, en pro de la simplificación y racionalidad de su lengua filosófica, Wilkins considera que es más productivo no distinguir entidades ni relaciones que exijan la multiplicación léxica[12]; en lugar de ello, basta con añadir una partícula transcendental que permita derivar de la misma raíz el significado femenino del signo para que pueda leerse, por ejemplo: toro femenino (‘vaca’), padre femenino (‘madre’), hombre femenino (‘mujer’), hermano femenino (‘hermana’), etc.
El signo para la partícula transcendental de género es una semicircunferencia cóncava o convexa (Figura 4) que se coloca encima de los Caracteres Reales y tiene su correspondiente equivalencia silábica (Figura 5):
Fig. 4. Essay, pág. 391
Fig. 5. Essay, pág. 391 (equivalencia silábica de la marca)
Así, los Caracteres Reales que signifiquen ‘Voz’, ‘Masculino’ o ‘Joven’ añadirán la semicircunferencia convexa, mientras que los Caracteres que designen ‘Lenguaje’ (‘Lengua’), ‘Femenino’ o ‘Parte’ añadirán una cóncava.
En la figura 6 se muestra el signo filosófico para "Padre":
Así, los Caracteres Reales que signifiquen ‘Voz’, ‘Masculino’ o ‘Joven’ añadirán la semicircunferencia convexa, mientras que los Caracteres que designen ‘Lenguaje’ (‘Lengua’), ‘Femenino’ o ‘Parte’ añadirán una cóncava.
En la figura 6 se muestra el signo filosófico para "Padre":
Fig. 6. Essay, pág. 396
Como se observa, cada trazo del Caracter Real remite al orden de composición en las tablas clasificatorias: el género (categoría) es el de Relación económica (orden XXXIII de la tabla; ver Fig. 1), representado mediante una especie de 3 cruzado por una línea horizontal; la línea transversal de la izquierda equivale a un afijo que recoge la primera diferencia (Relación de consanguinidad) dentro de la categoría; la línea que forma un ángulo recto en el extremo derecho significa la segunda especie (Ascendiente directo) dentro de las diferencias. Por último, la semicircunferencia convexa sobre el signo es la partícula transcendental que indica sexo masculino.
En el Diccionario Alfabético que cierra la obra[13], en el que se listan las palabras-raíz y el lugar que ocupan en la jerarquía de las tablas, Father se descompondría de la siguiente forma: XXXIII.I.1.2, donde XXXIII indica Relación económica; I, Relación de consanguinidad; 1, Ascendiente; y 2, Ascendiente Directo. Dado que cada nivel en la jerarquía tiene un equivalente fónico (véase la figura 2), la palabra "Padre" se escribiría de la siguiente forma: CoBaRO.
Male aparece en la categoría/género XXIV (Natural Power, representada con la sílaba Ta), que abarca el campo nocional de las capacidades, habilidades innatas, fuerza, energía, virtud, etc. Dentro de ella, figura en la VI diferencia ("Such corporeal Habitudes as do concern the Propagation of the Species", representada con la letra "c"), segunda especie ("Particular distributions into more, or less noble and active less active", representada con la letra "a") (1668, 199). La transcripción de esta palabra, según el orden de las tablas, sería, pues: NP.VI.2, la cual, según el sistema de equivalencias, podría leerse como Taca. Por su parte, Female se clasificaría de la misma forma: NP.VI.2.O añadiendo a la expresión filosófica una "O" final que indica ‘oposición’ y que se transcribiría como una "S": Tacas. La marca de género de Wilkins recoge tanto atributos nocionales (propagación de la especie) como culturales (mayor o menor nobleza, mayor o menor actividad); en consecuencia, al igual que Dalgarno, se propone una ontología del sexo que no refleja diferencias gramaticales cuanto ideológicas.
Así, la aparente racionalidad de Wilkins respecto al género se ve comprometida desde el momento en que, al igual que Dalgarno, trata el femenino como un derivado del masculino, en lugar de ser una variante de un sexo genérico, más acorde con un planteamiento categorial de corte racionalista[14]. Por otra parte, pese a que su sistema de diferencias y las consideraciones sobre la inutilidad de la multiplicidad de géneros son deudores de la filosofía aristotélica[15], Wilkins no puede eludir cierta tradición mítica que atribuye valores positivos o negativos a los géneros. Dicha tradición tiene su origen ―según Kilarski (2013, 293)― en la práctica de asignar género a entidades inanimadas consideradas deidades, como la luna, el sol, las montañas o el agua. Por extensión, las propiedades positivas o negativas atribuidas a estas divinidades terminan por contaminar el género ontológico (femenino/masculino), pero pasan también al género gramatical. Así, por ejemplo, Tommaso Campanella, cuya Universalis Philosophiae (1638)[16] Wilkins no cita, aunque sigue muy de cerca en el diseño de su gramática racional, distinguía entre género natural y género gramatical (sexu physico et grammaticali) y, como ya consideraban los modistae medievales, entendía el género como un reflejo de propiedades activas (masculino) o pasivas (femenino) supuestamente basadas en la naturaleza:
Quamvis res omnes in omni specie habeant aliqua individua fortia et activa in generatione, aliqua imbecilla et passiva in generatione, praesertim animalium, Latini tamen, usum sermonis praeficientes, non agnoscunt sexum nisi in animalibus; et ex his traduxerunt ad plantas. Pythagorici autem sexum in cunctis agnoscunt rebus, ita ut agens sit mas, patiens foemina materiaque. Grammatici tamen, in omni re hoc non agnoscentes, duce usu posuerunt masculinum sexum et nomen maribus, foemininum foeminis, et ex his ad res alias transtulerunt (Grammatica, IV. 6).
A partir de aquí no es difícil considerar el masculino más valioso o digno que el femenino y este, más que el neutro; y, en una suerte de trasvase de connotaciones y apriorismos desde el sexo ontológico al género gramatical, esto mismo se plasma en los géneros supuestamente racionales de Wilkins y de otros proyectistas contemporáneos, como Dalgarno. Recuérdese la composición del par Male/Female desarrollada supra: ambos términos, categorizados bajo la etiqueta Natural Power, en la VI diferencia que tiene que ver con la propagación de la especie, se distinguen por su carácter más o menos noble o más o menos activo, entendiendo que es el masculino el género que asume los rasgos positivos de nobleza y actividad. Aun así, la gramática filosófica de Wilkins tiene mayor entidad como sistema que la de Dalgarno.
3. La música como lengua universal: el Solresol
Las transformaciones sociales y económicas de la Europa de finales del XVII, especialmente el auge político de Francia, tuvieron un reflejo inmediato en todas las esferas del saber y terminaron por arrinconar los proyectos filosóficos a priori al terreno de la pura especulación. La labor de Enciclopedistas e Ideólogos fue decisiva para reformular el apriorismo filosófico, de forma que las categorías nocionales, que de manera tan arbitraria como conjetural establecieron autores como Dalgarno y Wilkins, pasan a ser sustituidas por los grandes campos del saber que se recogían en la Enciclopedia francesa; por otra parte, la adopción del francés como medio de comunicación en Europa satisfacía la necesidad de un instrumento de intercambio lingüístico común mucho más simple y fácil que los Caracteres Reales. Por último, la creciente especialización de las disciplinas científicas exigía vocabularios más técnicos y sistemáticos que las meras nomenclaturas filosóficas. La notación matemática newtoniana, el sistema taxonómico de Linneo o la notación de Lavoisier terminaron por aniquilar cualquier proyecto filosófico de comunicación intelectual (Yaguello 2005).
En consecuencia, aunque seguirán diseñándose lenguas a priori, los nuevos signos (que serán ya pasigrafías) y sus combinaciones responderán a este índice enciclopédico más cercano a la realidad de las lenguas, esto es, más próximo a lo que las lenguas normalmente expresan. Frente a las lenguas filosóficas a priori, destinadas a facilitar exclusivamente el intercambio científico, las lenguas a priori "enciclopédicas" perseguirán la universalidad comunicativa o, al menos, una cierta internacionalización, más bien "occidentalización", ceñida al ámbito europeo.
Una de las últimas pasigrafías a priori es la lengua Solresol (Gajewski 1886; 1902), creada por François Sudre entre 1817 y 1866. Comparte con Dalgarno y Wilkins la vinculación entre signos (en este caso notas musicales) y campos nocionales y el hecho de que el Solresol sea también una lengua silábica. No obstante, las nociones no están jerarquizadas por géneros, especies y diferencias, sino que responden a una especie de índice enciclopédico[17] del saber de la época muy semejante al que había propuesto Pedro Bermudo en Artificium o Arithmeticus Nomenclator (1653); por tanto, aun siendo una lengua a priori, los signos no remiten a una clasificación previa de las ideas, sino que representan valores o conocimientos occidentales convencionalmente aceptados. En lugar de utilizar complejos signos ideográficos, el Solresol se basa en las siete notas musicales, signos invariables, verdaderamente universales y fáciles de aprender y utilizar. Por otra parte, la plasticidad con que presenta Sudre esta lengua (se puede escribir, cantar, tocar, representar numéricamente con las cifras arábigas o mediante el tacto ―con golpes―, colores, o signos estenográficos inventados por Vincent Gajewski[18]) no solo la convertiría en la lengua perfecta para personas ciegas y sordas, sino que salvaría también las dificultades acústicas o visuales de la comunicación, así como los inconvenientes de la comunicación a distancia. Estamos, pues, ante una lengua a priori en la que se vislumbran ya los objetivos que inspirarán las lenguas artificiales a posteriori:
Los pueblos que no tienen las mismas letras que nosotros son precisamente la mitad más numerosa de habitantes de la tierra; Estos pueblos: arménios [sic], rusos, turcos, egipcios, persas, árabes, hindúes, japoneses, vietnamitas, chinos, etc., etc., no podrían escribirnos con la escritura francesa o española; estos pueblos no podrían tampoco descifrar nuestras letras francesas o españolas; pero podrían muy bien escribir en Solresol y leer sobre un pentagrama musical, o en estenografía que es extremadamente fácil. Recíprocamente, nosotros podremos leer o escribir utilizando los mismos medios. Gajewski (1886).
En el Solresol las palabras tienen entre una y cinco sílabas, según estén formadas por las cinco notas. Las combinaciones de una y dos notas se corresponden con las partículas y los pronombres: Si (‘sí’); Do (‘no’); Re (‘y’); Mi (‘o’); Sol (‘si’ conjunción); Dore (‘yo’); Domi (‘tú’); Dofa (‘él’), etc. Las combinaciones de tres notas se corresponden con palabras usuales: Doredo (‘tiempo’); Doremi (‘día’); Dorefa (‘semana’); Doresol (‘mes’); Dorela (‘año’), etc. Las combinaciones de cuatro notas se distribuyen en siete clases (denominadas "claves", porque hay una nota dominante): la clave de Do, por ejemplo, representa la esfera del ser humano en su dimensiones física y moral (facultades, cualidades, alimentación); la de Re representa la familia, el ámbito doméstico (mobiliario y enseres), el aseo y la vestimenta; la de Mi, las acciones, vicios y virtudes; la de Fa, el campo, los viajes, la guerra y el mar; la de Sol, las artes y las ciencias; la de La, la industria y el comercio; la de Si, las relaciones sociales y políticas. Las combinaciones de cinco notas abarcan la nomenclatura de los reinos animal, vegetal y mineral.
El Solresol tiene dos géneros que se corresponden con el sexo ontológico; por tanto, el masculino designa "seres vivos machos" y el femenino, "seres vivos hembras". Los objetos materiales y asuntos morales, así como aquellas entidades cuyo sexo se desconoce, pertenecen al género neutro y no llevan ninguna marca. Dado que sustantivos y adjetivos son invariables, las marcas de género (también las de número y caso)[19] se indican en el único artículo que contempla esta lengua, el artículo definido, representado por la nota La. Como en muchas lenguas naturales, en Solresol el género no marcado es el masculino; por tanto, a pesar de que los sustantivos son invariables, en la lengua escrita se marca sobre la vocal del artículo una pequeña línea horizontal que indica que el sustantivo es femenino, con lo que nuevamente se observa un carácter subsidiario del femenino frente al masculino: La domifado (‘hombre’) / Lā domifado (‘mujer’); La faresoldo (‘caballo’) / Lā faresoldo (‘yegua’); La sisol (‘señor’) / Lā sisol (‘señora’). Si el nombre no va precedido de determinante, se marca el femenino añadiendo la línea horizontal a la vocal de la última sílaba: domifadō (‘mujer’), faresoldō (‘yegua’), sisōl (‘señora’). Esta marca indica que la última vocal ha de alargarse en la lengua hablada: domifado-o.
Pese a su gramática simplificada, para Couturat y Leau (2001 [1903], 37-39) es una lengua impracticable que pretende reducir el conocimiento humano a la mera combinación de siete sílabas/notas. Además de numerosas contradicciones e incongruencias, presenta ―afirman los autores― todas las deficiencias de las lenguas filosóficas y ninguna de sus ventajas teóricas: "Les langues a priori ont pour défaut capital d’être ... a priori, c’est-à-dire de ne tenir aucun en compte des langues vivantes, ni dans leur matière, ni dans leur forme" (1903, 113). En la materia, porque se construyen sobre radicales completamente nuevos que no recuerdan a ninguna palabra conocida; en la forma, porque adoptan para su gramática flexiones totalmente arbitrarias sin semejanza alguna con las flexiones indoeuropeas. Sí hay que reconocer, sin embargo, el espíritu filantrópico que inspira el diseño de la lengua (especialmente sus ventajas para personas sordas y ciegas), común también en otros proyectos universales, como el de Comenius, por ejemplo.
4. Conclusiones
Cada uno de los proyectos examinados se ofrece como una lengua absolutamente nueva, transparente y racional pero, a pesar de que intentan construirse bajo los principios de la regularidad y la simplicidad, difícilmente pueden ser aprendidas, con lo que resultan impracticables. En el caso de las lenguas filosóficas a priori del XVII, a estos inconvenientes se añade el hecho de que descansan sobre una clasificación lógica (pero arbitraria) de las ideas; por tanto, si las nomenclaturas incorporan la definición del objeto en el nombre, la formación de los conceptos se complica en exceso, pues ha de reproducir en el nombre las partes de las que está compuesto. Por otra parte, si se supone que impera un orden lógico entre los elementos que forman una palabra, cualquier alteración en dicho orden crearía un sinsentido, lo que demostraría la inconsistencia de estas lenguas. Esta crítica se hace extensiva a las lenguas a priori no filosóficas como el Solresol en la que las sílabas/notas no tienen más valor que el lugar que ocupan en la palabra respecto de las sílabas que las siguen o preceden. Desde luego, esto no ocurre en las lenguas naturales. Es cierto que las lenguas naturales se basan en la asociación convencional y arbitraria de ideas y sonidos, pero esta asociación es constante y habitual. Esta correspondencia uniforme y fija de sentido-sonido (que es una de las leyes básicas de la lingüística) no ocurre en las lenguas a priori y es justamente esta carencia la que impide su aprendizaje.
Desde la certeza de que no puede existir ningún sistema conceptual postulado sobre la base de una razón abstracta que pueda llegar a ser parámetro y criterio para la construcción de una lengua perfecta, se concluye que "la lengua no refleja un universo conceptual platónicamente preconcebido, sino que contribuye a formarlo" (Eco 1994, 199), lo que equivale a dar cabida a la dimensión cambiante e histórica de las lenguas, excluida en la falsa perfección de los sistemas apriorísticos, pero eje vertebrador de los nuevos proyectistas del siglo XIX (Galán 2012).
Bibliografía
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* Este trabajo se ha realizado en el marco del Proyecto de Investigación FFI2016-76702-P, titulado En los límites del lenguaje: diseños artificiales y ficciones comunicativas (Ministerio de Economía y Competitividad), dirigido por la Dra. Carmen Galán Rodríguez.
[1] Para calibrar el alcance de las creaciones a posteriori en el siglo XIX son una referencia obligada los siguientes estudios: Couturat 1903a; Couturat & Leau 2001 [1903]; Couturat & Leau 1907; Monnerot-Dumaine 1960; Grande Alija 2009; Calero 2012.
[2] La lingua adamica del Paraíso, perfecta en tanto que don divino, reflejaba la verdadera esencia de las cosas y garantizaba, por tanto, la unidad de la especie humana. Como se recoge en el Génesis, 11: 1: "Toda la tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras".
[3] Además de las categorías aristotélicas, vertidas posteriormente en el conocido Arbor Porphyriana (Árbol de Porfirio), es indudable la influencia de las taxomomías de Ramón Llul (Ars Magna can. 1274), Pedro Bermudo (Artificium o Arithmeticus Nomenclator 1653) o Athanasius Kircher (Novum hoc inventum quo omnia mundi idiomata ad unum recucuntur 1660). No obstante, la forma de proceder de los inventores del XVII se aproxima más a la propuesta baconiana del Abecedarium Novum Naturae (1622). Bacon elaboró un alfabeto artificial de base griega que remitía a un vocabulario básico, como si las letras artificiales funcionasen a modo de etiquetas identificativas de los distintos campos del saber de la época. Las palabras no comprendidas en la lista deberían ser denotadas por el signo que tuviera el significado más próximo. Cada signo recibía un número y ese número era la clave para una segunda lista de palabras pertenecientes ya a la lengua vernacular a la que fuera a hacerse la traducción. Dado que el resultado no fue satisfactorio, se optó por agrupar las palabras en clases semánticas (según una clasificación previa de la realidad) asignando un único símbolo al conjunto; cada miembro del grupo se indicaba mediante el signo genérico principal más un añadido o marca distintiva. El resultado era un signo "icónico" que indicaba en su propia estructura el género y la especie a la que pertenecía el referente. Esta forma de clasificación de palabras y conceptos inspira, en parte, la forma que tomarán finalmente los proyectos a priori de lengua universal. El texto de Bacon se perdió en el siglo XVII y solo se conservó un fragmento; sin embargo, se ha encontrado una copia manuscrita del texto completo en la Biblioteca Nacional de Paris. Malherbe & Pousseur (1985, 37); Blasi (1992, 101-136).
[4] Esta doble posibilidad permite distinguir entre pasigrafías y pasifrasías. Las pasigrafías son códigos escritos, pretendidamente universales, que difieren entre sí por: i) los criterios de ordenación de las ideas (criterios lógico-filosóficos o empíricos); ii) los signos empleados (cifras, caracteres similares a los chinos, e incluso notas musicales); iii) la naturaleza del referente: son fonéticas si remiten a sonidos; e ideográficas o "reales" si los signos remiten a raíces. Calero 2005; Galán 2012, 419).
[5] Entre ellos existían diferencias irreconciliables provocadas, al parecer, por las sospechas de Dalgarno de un posible plagio de Wilkins. Por otra parte, para una sociedad tan elitista como la oxoniense, las diferencias sociales entre ambos (Wilkins era obispo y Dalgarno, maestro de escuela) y el mayor prestigio intelectual de Wilkins, que era miembro de la Royal Society, bastaron para que la proyección de Wilkins fuera aún más notable. La bibliografía sobre ambos autores es muy extensa. Algunos de los estudios más completos son los siguientes: Knowlson 1975; Salmon 1979; Slaughter 1982; Rossi 1984; Cram 1985; Chiusaroli 1998; Cram & Maat 2001.
[6] Esta es una forma de marcar la oposición que ya había utilizado Sir Thomas Urquhart en dos obras anteriores: Ekskubalouron (1652) y Logopandecteison. An Introduction to the Universal Language (1653). Frente a la tendencia a eliminar o reducir las marcas morfológicas de género por ser innecesarias en una lengua racional, sugiere extenderlas también a los verbos, con lo cual obtiene once tipos: "[…] In this Tongue there are eleven genders; wherein likewise it exceedeth all other Languages […] All the several genders in this Language, are as well competent to verbs as nouns : by vertue whereof, at the first uttering of a verb in the active voice, you shall know whether it be a god, a goddess, a man, a woman, a beast, or any thing inanimate, (and so thorow the other five genders) that doth the action: which excellence is altogether peculiar unto this Language". Urquhart (1653, 1-24).
[7] "[…] la antonimia conversa se constituye en una operación cognitiva esencial a la hora de establecer una disociación entre el plano de referencia de los signos lingüísticos y su significado. Esto último debe entenderse no como referencia dada, sino como un modo particular de referir". Hernández, Serra & Veyrat (2005, 49).
[8] Todas las citas proceden de la edición electrónica que se citará como Essay, indicando los números de las páginas del original: [https://archive.org/details/AnEssayTowardsARealCharacterAndAPhilosophicalLanguage] (fecha de consulta 04/08/17).
[9] "La imagen del universo que Wilkins propone es la imagen de un universo según el saber oxoniense de su época, y no se plantea en ningún momento el problema de que pueblos de otra cultura (que, sin embargo, deberían usar su lengua universal) puedan haber organizado el universo de otra manera". (Eco 1994, 167). Esta cita de Eco es esencial para entender la expresión del género femenino en las lenguas artificiales estudiadas aquí.
[10] La clasificación y desarrollo de estas partículas "semánticas" es fascinante. Además de las partículas para el género, Wilkins diferencia otras dos relativas a los pares Voice/Language y Young/Part (1668, 348-351). Por ejemplo, las partículas que indican ‘Voz’ se utilizan para expresar sonidos de animales o estados anímicos derivados de un acto o acción que puedan manifestarse oralmente. Así, añadiendo una partícula transcendental a "abeja" se obtiene "zumbido"; si se añade a "dolor" se obtendrían "gemido", "llanto" y "lamento". Respecto a las partículas que significan ‘Lenguaje’, si se combinan con los Caracteres Reales que designan países o naciones, sirven para designar la lengua que se habla en ellos. No obstante, Wilkins señala que este afijo transcendental no es tan fundamental como otros y, por tanto, puede suprimirse. (1668, 349).
[11] Para que los lectores del Essay sean conscientes de estas anomalías, Wilkins remite a la obra del gramático latino Nonius Marcellus De indiscretis generibus. La obra forma parte del tratado De compendiosa doctrina organizado en tres libros: I. De proptietate Sermonum. II. De honeste seu Nove Veterum Dictis per Litteras. III. De indiscretis generibus per litteras. Cito por la edición de Lindsay (1901, 233-288).
[12] Posteriormente, Leibniz en Grammaticae cogitationes (1678) señalará que la distinción de género es irrelevante en una gramática filosófica, pues este tipo de inflexión nominal solo tiene una mera función ornamental: "Discrimen generis nihil pertinet ad grammaticam rationalem […] Sane manifestum est, difficillimam grammaticae partem ese discere generum declinationumque et conjugationum differentias. Et qui linguam loquitur his differentiis neglectis, quomadmodum Domenicanum ex Persia facer audivi Parisiis, nihilominus intelligi". Couturat (1903b, 286).
[13] El diccionario, compilado por su amigo William Lloyd, lleva por título AN ALPHABETICAL DICTIONARY, Wherein all ENGLISH WORDS According to their VARIOUS SIGNIFICATIONS, Are eithe referred to their Places in the PHILOSOPHICAL TABLES, Or explained by such Words as are in those TABLES. El diccionario funciona a la vez como un índice que refiere cada palabra a su posición en las tablas y como un diccionario monolingüe en el que las palabras inglesas que no se encuentran en las tablas se definen mediante las que sí figuran.
[14] Estas irregularidades se resolverán en parte en las lenguas artificiales a posteriori mediante una simplificación morfológica extrema (Calero 2010) y la supresión de las marcas de género en entidades no sexuadas. Pero la tendencia dominante, incluso en una lengua tan bien formulada como el esperanto, es distinguir con marcas diferentes el género masculino del género femenino, considerado un género derivado. No obstante, hay alguna notable excepción, como el caso de la Lengua Católica de Alberto Liptay (1890) de la que me he ocupado en un trabajo reciente (Galán 2016). Liptay distingue tres géneros: neutro o genérico (sin terminación), masculino (terminado en -o) y femenino (terminado en -a), correspondientes a entidades asexuadas, entidades masculinas y entidades femeninas, respectivamente. Para evitar una atribución errónea de género y sexo cuando no corresponde, Liptay suprime estas vocales finales en los nombres que designan entidades inanimadas. Así, en la Lengua Católica se escribirá vin, lun, terr, mund o univers para designar respectivamente "vino", "luna", "tierra", "mundo" o "universo", puesto que carecen de sexo. Siendo consecuente con esta distribución vocálica, diferencia entre animalo y animala (genérico animal), pero también, "por ridículo que parezca al principio" ―señala el autor― ha de escribirse poeto, perso, naturalisto, profesoro como formas "masculinas" de los vocablos "femeninos" poeta, persa, naturalista y profesora, cuyos genéricos son poet, pers, naturalist y profesor, respectivamente. La distinción de géneros se aplica rigurosamente en el ámbito del parentesco, pero se lleva a extremos delirantes en los vocablos que designan algunas profesiones y objetos de uso cotidiano. Igualmente es notable el esfuerzo que realiza S. Haden Elgin en su diseño del Láadan, la primera lengua artificial para mujeres que se recoge en su novela Native Tongue (1984). En el Láadan, contra las tendencias morfológicas habituales de las lenguas naturales (y de las artificiales en general), el género masculino deriva del femenino mediante la adición del sufijo -id: with (‘mujer’ o ‘persona’) / withid (‘hombre’). El propósito de Elgin es subvertir la tendencia (ideológica muchas veces) en la formación del femenino, especialmente en el ámbito de las profesiones; así, frente al proceso morfológico que se observa en ejemplos como authoress, stewardess o waitress, creados a partir de los masculinos correspondientes, más el sufijo -ess, en Láadan aparecen términos como abedáhid (‘granjero’), lalidáanáhid (‘poeta’) y omáhid (‘profesor’).
[15] Ya Aristóteles (Summa P40ra.57) advertía de la errónea asignación de género basada en mitos y personificaciones de elementos naturales, como el sol o la luna: "Sola ergo animalium nomina proprie dicuntur masculini generis vel femenini; cetera vero omnia proprie debuerunt esse neutri. Sed antiqui putantes illud esse alicuius sexus quod nullius erat ut solem, deum et lunam, deam et sic de ceteris imponebant eis nomina masculinarum vel femininorum nominibus similia vel in terminatione vel in constructione eaque vel masculini vel femenini ese constituerunt".
[16] La Universalis Philosophiae seu metaphysicarum rerum, partes tres, libri XVIII se publicó en 1638, treinta años antes que el Essay; por tanto, no es improbable que Wilkins la conociera.
[17] La tradición enciclopedista es tan antigua como la historia de la humanidad civilizada y sería muy interesante que se pudiera trazar un recorrido comparativo por los autores tan significativos como Varrón (Antiquitatum rerum humanarum et divinarum, libri XLI), Aulo Cornelio Celso (De Artibus), Plinio el Viejo (Naturalis Historia), Aulo Gelio (Noctes Atticae), Nonio Marcelo (De compendiosa doctrina), Marciano Capella (De nuptiis Philologiae et Mercurii), Isidoro de Sevilla (Etimologías), Honoré d’Autun (Imago mundi), Raimundo Lulio (Arbor scientiae), Johannes Aventinus (Encyclopedia orbisque doctrinarum, hoc est omnium artium, scientiarum, ipsius philosophiae index ac divisio; la primera obra que se titula "Enciclopedia"), Comenius (Pansophiae diatyposis), Pedro Bermudo (Artificium o Arithmeticus Nomenclator), Athanasius Kircher (Ars magna sive sciendi Combinatorica), Leibniz (Praecognita ad Encyclopaediam sive Scientiam universalem), etc. En las fechas en las que se crea el Solresol, se habían publicado numerosas obras de referencia en la tradición enciclopedista francesa: Pierre Bayle (Dictionnaire Historique et Critique 1702), Dictionnaire universel 1704-1771 (elaborado por jesuitas franceses), Denis Diderot y D’Alembert (L’Encyclopédie 1750), Léon Renier (Dir.) (Encyclopédie moderne. Dictionnaire abrégé des sciences, des lettres, des arts, de l'industrie, de l'agriculture et du commerce 1847-1853). No es improbable que Sudre conociera también la Enciclopedia Británica (1768-1771), publicada por Adam y Charles Black.
[18] [http://c.sidosi.org/resources/gramatica-de-solresol/gramatica-de-solresol.html#nociones_
generales] (fecha de consulta: 04/08/17). Vincent Gajewski fue durante un tiempo presidente del Comité Central de Estudios y de Propaganda de Soresol, fundado en París en 1869 por la viuda de F. Sudre, tres años después de la aparición del Solresol. Los Gajewski (las dos únicas gramáticas que se conocen fueron publicadas por Boleslas Gajewski, hijo de Vincent) llevaron a cabo una importante labor de difusión de la lengua e incluso la propusieron como sistema de comunicación para la Marina de guerra.
[19] En el caso del plural se reduplica la consonante: dofaa (‘ella’) / doffaa (‘ellas’). Esto solo sucede si el sustantivo aparece sin artículo; cuando aparece el artículo, es este el que toma las modificaciones (una especie de apóstrofe) mientras que el sustantivo permanece invariable, al igual que el adjetivo: faresoldo (‘caballo’) l' faresoldo (‘los caballos’). El artículo también marca el caso, que se reduce a tres: nominativo-acusativo (la), dativo (fa) y genitivo-ablativo (lasi).