Juan Antonio Ennis
Las novedosas ciencias del lenguaje y la política de sus usos: Vicente Fidel López en la Revista de Buenos Aires (1863-1869)
1. Introducción: alcances de la lingüística moderna
En la primera de sus Lectures on the Science of Language, brindadas entre abril y junio de 1861, Max Müller observaba algo que para ese entonces constituía ya uno de los rasgos más visibles y conflictivos de una ciencia que procuraba definir su espacio a partir de la siempre paradójica lógica de su relativa autonomía. Recordando que todo saber científico moderno, si bien se afirmaba en su condición de especulación teórica, en definitiva en los orígenes respondía a las necesidades prácticas más básicas de una sociedad, encontraba el correlato de esta articulación entre teoría y práctica en los usos políticos de las ciencias del lenguaje:
In modern times the science of language has been called in to settle some of the most perplexing political and social questions. "Nations and languages against dynasties and treaties," this is what has remodeled, and will remodel still more, the map of Europe; and in America comparative philologists have been encouraged to prove the impossibility of a common origin of languages and races, in order to justify, by scientific arguments, the unhallowed theory of slavery. Never do I remember to have seen science more degraded than on the title-page of an American publication in which, among the profiles of the different races of man, the profile of the ape was made to look more human that that of the negro (Müller 2010 [1862], 13).
La defensa de la autonomía del saber lingüístico es, claro está, un gesto eminentemente político. La remodelación del mapa europeo que evoca Müller es la que aún al final del siglo XX puede seguir evocando Giorgio Agamben cuando asevera que "no tenemos, de hecho, la menor idea de lo que es un pueblo ni de lo que es una lengua [...] y, no obstante, toda nuestra cultura política se funda en relacionar estas dos nociones" (2017 [1996], 72). El artífice al que Agamben atribuye esta conexión es lo que sin mayores explicaciones llama "la ideología romántica", que sin embargo la habría realizado "de manera inconsciente" y a través de ella, intentando "aclarar algo oscuro (el concepto de pueblo) con algo más oscuro aún (el concepto de lengua)", habría ejercido "una influencia muy fuerte tanto sobre la lingüística moderna como sobre la teoría política todavía dominante" (Agamben 2017 [1996], 72). Lingüística e ideología romántica, en muchos casos, no resultan entidades discretas, sino que las figuras fundantes de la disciplina resultan al mismo tiempo mentores decisivos de aquello que podemos entender que el filósofo italiano engloba bajo el segundo término. Ejemplos claros de ello ofrecen, antecesores y en muchos casos aún contemporáneos de Müller, los hermanos Grimm o los hermanos Schlegel.
En buena medida, Müller anticipaba en su juicio sobre los usos políticos de la lingüística la clave de lectura que autores como Joseph Errington persiguen más recientemente al observar el desarrollo de lo que este ha dado en llamar "imágenes filológicas de la lengua", que habrían resultado influyentes más allá de la academia al menos en dos formas: explicando por un lado a través de la metáfora orgánica "literalizada"[1] el lugar de Europa en un mundo colonial, naturalizando su hegemonía y codificando en la diferencia lingüística una desigualdad humana hecha tanto naturaleza como necesidad histórica. Por otro lado, siendo la filología y la lingüística ciencias atravesadas por las problemáticas y debates propios del espacio en el que se desarrollan e intervienen, habrían logrado hacer del pasado "a resource for nationalist ideologies in an industrializing Europe" (Errington 2008, 71).
Esa dimensión política de las ciencias del lenguaje, ya en ese entonces, despertaba suspicacias en sus mismos artífices. Y en este caso, tratándose nada menos que de uno de los más exitosos en la difusión de la novedad de las mismas más allá de los estrictos límites que la mayoría de las veces la lengua más utilizada en su cultivo (el alemán) y su relativamente limitado circuito de difusión le imponían[2]. Friedrich Max Müller, que había asistido en 1844 a los cursos de Bopp en Berlín y en 1845 a los de Burnouf en París sobre el Rig Veda, y en 1849 había obtenido el premio Volney por un estudio sobre las lenguas indoeuropeas y los orígenes de la civilización (Olender 2005, 105), se desempeñaba en ese entonces como fellow del All souls College en la Universidad de Oxford. Müller y Burnouf juegan un rol preponderante en el afianzamiento del paradigma histórico-comparativo, especialmente a partir de la posibilidad de difusión que abre para el mismo el hecho de que sus trabajos fueran escritos en inglés y francés. Podemos suponer, no obstante, que lo que molestaba a Müller no era tanto el empleo político del saber y prestigio de la filología comparada, sino ciertas formas precisas del mismo. De hecho, en ese afán de divulgación de la que llamaba "new science" (Müller 1855, 4), Müller había encontrado especial éxito con un volumen destinado a su implementación práctica en las guerras coloniales del Imperio británico, The Languages of the Seat of War, destinado al aprendizaje de las posibilidades de la diversidad lingüística de por parte de los oficiales destinados a la Guerra de Crimea.
Sin embargo, lo que difícilmente pudiera conocer Müller es que sus hipótesis estaban alcanzando en esos mismos años a regiones tan distantes como el Río de la Plata, donde su nombre iba a ser esgrimido como garantía de prestigio y legitimidad para determinadas opiniones en las más sonadas polémicas públicas sobre la lengua en las últimas décadas del siglo. Así, cuando Juan María Gutiérrez se enrede a comienzos de 1876 en la polémica con Martínez Villergas a partir de su rechazo del diploma de Académico correspondiente otorgado por la RAE[3], no tardará en espetarle (en la segunda de sus Cartas de un porteño, en las páginas el periódico La Libertad) la autoridad de un texto y autor provenientes del seno mismo de la RAE (en el "Informe leído en la RAE sobre el Peregrinulu Transelvanu" el 5 de marzo de 1868 por Pedro Felipe Monlau, Monlau 1869, 26) para constatar la ausencia en España del saber legítimo en la Modernidad para opinar en materia de variación y cambio lingüístico: "no podré darle lecciones sino en términos apropiados a quien no conocerá a Max Müller, ni mucho menos a Bopp" (Gutiérrez 1942, 45).
Esos nombres, no obstante, no llevaban hecha hasta entonces una carrera ni demasiado larga ni particularmente exitosa en el Río de la Plata, y de hecho bien puede argüirse que para esa época solo unos pocos especialistas (como Rufino José Cuervo o Juan de Arona) podían valer como iniciados en la materia en Hispanoamérica. Mucho menos, claro está, podía pensarse en un mínimo arraigo institucional para esos estudios. Sin embargo, esto no significa que no hubiera habido noticia alguna en estas latitudes de la novedad científica y el potencial secularizador del dispositivo comparatista desarrollado sobre todo en Europa Central a partir de comienzos del siglo, y que las posibilidades de su uso no hubieran encontrado lugar en un espacio tan conflictivo como el de la trabajosa construcción de una opinión pública a través sobre todo de la prensa. Como observa Hernán Pas al exhumar un notable discurso del argentino Demetrio Rodríguez Peña en el Círculo de Amigos de las Letras de Santiago de Chile ("De la Literatura Chilena, su nacionalidad, su carácter i su influencia en el progreso i felicidad del país...", de 1859), hacia la década del 50 "ciertas teorías «científicas» ―como la filología comparada y la lingüística humboldtiana― [...] habían comenzado a cobrar en Sudamérica notable relieve" (Pas 2012a, 163): las aproximaciones de Lastarria, el propio Juan María Gutiérrez y Rodríguez Peña a las lenguas originarias del continente procurando tomar distancia de las prácticas asociadas a la colonia y la conquista apelarán repetidamente a la novedad de las ciencias del lenguaje al menos para mencionar su necesidad en un continuum muchas veces aún difuso con la crítica y la historiografía.
2. La Revista de Buenos Aires, la(s) lengua(s) y la historia
En la década siguiente podrán observarse en Buenos Aires nuevas aproximaciones a las ciencias del lenguaje cuyo desarrollo y afirmación como especialidad científica de prestigio y utilidad política se observaba en Europa, ya en el marco de propuestas precisas albergadas en las páginas de los más significativos proyectos de prensa científica o cultural en la capital argentina, como la Revista de Buenos Aires de Vicente Quesada y Miguel Navarro Viola, dedicada a la publicación de investigaciones y documentos de distinta índole relacionados con la historia y presente americanos en general y especialmente de la Argentina. De acuerdo con la retórica propia de la época, se comenzaba por afirmar la necesidad de estas empresas sobre la base de un supuesto desierto editorial (y por lo tanto cultural), y así los editores anunciaban en el prospecto al primer número de la mencionada revista, aparecido en mayo de 1863:
Cuando se trata de llenar un vacío, de crear lo que no existe, cualquier ensayo por inferior que sea, tiene cuando menos disculpa: y nosotros confiamos en que el nuestro será juzgado con tanta mayor indulgencia, cuanto que la falta de una publicación de este género es una clase de vacío hasta incompatible ya con la cultura de nuestra sociedad. (Quesada y Navarro Viola 1863, 5)
Prometiendo fundarse en "el gran contingente de una cooperación ilustrada por parte de los primeros hombres de letras y publicistas Americanos", y estableciendo su familiaridad con otras publicaciones mensuales "enteramente ajenas a la política" como La Revista del Pacífico y La Revista de Lima, la revista daba espacio a la publicación de investigaciones divididas en cuatro secciones (derecho, historia, letras y variedades) que llevaban con frecuencia la firma de aquellos hombres de letras y publicistas que, inmersos entre otras cosas a través de esas labores en el fragor de la cotidianeidad política, procuraban un espacio de relativísima autonomía en el cual difundir estudios que, en última instancia, no hacían más que desembocar finalmente en su uso político, el de la participación en un relato de lo nacional, el de la capitalización de un patrimonio cultural o lingüístico para el archivo necesario a la constitución de una nación[4].
Elías Palti (2007), siguiendo a Lemperiérè y Guerra, identifica en estas décadas una transformación estructural de la esfera pública latinoamericana, a través del surgimiento de "un nuevo lenguaje político, que coincide con la difusión del ideario positivista en la región", y que trasladaría el lugar de esa opinión pública del "modelo forense" al dominado por el rol de la prensa como actor político y arena de disputa y juicio de los actos de gobierno. Justamente, al ilustrar esta nueva forma del vínculo entre poder, opinión pública y prensa periódica, Palti invoca la voz del propio V. F. López, de quien nos ocuparemos aquí[5]. Es decir, si para la época ―como afirma Paula Alonso (2002)― resulta una redundancia aseverar que toda prensa es política o partidaria[6], la pretensión en este caso de situar un espacio del discurso letrado por fuera de la política (aunque claro está, frente a ella), constituía de por sí un gesto significativo que debía ser explicitado.
Por fuera del fragor de la contienda partidaria, pero contribuyendo a pensar las bases históricas documentables y argumentables de la comunidad política deseada, una publicación de este tipo ―lo que podemos llamar a grandes rasgos la "prensa cultural", que encuentra aquí, de acuerdo con los especialistas, uno de sus más notables ejemplos en la época (Auza 1999, 28-29)― podía albergar discursos tendientes a la especialización y especificidad científica, que sin embargo contribuyeran a dar forma a una representación eminentemente política de la comunidad (americana o nacional).
En ese marco es que quisiera observar aquí el interés por la indagación, estudio y puesta en valor de las lenguas y culturas originarias de América en las páginas de esta publicación. Ya en el n.º 5, de agosto de 1863, la revista daba lugar a una primera intervención relacionada con el valor de las lenguas indígenas para la construcción de una historia del espacio nacional. En la misma, Vicente Quesada respondía a una incertidumbre planteada por el propio Juan María Gutiérrez, en un artículo que, en la sección de "Historia americana" encabezaba la edición bajo el título de "Apuntes sobre el origen de la lengua quichua en Santiago del Estero", procurando establecer, sobre la base de distintos documentos de cronistas, historiadores y viajeros así como de los datos ofrecidos por la toponimia, la preexistencia de la presencia de la cultura incaica en el territorio ahora argentino al momento de la llegada de los españoles.
En el n.º 28, de agosto de 1865, Gutiérrez presentaba un fragmento de una obra que su "amigo y condiscípulo el Dr. Vicente Fidel López" estaba a punto de terminar, y que probaría (así cierra la presentación de la larga disquisición etimológica sobre el nombre de Viracocha) "con hechos que la inteligencia argentina es apta para el cultivo de todos los ramos del saber, y que existe una actividad poco común en la mente de los hijos de este suelo privilegiado" (Gutiérrez 1865, 473). Los trabajos de López, cuya publicación constituiría al mismo tiempo "un deber y una conveniencia" dejaban ver así cómo "la filosofía viene, pues, así como las tradiciones latentes de un presentimiento siempre vivo en la humanidad, a encontrar su satisfacción positiva y científica en la filología, suministrando al mismo tiempo explicaciones plausibles a muchos problemas oscuros" (Gutiérrez 1865, 472).
A partir del número siguiente, y a lo largo de más de cuatro años, la revista publicará las distintas secciones del estudio que en 1871 se publicará en francés, en una traducción y edición financiada por Justo José de Urquiza y al cuidado de un joven Gaston Maspero, procurando así una doble inscripción, un circuito ampliado para su lectura, por un lado en el ámbito local (porteño, argentino, hispanoamericano) a través de su publicación en la Revista de Buenos Aires en sucesivas y diferenciadas entregas, y por el otro en aquel espacio del que obtenía sus bases teóricas y en el que procuraba intervenir situando su objeto de análisis en un lugar novedoso.
Me interesa aquí detenerme en la primera de estas instancias, y observar cómo esta apropiación sui generis del modelo histórico-comparativo procura intervenir en la construcción justamente de una legitimación científica para un relato de la identidad nacional fundado en la diferencia, en primera instancia, evidenciada en la lengua. Sin embargo, antes de introducir el análisis de la publicación de los estudios de López en la Revista de Buenos Aires, conviene ofrecer algunas observaciones acerca del resultado ulterior de las mismas, el libro en francés aparecido en 1871.
3. Les races aryennes du Pérou, entre Maspero y Urquiza
El resultado último de esta investigación, Les races aryennes du Pérou. Leur langue – leur réligion – leur histoire (París, Franck – Montevideo, chez l’auteur), traza una de las vías iniciales, de manera característica, de estos esbozos de investigación lingüístico-etnológica de clara vocación americanista, siempre complejas y esquivas. El libro ha sido revisitado en los últimos tiempos en estudios realizados sobre todo desde la perspectiva de la historiografía, campo en el que la figura de López ocupa un lugar fundacional en América Latina. Quijada Mauriño (1996), que trabaja sobre la compleja lectura ―reacia a las rápidas asimilaciones de esquemas de este tipo― que ofrecen estos textos sobre el fondo del dispositivo orientalista, rescatando el interés de estos textos "para el campo de los estudios sobre construcción nacional, porque es un caso modélico de articulación de la retórica y el pensamiento científicos con los procesos de afirmación nacional", hace mención de su eco "en trabajos tan significativos como Los orígenes del hombre americano, de Paul Rivet (1943), o el monumental Catálogo de lenguas americanas de Antonio Tovar (1984)" (Quijada Mauriño 1996, 247).
Más recientemente, en 2013, la Revista Complutense de Historia Americana publicó un dossier sobre "Relaciones internacionales, identidades colectivas y vida intelectual en América Latina (1810-1945)"[7], dos de cuyos cuatro artículos allí incluidos estaban dedicados a Vicente Fidel López. El primero de ellos, de Charles A. Jones, que presenta una semblanza más bien general del escritor argentino, incluyendo allí el comentario del proyecto de Les races aryennes… proporciona una definición característica de este tipo de lecturas (que bien puede alcanzar hasta nuestra propia incomprensión, lo problemático que nos resulta aún ordenar la historia en sus tiempos), según la cual López habría sido "cursed with a strange knack of being simultaneously ahead of his time and behind the times, never quite in tune with the age" (Jones 2013, 40). Finalmente, hay entre estos abordajes (Palti 2009, 123-130; Jones 2013, 45; De Souza Rodrigues 2013) coincidencia en destacar el uso político-historiográfico de estos adarmes de filología comparada en función de la postulación de un organicismo más importante en política que en historia de las lenguas, como expresión del grado de desarrollo deseable en una cultura.
El texto comenzaba con la introducción de una expresión sintética de la fórmula comparatista que permite dar cuenta de las ciencias del lenguaje en su establecimiento, desarrollo y afirmación en el siglo XIX como saber colonial ―y que reaparecería de manera programática en el artículo que publicaría en el mismo año en la Revista del Río de la Plata, "Lengüística y política orgánica"― invocando por otra parte el nombre de Max Müller, "un des prémiers parmi des savants européens", que había sabido distinguir con su "admirable sagacidad", las "lois historiques du langage". Así, Müller había demostrado que las lenguas habladas por las razas humanas pueden dividirse en dos grupos (simplificando de ese modo la representación tipológica extendida en los tipos históricamente verificables): por un lado, "dialectes nomades et spontanés en usage chez les peuples qui ont jusqu’à présent échappé à tout d´evelopment historique", por el otro, los "idiomes politiques et littéraires" que acompañaban la "concentration intérieur" de una sociedad organizada luego abocada a su expansión, "s’imposant à des nations diverses et les pliant aux formes de son langage et de sa civilisation" (López 1871a, 9). Esta diferenciación es clara y abiertamente recogida de los trabajos de Max Müller, y alcanzaba toda su eficiencia en los usos más directamente políticos de la lingüística, como en el ya mencionado Languages of the Seat of War[8]. Lo que la "ciencia moderna" venía a proveer a López era un modo eficiente de articular políticamente el pasado y el presente, a través del carácter residual del documento que ofrece la gramática de una lengua (que permite iluminar documentos y testimonios de otro modo mudos), cuyo depositario no es ni puede ser idéntico al intérprete, el especialista criollo que puede responder a la pregunta por un origen que a través de esta operación pretende hacer común.
Que l’on donne à la civilisation péruvienne quatre siècles de date comme Garcilaso de la Vega, ou quarante comme Montésinos, la tradition reste muette et ne nous apprend rien sur l’origine de la langue. Heureusement la science moderne nous a fourni les moyens de suppléer aux traditions et aux monuments : quand même nous ne saurions pas le peu que nous savons de l’histoire primitive du Pérou, quand non seulement toutes les annales indigènes, mais encore tous les récits européens relatifs à la conquête seraient perdus pour nous, la langue dans la bouche du paysan le plus ignorant et le plus grossier nous serait un historien plus fidèle et plus complet que maint écrivain en renom : les mots interrogés rediront le passé à qui saura les faire parler ; ils révéleront les mœurs, la religion, le génie de la race qui peupla jadis l’Amérique et, mieux que cela, son origine (López 1871a, 17).
Al igual que lo hará luego Lenz en Chile, sin dejar de reconocer su valor, López deplorará la inexactitud o directamente tergiversación constante en la obra de los religiosos al registrar las lenguas americanas, y la falta de una tradición escrita que permitiera tener más elementos para reconstruir la historia de la lengua quechua más allá de los elementos que el presente y la comparación ofrecen.
Haciendo hincapié en las desventajas de formarse en la filología moderna como autodidacta, lejos de los centros de producción de sus saberes y encargando a Europa los libros que buenamente iba averiguando útiles para hacer este camino, ensaya el gesto de someter, "después de diez años de trabajo incesante" el resultado de sus investigaciones sobre el quechua y sus vínculos con las lenguas de Asia central, ante dos destinatarios: "la science et l’Amérique"
(p. 19).
Mediante el uso de la terminología y líneas de indagación (por ejemplo, al poner el acento en los numerales y pronombres como índice más fiable del parentesco entre lenguas) que le proveían tanto Max Müller como Burnouf [9], la hipótesis con la que V. F. López pretende desafiar el saber establecido en el campo del estudio de las lenguas postula al quechua como una "lengua aria aglutinante". Por desopilante que pueda sonar, la propuesta del escritor argentino, habida cuenta de todas las limitaciones en su formación y desarrollo ―que él mismo declaraba― no dejaba de reposar en antecedentes prestigiosos. Tal como señalaba ya Cordier (1920, 91), esta teoría "n’était pas plus abracadabrante que beaucoup d'autres que nous pourrions relever dans l'immense bibliographie américaine" (Cordier 1920, 91). Mónica Quijada señala con acierto dos antecedentes: uno, el del énfasis de Müller en la lengua como archivo de la cultura; dos, el del antecedente de Schlegel en el señalamiento de "ciertas analogías perceptibles entre la cultura quichua y los pueblos sabios de la India" explicables a partir de una hipotética inmigración a América en tiempos remotos, que López identifica nada menos que con los Pelasgos (Quijada 1996, 253). Gutiérrez tomaba así un nombre plástico y prestigioso y ponía a trabajar en él esas dos convicciones fundamentales de la lingüística decimonónica junto a la hipótesis tipológico-evolutiva que encontramos entre sus más renombrados autores, según la cual toda lengua flexiva tuvo que haber sido antes aglutinante y polisintética (Grimm lo sintetizaba eficaz y didácticamente al responder a la pregunta por el origen de la lengua en la conferencia homónima): los incas son tan o más indoeuropeos que los españoles, y la prueba gramatical en contra de esto, la divergencia tipológica, no sería tal, dado que representan simplemente un estadio anterior. De este modo consideraba Müller a las lenguas llamadas "turánicas", categoría que le servía para reunir todo lo que en Europa y Asia no fuera indoeuropeo en una tercera categoría común, a quien poco tiempo después recurría Maspero para dar cuenta de la relación entre lengua y arqueología en este punto: la raza turánica, que provenía de aquellos escitas que habían dominado el Asia durante quince siglos, se extendía desde el País Vasco hasta la China, y esta comunidad de origen quedaba probada por el parentesco entre los idiomas: "Le touranien est plutôt un stage qu’une forme définie du langage" (Maspero 1876, 134).
Las páginas iniciales del texto francés (preparado íntegramente por Maspero a partir de los mismos trabajos que López estaba publicando entonces en la Revista de Buenos Aires) venían precedidas por un "Prefacio" en español que se ocupaba de situar el trabajo, podemos suponer, ante el lector local que accediera al libro francés. Este prefacio justifica la forma de publicación del libro a partir de las condiciones del medio y las necesidades de su materia, y agradece a aquellos que lo hicieran posible.
La mediación de otros destacados masones como Fauvety, o de alguien ya formado en el terreno de la gramática histórico-comparativa como Émile Egger había posibilitado que nada menos que un entonces joven Gaston Maspero se ocupara de vigilar la traducción e impresión del volumen. Así, el primer condicionamiento que se señala para la investigación y que justifica la publicación del libro en francés, en Francia y al cuidado de un joven especialista, es la imposibilidad de darla a conocer en los términos deseados, dada la falta de tipos adecuados y cajistas que los pudieran manejar prácticamente en todo el continente. Más allá de las dificultades técnicas relativas a la transcripción de términos en sánscrito u otras lenguas exóticas para la imprenta local, la abundancia de erratas en la publicación en Buenos Aires, comparada con el cuidado de la edición parisina, no hace más que otorgarle la razón a López en su cuidado.
Luego de los agradecimientos, López establecía la novedosa precariedad de su condición de autor: "no creo engañarme si aseguro que hasta ahora soy la única persona en el Río de la Plata que se haya ocupado de estudios gramaticales y filológicos sobre las lenguas orientales para compararlas con las americanas" (López 1871a, 3-4). Esa condición de primus, desde luego, imponía serias dificultades, además de las ya mencionadas de la imprenta, la aún más evidente de la ausencia de interlocutores. La mención de "un movimiento científico que cuenta con siglos de tradición" ofrecido al estudioso europeo como prueba de rigor para sus hipótesis aludía por contraste al habitual tópico del desierto o nada inicial americana. Ahí la figura providencial de Maspero aparece como prueba de calidad y garantía del futuro triunfo de las hipótesis de la "ciencia nueva" ante las formas tradicionales del saber: "...cualquiera que sean las excepciones que me oponga la ciencia oficial o consagrada para rehusarme la pariedad completa del quichua con las lenguas ariacas madres, ella ha de triunfar cuando se compruebe con el estudio (como tendrá que suceder) la conformidad total de las raíces sin excepción, y de las formas gramaticales orijinarias" (López 1871a, 4).
Esta impresión de soledad, si bien puede ser puesta ante ciertos reparos[10], se refuerza en la percepción del propio Maspero. En una muy interesante reseña de la estancia montevideana de Maspero basada en una extensa presentación de las cartas que desde allí escribe a su madre, y que incluye asimismo información tan importante como los términos del contrato firmado con V. F. López, Cordier cita el siguiente pasaje de una carta del joven egiptólogo:
M. Lopez et moi nous sommes vite liés : il a besoin de moi et me traite bien. Mieux, il aura toujours besoin de moi : il est le seul dans cette bienheureuse ville de Montevideo qui s’occupe un peu de langues ; moi une fois parti, il se trouverait plus seul sous ce rapport qu’il ne l’était avant mon arrivée (Maspero, carta del 13 de enero de 1868, en Cordier 1920, 97).
Maspero, que se encontraba en una situación difícil en ese momento en Francia para obtener el sustento y la posición para finalizar su doctorado, debido sobre todo a circunstancias políticas, había encontrado en la invitación de López una salida provechosa, a pesar de la incertidumbre que podía suponer el viaje a un confín tan remoto, para una tarea peculiar como la de contribuir a la redacción y posterior publicación de un texto con cuyas tesis no tenía que estar necesariamente de acuerdo, pero que debía contribuir a presentar adecuadamente. La renta ofrecida por López, y pronto aumentada a su llegada a Montevideo, se ofrecía sumamente provechosa, y la perspectiva de la obtención de una posición económica y social prominente parece interponerse en algún momento con la firme voluntad de Maspero por proseguir su carrera como egiptólogo en Francia, en una propuesta tan curiosa como significativa para la época: la de hacerse cargo de la primera cátedra universitaria de gramática comparada en el continente:
Et d’abord, ce qui m’a donné bon espoir, il s’est offert à me faire obtenir à l’Université de cette ville une chaire de grammaire comparée qui à ce qui paraît sera très utile. Très utile, à qui ? Je n'en sais rien, à moins que ce ne soit à moi qui serai payé 80 ou 100 piastres par mois, 4 ou 500 francs, soit 5.000 francs par an en moyenne. Mes cours commenceraient à partir du mois de mars ou d'avril de cette année : c’est une heure par jour le matin, quand il me plaira d'aller ou qu’il plaira aux élèves de venir. Comme je suis logé pour un an chez M. Lopez, la première année de mon traitement sera presque entièrement économisée et me constituera un fond pour l’avenir. Si j’obtiens cela... et j’espère l’obtenir car M. Lopez est fort puissant ici, ma position est assurée et je reste ici (Maspero, carta del 13 de enero de 1868, en Cordier 1920, 97).
Esta posibilidad se ve frustrada antes de que Maspero llegue a considerar aceptarla o rechazarla, a partir de las circunstancias políticas que atraviesa Montevideo, cuya violencia narra el joven egiptólogo francés en sus cartas. El relato de parte de Maspero de su estancia montevideana, la descripción de la sociedad y las circunstancias políticas merecen un comentario aparte que no cabe en los límites del presente trabajo. Lo mismo puede decirse del examen detallado, por un lado, de los modos más precisos de apropiación de las tesis y procedimientos sobre todo de Max Müller por parte de López, y por el otro de las circunstancias políticas que atraviesan un trabajo que pretende mostrarse sustrayéndoseles. Resulta significativo en este aspecto ―y merece mayor indagación― el hecho de que el volumen ponga el acento sobre la ayuda financiera de Justo José de Urquiza, el gobernador entrerriano vencedor en Caseros rival de la política dominante en Buenos Aires entonces. Si bien el pie de imprenta es de 1871, el prefacio está firmado el 10 de agosto de 1868, aun un año y medio antes del asesinato de este último el 11 de abril de 1870.
4. La lengua aria aglutinante de los quechuas: la serie de V. F. López en la Revista de Buenos Aires
La publicación en sucesivas entregas se repartirá en distintas series, comenzando en 1865 por la de los "Estudios filológicos y etnológicos sobre los pueblos y los idiomas que habitaban en el Perú al tiempo de la conquista", luego en 1867 el más extendido "Estudio sobre la colonización del Perú por los Pelasgos en los tiempos prehistóricos, demostrada por el análisis comparativo de las lenguas y de los mitos" (que guarda la curiosidad sintomática de que la mayoría de sus entregas vienen sucedidas por las correspondientes a los "Apuntes históricos sobre la expedición libertadora del Perú", del coronel Gerónimo Espejo), en 1868 el "Sistema astronómico de los antiguos peruanos" (dedicado en su primera entrega "A mi amigo querido el señor don Juan María Gutiérrez"), y en 1869, las "Iniciaciones filológicas".
Vicente Fidel López, que con la publicación un cuarto de siglo antes de su Curso de bellas letras había comenzado a intervenir ya en la articulación entre lengua y construcción de la esfera pública desde el espacio al mismo tiempo tradicional e innovador de la retórica[11], ponía por delante de la serie de "Iniciaciones" una captatio benevolentiae que comprendía tres argumentos: el de su experiencia, su dedicación al estudio, y finalmente el de su objetivo de oficiar de vínculo entre estos estudios ("verdadera CIENCIA NUEVA de nuestro siglo") y la juventud local, ornada con los adjetivos de ese campo que Víctor Goldgel (2013) ha estudiado recientemente como topos exitoso y flexible en el XIX americano bajo la síntesis del "entusiasmo": "excitando la ardiente emulación de nuestra vivacísima juventud" (López 1869a, 412).
El saber adquirido en esa dedicación articulaba la tríada básica característica de toda iniciación a esa altura en los estudios lingüísticos ―la del latín, el griego y el sánscrito― con lo que allí llamaba "los idiomas cultos americanos como el quichua y el aimará". Hay un esquema argumentativo que repite lo que hemos visto, por ejemplo, en el Grimm de Sobre el origen de la lengua: la "poderosa regla y perfección del sánscrito" habilita no solo la posibilidad del dispositivo metodológico de la filología histórico-comparada, sino que además se refuerza para dar forma a este último con el gesto político de otorgar nueva dignidad a las lenguas vernáculas, yendo en este caso un paso más allá, para hacer de las lenguas americanas una forma de lenguas clásicas vernáculas ―lo que entra en juego con la denominación de la lengua aria aglutinante―. Tras esa introducción, el texto elabora su propia versión del credo de las ciencias del lenguaje en su versión triunfante hasta avanzado el siglo XIX, abriéndose con un doble juego de metáforas destinado a hacer visible la condición natural, desprendida de la historia, de las lenguas, "vegetación espontánea del espíritu y de la voz humana", "corriente que al través de las épocas históricas se remonta a ciertos y determinados puntos de bifurcación, como las confluencias de los ríos que atraviesan un territorio" (López 1869a, 413), que recalando en la prescindencia para la "filología comparada" de la discusión de la monogénesis o poligénesis (del hombre y de la lengua), la devolvía inmediatamente a la historia como documento y prueba última de su devenir. Introduciendo el nombre y el prestigio de esa "ciencia nueva", sus métodos y artífices conocidos (Müller, Bopp, Burnouf), la devolvía al mismo tiempo a un rol decisivo pero, en última instancia, aún ancilar con respecto al más necesario y central a sus fines, la historia:
La filología de la historia no tiene pues que preocuparse, sino secundariamente de las cuestiones etnológicas: lo importante para ella es poder demostrar las confluencias históricas de las diversas corrientes que fertilizan el teatro de la civilización humana, dándole sus rasgos y los elementos de su vida progresiva; y estos secretos se patentizan en el estudio de la palabra, porque es en ella donde la tradición intelectual que unos pueblos han recibido de otros, se deja sorprender en los procederes mismos con que han espresado las ideas que constituyeron el fondo y el caudal de esa misma tradición (López 1869a, 414).
Inmediatamente subrayaba que ―a diferencia de la apoyatura toponímica de la argumentación de Quesada― era "el estudio analítico del mecanismo gramatical con que los pueblos que se trata de conocer, han dado forma a la espresión de sus ideas uniéndolos con las raíces que contiene el tema de cada sentido" lo que daría la clave para el andamiaje de esa "filología de la historia", donde los parentescos debían establecerse no solamente o no tanto a partir de las similitudes léxicas, sino sobre todo a partir de la regularidad de los mecanismos gramaticales que hacen posible la analogía. Inmediatamente pasa a la que él mismo llama tentativa audaz de parangonar el latín con el quechua.
Luego de la aparición de la primera entrega del estudio de V. F. López, el número siguiente de la Revista albergaba el primero de una serie a cargo de Juan María Gutiérrez, acerca de "La elocuencia de las tribus de América", parte de un conjunto de textos que, entre Chile y Buenos Aires y entre las décadas de 1840 y 1860, procuran, como lo ha estudiado Pas (2012b), diversas formas de incorporación "arqueológica" de las lenguas indígenas como patrimonio en la construcción letrada criolla de la nación, mediante la intervención privilegiada del especialista que marca un corte entre la necesidad de los nuevos saberes y las formas previas de su registro, sobre todo en la lingüística misionera. Como observa Pas, "los anhelos filológicos de esta serie de intervenciones ―construir un patrimonio cultural en el que las lenguas indígenas obtengan su lugar científicamente probado― buscan apropiarse de la autoridad moderna de la ciencia para, de ese modo, colocarse a sí mismos como mediadores autorizados ante las élites letradas ―criollas y metropolitanas" (2012b, 87). Sin embargo, este uso arqueológico de la lengua indígena afirma su carácter patrimonial en un doble movimiento, consistente por un lado en la puesta en valor de la cultura de sus hablantes (o antes bien, de sus antepasados) y la enérgica condena de su exterminio por parte de los conquistadores, y por el otro, en la supeditación de ese valor cultural a un pasado insalvable y la afirmación del rol decisivo del intérprete, capaz de otorgarle sentido y capitalizarlo para la construcción de un patrimonio, la invención de una tradición para la nación que los criollos estaban construyendo para dar sustento al Estado que procuraban organizar.
La diferencia en el caso de V. F. López, es que se trata de una deliberada inserción en ese diseño global de la filología histórico-comparativa, de un intento de ser asimilado al mismo y simultáneamente intervenirlo al añadirle un nuevo elemento (una lengua aria aglutinante, una nueva forma de eslabón perdido si se quiere), donde además hay una diferencia, un salto de calidad (muy probablemente, sin embargo, al vacío) en cuanto al empleo del nombre prestigioso, que procura ahora ser la adopción de un método, para un debate que, sin embargo, tampoco quiere salirse de la historia.
El último trabajo de esta serie, la "Geografía histórica del territorio argentino", publicado en la sección "Variedades" del mismo número de la Revista de Buenos Aires, que venía encabezado, en la sección "Historia americana" por el trabajo sobre las dinastías peruanas de Montesinos y comprendía en la de "Literatura" la cuarta entrega del de Juan María Gutiérrez sobre la poesía y la elocuencia de las tribus de América, venía acompañado de una nota firmada por "La Redacción" destinada a recomendar enfáticamente la lectura del trabajo, no solo por los méritos propios de quien era sindicado como "uno de los más asiduos y notables colaboradores" de la publicación, sino sobre todo por "la importancia de la materia, la novedad de las apreciaciones y la actualidad de esos estudios". La nota a pie de página, con todo lo que tiene de curiosa, merece ser subrayada, ya que indica por lo demás tanto la consideración que recibían las aventuradas tesis de López cuanto el interés de la revista por incorporar la novedad de esos saberes a su programa. Y es que en este caso, el recorrido que había comenzado con las "Iniciaciones filológicas" terminaba conduciendo en su cuarta entrega a la cuestión que en los primeros números había concitado la presencia de la pregunta por la lengua quechua en Argentina, llevando, con los nuevos elementos introducidos, la discusión más allá del punto en el cual la dejaba Vicente Quesada, dado que aquí, geográficamente, es el rol de Córdoba el que entra en cuestión. La comparación con la India es recurrente en cuanto a las tecnologías, estrategias y desarrollo del conocimiento, pero esa comparación se desplaza hacia el esquema clásico a la hora de afirmar la grandeza de la estructura del imperio centrado en el Cuzco, "esa Roma Americana, cuyo nombre significa también urbs et orbs; centro y corazón del mundo: civitas" (López 1869d, 517). El razonamiento de López conducía de los pelasgos a Roma, y de Roma (antes de Roma) al Cuzco, y a su vez del Cuzco a Cosquín. El Cuzco reproduce la división cuatripartita en Capitolio-foro-civitas-ager de la urbs como modo de la "asociación romana (digamos pelasga)" (López 1869d, 519), y lo traslada a los demás "centros coloniales" como queda documentado en su toponimia, en "sus nombres como otros tantos restos oseosos de un gran fósil" (López 1869d, 521). Trasladando esta maquinaria deductivo-argumentativa a la toponimia y topografía cordobesas, concluirá en que "la civilización y la lengua de los quichuas, se hallaban pues a las puertas de lo que hoy es Buenos Aires cuando cayó sobre ellos la conquista española" (López 1869d, 524).
Así como la transliteración de la variedad oral de una lengua mayor hace aún más bárbara por contraste su expresión ante la variante escrita metropolitana[12], López a la inversa "orientaliza" en la transcripción los nombres de la toponimia local para posarlos sobre un plano de consistencia con la litera-
tura filológica indoeuropeísta de la época: así, por ejemplo, Famatina deviene Phatma-tina (p. 529), y al mismo tiempo desorientaliza, al menos en parte, esa representación al presentar la de los incas como una expansión civilizatoria si no equivalente al menos alternativa, truncada por la conquista que, como hemos visto, les cae encima:
Los quichuas no conquistaban á la manera de los tártaros, de Tamerlán ó Gengiskan: torrentes que se desprenden de un centro bárbaro y que barren á su paso el suelo dejándolo yermo y yerto. Ellos, por el contrario llevaban el culto, la ley, la disciplina y los hábitos de la vida sedentaria que constituyen el órden civil y religiosos de los pueblos civilizados, á la manera de los Fenicios y de los Romanos (López 1869d, 533).
Esto le permite reintroducir el tópico del desierto civilizatorio previo a la llegada de los españoles, para negarlo y finalmente invertirlo, para por la vía de la identificación de la conquista con la barbarie que arrasa con todos los signos de una civilización ("los telares, la agricultura, la metalurgia...", p. 542), llegar a la diferencia criolla en la lengua:
Y no solo es la geografía argentina la que habla de la grandeza imperial de los Incas, sino que habla también de ello la lengua argentina misma con las contribuciones numerosísimas y bellas, con el acento dulcificado que el quichua ha incorporado, para darle una fisonomía especial, en el cuerpo mismo del habla española. El castellano en Sud-América, como el inglés en Norte-América, tomó un cierto tinte de ternura primitiva en el acento característico del tono simpático de los yaravís, que es un rasgo nuestro y precioso, que debemos conservar con tenacidad en la lengua argentina para consagrar con él el tipo de nuestro estilo y acabar de fundar así en todas sus faces la estructura completa y propia de nuestra nacionalidad (López 1869d, 542-543).
Así López retomaba en el remate de su serie de publicaciones el motivo de la necesidad histórica y política de una lengua propia, argentina, como corolario indispensable de la formación de una nacionalidad que introdujera con fuerza en los debates fundacionales del país su propia generación (la del 37), el grupo de pertenencia de su juventud, y con especial fervor su presentador en esta serie, quien, pocos años después, como se mencionó más arriba, reivindicaría asimismo su necesidad en términos de inevitabilidad, apoyándose asimismo en el prestigio de la "ciencia nueva" filológica. La novedad en el caso de López es que ahora a su postulación futura se añadía un anclaje en el pasado prehispánico, lo que reforzaba el rechazo de la tradición colonial que signara a ese discurso desde el comienzo. Este anclaje, asimismo, no se da en la continuidad orgánica de los rasgos gramaticales, ni reposa en el léxico, siempre expropiable o intercambiable, sino en la sutileza de una entonación, que permite marcar una diferencia potencialmente útil para fundar una nacionalidad distinta de la española, pero al mismo tiempo tampoco suficiente para llegar al extremo de cultivar alguna forma de fraternidad y solidaridad con el otro indígena presente.
En vez de tener por delante las pompas y las bellezas de un lucido paisaje y el eco sonoro del ruido de las batallas, solo tengo en derredor ruinas y silencio. […] Ningún libro habla. La raza que quiero estudiar guarda delante de mí la mudez y la impasibilidad de las Esfinges: se ha olvidado hasta de sí misma: ha sido hundida en las profundidades geológicas de la historia crepuscular de los siglos; y sus vencedores la ataron a la cadena de la fatalidad que la lleva irremediablemente a una muerte gradual, olvidada de sus tradiciones y hasta de las fábulas con que pudiera habernos dado el secreto de su vida. […] En medio de estos sepulcros vivos de la antigüedad americana que llamamos Collas, Quichuas, Aimarás, nada más queda para poder penetrar el secreto de su origen (que tanto nos interesa) sino un idioma difícil y remoto que muy pocos entienden en el Río de la Plata" (López 1865, 6).
El lazo entre el pasado prestigioso de la civilización prehispánica y sus descendientes contemporáneos está definitivamente roto, y solo queda su idioma como documento arqueológico que el especialista debe descifrar en su relación con el desarrollo y expansión de las lenguas en cuya familia pretende situarlas. Ruinas y sepulcros a los que el especialista da voz, para establecer un lazo orgánico, una forma de continuidad, no con el indio que tiene frente a sí, sino consigo mismo, con el criollo. Cuando más de medio siglo después un joven Jorge Luis Borges tercie en la discusión sobre el idioma nacional, perseguirá justamente ese matiz en el tono, que permite la circulación del idioma pero deja "oír la patria", y si bien lo hará subrayando que "hacerse el mazorquero o el quichua, es carnaval de otros", al aclarar que en la búsqueda de ese idio-
ma "mejor lo hicieron nuestros mayores", incluirá en la breve lista de esos ancestros, junto a Echeverría, Sarmiento, Mansilla y Wilde, a Vicente Fidel López. Al recuperar de sus "mayores", que lo habían hecho mejor, la noción de un tono propio del idion argentino, Borges, sin nombrarlo (ignoro si a sabiendas o no), se inscribía en la tradición de una apropiación heterodoxa, "salvaje" de la ciencia nueva filológica para retraducir la herencia, llegando así a Europa por occidente, reivindicando en la sutileza de un rasgo suprasegmental una diferencia criolla que, ni tan profunda para incidir en la gramática (donde el límite establecido por la tipología seguía siendo el del acceso a la historia) ni tan volátil como el léxico, permitía un vínculo con el pasado americano definitivamente prehispánico, y a la vez con un pasado casi mítico, el de los pelasgos, más originariamente occidentales que los conquistadores mismos. En su Crítica acéfala, Raúl Antelo (2008, 122) describe lo criollo como reapropiación de la cultura occidental, como "la constante construcción de una diferencia, que es también la búsqueda, en sí misma, de un modo sudamericano de ser universal", a partir del establecimiento de "un desgarrado linde o entre-lugar que guarda la memoria del desgarramiento originario". Por otra parte, Dardo Scavino (2010) identificó en la negociación entre el ius sanguinis que los hacía herederos del derecho de conquista de los españoles y el ius solis que les permitía hermanarse con los indígenas en la impugnación de la legitimidad de ese mismo dominio la peculiar fórmula de buena parte del discurso independentista americano, que en su continuidad permite dar forma a un relato de identidad que naturaliza la hegemonía criolla. En este caso, el recurso a la autoridad del dispositivo filológico comparativo permite a López postular otro modo de esa filiación, trazando el horizonte de una nacionalidad completa en la afirmación de una forma propia de la lengua heredada, que sin dejar de pertenecer al tronco civilizado de las lenguas flexivas ni abandonar la aspiración europeísta ni la afirmación hegemónica de las élites criollas, lleva en la sutil pero característica marca de un rasgo suprasegmental la diferencia constitutiva de su ser americano.
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[1] Ver al respecto Errington (2008), Ennis (2014, 33-34).
[2] Refiriéndose a Müller y Burnouf (a quien Michaud (2015, 157-158) otorga el primado en la "arianización de Cristo"), Olender observa que, a lo largo al menos de un cuarto de siglo, "estos dos eruditos manejaron las nociones de raza aria y raza semítica antes de llamar a sus lectores a cierta prudencia. Tan sólo después de los sucesos de 1870 uno y otro apreciaron súbitamente las consecuencias imprevisibles que podían tener los usos raciológicos de una ciencia de moda, a cuyo desarrollo tanto habían contribuido: la filología comparada" (2005, 105-106). Errington lo expresa sintéticamente: correspondería a Max Müller popularizar la imagen del pasado que proveía la historia de los pueblos por él llamados "indoarios", "posteriormente apropiada por los nazis en el siglo XX" (Errington 2008, 77). Más indulgente que otros lectores ajenos al campo, E. F. K. Koerner recupera en su examen de los usos de los términos indo-europeo, indo-ario e indo-germánico la reivindicación del carácter estrictamente lingüístico (y práctico, por su mayor brevedad) de la preferencia de Müller por el término "ario" para hablar de la familia de lenguas hoy habitualmente identificada como "indoeuropea", a partir de textos posteriores al punto de inflexión señalado por Olender, evocando la referencia de Müller a la confusión de términos entre disciplinas que pretende de una especificidad inconmensurable: "For Müller, for his part, wished to have nothing to do with what ethnologists of his time made of the term and concept. For him, 'Aryan' was to be regarded as a strictly linguistic term: ‘To me an ethnologist who speaks of Aryan race, Aryan blood, Aryan eyes and hair, is as great a sinner as a linguist who speaks of a dolichocephalic dictionary or a brachycephalic grammar. It is worse than a Babylonian confusion of tongues — it is downright theft. We have our own terminology for the classification of languages : let the ethnologists make their own classification of skull, and hair, and blood’ (Müller 1888, 120)" (Koerner 1989, 169).
[3] Ver, al respecto, Myers (2003), Ennis (2008, cap. 3), entre otros.
[4] En buena medida, la relevancia de esta pretensión y la estrechez de sus límites pueden explicarse de un modo análogo al entrevisto por Julio Ramos a la hora de dar cuenta del rol que en este sentido desempeñaba el proyecto de la Universidad de Chile, tal y como lo concibe Bello en los años 40: "Dada la relativa centralización y consolidación del Estado en Chile, el saber (no hablemos todavía de literatura) ganaba cierta autonomía de la administración inmediata o de la proyección de la vida pública. Esa autonomía no conduce a una independencia o pura exterioridad, pero es innegable que ya en Bello el "saber" comienza a especificar su lugar en la sociedad, ante la esfera de la vida pública y económica. El saber comienza a precisar y delimitar su territorio en la Universidad de Chile, cuyo impacto en la centralización nacional de la educación comprueba ya, desde los 1840, un alto grado de racionalización y especificación" (Ramos 2006, 96).
[5] "La opinión pública se instituiría así como el árbitro supremo de la legitimidad de la autoridad. El argentino Vicente F. López haría explícito este nuevo vínculo entre poder, opinión pública y prensa periódica. ‘El poder soberano se gana o se pierde ante el tribunal soberano de la opinión pública. Esta es en todos los casos el juez definitivo que sentencia: se instruye, aprende; ella misma delibera. La prensa tiene una importancia viva en este supremo debate de la palabra parlamentaria cuyo premio es el poder de gobernar’ [Vicente F. López, "De la naturaleza y del mecanismo del Poder Ejecutivo en los pueblos libres", Revista del Río de la Plata, IV. 15, 1872, p. 518]" (Palti 2007, 189).
[6] Ver Pastormerlo (2016, 34) para la discusión de estos términos, también Sabato (2016, 126-130) y Espósito (2009, 67).
[7] En: https://revistas.ucm.es/index.php/RCHA/issue/view/2426/showToc
[8] Esta división entre lenguas nómades y lenguas de civilización es aquella en la que Müller funda su diferenciación de las lenguas indoeuropeas y semíticas con respecto a las llamadas turánicas. Así hablará de "Nomadic languages as contrasted with the Arian and Semitic dialects, which may be called State or political languages. In the grammatical features of the latter class, we can discover the stamp of one powerful mind, once impressed on the floating materials of speech at the very beginning of their growth, and never to be obliterated again in the course of centuries. Like mighty empires founded by the genius of one man, in which his will is perpetuated as law through generations to come, the Semitic and Arian languages exhibit in all ages and countries a strict historical continuity which makes the idioms of Moses and Mohammed, of Homer and Shakespeare, appear but slightly altered impressions of one original type" (Müller 1855, 86). Juan Mariano Larsen, en el artículo en el cual, en la misma Revista de Buenos Aires discute (aunque también reafirma en muchos puntos) las tesis de López (y que por razones de extensión no se alcanza a comentar en el presente trabajo) recupera esta división, para aclarar que "la gramática quichua se acerca más a los idiomas tártaros del Turan que a los indo-germánicos del Yran, o sean lenguas arianas" (Larsen 1870, 412).
[9] Esto puede verse ya en la misma decisión de hablar de lenguas "arias", donde la incidencia de Burnouf y sobre todo de Müller se hace clara. Koerner da cuenta de la preferencia de Müller en este sentido del siguiente modo: "However, there was yet another term which had fairly wide currency in the 19th century, namely, ‘Aryan’. In fact, from the early 1860s onwards, the Oxford professor of Sanskrit, Friedrich Max Müller (1823-1900), used 'Aryan' in lieu of ‘Indo-European’, and it appears to be owing to his very popular writings on language, philosophy, and many other subjects that this term became widely used in the Anglo-Saxon world. Müller justified his preference (similar to the manner in which other scholars had justified their particular term) by saying that, if ‘Aryan’ is not a better term to denote the language family in question, it is at least the shorter one (Müller 1872, 11)" (Koerner 1989, 153-154).
[10] Aquellos que opone Schavelzon (2004) pueden considerarse legítimos, aunque sólo válidos post-hoc y desde una perspectiva que, como sucede a lo largo de todo su artículo, privilegia la mirada desde el punto de vista de la constitución del método, objeto y campo de los estudios arqueológicos, cuando en este caso se trata claramente de una subordinación de los elementos de la arqueología (y de sus preguntas) a los de la lingüística: la materialidad de un fonema había llegado a considerarse más contundente que la de un artefacto o monumento.
[11] De acuerdo con Elvira Narvaja de Arnoux (2005), "se inscribe en la serie de las artes de escribir ilustradas que, desde el último tercio del siglo XVIII, abren la retórica a las exigencias de la expansión de la cultura escrita y de los géneros asociados con las nuevas prácticas sociales".
[12] El ejemplo característico es en este caso el de las lenguas criollas (v. Ennis y Pfänder 2010, 2013).
Las novedosas ciencias del lenguaje y la política de sus usos: Vicente Fidel López en la Revista de Buenos Aires (1863-1869)
1. Introducción: alcances de la lingüística moderna
En la primera de sus Lectures on the Science of Language, brindadas entre abril y junio de 1861, Max Müller observaba algo que para ese entonces constituía ya uno de los rasgos más visibles y conflictivos de una ciencia que procuraba definir su espacio a partir de la siempre paradójica lógica de su relativa autonomía. Recordando que todo saber científico moderno, si bien se afirmaba en su condición de especulación teórica, en definitiva en los orígenes respondía a las necesidades prácticas más básicas de una sociedad, encontraba el correlato de esta articulación entre teoría y práctica en los usos políticos de las ciencias del lenguaje:
In modern times the science of language has been called in to settle some of the most perplexing political and social questions. "Nations and languages against dynasties and treaties," this is what has remodeled, and will remodel still more, the map of Europe; and in America comparative philologists have been encouraged to prove the impossibility of a common origin of languages and races, in order to justify, by scientific arguments, the unhallowed theory of slavery. Never do I remember to have seen science more degraded than on the title-page of an American publication in which, among the profiles of the different races of man, the profile of the ape was made to look more human that that of the negro (Müller 2010 [1862], 13).
La defensa de la autonomía del saber lingüístico es, claro está, un gesto eminentemente político. La remodelación del mapa europeo que evoca Müller es la que aún al final del siglo XX puede seguir evocando Giorgio Agamben cuando asevera que "no tenemos, de hecho, la menor idea de lo que es un pueblo ni de lo que es una lengua [...] y, no obstante, toda nuestra cultura política se funda en relacionar estas dos nociones" (2017 [1996], 72). El artífice al que Agamben atribuye esta conexión es lo que sin mayores explicaciones llama "la ideología romántica", que sin embargo la habría realizado "de manera inconsciente" y a través de ella, intentando "aclarar algo oscuro (el concepto de pueblo) con algo más oscuro aún (el concepto de lengua)", habría ejercido "una influencia muy fuerte tanto sobre la lingüística moderna como sobre la teoría política todavía dominante" (Agamben 2017 [1996], 72). Lingüística e ideología romántica, en muchos casos, no resultan entidades discretas, sino que las figuras fundantes de la disciplina resultan al mismo tiempo mentores decisivos de aquello que podemos entender que el filósofo italiano engloba bajo el segundo término. Ejemplos claros de ello ofrecen, antecesores y en muchos casos aún contemporáneos de Müller, los hermanos Grimm o los hermanos Schlegel.
En buena medida, Müller anticipaba en su juicio sobre los usos políticos de la lingüística la clave de lectura que autores como Joseph Errington persiguen más recientemente al observar el desarrollo de lo que este ha dado en llamar "imágenes filológicas de la lengua", que habrían resultado influyentes más allá de la academia al menos en dos formas: explicando por un lado a través de la metáfora orgánica "literalizada"[1] el lugar de Europa en un mundo colonial, naturalizando su hegemonía y codificando en la diferencia lingüística una desigualdad humana hecha tanto naturaleza como necesidad histórica. Por otro lado, siendo la filología y la lingüística ciencias atravesadas por las problemáticas y debates propios del espacio en el que se desarrollan e intervienen, habrían logrado hacer del pasado "a resource for nationalist ideologies in an industrializing Europe" (Errington 2008, 71).
Esa dimensión política de las ciencias del lenguaje, ya en ese entonces, despertaba suspicacias en sus mismos artífices. Y en este caso, tratándose nada menos que de uno de los más exitosos en la difusión de la novedad de las mismas más allá de los estrictos límites que la mayoría de las veces la lengua más utilizada en su cultivo (el alemán) y su relativamente limitado circuito de difusión le imponían[2]. Friedrich Max Müller, que había asistido en 1844 a los cursos de Bopp en Berlín y en 1845 a los de Burnouf en París sobre el Rig Veda, y en 1849 había obtenido el premio Volney por un estudio sobre las lenguas indoeuropeas y los orígenes de la civilización (Olender 2005, 105), se desempeñaba en ese entonces como fellow del All souls College en la Universidad de Oxford. Müller y Burnouf juegan un rol preponderante en el afianzamiento del paradigma histórico-comparativo, especialmente a partir de la posibilidad de difusión que abre para el mismo el hecho de que sus trabajos fueran escritos en inglés y francés. Podemos suponer, no obstante, que lo que molestaba a Müller no era tanto el empleo político del saber y prestigio de la filología comparada, sino ciertas formas precisas del mismo. De hecho, en ese afán de divulgación de la que llamaba "new science" (Müller 1855, 4), Müller había encontrado especial éxito con un volumen destinado a su implementación práctica en las guerras coloniales del Imperio británico, The Languages of the Seat of War, destinado al aprendizaje de las posibilidades de la diversidad lingüística de por parte de los oficiales destinados a la Guerra de Crimea.
Sin embargo, lo que difícilmente pudiera conocer Müller es que sus hipótesis estaban alcanzando en esos mismos años a regiones tan distantes como el Río de la Plata, donde su nombre iba a ser esgrimido como garantía de prestigio y legitimidad para determinadas opiniones en las más sonadas polémicas públicas sobre la lengua en las últimas décadas del siglo. Así, cuando Juan María Gutiérrez se enrede a comienzos de 1876 en la polémica con Martínez Villergas a partir de su rechazo del diploma de Académico correspondiente otorgado por la RAE[3], no tardará en espetarle (en la segunda de sus Cartas de un porteño, en las páginas el periódico La Libertad) la autoridad de un texto y autor provenientes del seno mismo de la RAE (en el "Informe leído en la RAE sobre el Peregrinulu Transelvanu" el 5 de marzo de 1868 por Pedro Felipe Monlau, Monlau 1869, 26) para constatar la ausencia en España del saber legítimo en la Modernidad para opinar en materia de variación y cambio lingüístico: "no podré darle lecciones sino en términos apropiados a quien no conocerá a Max Müller, ni mucho menos a Bopp" (Gutiérrez 1942, 45).
Esos nombres, no obstante, no llevaban hecha hasta entonces una carrera ni demasiado larga ni particularmente exitosa en el Río de la Plata, y de hecho bien puede argüirse que para esa época solo unos pocos especialistas (como Rufino José Cuervo o Juan de Arona) podían valer como iniciados en la materia en Hispanoamérica. Mucho menos, claro está, podía pensarse en un mínimo arraigo institucional para esos estudios. Sin embargo, esto no significa que no hubiera habido noticia alguna en estas latitudes de la novedad científica y el potencial secularizador del dispositivo comparatista desarrollado sobre todo en Europa Central a partir de comienzos del siglo, y que las posibilidades de su uso no hubieran encontrado lugar en un espacio tan conflictivo como el de la trabajosa construcción de una opinión pública a través sobre todo de la prensa. Como observa Hernán Pas al exhumar un notable discurso del argentino Demetrio Rodríguez Peña en el Círculo de Amigos de las Letras de Santiago de Chile ("De la Literatura Chilena, su nacionalidad, su carácter i su influencia en el progreso i felicidad del país...", de 1859), hacia la década del 50 "ciertas teorías «científicas» ―como la filología comparada y la lingüística humboldtiana― [...] habían comenzado a cobrar en Sudamérica notable relieve" (Pas 2012a, 163): las aproximaciones de Lastarria, el propio Juan María Gutiérrez y Rodríguez Peña a las lenguas originarias del continente procurando tomar distancia de las prácticas asociadas a la colonia y la conquista apelarán repetidamente a la novedad de las ciencias del lenguaje al menos para mencionar su necesidad en un continuum muchas veces aún difuso con la crítica y la historiografía.
2. La Revista de Buenos Aires, la(s) lengua(s) y la historia
En la década siguiente podrán observarse en Buenos Aires nuevas aproximaciones a las ciencias del lenguaje cuyo desarrollo y afirmación como especialidad científica de prestigio y utilidad política se observaba en Europa, ya en el marco de propuestas precisas albergadas en las páginas de los más significativos proyectos de prensa científica o cultural en la capital argentina, como la Revista de Buenos Aires de Vicente Quesada y Miguel Navarro Viola, dedicada a la publicación de investigaciones y documentos de distinta índole relacionados con la historia y presente americanos en general y especialmente de la Argentina. De acuerdo con la retórica propia de la época, se comenzaba por afirmar la necesidad de estas empresas sobre la base de un supuesto desierto editorial (y por lo tanto cultural), y así los editores anunciaban en el prospecto al primer número de la mencionada revista, aparecido en mayo de 1863:
Cuando se trata de llenar un vacío, de crear lo que no existe, cualquier ensayo por inferior que sea, tiene cuando menos disculpa: y nosotros confiamos en que el nuestro será juzgado con tanta mayor indulgencia, cuanto que la falta de una publicación de este género es una clase de vacío hasta incompatible ya con la cultura de nuestra sociedad. (Quesada y Navarro Viola 1863, 5)
Prometiendo fundarse en "el gran contingente de una cooperación ilustrada por parte de los primeros hombres de letras y publicistas Americanos", y estableciendo su familiaridad con otras publicaciones mensuales "enteramente ajenas a la política" como La Revista del Pacífico y La Revista de Lima, la revista daba espacio a la publicación de investigaciones divididas en cuatro secciones (derecho, historia, letras y variedades) que llevaban con frecuencia la firma de aquellos hombres de letras y publicistas que, inmersos entre otras cosas a través de esas labores en el fragor de la cotidianeidad política, procuraban un espacio de relativísima autonomía en el cual difundir estudios que, en última instancia, no hacían más que desembocar finalmente en su uso político, el de la participación en un relato de lo nacional, el de la capitalización de un patrimonio cultural o lingüístico para el archivo necesario a la constitución de una nación[4].
Elías Palti (2007), siguiendo a Lemperiérè y Guerra, identifica en estas décadas una transformación estructural de la esfera pública latinoamericana, a través del surgimiento de "un nuevo lenguaje político, que coincide con la difusión del ideario positivista en la región", y que trasladaría el lugar de esa opinión pública del "modelo forense" al dominado por el rol de la prensa como actor político y arena de disputa y juicio de los actos de gobierno. Justamente, al ilustrar esta nueva forma del vínculo entre poder, opinión pública y prensa periódica, Palti invoca la voz del propio V. F. López, de quien nos ocuparemos aquí[5]. Es decir, si para la época ―como afirma Paula Alonso (2002)― resulta una redundancia aseverar que toda prensa es política o partidaria[6], la pretensión en este caso de situar un espacio del discurso letrado por fuera de la política (aunque claro está, frente a ella), constituía de por sí un gesto significativo que debía ser explicitado.
Por fuera del fragor de la contienda partidaria, pero contribuyendo a pensar las bases históricas documentables y argumentables de la comunidad política deseada, una publicación de este tipo ―lo que podemos llamar a grandes rasgos la "prensa cultural", que encuentra aquí, de acuerdo con los especialistas, uno de sus más notables ejemplos en la época (Auza 1999, 28-29)― podía albergar discursos tendientes a la especialización y especificidad científica, que sin embargo contribuyeran a dar forma a una representación eminentemente política de la comunidad (americana o nacional).
En ese marco es que quisiera observar aquí el interés por la indagación, estudio y puesta en valor de las lenguas y culturas originarias de América en las páginas de esta publicación. Ya en el n.º 5, de agosto de 1863, la revista daba lugar a una primera intervención relacionada con el valor de las lenguas indígenas para la construcción de una historia del espacio nacional. En la misma, Vicente Quesada respondía a una incertidumbre planteada por el propio Juan María Gutiérrez, en un artículo que, en la sección de "Historia americana" encabezaba la edición bajo el título de "Apuntes sobre el origen de la lengua quichua en Santiago del Estero", procurando establecer, sobre la base de distintos documentos de cronistas, historiadores y viajeros así como de los datos ofrecidos por la toponimia, la preexistencia de la presencia de la cultura incaica en el territorio ahora argentino al momento de la llegada de los españoles.
En el n.º 28, de agosto de 1865, Gutiérrez presentaba un fragmento de una obra que su "amigo y condiscípulo el Dr. Vicente Fidel López" estaba a punto de terminar, y que probaría (así cierra la presentación de la larga disquisición etimológica sobre el nombre de Viracocha) "con hechos que la inteligencia argentina es apta para el cultivo de todos los ramos del saber, y que existe una actividad poco común en la mente de los hijos de este suelo privilegiado" (Gutiérrez 1865, 473). Los trabajos de López, cuya publicación constituiría al mismo tiempo "un deber y una conveniencia" dejaban ver así cómo "la filosofía viene, pues, así como las tradiciones latentes de un presentimiento siempre vivo en la humanidad, a encontrar su satisfacción positiva y científica en la filología, suministrando al mismo tiempo explicaciones plausibles a muchos problemas oscuros" (Gutiérrez 1865, 472).
A partir del número siguiente, y a lo largo de más de cuatro años, la revista publicará las distintas secciones del estudio que en 1871 se publicará en francés, en una traducción y edición financiada por Justo José de Urquiza y al cuidado de un joven Gaston Maspero, procurando así una doble inscripción, un circuito ampliado para su lectura, por un lado en el ámbito local (porteño, argentino, hispanoamericano) a través de su publicación en la Revista de Buenos Aires en sucesivas y diferenciadas entregas, y por el otro en aquel espacio del que obtenía sus bases teóricas y en el que procuraba intervenir situando su objeto de análisis en un lugar novedoso.
Me interesa aquí detenerme en la primera de estas instancias, y observar cómo esta apropiación sui generis del modelo histórico-comparativo procura intervenir en la construcción justamente de una legitimación científica para un relato de la identidad nacional fundado en la diferencia, en primera instancia, evidenciada en la lengua. Sin embargo, antes de introducir el análisis de la publicación de los estudios de López en la Revista de Buenos Aires, conviene ofrecer algunas observaciones acerca del resultado ulterior de las mismas, el libro en francés aparecido en 1871.
3. Les races aryennes du Pérou, entre Maspero y Urquiza
El resultado último de esta investigación, Les races aryennes du Pérou. Leur langue – leur réligion – leur histoire (París, Franck – Montevideo, chez l’auteur), traza una de las vías iniciales, de manera característica, de estos esbozos de investigación lingüístico-etnológica de clara vocación americanista, siempre complejas y esquivas. El libro ha sido revisitado en los últimos tiempos en estudios realizados sobre todo desde la perspectiva de la historiografía, campo en el que la figura de López ocupa un lugar fundacional en América Latina. Quijada Mauriño (1996), que trabaja sobre la compleja lectura ―reacia a las rápidas asimilaciones de esquemas de este tipo― que ofrecen estos textos sobre el fondo del dispositivo orientalista, rescatando el interés de estos textos "para el campo de los estudios sobre construcción nacional, porque es un caso modélico de articulación de la retórica y el pensamiento científicos con los procesos de afirmación nacional", hace mención de su eco "en trabajos tan significativos como Los orígenes del hombre americano, de Paul Rivet (1943), o el monumental Catálogo de lenguas americanas de Antonio Tovar (1984)" (Quijada Mauriño 1996, 247).
Más recientemente, en 2013, la Revista Complutense de Historia Americana publicó un dossier sobre "Relaciones internacionales, identidades colectivas y vida intelectual en América Latina (1810-1945)"[7], dos de cuyos cuatro artículos allí incluidos estaban dedicados a Vicente Fidel López. El primero de ellos, de Charles A. Jones, que presenta una semblanza más bien general del escritor argentino, incluyendo allí el comentario del proyecto de Les races aryennes… proporciona una definición característica de este tipo de lecturas (que bien puede alcanzar hasta nuestra propia incomprensión, lo problemático que nos resulta aún ordenar la historia en sus tiempos), según la cual López habría sido "cursed with a strange knack of being simultaneously ahead of his time and behind the times, never quite in tune with the age" (Jones 2013, 40). Finalmente, hay entre estos abordajes (Palti 2009, 123-130; Jones 2013, 45; De Souza Rodrigues 2013) coincidencia en destacar el uso político-historiográfico de estos adarmes de filología comparada en función de la postulación de un organicismo más importante en política que en historia de las lenguas, como expresión del grado de desarrollo deseable en una cultura.
El texto comenzaba con la introducción de una expresión sintética de la fórmula comparatista que permite dar cuenta de las ciencias del lenguaje en su establecimiento, desarrollo y afirmación en el siglo XIX como saber colonial ―y que reaparecería de manera programática en el artículo que publicaría en el mismo año en la Revista del Río de la Plata, "Lengüística y política orgánica"― invocando por otra parte el nombre de Max Müller, "un des prémiers parmi des savants européens", que había sabido distinguir con su "admirable sagacidad", las "lois historiques du langage". Así, Müller había demostrado que las lenguas habladas por las razas humanas pueden dividirse en dos grupos (simplificando de ese modo la representación tipológica extendida en los tipos históricamente verificables): por un lado, "dialectes nomades et spontanés en usage chez les peuples qui ont jusqu’à présent échappé à tout d´evelopment historique", por el otro, los "idiomes politiques et littéraires" que acompañaban la "concentration intérieur" de una sociedad organizada luego abocada a su expansión, "s’imposant à des nations diverses et les pliant aux formes de son langage et de sa civilisation" (López 1871a, 9). Esta diferenciación es clara y abiertamente recogida de los trabajos de Max Müller, y alcanzaba toda su eficiencia en los usos más directamente políticos de la lingüística, como en el ya mencionado Languages of the Seat of War[8]. Lo que la "ciencia moderna" venía a proveer a López era un modo eficiente de articular políticamente el pasado y el presente, a través del carácter residual del documento que ofrece la gramática de una lengua (que permite iluminar documentos y testimonios de otro modo mudos), cuyo depositario no es ni puede ser idéntico al intérprete, el especialista criollo que puede responder a la pregunta por un origen que a través de esta operación pretende hacer común.
Que l’on donne à la civilisation péruvienne quatre siècles de date comme Garcilaso de la Vega, ou quarante comme Montésinos, la tradition reste muette et ne nous apprend rien sur l’origine de la langue. Heureusement la science moderne nous a fourni les moyens de suppléer aux traditions et aux monuments : quand même nous ne saurions pas le peu que nous savons de l’histoire primitive du Pérou, quand non seulement toutes les annales indigènes, mais encore tous les récits européens relatifs à la conquête seraient perdus pour nous, la langue dans la bouche du paysan le plus ignorant et le plus grossier nous serait un historien plus fidèle et plus complet que maint écrivain en renom : les mots interrogés rediront le passé à qui saura les faire parler ; ils révéleront les mœurs, la religion, le génie de la race qui peupla jadis l’Amérique et, mieux que cela, son origine (López 1871a, 17).
Al igual que lo hará luego Lenz en Chile, sin dejar de reconocer su valor, López deplorará la inexactitud o directamente tergiversación constante en la obra de los religiosos al registrar las lenguas americanas, y la falta de una tradición escrita que permitiera tener más elementos para reconstruir la historia de la lengua quechua más allá de los elementos que el presente y la comparación ofrecen.
Haciendo hincapié en las desventajas de formarse en la filología moderna como autodidacta, lejos de los centros de producción de sus saberes y encargando a Europa los libros que buenamente iba averiguando útiles para hacer este camino, ensaya el gesto de someter, "después de diez años de trabajo incesante" el resultado de sus investigaciones sobre el quechua y sus vínculos con las lenguas de Asia central, ante dos destinatarios: "la science et l’Amérique"
(p. 19).
Mediante el uso de la terminología y líneas de indagación (por ejemplo, al poner el acento en los numerales y pronombres como índice más fiable del parentesco entre lenguas) que le proveían tanto Max Müller como Burnouf [9], la hipótesis con la que V. F. López pretende desafiar el saber establecido en el campo del estudio de las lenguas postula al quechua como una "lengua aria aglutinante". Por desopilante que pueda sonar, la propuesta del escritor argentino, habida cuenta de todas las limitaciones en su formación y desarrollo ―que él mismo declaraba― no dejaba de reposar en antecedentes prestigiosos. Tal como señalaba ya Cordier (1920, 91), esta teoría "n’était pas plus abracadabrante que beaucoup d'autres que nous pourrions relever dans l'immense bibliographie américaine" (Cordier 1920, 91). Mónica Quijada señala con acierto dos antecedentes: uno, el del énfasis de Müller en la lengua como archivo de la cultura; dos, el del antecedente de Schlegel en el señalamiento de "ciertas analogías perceptibles entre la cultura quichua y los pueblos sabios de la India" explicables a partir de una hipotética inmigración a América en tiempos remotos, que López identifica nada menos que con los Pelasgos (Quijada 1996, 253). Gutiérrez tomaba así un nombre plástico y prestigioso y ponía a trabajar en él esas dos convicciones fundamentales de la lingüística decimonónica junto a la hipótesis tipológico-evolutiva que encontramos entre sus más renombrados autores, según la cual toda lengua flexiva tuvo que haber sido antes aglutinante y polisintética (Grimm lo sintetizaba eficaz y didácticamente al responder a la pregunta por el origen de la lengua en la conferencia homónima): los incas son tan o más indoeuropeos que los españoles, y la prueba gramatical en contra de esto, la divergencia tipológica, no sería tal, dado que representan simplemente un estadio anterior. De este modo consideraba Müller a las lenguas llamadas "turánicas", categoría que le servía para reunir todo lo que en Europa y Asia no fuera indoeuropeo en una tercera categoría común, a quien poco tiempo después recurría Maspero para dar cuenta de la relación entre lengua y arqueología en este punto: la raza turánica, que provenía de aquellos escitas que habían dominado el Asia durante quince siglos, se extendía desde el País Vasco hasta la China, y esta comunidad de origen quedaba probada por el parentesco entre los idiomas: "Le touranien est plutôt un stage qu’une forme définie du langage" (Maspero 1876, 134).
Las páginas iniciales del texto francés (preparado íntegramente por Maspero a partir de los mismos trabajos que López estaba publicando entonces en la Revista de Buenos Aires) venían precedidas por un "Prefacio" en español que se ocupaba de situar el trabajo, podemos suponer, ante el lector local que accediera al libro francés. Este prefacio justifica la forma de publicación del libro a partir de las condiciones del medio y las necesidades de su materia, y agradece a aquellos que lo hicieran posible.
La mediación de otros destacados masones como Fauvety, o de alguien ya formado en el terreno de la gramática histórico-comparativa como Émile Egger había posibilitado que nada menos que un entonces joven Gaston Maspero se ocupara de vigilar la traducción e impresión del volumen. Así, el primer condicionamiento que se señala para la investigación y que justifica la publicación del libro en francés, en Francia y al cuidado de un joven especialista, es la imposibilidad de darla a conocer en los términos deseados, dada la falta de tipos adecuados y cajistas que los pudieran manejar prácticamente en todo el continente. Más allá de las dificultades técnicas relativas a la transcripción de términos en sánscrito u otras lenguas exóticas para la imprenta local, la abundancia de erratas en la publicación en Buenos Aires, comparada con el cuidado de la edición parisina, no hace más que otorgarle la razón a López en su cuidado.
Luego de los agradecimientos, López establecía la novedosa precariedad de su condición de autor: "no creo engañarme si aseguro que hasta ahora soy la única persona en el Río de la Plata que se haya ocupado de estudios gramaticales y filológicos sobre las lenguas orientales para compararlas con las americanas" (López 1871a, 3-4). Esa condición de primus, desde luego, imponía serias dificultades, además de las ya mencionadas de la imprenta, la aún más evidente de la ausencia de interlocutores. La mención de "un movimiento científico que cuenta con siglos de tradición" ofrecido al estudioso europeo como prueba de rigor para sus hipótesis aludía por contraste al habitual tópico del desierto o nada inicial americana. Ahí la figura providencial de Maspero aparece como prueba de calidad y garantía del futuro triunfo de las hipótesis de la "ciencia nueva" ante las formas tradicionales del saber: "...cualquiera que sean las excepciones que me oponga la ciencia oficial o consagrada para rehusarme la pariedad completa del quichua con las lenguas ariacas madres, ella ha de triunfar cuando se compruebe con el estudio (como tendrá que suceder) la conformidad total de las raíces sin excepción, y de las formas gramaticales orijinarias" (López 1871a, 4).
Esta impresión de soledad, si bien puede ser puesta ante ciertos reparos[10], se refuerza en la percepción del propio Maspero. En una muy interesante reseña de la estancia montevideana de Maspero basada en una extensa presentación de las cartas que desde allí escribe a su madre, y que incluye asimismo información tan importante como los términos del contrato firmado con V. F. López, Cordier cita el siguiente pasaje de una carta del joven egiptólogo:
M. Lopez et moi nous sommes vite liés : il a besoin de moi et me traite bien. Mieux, il aura toujours besoin de moi : il est le seul dans cette bienheureuse ville de Montevideo qui s’occupe un peu de langues ; moi une fois parti, il se trouverait plus seul sous ce rapport qu’il ne l’était avant mon arrivée (Maspero, carta del 13 de enero de 1868, en Cordier 1920, 97).
Maspero, que se encontraba en una situación difícil en ese momento en Francia para obtener el sustento y la posición para finalizar su doctorado, debido sobre todo a circunstancias políticas, había encontrado en la invitación de López una salida provechosa, a pesar de la incertidumbre que podía suponer el viaje a un confín tan remoto, para una tarea peculiar como la de contribuir a la redacción y posterior publicación de un texto con cuyas tesis no tenía que estar necesariamente de acuerdo, pero que debía contribuir a presentar adecuadamente. La renta ofrecida por López, y pronto aumentada a su llegada a Montevideo, se ofrecía sumamente provechosa, y la perspectiva de la obtención de una posición económica y social prominente parece interponerse en algún momento con la firme voluntad de Maspero por proseguir su carrera como egiptólogo en Francia, en una propuesta tan curiosa como significativa para la época: la de hacerse cargo de la primera cátedra universitaria de gramática comparada en el continente:
Et d’abord, ce qui m’a donné bon espoir, il s’est offert à me faire obtenir à l’Université de cette ville une chaire de grammaire comparée qui à ce qui paraît sera très utile. Très utile, à qui ? Je n'en sais rien, à moins que ce ne soit à moi qui serai payé 80 ou 100 piastres par mois, 4 ou 500 francs, soit 5.000 francs par an en moyenne. Mes cours commenceraient à partir du mois de mars ou d'avril de cette année : c’est une heure par jour le matin, quand il me plaira d'aller ou qu’il plaira aux élèves de venir. Comme je suis logé pour un an chez M. Lopez, la première année de mon traitement sera presque entièrement économisée et me constituera un fond pour l’avenir. Si j’obtiens cela... et j’espère l’obtenir car M. Lopez est fort puissant ici, ma position est assurée et je reste ici (Maspero, carta del 13 de enero de 1868, en Cordier 1920, 97).
Esta posibilidad se ve frustrada antes de que Maspero llegue a considerar aceptarla o rechazarla, a partir de las circunstancias políticas que atraviesa Montevideo, cuya violencia narra el joven egiptólogo francés en sus cartas. El relato de parte de Maspero de su estancia montevideana, la descripción de la sociedad y las circunstancias políticas merecen un comentario aparte que no cabe en los límites del presente trabajo. Lo mismo puede decirse del examen detallado, por un lado, de los modos más precisos de apropiación de las tesis y procedimientos sobre todo de Max Müller por parte de López, y por el otro de las circunstancias políticas que atraviesan un trabajo que pretende mostrarse sustrayéndoseles. Resulta significativo en este aspecto ―y merece mayor indagación― el hecho de que el volumen ponga el acento sobre la ayuda financiera de Justo José de Urquiza, el gobernador entrerriano vencedor en Caseros rival de la política dominante en Buenos Aires entonces. Si bien el pie de imprenta es de 1871, el prefacio está firmado el 10 de agosto de 1868, aun un año y medio antes del asesinato de este último el 11 de abril de 1870.
4. La lengua aria aglutinante de los quechuas: la serie de V. F. López en la Revista de Buenos Aires
La publicación en sucesivas entregas se repartirá en distintas series, comenzando en 1865 por la de los "Estudios filológicos y etnológicos sobre los pueblos y los idiomas que habitaban en el Perú al tiempo de la conquista", luego en 1867 el más extendido "Estudio sobre la colonización del Perú por los Pelasgos en los tiempos prehistóricos, demostrada por el análisis comparativo de las lenguas y de los mitos" (que guarda la curiosidad sintomática de que la mayoría de sus entregas vienen sucedidas por las correspondientes a los "Apuntes históricos sobre la expedición libertadora del Perú", del coronel Gerónimo Espejo), en 1868 el "Sistema astronómico de los antiguos peruanos" (dedicado en su primera entrega "A mi amigo querido el señor don Juan María Gutiérrez"), y en 1869, las "Iniciaciones filológicas".
Vicente Fidel López, que con la publicación un cuarto de siglo antes de su Curso de bellas letras había comenzado a intervenir ya en la articulación entre lengua y construcción de la esfera pública desde el espacio al mismo tiempo tradicional e innovador de la retórica[11], ponía por delante de la serie de "Iniciaciones" una captatio benevolentiae que comprendía tres argumentos: el de su experiencia, su dedicación al estudio, y finalmente el de su objetivo de oficiar de vínculo entre estos estudios ("verdadera CIENCIA NUEVA de nuestro siglo") y la juventud local, ornada con los adjetivos de ese campo que Víctor Goldgel (2013) ha estudiado recientemente como topos exitoso y flexible en el XIX americano bajo la síntesis del "entusiasmo": "excitando la ardiente emulación de nuestra vivacísima juventud" (López 1869a, 412).
El saber adquirido en esa dedicación articulaba la tríada básica característica de toda iniciación a esa altura en los estudios lingüísticos ―la del latín, el griego y el sánscrito― con lo que allí llamaba "los idiomas cultos americanos como el quichua y el aimará". Hay un esquema argumentativo que repite lo que hemos visto, por ejemplo, en el Grimm de Sobre el origen de la lengua: la "poderosa regla y perfección del sánscrito" habilita no solo la posibilidad del dispositivo metodológico de la filología histórico-comparada, sino que además se refuerza para dar forma a este último con el gesto político de otorgar nueva dignidad a las lenguas vernáculas, yendo en este caso un paso más allá, para hacer de las lenguas americanas una forma de lenguas clásicas vernáculas ―lo que entra en juego con la denominación de la lengua aria aglutinante―. Tras esa introducción, el texto elabora su propia versión del credo de las ciencias del lenguaje en su versión triunfante hasta avanzado el siglo XIX, abriéndose con un doble juego de metáforas destinado a hacer visible la condición natural, desprendida de la historia, de las lenguas, "vegetación espontánea del espíritu y de la voz humana", "corriente que al través de las épocas históricas se remonta a ciertos y determinados puntos de bifurcación, como las confluencias de los ríos que atraviesan un territorio" (López 1869a, 413), que recalando en la prescindencia para la "filología comparada" de la discusión de la monogénesis o poligénesis (del hombre y de la lengua), la devolvía inmediatamente a la historia como documento y prueba última de su devenir. Introduciendo el nombre y el prestigio de esa "ciencia nueva", sus métodos y artífices conocidos (Müller, Bopp, Burnouf), la devolvía al mismo tiempo a un rol decisivo pero, en última instancia, aún ancilar con respecto al más necesario y central a sus fines, la historia:
La filología de la historia no tiene pues que preocuparse, sino secundariamente de las cuestiones etnológicas: lo importante para ella es poder demostrar las confluencias históricas de las diversas corrientes que fertilizan el teatro de la civilización humana, dándole sus rasgos y los elementos de su vida progresiva; y estos secretos se patentizan en el estudio de la palabra, porque es en ella donde la tradición intelectual que unos pueblos han recibido de otros, se deja sorprender en los procederes mismos con que han espresado las ideas que constituyeron el fondo y el caudal de esa misma tradición (López 1869a, 414).
Inmediatamente subrayaba que ―a diferencia de la apoyatura toponímica de la argumentación de Quesada― era "el estudio analítico del mecanismo gramatical con que los pueblos que se trata de conocer, han dado forma a la espresión de sus ideas uniéndolos con las raíces que contiene el tema de cada sentido" lo que daría la clave para el andamiaje de esa "filología de la historia", donde los parentescos debían establecerse no solamente o no tanto a partir de las similitudes léxicas, sino sobre todo a partir de la regularidad de los mecanismos gramaticales que hacen posible la analogía. Inmediatamente pasa a la que él mismo llama tentativa audaz de parangonar el latín con el quechua.
Luego de la aparición de la primera entrega del estudio de V. F. López, el número siguiente de la Revista albergaba el primero de una serie a cargo de Juan María Gutiérrez, acerca de "La elocuencia de las tribus de América", parte de un conjunto de textos que, entre Chile y Buenos Aires y entre las décadas de 1840 y 1860, procuran, como lo ha estudiado Pas (2012b), diversas formas de incorporación "arqueológica" de las lenguas indígenas como patrimonio en la construcción letrada criolla de la nación, mediante la intervención privilegiada del especialista que marca un corte entre la necesidad de los nuevos saberes y las formas previas de su registro, sobre todo en la lingüística misionera. Como observa Pas, "los anhelos filológicos de esta serie de intervenciones ―construir un patrimonio cultural en el que las lenguas indígenas obtengan su lugar científicamente probado― buscan apropiarse de la autoridad moderna de la ciencia para, de ese modo, colocarse a sí mismos como mediadores autorizados ante las élites letradas ―criollas y metropolitanas" (2012b, 87). Sin embargo, este uso arqueológico de la lengua indígena afirma su carácter patrimonial en un doble movimiento, consistente por un lado en la puesta en valor de la cultura de sus hablantes (o antes bien, de sus antepasados) y la enérgica condena de su exterminio por parte de los conquistadores, y por el otro, en la supeditación de ese valor cultural a un pasado insalvable y la afirmación del rol decisivo del intérprete, capaz de otorgarle sentido y capitalizarlo para la construcción de un patrimonio, la invención de una tradición para la nación que los criollos estaban construyendo para dar sustento al Estado que procuraban organizar.
La diferencia en el caso de V. F. López, es que se trata de una deliberada inserción en ese diseño global de la filología histórico-comparativa, de un intento de ser asimilado al mismo y simultáneamente intervenirlo al añadirle un nuevo elemento (una lengua aria aglutinante, una nueva forma de eslabón perdido si se quiere), donde además hay una diferencia, un salto de calidad (muy probablemente, sin embargo, al vacío) en cuanto al empleo del nombre prestigioso, que procura ahora ser la adopción de un método, para un debate que, sin embargo, tampoco quiere salirse de la historia.
El último trabajo de esta serie, la "Geografía histórica del territorio argentino", publicado en la sección "Variedades" del mismo número de la Revista de Buenos Aires, que venía encabezado, en la sección "Historia americana" por el trabajo sobre las dinastías peruanas de Montesinos y comprendía en la de "Literatura" la cuarta entrega del de Juan María Gutiérrez sobre la poesía y la elocuencia de las tribus de América, venía acompañado de una nota firmada por "La Redacción" destinada a recomendar enfáticamente la lectura del trabajo, no solo por los méritos propios de quien era sindicado como "uno de los más asiduos y notables colaboradores" de la publicación, sino sobre todo por "la importancia de la materia, la novedad de las apreciaciones y la actualidad de esos estudios". La nota a pie de página, con todo lo que tiene de curiosa, merece ser subrayada, ya que indica por lo demás tanto la consideración que recibían las aventuradas tesis de López cuanto el interés de la revista por incorporar la novedad de esos saberes a su programa. Y es que en este caso, el recorrido que había comenzado con las "Iniciaciones filológicas" terminaba conduciendo en su cuarta entrega a la cuestión que en los primeros números había concitado la presencia de la pregunta por la lengua quechua en Argentina, llevando, con los nuevos elementos introducidos, la discusión más allá del punto en el cual la dejaba Vicente Quesada, dado que aquí, geográficamente, es el rol de Córdoba el que entra en cuestión. La comparación con la India es recurrente en cuanto a las tecnologías, estrategias y desarrollo del conocimiento, pero esa comparación se desplaza hacia el esquema clásico a la hora de afirmar la grandeza de la estructura del imperio centrado en el Cuzco, "esa Roma Americana, cuyo nombre significa también urbs et orbs; centro y corazón del mundo: civitas" (López 1869d, 517). El razonamiento de López conducía de los pelasgos a Roma, y de Roma (antes de Roma) al Cuzco, y a su vez del Cuzco a Cosquín. El Cuzco reproduce la división cuatripartita en Capitolio-foro-civitas-ager de la urbs como modo de la "asociación romana (digamos pelasga)" (López 1869d, 519), y lo traslada a los demás "centros coloniales" como queda documentado en su toponimia, en "sus nombres como otros tantos restos oseosos de un gran fósil" (López 1869d, 521). Trasladando esta maquinaria deductivo-argumentativa a la toponimia y topografía cordobesas, concluirá en que "la civilización y la lengua de los quichuas, se hallaban pues a las puertas de lo que hoy es Buenos Aires cuando cayó sobre ellos la conquista española" (López 1869d, 524).
Así como la transliteración de la variedad oral de una lengua mayor hace aún más bárbara por contraste su expresión ante la variante escrita metropolitana[12], López a la inversa "orientaliza" en la transcripción los nombres de la toponimia local para posarlos sobre un plano de consistencia con la litera-
tura filológica indoeuropeísta de la época: así, por ejemplo, Famatina deviene Phatma-tina (p. 529), y al mismo tiempo desorientaliza, al menos en parte, esa representación al presentar la de los incas como una expansión civilizatoria si no equivalente al menos alternativa, truncada por la conquista que, como hemos visto, les cae encima:
Los quichuas no conquistaban á la manera de los tártaros, de Tamerlán ó Gengiskan: torrentes que se desprenden de un centro bárbaro y que barren á su paso el suelo dejándolo yermo y yerto. Ellos, por el contrario llevaban el culto, la ley, la disciplina y los hábitos de la vida sedentaria que constituyen el órden civil y religiosos de los pueblos civilizados, á la manera de los Fenicios y de los Romanos (López 1869d, 533).
Esto le permite reintroducir el tópico del desierto civilizatorio previo a la llegada de los españoles, para negarlo y finalmente invertirlo, para por la vía de la identificación de la conquista con la barbarie que arrasa con todos los signos de una civilización ("los telares, la agricultura, la metalurgia...", p. 542), llegar a la diferencia criolla en la lengua:
Y no solo es la geografía argentina la que habla de la grandeza imperial de los Incas, sino que habla también de ello la lengua argentina misma con las contribuciones numerosísimas y bellas, con el acento dulcificado que el quichua ha incorporado, para darle una fisonomía especial, en el cuerpo mismo del habla española. El castellano en Sud-América, como el inglés en Norte-América, tomó un cierto tinte de ternura primitiva en el acento característico del tono simpático de los yaravís, que es un rasgo nuestro y precioso, que debemos conservar con tenacidad en la lengua argentina para consagrar con él el tipo de nuestro estilo y acabar de fundar así en todas sus faces la estructura completa y propia de nuestra nacionalidad (López 1869d, 542-543).
Así López retomaba en el remate de su serie de publicaciones el motivo de la necesidad histórica y política de una lengua propia, argentina, como corolario indispensable de la formación de una nacionalidad que introdujera con fuerza en los debates fundacionales del país su propia generación (la del 37), el grupo de pertenencia de su juventud, y con especial fervor su presentador en esta serie, quien, pocos años después, como se mencionó más arriba, reivindicaría asimismo su necesidad en términos de inevitabilidad, apoyándose asimismo en el prestigio de la "ciencia nueva" filológica. La novedad en el caso de López es que ahora a su postulación futura se añadía un anclaje en el pasado prehispánico, lo que reforzaba el rechazo de la tradición colonial que signara a ese discurso desde el comienzo. Este anclaje, asimismo, no se da en la continuidad orgánica de los rasgos gramaticales, ni reposa en el léxico, siempre expropiable o intercambiable, sino en la sutileza de una entonación, que permite marcar una diferencia potencialmente útil para fundar una nacionalidad distinta de la española, pero al mismo tiempo tampoco suficiente para llegar al extremo de cultivar alguna forma de fraternidad y solidaridad con el otro indígena presente.
En vez de tener por delante las pompas y las bellezas de un lucido paisaje y el eco sonoro del ruido de las batallas, solo tengo en derredor ruinas y silencio. […] Ningún libro habla. La raza que quiero estudiar guarda delante de mí la mudez y la impasibilidad de las Esfinges: se ha olvidado hasta de sí misma: ha sido hundida en las profundidades geológicas de la historia crepuscular de los siglos; y sus vencedores la ataron a la cadena de la fatalidad que la lleva irremediablemente a una muerte gradual, olvidada de sus tradiciones y hasta de las fábulas con que pudiera habernos dado el secreto de su vida. […] En medio de estos sepulcros vivos de la antigüedad americana que llamamos Collas, Quichuas, Aimarás, nada más queda para poder penetrar el secreto de su origen (que tanto nos interesa) sino un idioma difícil y remoto que muy pocos entienden en el Río de la Plata" (López 1865, 6).
El lazo entre el pasado prestigioso de la civilización prehispánica y sus descendientes contemporáneos está definitivamente roto, y solo queda su idioma como documento arqueológico que el especialista debe descifrar en su relación con el desarrollo y expansión de las lenguas en cuya familia pretende situarlas. Ruinas y sepulcros a los que el especialista da voz, para establecer un lazo orgánico, una forma de continuidad, no con el indio que tiene frente a sí, sino consigo mismo, con el criollo. Cuando más de medio siglo después un joven Jorge Luis Borges tercie en la discusión sobre el idioma nacional, perseguirá justamente ese matiz en el tono, que permite la circulación del idioma pero deja "oír la patria", y si bien lo hará subrayando que "hacerse el mazorquero o el quichua, es carnaval de otros", al aclarar que en la búsqueda de ese idio-
ma "mejor lo hicieron nuestros mayores", incluirá en la breve lista de esos ancestros, junto a Echeverría, Sarmiento, Mansilla y Wilde, a Vicente Fidel López. Al recuperar de sus "mayores", que lo habían hecho mejor, la noción de un tono propio del idion argentino, Borges, sin nombrarlo (ignoro si a sabiendas o no), se inscribía en la tradición de una apropiación heterodoxa, "salvaje" de la ciencia nueva filológica para retraducir la herencia, llegando así a Europa por occidente, reivindicando en la sutileza de un rasgo suprasegmental una diferencia criolla que, ni tan profunda para incidir en la gramática (donde el límite establecido por la tipología seguía siendo el del acceso a la historia) ni tan volátil como el léxico, permitía un vínculo con el pasado americano definitivamente prehispánico, y a la vez con un pasado casi mítico, el de los pelasgos, más originariamente occidentales que los conquistadores mismos. En su Crítica acéfala, Raúl Antelo (2008, 122) describe lo criollo como reapropiación de la cultura occidental, como "la constante construcción de una diferencia, que es también la búsqueda, en sí misma, de un modo sudamericano de ser universal", a partir del establecimiento de "un desgarrado linde o entre-lugar que guarda la memoria del desgarramiento originario". Por otra parte, Dardo Scavino (2010) identificó en la negociación entre el ius sanguinis que los hacía herederos del derecho de conquista de los españoles y el ius solis que les permitía hermanarse con los indígenas en la impugnación de la legitimidad de ese mismo dominio la peculiar fórmula de buena parte del discurso independentista americano, que en su continuidad permite dar forma a un relato de identidad que naturaliza la hegemonía criolla. En este caso, el recurso a la autoridad del dispositivo filológico comparativo permite a López postular otro modo de esa filiación, trazando el horizonte de una nacionalidad completa en la afirmación de una forma propia de la lengua heredada, que sin dejar de pertenecer al tronco civilizado de las lenguas flexivas ni abandonar la aspiración europeísta ni la afirmación hegemónica de las élites criollas, lleva en la sutil pero característica marca de un rasgo suprasegmental la diferencia constitutiva de su ser americano.
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[1] Ver al respecto Errington (2008), Ennis (2014, 33-34).
[2] Refiriéndose a Müller y Burnouf (a quien Michaud (2015, 157-158) otorga el primado en la "arianización de Cristo"), Olender observa que, a lo largo al menos de un cuarto de siglo, "estos dos eruditos manejaron las nociones de raza aria y raza semítica antes de llamar a sus lectores a cierta prudencia. Tan sólo después de los sucesos de 1870 uno y otro apreciaron súbitamente las consecuencias imprevisibles que podían tener los usos raciológicos de una ciencia de moda, a cuyo desarrollo tanto habían contribuido: la filología comparada" (2005, 105-106). Errington lo expresa sintéticamente: correspondería a Max Müller popularizar la imagen del pasado que proveía la historia de los pueblos por él llamados "indoarios", "posteriormente apropiada por los nazis en el siglo XX" (Errington 2008, 77). Más indulgente que otros lectores ajenos al campo, E. F. K. Koerner recupera en su examen de los usos de los términos indo-europeo, indo-ario e indo-germánico la reivindicación del carácter estrictamente lingüístico (y práctico, por su mayor brevedad) de la preferencia de Müller por el término "ario" para hablar de la familia de lenguas hoy habitualmente identificada como "indoeuropea", a partir de textos posteriores al punto de inflexión señalado por Olender, evocando la referencia de Müller a la confusión de términos entre disciplinas que pretende de una especificidad inconmensurable: "For Müller, for his part, wished to have nothing to do with what ethnologists of his time made of the term and concept. For him, 'Aryan' was to be regarded as a strictly linguistic term: ‘To me an ethnologist who speaks of Aryan race, Aryan blood, Aryan eyes and hair, is as great a sinner as a linguist who speaks of a dolichocephalic dictionary or a brachycephalic grammar. It is worse than a Babylonian confusion of tongues — it is downright theft. We have our own terminology for the classification of languages : let the ethnologists make their own classification of skull, and hair, and blood’ (Müller 1888, 120)" (Koerner 1989, 169).
[3] Ver, al respecto, Myers (2003), Ennis (2008, cap. 3), entre otros.
[4] En buena medida, la relevancia de esta pretensión y la estrechez de sus límites pueden explicarse de un modo análogo al entrevisto por Julio Ramos a la hora de dar cuenta del rol que en este sentido desempeñaba el proyecto de la Universidad de Chile, tal y como lo concibe Bello en los años 40: "Dada la relativa centralización y consolidación del Estado en Chile, el saber (no hablemos todavía de literatura) ganaba cierta autonomía de la administración inmediata o de la proyección de la vida pública. Esa autonomía no conduce a una independencia o pura exterioridad, pero es innegable que ya en Bello el "saber" comienza a especificar su lugar en la sociedad, ante la esfera de la vida pública y económica. El saber comienza a precisar y delimitar su territorio en la Universidad de Chile, cuyo impacto en la centralización nacional de la educación comprueba ya, desde los 1840, un alto grado de racionalización y especificación" (Ramos 2006, 96).
[5] "La opinión pública se instituiría así como el árbitro supremo de la legitimidad de la autoridad. El argentino Vicente F. López haría explícito este nuevo vínculo entre poder, opinión pública y prensa periódica. ‘El poder soberano se gana o se pierde ante el tribunal soberano de la opinión pública. Esta es en todos los casos el juez definitivo que sentencia: se instruye, aprende; ella misma delibera. La prensa tiene una importancia viva en este supremo debate de la palabra parlamentaria cuyo premio es el poder de gobernar’ [Vicente F. López, "De la naturaleza y del mecanismo del Poder Ejecutivo en los pueblos libres", Revista del Río de la Plata, IV. 15, 1872, p. 518]" (Palti 2007, 189).
[6] Ver Pastormerlo (2016, 34) para la discusión de estos términos, también Sabato (2016, 126-130) y Espósito (2009, 67).
[7] En: https://revistas.ucm.es/index.php/RCHA/issue/view/2426/showToc
[8] Esta división entre lenguas nómades y lenguas de civilización es aquella en la que Müller funda su diferenciación de las lenguas indoeuropeas y semíticas con respecto a las llamadas turánicas. Así hablará de "Nomadic languages as contrasted with the Arian and Semitic dialects, which may be called State or political languages. In the grammatical features of the latter class, we can discover the stamp of one powerful mind, once impressed on the floating materials of speech at the very beginning of their growth, and never to be obliterated again in the course of centuries. Like mighty empires founded by the genius of one man, in which his will is perpetuated as law through generations to come, the Semitic and Arian languages exhibit in all ages and countries a strict historical continuity which makes the idioms of Moses and Mohammed, of Homer and Shakespeare, appear but slightly altered impressions of one original type" (Müller 1855, 86). Juan Mariano Larsen, en el artículo en el cual, en la misma Revista de Buenos Aires discute (aunque también reafirma en muchos puntos) las tesis de López (y que por razones de extensión no se alcanza a comentar en el presente trabajo) recupera esta división, para aclarar que "la gramática quichua se acerca más a los idiomas tártaros del Turan que a los indo-germánicos del Yran, o sean lenguas arianas" (Larsen 1870, 412).
[9] Esto puede verse ya en la misma decisión de hablar de lenguas "arias", donde la incidencia de Burnouf y sobre todo de Müller se hace clara. Koerner da cuenta de la preferencia de Müller en este sentido del siguiente modo: "However, there was yet another term which had fairly wide currency in the 19th century, namely, ‘Aryan’. In fact, from the early 1860s onwards, the Oxford professor of Sanskrit, Friedrich Max Müller (1823-1900), used 'Aryan' in lieu of ‘Indo-European’, and it appears to be owing to his very popular writings on language, philosophy, and many other subjects that this term became widely used in the Anglo-Saxon world. Müller justified his preference (similar to the manner in which other scholars had justified their particular term) by saying that, if ‘Aryan’ is not a better term to denote the language family in question, it is at least the shorter one (Müller 1872, 11)" (Koerner 1989, 153-154).
[10] Aquellos que opone Schavelzon (2004) pueden considerarse legítimos, aunque sólo válidos post-hoc y desde una perspectiva que, como sucede a lo largo de todo su artículo, privilegia la mirada desde el punto de vista de la constitución del método, objeto y campo de los estudios arqueológicos, cuando en este caso se trata claramente de una subordinación de los elementos de la arqueología (y de sus preguntas) a los de la lingüística: la materialidad de un fonema había llegado a considerarse más contundente que la de un artefacto o monumento.
[11] De acuerdo con Elvira Narvaja de Arnoux (2005), "se inscribe en la serie de las artes de escribir ilustradas que, desde el último tercio del siglo XVIII, abren la retórica a las exigencias de la expansión de la cultura escrita y de los géneros asociados con las nuevas prácticas sociales".
[12] El ejemplo característico es en este caso el de las lenguas criollas (v. Ennis y Pfänder 2010, 2013).